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LOS 7 PECADOS CAPITALES

"La Ira"

Uno de los siete Pecados Capitales. El sentido emocional de desagrado y, generalmente, antagonismo, suscitado por un daño real o aparente. La ira puede llegar a ser pasional cuando las emociones se excitan fuertemente.

El deseo de venganza. Su valuación ética depende de la cualidad de la venganza y de la cantidad de la pasión. Cuando éstas están en conformidad con las prescripciones de la razón balanceada, la ira no es un pecado. Es más bien una cosa encomiable y justificable con un celo propio. Se convierte en pecaminosa cuando se busca tomar venganza sobre uno que no se la merece, o en mayor medida de lo que se ha merecido, o en conflicto con las disposiciones de la ley, o a partir de un motivo impropio. El pecado es entonces mortal en un sentido general como opuesto a la justicia y la caridad. Sin embargo, puede ser venial porque el castigo planeado sea uno insignificante o por falta de plena deliberación. Del mismo modo, la ira es pecado cuando hay una excesiva vehemencia en la pasión misma, ya sea interior o exterior. Por lo general es entonces considerada un pecado venial a menos que el exceso sea tan grande como para ir seriamente contra el amor de Dios o el prójimo.

Desde su nacimiento hasta la muerte, son diversas las circunstancias adversas que padece la humanidad. La vacilación, entre otras causas, debilita la fortaleza espiritual para superar las tribulaciones que satanás ocasiona con los ímpetus violentos que terminan en indignación y enojo y en deseos de venganza hasta causar la destrucción de quien osó manchar el honor, u ofender la dignidad propia o la de un ser querido. Lo anterior no es justo, pues en todo ese mal sobresale el orgullo.

La ira descompone el rostro y el mal humor aparece en sus facciones. Se profieren amenazas que pueden causar heridas y hasta la muerte. Jesús dijo: “Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (San Mateo 5, 22).

La irritación desborda el equilibrio emocional y se pronuncian ofensas. La persona grita, chilla y pierde el control de sus palabras; desaparece el diálogo y emergen las discusiones ofensivas que no arreglan nada y todo lo complican. Se injuria, se insulta y se vocean opiniones desmesuradas y desconsideradas, contra la moral y la reputación de las personas.

El furor suscita crímenes y guerras descabelladas, torturas feroces y venganzas despiadadas. Si se toleran los caprichos y desórdenes de alguien con personalidad desquiciada, se causan males contra la humanidad. La ira la padecen los que no tienen humildad; se encolerizan por las contrariedades y se les desequilibra el ego, debido a influjos externos que son inaceptables en su estructura mental. Quien reacciona violentamente por futilidades, lo hace no tanto por la injusticia contra él cometida, sino por la aparente humillación que ha recibido. Cuando no conocemos nuestras virtudes, defectos y limitaciones, no hay autoestima y los ademanes exaltados, parecen correctos.

El diablo propaga la ira, porque con ella destruye la paz. La hecatombe empieza en la familia, pues los hogares en permanente diatriba, gestan los males sociales. Es esencial para satanás, lacerar el amor del grupo familiar. Un hijo, cuando irrespeta a sus padres, hermanos, o a cualquier integrante de su parentela, es insensible con sus semejantes. Al menor asomo de contrariedad, es arrebatado por la rabia.

Antes, eran los jóvenes quienes con frecuencia reaccionaban contra los padres; ahora, por la pérdida de los valores morales, este engendro emponzoñó a todos y por eso vemos cómo hay padres que matan a sus hijos o viceversa. Cuando hay desavenencias entre cónyuges, hijos, hermanos u otros familiares, el que se cree más fuerte, recurre a la rudeza y humilla a los débiles. Lo que más se arguye para disolver matrimonios, es la incompatibilidad de caracteres, producto del mal genio. La alteración de la conducta causa persistentes peleas que vulneran la tranquilidad familiar, destruyen el aguante emocional de los esposos y se perpetran variadas agresiones. Cuando estas no cesan, acontece la separación conyugal. Quienes más sufren las rupturas familiares son los hijos, pues quedan lesionados anímica y espiritualmente y con traumas que fecundan malos comportamientos sociales.

La venganza es consecuencia de la ira, pues se infama al ser humano ante los ojos de Dios. Cuando un gobernante no resiste las críticas, debido a su mal desempeño, es alcanzado por el rayo de la ira y obra como un salvaje contra los derechos humanos: Tortura y asesina, a quienes impugnan sus felonías. Imagínense el odio acumulado en la mente deformada por la ira, de los perversos que fomentaron el holocausto en la segunda guerra mundial. Muchos ejemplos hay en la historia y más en estos tiempos, con el incremento de los estilos usados para torturar y matar.

El Apóstol San Pablo expresa en la carta a los romanos, 12, 19: El Apóstol San Pablo expresa en la carta a los romanos, 12, 19: “Mía es la venganza”. Es el Señor quien la utiliza para aplicar su justicia y nadie tiene poder para causarle daño a alguien. El deseo de venganza perturba la caridad y se ejecutan atrocidades que anulan el equilibrio de los sentidos, pues el ofuscamiento eclipsa la sensatez. La venganza motiva acontecimientos bélicos que dejan muertos, heridos, desplazados, exiliados y la destrucción de comunidades.

Esto rebate gravemente el mandato de Dios referido en Levítico 19, 17 y 18: “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo para que no participes de tu pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El deseo de revancha, es un maltrato contra el oponente y un daño moral que puede ser irreparable. Importantes estudios médicos comprobaron que algunas enfermedades psíquicas y físicas, se derivan de la alteración mental. De esto devienen trastornos al resto del organismo, pues después de un fuerte ataque de ira, puede surgir la hipertensión arterial que en oportunidades causa derrames cerebrales o enfermedades cardiovasculares que motivan la muerte.

En determinados momentos las personas reprimen la ira, cuando les conviene exhibirse ante los demás como seres exentos de influjos diabólicos o con elevado equilibrio emocional, para resistir arranques desmedidos provocados por las injurias. Esto es engañoso, pues al tiempo se exterioriza la rabia acopiada y las consecuencias son peores, ya que se arremete contra los débiles. La aglomeración de resentimientos acrecentados por la inmadurez espiritual, motiva la pérdida del auto estima. Esto alienta la depresión y la frustración que explota de dos maneras: atacando a otros, o haciéndose daño a sí mismo a través del suicidio. La ira es notoria en los políticos, cuando enuncian mensajes de odio contra sus opositores, sin que haya razones para tales actos. Si las reacciones de los adversarios son iguales y subsisten esos estilos, hay peligro de conflictos bélicos, huelgas y manifestaciones callejeras, con la lamentable secuela de muertos y heridos.

La malévola transferencia de la ira de una persona con poder hacia sus incondicionales, es una gran infamia. Hay seres con personalidad cautivadora estimulados por el diablo, que conquistan el apoyo de multitudes ignorantes. La torpeza de las muchedumbres ciegas y llenas de odios reprimidos, manejadas y exacerbadas por un fullero desequilibrado e irresponsable, causa en muchos inocentes los maltratos de la violencia desatada por el dirigente que tiene desequilibrios emocionales. Un buen cristiano no admite que alguien revestido de poder político circunstancial, utilice la rabia para tiranizar a quienes se resistan a su despotismo.

Eclesiástico 28, 1 al 8 enseña: “El que se vengue sufrirá la venganza del Señor, quien llevará una cuenta estricta de sus pecados... Si un hombre tiene rencor a otro, ¿Cómo puede pedir a Dios su curación? Un hombre no tiene compasión de sus semejantes, ¿Y suplica por el perdón de sus faltas? El que no es sino carne guarda rencor. ¿Quién intercederá por sus pecados? Acuérdate de tu fin y deja de odiar, ten presente la hora de tu muerte y la corrupción del sepulcro, y cumple los mandamientos y no guardes rencor al prójimo. Acuérdate de la alianza del Santísimo y pasa por alto la ofensa. Mantente alejado de las disputas y evitarás el pecado; el hombre iracundo las enciende”.

La ira ha causado estragos en la Iglesia. En los Religiosos y laicos se palpa en la rebeldía contra los guías espirituales, cuando estos no se adhieren a su propia voluntad. Protestan las indicaciones que les dan y las adulteran para avenirlas a sus desviados proyectos. San Juan de la Cruz, en su libro “la noche oscura”, apunta: “Hay quienes se llenan de ira por los vicios ajenos y se colman de cierto celo impaciente, señalando a otros con el dedo y a veces le dan arrebatos de corregirles con enojo y lo hacen como si fueran ellos los amos de la virtud. Todo esto va contra la mansedumbre espiritual. Otros, cuando se ven imperfectos se molestan contra sí mismos con impaciencia y soberbia. Su impaciencia los lleva a querer ser santos en un día”.

En el devenir de la historia, la Ira causó rupturas en la Iglesia. Prisioneros del enemigo del alma, a quien rehusaron combatir, los disidentes introdujeron herejías, rebeldías, infidelidades y blasfemias al interior de ella. Esto los distanció y se fueron a fundar sectas que efectúan artificios discordantes, contrarios al Evangelio. La acentuación de la ira en los sectarios, pervirtió el mérito espiritual al que suplantaron por el bien material. Al comienzo, muchos escogieron con entusiasmo los postulados cristianos; más tarde no palparon el remesón del infierno en sus entornos y el diablo zarandeó sus endebles bases religiosas; luego se marcharon a formar tienda aparte y hoy despotrican de lo que ayer defendían con frenesí. Dentro de la Iglesia, hay camarillas excluyentes que todo lo redujeron a un selecto grupo de donde aislaron a los humildes. Sus integrantes son una especie de club privado que niega la ayuda espiritual a quienes no son de su entorno íntimo. Esos momentos son aprovechados por lo demonios, para que el atribulado busque protección en las sectas.

Quienes no capturan lo que quieren, desatienden los sacrificios ineludibles en el ascenso espiritual. Renuncian al consejo de Jesús: “Quien quiera venir en pos de Mí, tome su cruz y sígame”. Hoy pocos, poquísimos siguen a nuestro Señor, soportando su propio calvario. Otros, ante los contratiempos se inquietan, quieren el camino despejado, libre de inconvenientes y a veces dicen que si las rutas al infierno son placenteras, no debe haber dificultad para entrar al Cielo. A la ira la combate la paciencia. Ante las ofensas contra la integridad física o moral, hay que actuar con sosiego, pues el cristianismo enseña que es Dios quien cobra las afrentas, ya sea en este mundo o en el juicio final.

La paciencia descarta la venganza. Si pecamos y Dios nos perdona al arrepentimos, ¿No merecen nuestros hermanos ser perdonados por las afrentas que nos hacen? Sobre esta tierra, nadie tiene autoridad para vengarse o efectuar atropellos contra otros. Comete sacrilegio quien los perpetra en nombre de Dios. Esto ocurre con mucha frecuencia en las naciones Islámicas, donde el fanatismo religioso es intenso. A la ira la derrota el amor. Quien ama al prójimo como a sí mismo, domina la inclinación agresora. Es Jesús quien pone las cosas en el Santo lugar donde deben estar y su Santa Voluntad es la regente de todo lo piadoso. Santiago aconseja en el 5, 7 al 9: “Hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta”.

San Mateo en el 5, 39 al 45: “No resistáis a los malvados. Preséntenle la mejilla izquierda a quien te abofetea la derecha y a quien te arma pleito por la ropa, entrégale también el manto. Si alguien te obliga a llevarle la carga, llévasela el doble más lejos. Dale al que te pida algo y no le vuelvas la espalda al que te solicite algo prestado. Vosotros sabéis que se dijo: ‘Amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros perseguidores’. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos. Él hace brillar el sol sobre malos y buenos, y caer la lluvia sobre justos y pecadores”.

Virtud para vencer la Soberbia: La Paciencia

La paciencia es la virtud por la cual se sabe sufrir y tolerar los infortunios y adversidades con fortaleza, sin lamentarse. También significa ser capaz de esperar con serenidad lo que tarda en llegar.

Vivimos en un mundo frenético. La marabunta de la tecnología y el progreso de las comunicaciones nos han traído enormes beneficios y comodidades. Sin embargo, nos han hecho olvidar la paciencia y la serenidad. Hoy todo es urgente. Te mandé un email y no lo viste. Te llamé tres veces y no me contestaste. Te envié un whatsapp y no me respondiste. Te estuve esperando quince minutos y no llegaste. ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me avisaste inmediatamente? ¡Date prisa! ¡Al grano! ¿Qué estás esperando?

Por estas circunstancias, es importante que se aprenda a formar la virtud de la paciencia desde el seno familiar. Las dificultades cotidianas vividas con amor y paciencia nos ayudan a prepararnos para la venida del Reino de Dios. Cuando el niño pequeño llora, cuando el adolescente es rebelde, cuando la hija es respondona, cuando la esposa grita, cuando el marido se enoja, cuando el abuelo chochea, cuando otra vez han dejado entrar al perro en la casa y ha llenado todo de pelos nos llevamos las manos a la cara y exclamamos: ¡Señor, dame paciencia" pero ahora!

Es cierto, la paciencia es un fruto del Espíritu Santo y debemos pedirlo constantemente. Esta virtud es la primera perfección de la caridad, como dice san Pablo: "La caridad es paciente, es servicial; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra en la injusticia; se alegra en la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Corintios 13,4-7).

La vida familiar aquí en la Tierra es un gimnasio para entrenarnos en esta virtud. Las adversidades diarias nos invitan a sufrir con paciencia la ignorancia, el error, los defectos e imperfecciones de los miembros de la familia. Sufrir con paciencia, se convierte en una hermosa obra de misericordia espiritual. ¡Cuánto más paciente ha sido Cristo con nosotros!

Paciencia es espera y sosiego en las cosas que se desean. Paciencia es aprender a esperar cuando realmente no quieres. Es descubrir algo que te gusta hacer mientras estás esperando, y disfrutar tanto de lo que estás haciendo que te olvidas que estás haciendo tiempo. Paciencia es dedicar tiempo a diario a soñar tus propios sueños y desarrollar la confianza en ti mismo para convertir tus deseos en realidad.

Paciencia es ser complaciente contigo mismo y tener la fe necesaria para aferrarte a tus anhelos, aún cuando pasan los días sin poder ver de qué manera se harán realidad. Paciencia es amar a los demás aún cuando te decepcionen y no los comprendas. Es renunciar y aceptarlos tal y como son y perdonarlos por lo que hayan hecho. Paciencia es amarte a ti mismo y darte tiempo para crecer; es hacer cosas que te mantengan sano y feliz y es saber que mereces lo mejor de la vida y que estás dispuesto a conseguirlo, sin importar cuánto tiempo sea necesario.

Paciencia es estar dispuesto a enfrentarte a los desafíos que te ofrezca la vida, sabiendo que la vida también te ha dado la fuerza y el valor para resistir y encarar cada reto. Paciencia es la capacidad de continuar amando y riendo sin importar las circunstancias, porque reconoces que, con el tiempo, esas situaciones cambiarán y que el amor y la risa dan un profundo significado a la vida y te brindan la determinación de continuar teniendo paciencia. Paciencia, tú la tienes, úsala.

Señor, enséñanos a orar en familia como Santa Teresa de Jesús para tener paciencia: "Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta".

Fuentes: Catholic.net / Corazones.org / ACI Prensa / Web Católico de Javier

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