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EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”…no hay expresión más familiar para un católico que ésta, toda la vida del católico está sumergida en el misterio de la Santísima Trinidad (sumergido=bautizado).

No podría ser de otra manera porque la confesión de Un solo Dios en Tres Personas es el punto neurálgico de toda la fe católica; es el Misterio que recorre toda la Revelación y se va manifestando progresivamente a lo largo y ancho de las Escrituras, ha sido reflexionado una y otra vez por la Iglesia y ésta lo sigue proclamando y enseñando como la más pura Verdad acerca de Dios. Obviamente ante este Misterio la razón humana encuentra comprensiblemente sus límites, el acto de fe por el cual afirmamos creer en la Santísima Trinidad supera la capacidad natural que tenemos para “entender” lo que creemos; no quiere decir esto que nuestra fe en el Dios Uno y Trino sea algo “irracional”, nada de eso, simplemente que es tan excelsa la Verdad de la Trinidad que no podemos abarcarla: el Dios-Amor revelado por Jesucristo es Uno en Tres Personas.

Podemos aducir brevemente el testimonio de las Escrituras, especialmente el Nuevo Testamento, así creemos porque “la esperanza no falla, porque el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Romanos 5,5) y en virtud de la participación en la relación filial de Jesús con el Padre “pues no han recibido un espíritu de temor sino espíritu de hijos que nos hace exclamar ¡Abbá, Padre!” (Romanos 8,15) Estamos ante el hecho de una verdadera y trascendente Revelación, la cual hemos recibido de Jesucristo “todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mateo 11,27); es Jesús quien nos muestra al Padre (Juan 14,8-9) pues Él es el Verbo que es Dios (Juan 1,1), la imagen de Dios invisible (Col 1,15), en quien habita “corporalmente” la plenitud de la divinidad (Col 2,9), es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de su esencia (Hebreos 1,3) y rogará del Padre que nos envíe otro “Paráclito” (Juan 14,16), el Espíritu de la Verdad (Juan 14,17), el agua viva (Juan 7,39) y Él nos conduce hacia la “verdad completa” (Juan 16,13).

Por todo eso afirmamos la divinidad de las Tres Personas en la sustancia de un solo Dios. Serían necesarias muchísimas páginas para poder ahondar más en este Misterio, por eso este breve e imperfecto testimonio trata solo de hacer considerar la importancia de nuestra fe en la Trinidad, invitar a que cada católico sea cada vez más consciente de lo que significa decir “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, profesar nuestra fe de esta manera es actualizar la relación vital que tenemos con Dios “en quien vivimos, nos movemos y somos” (Hechos 17,28). Amén.

Por el Padre Ray Tristán

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