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LOS 7 PECADOS CAPITALES

"La Soberbia"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Uno de los siete pecados capitales. Consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios (CIC 1866).

La soberbia es el amor excesivo de la propia excelencia. Se cuenta ordinariamente entre los siete pecados capitales. Santo Tomás, sin embargo, confirmando la opinión de San Gregorio, lo considera el rey de todos los vicios, y pone en su lugar la vanagloria como uno de los pecados capitales. Al darle esta preeminencia lo toma en su significado más formal y completo. Entiende que es esa estructura mental en la que un hombre, a través del amor a la propia valía, aspira a alejarse de la sujeción a Dios Todopoderoso, y no hace caso de la órdenes de los superiores. Es una especie de desprecio de Dios y de los que tienen su encargo. Considerado así, es por supuesto un pecado mortal de la especie más atroz.

De hecho Santo Tomás lo clasifica en este sentido como uno de los pecados más negros. Por él la criatura rechaza permanecer en su órbita esencial; vuelve su espalda a Dios, no por debilidad e ignorancia, sino solamente porque en su auto-exaltación no se molesta en someterse. Su actitud tiene probablemente en sí algo de satánica, y probablemente no se verifica a menudo en los seres humanos. Una clase menos atroz de soberbia es la que implica que uno piense muy bien de sí mismo indebidamente y sin la suficiente justificación, sin tomar ninguna disposición para repudiar sin embargo el dominio del Creador. Esto puede suceder, según San Gregorio, o bien porque el hombre se considera a sí mismo como el origen de cuantas ventajas puede discernir en sí, o porque, aunque admita que Dios se las ha concedido, reputa que esto ha sido en respuesta a sus propios méritos, o porque se atribuye dones que no tiene, o, finalmente, porque incluso cuando estos son reales, busca irrazonablemente ponerlos por delante de los demás.

Suponiendo que la convicción indicada en los dos primeros casos se abrigara seriamente, el pecado sería grave y tendría la culpa adicional de herejía. Ordinariamente, sin embargo, esta persuasión errónea no existe; es la conducta lo que es reprensible. Los dos últimos casos, hablando en términos generales, no se considera que constituyan ofensas graves. Esto no es verdad, sin embargo, cuando la arrogancia de un hombre es la ocasión de un gran daño para otro, como por ejemplo, su asunción de las tareas de médico sin el conocimiento preciso. El mismo juicio debe hacerse cuando la soberbia ha dado origen a tal disposición del alma que en persecución de su objetivo uno está dispuesto a todo, incluso al pecado mortal.

La vanagloria, la ambición y la presunción son habitualmente enumeradas como los vicios hijos del soberbia, porque están bien adaptados para servir a sus desordenados fines. Todos ellos son pecados veniales salvo que alguna consideración extrínseca los coloque en el rango de las transgresiones graves. Debe señalarse que la presunción no significa aquí el pecado contra la esperanza. Significa el deseo de intentar lo que excede la propia capacidad.

Virtud para vencer la Soberbia: La Humildad

La virtud moral por la que el hombre reconoce que de si mismo solo tiene la nada y el pecado. Todo es un don de Dios de quien todos dependemos y a quien se debe toda la gloria. El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un valor muy superior. Va tras otros tesoros. No está en competencia. Se ve a sí mismo y al prójimo ante Dios. Es así libre para estimar y dedicarse al amor y al servicio sin desviarse en juicios que no le pertenecen.

Ser humilde es reconocer los DEFECTOS que tengo, y reconocer también mis CUALIDADES. Ser humilde es reconocer la verdad: que no soy más que criatura de Dios, imperfecta, necesitada, que cae una y otra vez en el pecado. Pero a la vez reconocer que soy criatura amada infinitamente por Dios, redimida por Él y llamada a dar frutos en mi vida. Ser humilde es vivir sin buscar el aprecio de los demás, la fama y el poder. Es vivir sin que me importe lo que piensen los otros sobre mí, importándome solo lo que piensa Dios.

Para ser humilde es necesario, mirarme a mí mismo, de cara a Dios y no de cara a los hombres. Aceptar que soy pequeño ante la grandeza de Dios. Reconocer que yo VALGO no por mí mismo, sino porque soy hijo de Dios, porque vengo de Él. Pensar que cualquier cualidad que tenga, todas se las debo solamente a Dios. Si realmente abrazo en mi corazón esta idea, no puede caber en mi alma, el orgullo, la soberbia, el amor propio. Pensar también que los defectos que tengo, son porque la naturaleza humana es imperfecta. Todos los hombres tienen defectos. Lo que es importante es aceptarlos y no negarlos y después trabajar, y luchar por mejorarlos.

La SANTIDAD consiste exactamente en aprovechar esas cualidades que Dios me dio para hacer SU VOLUNTAD, para hacer el bien y en trabajar en mis defectos que son obstáculo para lograr esto.

La falsa humildad

Somos personas que por fuera aparentamos y fingimos ser humildes, inclinamos la cabeza, buscamos el último lugar, hablamos de nuestros defectos... pero por dentro nos creemos mucho: no cedemos nunca, queremos hacer siempre nuestra voluntad, no aceptamos la crítica de un amigo, ni una corrección de un superior. Aparentamos ser sencillos, pero en nuestro interior siempre andamos sintiéndonos más que los demás. Esta humildad es una humildad fingida.

Habernos otras personas que nos sentimos de verdad tan poca cosa, que nos da pena si alguien reconoce las cualidades que tenemos, que nos enfocamos exclusivamente en nuestros defectos. Incluso a veces nos creemos tan humildes que nos sentimos desilusionados, abatidos, desalentados. Esto es humildad mal entendida. Fíjate bien, ser humilde no es rechazar las cualidades que tienes, ¡Claro que las tienes! Pero las tienes gracias a Dios y no por mérito propio. En tus manos está el incrementarlas y usarlas para bien. Es importante reflexionar que ser humilde tampoco significa conformarse con lo que uno es y decir: "como tengo defectos y los reconozco, así me quedaré".

La verdadera humildad

La VERDADERA HUMILDAD es reconocer con realismo todo lo bueno y todo lo malo que tengo, y después tomarlo en mis manos y saber que yo solo no puedo hacer nada con ello, pero CON LA AYUDA DE DIOS, puedo aumentar mis cualidades y corregir mis defectos para poder realizar la VOLUNTAD DE DIOS EN MI VIDA.

Medios para lograr la humildad

  • CONTEMPLAR A CRISTO humilde. Él, siendo nada más y nada menos que "el Hijo de Dios", siempre fue humilde y sencillo, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, nunca hizo alarde de todas sus cualidades y poder. Leyendo el Evangelio verás que Jesús siempre fue sencillo y humilde. Él mismo nos dijo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón".

  • Pedir su ayuda a Dios en la ORACIÓN. Pedirle que me ayude a ser humilde. Recordaré que, solo nada puedo, con Él todo lo puedo.

  • Empezar a SERVIR a los demás sin esperar ninguna recompensa o ser alabado por ello.

  • Siempre que haga algo bueno, tratar de PASAR DESAPERCIBIDO.

  • Aprender a RECIBIR AYUDA de los demás, aunque me cueste trabajo y procurar dar las gracias siempre.

  • Decir NO A LA PRESUNCIÓN (tanto de cosas materiales como de mis cualidades, mis hazañas), en una palabra, tratar de no hablar tanto de mí mismo y escuchar más de los otros.

  • Hacer un esfuerzo por observar, descubrir y APRECIAR LAS CUALIDADES DE LOS QUE ME RODEAN (padres, hermanos, familiares, compañeros de trabajo, amigos y enemigos).

  • Enseñarme a PEDIR PERDÓN cuando haya ofendido a otra persona y a reconocer mis faltas frente a los demás cuando me equivoque. Esto no me hace menos, al contrario, me hace más valioso.

  • Recordar la frase de San Agustín: "Si quieres ser grande, comienza por ser pequeño".

  • Si quiero levantar una fábrica de santidad, colocaré primero el cimiento fuerte de la humildad.

  • La humildad es madre de muchas de las virtudes y la soberbia de muchos los pecados.

Fuentes: Corazones.org / ACI Prensa / Catholic.net / laverdadcatolica.org

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