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LA IGLESIA CATÓLICA INVENTÓ LAS UNIVERSIDADES

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¿Quién inventó la Universidad? Parece la pregunta rencorosa de un estudiante angustiado por los exámenes. Pero la cuestión tiene más calado de lo que a simple vista parece. Influenciados por los best-sellers y la falta de cultura actual, más de uno podría atribuir el mérito a “científicos librepensadores” de la Edad Media, que pretendían liberar al pueblo de la superstición y la ignorancia, a intelectuales que no querían someterse a los estamentos religiosos. La realidad es distinta: también apasionante, pero sin extrañas conspiraciones.

Las escuelas monásticas y las escuelas episcopales

A partir del siglo IX, con el florecimiento de la vida monástica, empiezan a surgir escuelas cobijadas en los monasterios. Se trata de una institución docente para formar a sus monjes, aunque en bastantes lugares se añade una escuela exterior que recibe otros estudiantes.

La lista de las escuelas monacales de prestigio es interminable: Jarrow, York, San Martín de Tours, San Gall, Corbie, Richenau, Montecasino…

Paralelamente los Obispos y los cabildos crean en las ciudades centros docentes similares a las que ya funcionaban en los monasterios. Cobran importancia sobre todo desde el siglo XI.

Estas escuelas, llamadas episcopales, nacen a la sombra de las catedrales. Las de más renombre son las de Reims, Chartres, Colonia, Maguncia, Viena, Lieja…

Tanto las escuelas monásticas como las episcopales comparten un mismo programa de estudios: la enseñanza de las siete artes liberales: el trivio (gramática, retórica y dialéctica) y el cuadrivio (aritmética, geometría, astronomía y música).

Estudio General y Universidad

Hacia el siglo XII empiezan a enseñar maestros que no están vinculados a ninguna escuela monástica o episcopal determinada y nace el fenómeno de la “movilidad” estudiantil (el preludio de los hoy famosos erasmus). Los centros pasan a ser promovidos directamente por los Papas y los Reyes.

Paulatinamente se sustituyen las escuelas monásticas por estos nuevos centros a los que se les denomina Studium Generale (estudio general). El adjetivo general indica que están abiertos a estudiantes de todas las nacionalidades y que se imparten todas las disciplinas científicas.

Fueron los Studium Generale de más competencia los que se convirtieron en universitas (universidades). El documento más antiguo en el que aparece la palabra universitas con este significado es del papa Inocencio III e iba dirigido al Estudio General de París.

Toda universidad admitía estudiantes y maestros de las distintas naciones y aspiraba a dar títulos que fueran universalmente valederos. Esta necesidad de universalidad hace que se recurra a autoridades universales como los papas y reyes para que expidan las “licencias”.

Este hecho lleva a los historiadores a afirmar que “hay pocas universidades en cuya partida de nacimiento no se encuentre un documento pontificio o por lo menos la intervención de un delegado de la Santa Sede”.

Las primeras universidades

El primer centro de Estudio General que recibió el permiso para expedir licencias (convirtiéndose por tanto en Universidad) fue la de Bolonia en 1158 y procedía de la anterior escuela eclesiástica. Ésta a su vez se originó como fusión de la escuela episcopal y la teológica del monasterio camaldulense de San Félix.

El canciller de la escuela episcopal de Nôtre Dame auspició la formación de la segunda de las universidades, la de París. Esta fue la mayor y más famosa de todas y por sus aulas pasaron figuras como San Alberto y Santo Tomás de Aquino entre muchos otros.

Un grupo de estudiantes ingleses formados en París se instalaron en las escuelas monacales de Oxford y organizaron los estudios como en su Universidad de origen. El papa Inocencio IV le privilegia con una carta de 1254. Fue el nacimiento de una Universidad cuya fama perdura hasta el día de hoy: la Universidad de Oxford.

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La Iglesia y el nacimiento de las Universidades

El nacimiento de las universidades en Europa es un acontecimiento de máxima relevancia para la cultura occidental. Tuvo lugar durante la Edad Media como una progresiva evolución de las antiguas escuelas monásticas y catedralicias, durante los siglos IX hasta el XIII.

Los monasterios medievales tenían profesores para formar a los monjes, pero en algunos de ellos se daba clase también a niños y jóvenes de fuera. En las ciudades van apareciendo también, sobre todo a partir del siglo XI, a la sombra de las catedrales, instituciones docentes destinadas a la formación de los futuros clérigos.

Tanto las escuelas monásticas como las catedralicias tenían el curriculum habitual de la cultura de aquel momento, basado en una formación literaria, el trivium (gramática, retórica, dialéctica) y una formación científica, el cuadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música).

Pero, hace unos 800 años, «al alborear el siglo XIII, por iniciativa de los papas, y a menudo con el apoyo de los reyes, fueron fundados en algunas ciudades europeas establecimientos destinados exclusivamente al cultivo del saber, en sustitución de las escuelas catedralicias» [J. CARRERAS ARTAU, Historia de la filosofía y de las ciencias, Barcelona 1966]. Estas instituciones docentes estaban abiertas a estudiantes, clérigos o laicos, procedentes de diversos lugares. Se las denominó Studium Generale, precedente inmediato de los que actualmente entendemos por universidades.

La palabra universitas, como designación de estas nacientes instituciones académicas, aparece por primera vez en una bula (documento oficial de los papas) fechada en 1208, de Inocencio III, dirigida al Studium Generale de Paris, precedente inmediato de la Sorbona, la primera universidad del mundo. El legado pontificio, cardenal Roberto Courson, establece los primeros estatutos por los que se regirá su Studium Generale.

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«Los historiadores son unánimes en reconocer que las universidades deben infinitamente a la Iglesia y que la mayor parte de las universidades antiguas son fundaciones eclesiásticas /…/ Hay pocas universidades en cuya partida de nacimiento no se encuentre un documento pontificio o por lo menos la intervención de un delegado de la Santa Sede» [A. BRIDE, Dictionaire de Théologie Catholique, A. VACANT ed., Paris, v.15,col. 2241-2242]. Los papas, cuya autoridad no era discutida en toda la cristiandad, erigía las universidades, concedía con sus títulos o diplomas la posibilidad de enseñar en otras partes distintas del reino donde habían estudiado y establecían su régimen académico. Los hombres de Iglesia llevaron la ciencia de aquel entonces a las aulas universitarias.

En las universidades de aquel tiempo, además del trivium y del cuadrivium, comienzan a aparecer las nuevas facultades de teología, de derecho y de medicina. La universidad de Montpellier (Francia), inaugurada en 1220 por el cardenal Conrado de Urach, destacará pronto por los estudios de medicina. También la ciudad de Salerno, en Italia, destacará pronto en los mismos estudios científicos, aunque sólo se constituirá en universidad años más tarde, en 1231.

Poco a poco van surgiendo otras universidades, cuyos nombres suenan todavía como grandes centros académicos: Oxford, reconocida por carta del papa Inocencio IV; Cambridge, desgajada de la anterior en 1209; Padua (1222); Toulouse (1229); Siena (1246); Roma y Aviñón (1303) y Colonia (1389) y Erfurt (1392), en la futura Alemania.

En España, la escuela catedralicia de Palencia, da origen en una fecha que todavía hoy se discute, pero que hay que datar con seguridad entre 1208 y 1214 [Como fecha exacta más probable se habla del año 1212. Estamos, pues, en el octavo centenario de su inauguración], al Studium Generale de nuestra ciudad, origen de la universidad española más antigua. En la creación de esta institución académica, nacida en el seno de la Catedral palentina, destaca la figura del obispo Tello Tellez, protegido por los monarcas castellanos. En 1221, el papa Honorio III la aprueba y la toma bajo su patrocinio. A finales del siglo XIII, tras una vida muy corta, desaparece.

En Valladolid, aunque ya existía en el siglo XIII un Estudio, sólo comenzará su andadura como Studium Generale más de un siglo después del de Palencia. En efecto, en1346, a petición del rey Alfonso XI, el papa Clemente VI le concede que pueda tener todas las facultades, menos la de teología.

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La escuela catedralicia de Salamanca se convierte en universidad de Salamanca en 1219, siete años después de la de Palencia, por iniciativa del rey Alfonso IX de León. Alfonso X el Sabio, en 1254, y el papa Alejandro IV la consolidarán, dando validez internacional a sus estudios y grados académicos. Poco a poco irá adquiriendo renombre y ya en el siglo XIV se la considerará como una de las principales universidades de Occidente.

Concluimos. La Iglesia está muy presente en el nacimiento de las universidades y de la ciencia de los siglos XIII y XIV. Es un tópico, pues, considerar a la Edad Media como la edad oscura en la cual el progreso científico fue impedido debido a obstáculos religiosos. Estas afirmaciones no hacen justicia a los hechos. «El siglo XIV es un momento crucial para la ciencia occidental. La reciente investigación histórica ha demostrado que hay que considerarlo como el momento en que se inicia -todavía en forma de débiles esbozos- el pensamiento científico moderno» [J. MARÍAS – P. LAÍN ENTRALGO, Historia de la filosofía y de la ciencia, Madrid 1964, p. 126.]

No solamente hubo un desarrollo científico en la Edad Media, sino que hubo también, en cierto grado, una continuidad entre la ciencia de la última Edad Media y la ciencia del Renacimiento. «En los siglos XIII y XIV vemos los comienzos de la ciencia empírica en la Europa cristiana, pero solamente los comienzos. Aun así, debe reconocerse que los cimientos de la ciencia moderna fueron puestos en tiempos medievales. Y debe reconocerse también que el desarrollo de la ciencia empírica no es, en modo alguno, ajeno en principio a la teología cristiana que constituía el trasfondo mental de la Edad Media. Porque si el mundo es obra de Dios, es, evidentemente, un legítimo y digno objeto de estudio». [J. MARÍAS – P. LAÍN ENTRALGO, Historia de la filosofía y de la ciencia, Madrid 1964, p. 126]

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Fuentes: Alfa & Omega (Monseñor Esteban Escudero Obispo de Palencia, España / Esteban Escudero Torres)

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