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LOS 7 PECADOS CAPITALES

"La Envidia"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de poseerla. Uno de los siete pecados capitales. Se opone al décimo mandamiento. (CIC 2539)

Aquí se toma el término “envidia” como sinónimo de celos. Se define como el dolor que uno siente por el bienestar de otro debido a la opinión de que la propia excelencia es, en consecuencia, disminuida. Su malicia característica proviene de la oposición que implica a la virtud suprema de la caridad. La ley del amor nos obliga a alegrarnos en lugar de estar angustiados por la buena suerte del prójimo. Además, esta actitud es una contradicción directa al espíritu de solidaridad que debe caracterizar a la raza humana y, de modo especial, a los miembros de la comunidad cristiana. El envidioso se tortura sin causa, manteniendo mórbidamente que el éxito del otro constituye un mal para sí mismo. En la medida que el pecado desafía al gran precepto de la caridad, es en general grave, aunque debido al asunto trivial que envuelve, así como debido a la falta de suficiente deliberación, a menudo se le considera venial.

Los celos son un mayor mal cuando uno se aflige por el bien espiritual del otro; lo cual se dice que es un pecado contra el Espíritu Santo. Además se le llama pecado capital debido a los otros vicios que engendra. Entre su descendencia Santo Tomás (II-II, Q. XXXVI) enumera el odio, la detracción, la alegría por las desgracias del prójimo y la murmuración. Entristecerse por el éxito ajeno no siempre constituye celos. El motivo debe ser analizado. Si, por ejemplo, siento tristeza por la noticia de que otro ha sido promovido o ascendido a la riqueza, ya sea porque sé que no merece su accesión a la buena suerte, o porque he hallado motivos para temer que lo usará para hacerme daño o a los demás, mi actitud es completamente racional, siempre y cuando no haya exceso en mi opinión. Entonces, también, puede ocurrir que, propiamente hablando, no envidio la feliz condición de mi prójimo, sino que simplemente me pesa que no le he imitado. Así, si el objeto es bueno, yo no deberé estar celoso, sino más bien laudablemente émulo.

La envidia es, ante todo, un sentimiento que experimentamos las personas en diversos momentos de nuestra vida, por lo que podemos decir que es una experiencia humana casi universal. A todos nos ocurre, pero hemos de reconocer que generalmente resulta una experiencia desagradable, que, nos suele conectar con otros sentimientos y emociones negativas, como la tristeza, la ansiedad, etc. A través de la envidia podemos crear auténticas obsesiones hacia el “objeto” codiciado, bien sea material, intelectual o incluso espiritual. Llevado al límite, la envidia puede empujar a las personas a hacer daño a otros que poseen lo que entiendo como mi deseo no cubierto.

El sentimiento de envidia contribuye notablemente a generar una gran infelicidad en la persona que padece las consecuencias de instalarse en este sentimiento con demasiada frecuencia e intensidad.

Lo cierto es que lo que solemos destacar de la envidia es siempre muy negativo, y solemos juzgar la envidia de los demás de forma muy dura, hasta el punto de que muchas personas que sienten envidia sufren muchísimo, se sienten culpables por envidiar lo que otros poseen. Esto hace aún más difícil convivir con el sentimiento de envidia, porque no solamente piensas en que no tienes lo que otro, sino que además te dices que “no deberías pensar y sentir eso”. Al final, todo gira en torno a la envidia y salir de ese círculo se convierte en una nueva obsesión a través de la cual te sientes aún peor...

Entre las consecuencias adversas de la envidia existen algunas que fomentan o refuerzan su aparición.

  • Emociones negativas: la tristeza porque otro consigue lo que yo no soy capaz (o no me he planteado), la ira hacia las personas que son exitosas, la culpa por sentir envidia.

  • Las quejas: cuando las personas envidian lo que otros tienen o lo que otros son, algunas veces se instalan en una actitud de queja continua, en un rol de víctima, en el que esa persona adquiere la actitud de “pobre de mí“. Suele ocurrir que los seres queridos, con la mejor de las intenciones, al ver esa actitud intentan consolarle. Cuando alguien está frecuentemente envidiando a los demás y repitiendo su conducta de queja, lo que acaba ocurriendo es que ese consuelo, en lugar de ayudar, se convierte en algo cómodo, en una forma poco saludable de conseguir cariño.

  • Obsesiones: una de las consecuencias más terribles de la envidia son los pensamientos repetitivos acerca del objeto deseado o bien acerca de la persona a la que envidiamos. Entonces dejamos de centrarnos en nuestra vida, en lo que nos interesa, en lo que nos nutre, y nos instalamos en el afuera, haciendo un “seguimiento” de la vida del otro, e incluso, llevado al exceso, intentando hacer daño a quien envidiamos: hacer correr rumores, humillarlos, intentar que no consigan lo que se proponen. Como ejemplo, podemos hablar de todos los casos de acoso laboral que con frecuencia se producen; no siempre es así, pero la envidia suele estar presente en el proceso.

Esto nos recuerda al cuento de la luciérnaga y la serpiente. Se dice que una serpiente que pasaba por el bosque empezó a perseguir a una luciérnaga; lo hizo durante 3 días y 3 noches seguidos. Exhausta, la luciérnaga se detuvo y dando media vuelta se dirigió a la serpiente:

  • ¿Puedo hacerte 3 preguntas?

  • Como te voy a devorar igualmente, adelante, pregunta.

  • ¿Pertenezco a tu cadena de alimentación?

  • No.

  • ¿Te hice algún daño?

  • No.

  • Entonces, ¿por qué quiere comerme?

  • Porque no soporto verte brillar.

La envidia es un sentimiento que se aprende a gestionar a lo largo de la vida, y depende del contexto y experiencias vividas, siendo la familia una de las importantes. Crecer en el seno de una familia que utiliza la comparación como modo de referenciar el éxito, y donde recibir amor depende de lo que se consiga (como un buen rendimiento académico, éxitos deportivos, el sueldo que uno gana, etc.), fomentan la aparición de la envidia destructiva. Desarrollan así una identidad frágil que no valora quién es, sino lo que tiene, y que mide su felicidad a partir de lo que posee, de manera que aquellos con quien ha de compartir su vida se convierten en competidores, en rivales, en enemigos...

Vivir en una cultura como la nuestra, fundamentalmente competitiva e individualista, no ayuda mucho a generar ambientes donde la envidia no sea necesaria. A nuestro alrededor hay demasiada presión por ser exitoso, y todo lo que no sea alcanzar un determinado estándar, se considera un fracaso. Así que con tanta presión por ganar, por alcanzar el éxito, por tener el mejor coche, el mejor sueldo, el trabajo más reconocido, no es de extrañar que envidiemos “cosas”. Y como hemos dicho, la envidia puede convertirse en un obstáculo para nuestro bienestar y felicidad.

Por más presiones que percibamos en nuestro entorno, podemos adaptarnos a estas exigencias (recordemos que el entorno en ocasiones no puede alterarse o modificarse) analizando nuestras prioridades y valorando nuestros objetivos desde lo que nos motiva en ellos, no sólo desde lo que se espera que hagamos.

Es en este punto donde la Psicología Positiva, con sus técnicas, estrategias y modelos de trabajo, puede ayudar a proponer experiencias diferentes que permitan a las personas salir de su sentimiento de envidia destructiva y cultivar sus fortalezas personales, a través de las cuales posicionarse y actuar de manera diferente. Las fortalezas personales son “capacidades preexistentes para un modo particular de comportamiento, pensamiento o sentimiento, que es auténtico y estimula a la persona, y permite el funcionamiento óptimo, el desarrollo y la ejecución” (Linley, 2008). Las fortalezas son 24, todos las poseemos y las únicas diferencias que encontramos son el orden en el que destacan cada una de ellas en nosotros, y las acciones a través de las cuales las experimentamos.

Si la envidia nos hace experimentar pensamientos y emociones desagradables, y nos involucra en acciones de las cuales no nos sentimos orgullosos, ¿por qué no crear una serie de alternativas que, partiendo de este malestar, nos permitan desarrollar sensaciones más constructivas, nos lleve a actuar de un modo más acorde a como nos gustaría? Una de las fortalezas que se muestra como un patrón contrario a la envidia es la Fortaleza de la Modestia y Humildad, cuya experiencia nos puede permitir convivir con la realidad de no tener ahora mismo aquello que deseamos, además de permitirnos el reconocimiento de que hay otros merecedores de los logros que anhelamos.

Cuando focalizamos nuestra atención en nuestras fortalezas personales, podemos alejarnos del ensimismamiento de perseguir la obsesión del éxito que hemos situado fuera de nosotros. Ese primer paso es muy importante, y podemos intentar también concebir el éxito y el fracaso de un modo diferente: el fracaso forma parte del camino hacia el éxito en la vida, es un aprendizaje importante y del que no podemos huir porque a todos nos pasa, sin excepción.

Virtud para vencer la Soberbia: La Caridad

La Caridad es la virtud por la cual AMAMOS A DIOS Y AMAMOS A LOS DEMÁS. La caridad es lo mismo que el amor cristiano. La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por El mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

Un día unos hombres preguntaron a Jesús: ¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley de Dios? Y Jesús respondió:

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es parecido a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mt. 22, 37-40)

Tus prójimos son TODOS LOS DEMÁS: tu esposo/a, tus hijos, tus suegros, tus parientes, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, los empleados, el jefe... Tus prójimos son también los que no te caen bien, los que te han hecho algún mal, los que hablan mal de ti... ¡Dios te pide que los ames a todos!

Esto significa que debes tratar, hablar y hacer con las otras personas, lo mismo que harías contigo mismo. Los católicos debemos ver y amar en cada una de las otras personas a Cristo. Cuando alguien te pide un favor, es Cristo mismo quien te lo pide, cuando veas a una persona necesitada, es Cristo quien necesita de ti. Cuando perdones a alguien, es Cristo a quien amas. En el Evangelio Jesús nos dice: Esto significa que debes tratar, hablar y hacer con las otras personas, lo mismo que harías contigo mismo. Los católicos debemos ver y amar en cada una de las otras personas a Cristo. Cuando alguien te pide un favor, es Cristo mismo quien te lo pide, cuando veas a una persona necesitada, es Cristo quien necesita de ti. Cuando perdones a alguien, es Cristo a quien amas. En el Evangelio Jesús nos dice: "En verdad les digo que cuanto hicieron con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron".

El Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34. No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad.

La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos.

La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida. 1 Jn 4, 8

La Caridad le da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios, Ej. Yo puedo ser amable, sólo con el fin de obtener una recompensa, sin embargo, con la caridad, la amabilidad, se convierte en virtudes que se practica desinteresadamente por amor a los demás. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas.

La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor. 13, 13; y 13, 87.

Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro.

La caridad es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, algo del mundo divino. La caridad es poseer en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama, con su intensidad y con sus características.

La caridad es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. La caridad es amar como Dios, no con la perfección que Él lo hace, pero sí con el estilo que Él tiene. A eso nos referimos cuando decimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, a que tenemos la capacidad de amar como Dios.

Hay que amar a Dios sobre todas las cosas. Si el objeto del amor es el bien, es decir cuando amamos, buscamos el bien, y si Dios es el “Bien” máximo, entonces Dios tiene que ser el objeto del amor. Además, Dios mismo es quien nos ordena y nos recompensa con el premio de la vida eterna.

Obras de Misericordia

No basta pensar que tengo caridad, que amo, no basta sentirlo, no basta decirlo. La caridad se demuestra haciendo obras. El catecismo nos enseña que hay 14 obras de misericordia que son las acciones para ayudar y demostrar el amor a nuestros hermanos.

Obras de Misericordia Corporales

Son las cosas que podemos hacer para amar a nuestros hermanos en sus necesidades del cuerpo. Recuerda, es a Cristo mismo a quien ayudas.

  1. Visitar a los enfermos.

  2. Dar de comer al hambriento.

  3. Dar de beber al sediento.

  4. Vestir al desnudo.

  5. Dar posada al peregrino.

  6. Redimir al cautivo.

  7. Enterrar a los muertos.

Obras de Misericordia Espirituales

Son las cosas que podemos hacer para amar a nuestros hermanos y acercar su alma a Dios.

  1. Enseñar al que no sabe.

  2. Dar buen consejo al que lo necesita.

  3. Corregir al que se equivoca.

  4. Perdonar las ofensas.

  5. Consolar al triste.

  6. Soportar con paciencia los defectos de las otras personas.

  7. Rezar por los vivos y por los muertos.

El AMOR es paciente, servicial, no tiene envidia, no es orgulloso, ni busca su propia ventaja. El amor no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra con la injusticia, sino que se alegra con la verdad. El amor todo lo perdona, todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera. El amor no acaba nunca.

(I Corintios 13, 4-7)

Fuentes: Catholic.net / Corazones.org / Enciclopedia Católica - ACI Prensa / laverdadcatolica.org

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