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San Pedro de San José de Betancourt (1626-1667 )
Conocido cariñosamente como "El Hermano Pedro"
Primer Santo guatemalteco y tinerfeño.

Fiesta: 24 de Abril

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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"Acordaos hermanos que un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos".

"Haz aquello que quisieras haber hecho cuando mueras".

"Un alma tienes no más y si la pierdes, ¿Qué harás?".

"Mucho vale y poco cuesta, al mal hablar dar buena respuesta".

"Más vale un gordo alegre, humilde y obediente, que un flaco triste, soberbio y penitente".

"Hermanos, si queremos llegar a la perfección hemos de romper con todo, cortando, aunque más nos duela, y vivir con cuidado de no enredarse, y cortar y más cortar apetitos, y esto se consigue mejor avisándonos los unos a los otros, corrigiendo, aconsejando y ayudándonos".

SANTO HERMANO PEDRO DE BETANCOURT

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Nacido en Tenerife, Islas Canarias (España). Terciario franciscano, vivió en la ciudad de la Antigua Guatemala, Centro América. Entregó su vida al Señor en servicio a los pobres y enfermos. Se destacó por su caridad, humildad, penitencia, amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen, a los pobres, enfermos y a las almas del purgatorio. Murió el 25 de abril, 1667.


Sus restos descansan en la Iglesia de San Francisco el Grande, Antigua Guatemala. Beatificado por San Juan Pablo II el 22 de junio de 1980 en la Basílica de San Pedro, Roma. Canonizado durante la tercera visita del San Juan Pablo II a Guatemala (viaje pastoral # 97), 30 de julio del 2002.


Biografía

 

El Beato Pedro de San José Betancur nace en Vilaflor de Tenerife el 21 de marzo de 1626 y muere en Guatemala el 25 de abril de 1667. La distancia en el tiempo no opaca la luz que emana de su figura y que ha iluminado tanto a Tenerife como a toda la América Central desde aquellos remotos días de la Colonia.

El Beato Pedro de San José Betancur supo leer el Evangelio con los ojos de los humildes y vivió intensamente los Misterios de Belén y de la Cruz, los cuales orientaron todo su pensamiento y acción de caridad. Hijo de pastores y agricultores, tuvo la gracia de ser educado por sus padres profundamente cristianos; a los 23 años abandonó su nativa Tenerife y, después de 2 años, llegó a Guatemala, tierra que la Providencia había asignado para su apostolado misionero.

Apenas desembarcado en el Nuevo Mundo, una grave enfermedad lo puso en contacto directo con los más pobres y desheredados. Recuperada inesperadamente la salud, quiso consagrar su vida a Dios realizando los estudios eclesiásticos pero, al no poder hacerlo, profesó como terciario en el Convento de San Francisco, en la actual La Antigua Guatemala, con un bien determinado programa de revivir la experiencia de Jesús de Nazaret en la humildad, la pobreza, la penitencia y el servicio a los pobres.

En un primer momento realizó su programa como custodio y sacristán de la Ermita del Santo Calvario, cercana al convento franciscano, que se convierte en el centro irradiador de su caridad. Visitó hospitales, cárceles, las casas de los pobres; los emigrantes sin trabajo, los adolescentes descarriados, sin instrucción y ya entregados a los vicios, para quienes logró realizar una primera fundación para acoger a los pequeños vagabundos blancos, mestizos y negros. Atendió la instrucción religiosa y civil con criterios todavía hoy calificados como modernos.

Construyó un oratorio, una escuela, una enfermería, una posada para sacerdotes que se encontraban de paso por la ciudad y para estudiantes universitarios, necesitados de alojamiento seguro y económico. Recordando la pobreza de la primera posada de Jesús en la tierra, llamó a su obra «Belén».

Otros terciarios lo imitaron, compartiendo con el Beato penitencia, oración y actividad caritativa: la vida comunitaria tomó forma cuando el Beato escribió un reglamento, que fue adoptado también por las mujeres que atendían a la educación de los niños; estaba surgiendo aquello que más tarde debería tener su desarrollo natural: la Orden de los Bethlemitas y de las Bethlemitas, aún cuando éstas sólo obtuvieron el reconocimiento de la Santa Sede más tarde.

El Beato Hermano Pedro se adelantó a los tiempos con métodos pedagógicos nuevos y estableció servicios sociales no imaginables en su época, como el hospital para convalecientes.Sus escritos espirituales son de una agudeza y profundidad inigualables.

Muere apenas a los 41 años el que en vida era llamado «Madre de Guatemala». A más de tres siglos de distancia, la memoria del «hombre que fue caridad» es sentida grandemente, viva y concreta, en su nativa Tenerife, en Guatemala y en todos los lugares donde se conoce su obra. El Hermano Pedro fue Beatificado solemnemente por Vuestra Santidad el 22 de junio de 1980, en un acontecimiento de incalculable valor pastoral y eclesial para Guatemala y para toda América.

 

Juramento de Fidelidad a la Inmaculada Concepción

Doscientos años antes de ser proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción,
el Hermano Pedro ya le había jurado fidelidad hasta la muerte; este juramento
lo sellaba, cada año, firmándolo con su sangre:

 


Juramento a la Inmaculada

"Juro por esta Cruz y por los Santos Evangelios defender que Nuestra Señora,
la Virgen María, fue concebida sin mancha de pecado original; y perder la
vida, si fuera necesario por defender su Concepción Santísima.
Y por ser verdad todo lo dicho, lo firmé con mi propia sangre. Jesús.
Yo Pedro de Betancur, el pecador. Martes 8 de diciembre de 1654.
Yo, Pedro de Betancur, lo digo.
Cada año me afirmo en lo dicho: y digo que perderé mil vidas por defender la
Concepción Inmaculada de María, mi Madre y Señora, y cada año por su día lo
firmaré con mi propia sangre."



El Padre Nuestro del Hermano Pedro

Padre Nuestro que estas en los cielos:
librame de todos los duelos
Santificado sea tu nombre
que Dios me haga en todo un buen hombre.
Venga a nosotros tu reino:
líbrame Señor de las penas del infierno
Hágase Señor tu voluntad:
te sirva yo con toda verdad.
Danos el pan de cada día:
que sirvamos a todos con alegría.
Y perdónanos nuestras deudas,
como nosotros perdonamos a nuestros deudores:
a todos perdono por el Dios de mis amores.
No nos dejes caer en tentación;
líbranos Señor de todo mal:
ayúdanos mi Dios, para a todos servir
y a ninguno mandar,
y en la vida nunca más pecar.


Oración

Pidiendo cumplir la voluntad de Dios.
Concédeme, buen Señor,
fe, esperanza y caridad,
y como eres tan poderoso,
dame una profunda humildad;
pero, antes de todo eso,
concédeme que cumpla en todo
tu Santa Voluntad.

 

Pedro de San José de Betancur

Homilía del San Juan Pablo II "El Grande" en la canonización del hermano Pedro

El hermano Pedro, "hombre que fue caridad", practicó la misericordia con espíritu humilde y vida austera
 

"Venid vosotros, benditos de mi Padre (...). Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 34. 40). ¿Cómo no pensar que estas palabras de Jesús, con las que se concluirá la historia de la humanidad, puedan aplicarse también al hermano Pedro, que con tanta generosidad se dedicó al servicio de los más pobres y abandonados? Al inscribir hoy en el catálogo de los santos al hermano Pedro de San José de Betancur, lo hago convencido de la actualidad de su mensaje. El nuevo santo, con el único equipaje de su fe y su confianza en Dios, surcó el Atlántico para atender a los pobres e indígenas de América: primero en Cuba, después en Honduras y, finalmente, en esta bendita tierra de Guatemala, su "tierra prometida".

 

Agradezco cordialmente las amables palabras que me ha dirigido mons. Rodolfo Quezada, arzobispo de Guatemala, presentándome a estas queridas comunidades eclesiales. Saludo a los señores cardenales, a los obispos guatemaltecos, al obispo de Tenerife y a los venidos de otras partes del continente americano. También saludo con gran estima a los sacerdotes y a los consagrados y consagradas, así como a las religiosas de clausura. Un saludo especial y afectuoso también a los Hermanos de la Orden de Belén y a las Hermanas Bethlemitas, fruto de la inspiración de la madre Encarnación Rosal, primera beata guatemalteca y reformadora del Beaterio donde fraguó la fundación para recuperar los valores fundamentales de los seguidores del hermano Pedro. Agradezco particularmente la presencia en esta celebración de los presidentes de las Repúblicas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, del primer ministro de Belice y demás autoridades civiles. Aprecio también la participación en este acto de la Misión venida de España para esta feliz ocasión. Deseo asimismo expresar mi aprecio y cercanía a los numerosos indígenas. El Papa no os olvida y, admirando los valores de vuestras culturas, os alienta a superar con esperanza las situaciones, a veces difíciles, que atravesáis. ¡Construid con responsabilidad el futuro, trabajad por el armónico progreso de vuestros pueblos! Merecéis todo respeto y tenéis derecho a realizaros plenamente en la justicia, el desarrollo integral y la paz.

 

"Que su Espíritu los fortalezca interiormente y que Cristo habite en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el amor, podrán comprender (...) la profundidad del amor de Cristo" (Ef 3, 16-19). Estas palabras de san Pablo que hemos escuchado hoy, manifiestan cómo el encuentro interior con Cristo transforma al ser humano, llenándole de misericordia para con el prójimo. El hermano Pedro fue hombre de profunda oración, ya en su tierra natal, Tenerife, y después en todas las etapas de su vida, hasta llegar aquí, donde, especialmente en la ermita del Calvario, buscaba asiduamente la voluntad de Dios en cada momento. Por eso es un ejemplo eximio para los cristianos de hoy, a quienes recuerda que, para ser santo, "es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración" (Novo millennio ineunte, 32). Por tanto, renuevo mi exhortación a todas las comunidades cristianas, de Guatemala y de otros países, a ser auténticas escuelas de oración, donde orar sea parte central de toda actividad. Una intensa vida de piedad produce siempre frutos abundantes. El hermano Pedro forjó así su espiritualidad, particularmente en la contemplación de los misterios de Belén y de la cruz. Si en el nacimiento e infancia de Jesús ahondó en el acontecimiento fundamental de la Encarnación del Verbo, que le lleva a descubrir casi con naturalidad el rostro de Dios en el hombre, en la meditación sobre la cruz encontró la fuerza para practicar heroicamente la misericordia con los más pequeños y necesitados.

 

Hoy somos testigos de la profunda verdad de las palabras del Salmo que antes hemos recitado: el justo "no temerá. Distribuyó, dio a los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos" (Sal 111, 8-9). La justicia que perdura es la que se practica con humildad, compartiendo cordialmente la suerte de los hermanos, sembrando por doquier el espíritu de perdón y misericordia. Pedro de Betancur se distinguió precisamente por practicar la misericordia con espíritu humilde y vida austera. Sentía en su corazón de servidor la amonestación del apóstol Pablo: "Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" (Col 3, 23). Por eso fue verdaderamente hermano de todo el que vive en el infortunio y se entregó con ternura e inmenso amor a su salvación. Así se pone de manifiesto en los acontecimientos de su vida, como su dedicación a los enfermos en el pequeño hospital de Nuestra Señora de Belén, cuna de la Orden Bethlemita. El nuevo santo es también hoy un apremiante llamado a practicar la misericordia en la sociedad actual, sobre todo cuando son tantos los que esperan una mano tendida que los socorra. Pensemos en los niños y jóvenes sin hogar o sin educación; en las mujeres abandonadas con muchas necesidades que remediar; en la multitud de marginados en las ciudades; en las víctimas de organizaciones del crimen organizado, de la prostitución o la droga; en los enfermos desatendidos o en los ancianos que viven en soledad.

El hermano Pedro "es una herencia que no se debe perder y que se ha de transmitir por un perenne deber de gratitud y un renovado propósito de imitación" (Novo millennio ineunte, 7). Esta herencia ha de suscitar en los cristianos y en todos los ciudadanos el deseo de transformar la comunidad humana en una gran familia, donde las relaciones sociales, políticas y económicas sean dignas del hombre, y se promueva la dignidad de la persona con el reconocimiento efectivo de sus derechos inalienables. Quisiera concluir recordando cómo la devoción a la Santísima Virgen acompañó siempre la vida de piedad y misericordia del hermano Pedro. Que ella nos guíe también a nosotros para que, iluminados por los ejemplos del "hombre que fue caridad", como se conoce a Pedro de Betancur, podamos llegar hasta su hijo Jesús. Amén.


¡Alabado sea Jesucristo!

EL Papa añadió:

Antes de dejar este estupendo lugar, el lugar de la canonización del Hermano Pedro, deseo deciros que me habéis conmovido una vez más. Gracias, muchas gracias, Guatemala. Con esta fe, esta cordialidad, estas calles tan maravillosamente decoradas. Gracias porque sé que detrás de cada flor hay un corazón. Sed fieles a Dios, a la Iglesia, a vuestra tradición católica, iluminados por el ejemplo del santo hermano Pedro. Guatemala siempre fiel, bajo la protección del Santo Cristo de Esquipulas. Guatemala, te llevo en mi corazón.

Fuente: Corazones.org / vatican.va

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