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HERMANOS PROTESTANTES ¿DÓNDE DEJARON LA SANTA MISA?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al ver programas protestantes por televisión, observo asambleas en las que se da gran importancia a la predicación, a los cantos, a la oración; pero, para nada, aparece la celebración de lo que ellos llaman la Santa Cena. Me pregunto por qué han relegado a un plano más que secundario la Eucaristía. Cuando vamos al Libro de los Hechos de los Apóstoles, nos encontramos con lo que hacían los cristianos de los tiempos apostólicos. Dice el libro de Hechos: "TODOS LOS DÍAS se reunían en el templo, y en las casas PARTÍAN EL PAN con alegría y sencillez de corazón" (Hch 2,46).

Los cristianos de la Iglesia fundada por Jesús, "partían el pan todos los días". Por los escritos de los Padres Apostólicos, sabemos que el primer nombre que recibió la Misa fue "La fracción del Pan". Los primeros cristianos, dirigidos por los Apóstoles, se reunían diariamente en las casas para celebrar la Eucaristía. Sentían la necesidad de alimentarse del Cuerpo y de la Sangre de Jesús. ¿Por qué los hermanos protestantes no sienten la necesidad de alimentarse, por lo menos una vez a la semana, del Cuerpo y de la Sangre de Jesús?

Hay que comenzar por aclarar que hay una diferencia abismal entre lo que los hermanos protestantes llaman la Santa Cena, y la Eucaristía de los católicos. Los protestantes no creen en la "presencia real" de Jesús en la Eucaristía. Para ellos es algo puramente "simbólico"; para ellos la Santa Cena sólo es una "conmemoración" de lo que hizo Jesús en la Última Cena. Los católicos creemos en la PRESENCIA REAL de Jesús en la Eucaristía, en la Hostia consagrada. Cuando el Señor "prometió el Pan de Vida", dijo: de Jesús en la Eucaristía, en la Hostia consagrada. Cuando el Señor "prometió el Pan de Vida", dijo: "Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". El evangelista Juan, que estaba presente, narra que lo que dijo Jesús causó tanto impacto en la gente que abandonaron a Jesús. Comprendieron perfectamente que Jesús hablaba de "comer su Cuerpo" y "beber su Sangre". La gente se exaltó y dijo que eso era "Inadmisible". Jesús no se retractó de sus palabras. Por el contrarío , les advirtió a los apóstoles que quedaban en libertad de marcharse, si querían, es decir, si no "admitían" lo que estaba diciendo (Jn 6,51-66).

El Señor cumplió su promesa, cuando en la Ultima Cena instituyó la Eucaristía, diciendo: El Señor cumplió su promesa, cuando en la Ultima Cena instituyó la Eucaristía, diciendo: "Tomen y coman: esto es mi cuerpo". Tomó luego el cáliz y, dadas las gracias, se lo dio diciendo: Tomó luego el cáliz y, dadas las gracias, se lo dio diciendo: "Beban todos de él, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mt 26,26-29). Jesús, además, les confirió a los Apóstoles el poder de celebrar la Eucaristía, cuando les ordenó: "Hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19). Cuando San Pablo describe cómo fue la Institución de la Eucaristía, recuerda que el Señor les dijo a los Apóstoles: "Hagan esto en memoria mía" (1 Cor 11,23). Aquí, se evidencia que el Señor, en la Ultima Cena, al darles poder a los Apóstoles de "hacer" lo que él "estaba haciendo" en ese momento, los ordenó sacerdotes para que perpetuaran la Eucaristía a través de los siglos.

Las palabras de Jesús son muy exactas en la Ultima Cena. No dijo: "Esto llega a ser mi cuerpo, por la fe del que lo recibe", como afirmaba Lutero. Ni tampoco dijo: "Esto significa mi cuerpo", como creían Calvino y Zunglio. La conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, es lo que teológicamente llamamos "transubstanciación". Los teólogos tuvieron que acuñar un término teológico para indicar que no se trataba de un simple simbolismo, sino de una realidad. Los hermanos protestantes, alegan que lo que Jesús dijo en la Ultima Cena fue puramente metafórico, como cuando dijo: "Yo soy la puerta", "Yo soy la vid". Pero lo cierto es que la gente no se escandalizó cuando Jesús afirmó que era la "puerta" y la "vid", porque en ese momento entendieron bien lo que Jesús estaba afirmando. La gente sí se escandalizó cuando le oyó decir a Jesús que debían "comer su Cuerpo y beber de su Sangre", porque comprendieron bien lo que Jesús estaba afirmando.

La Tradición

La Tradición apostólica nos ayuda a comprender perfectamente lo que Jesús dijo e hizo en la Ultima Cena: lo que comprendieron e hicieron los Apóstoles. San Ignacio de Antioquía (año 107), en su carta a la Iglesia de Esmirna, dice que los herejes (los Docetas) se abstienen de la Eucaristía "porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de Nuestro Salvador Jesucristo que padeció por nosotros" (n.7).

San Justino (año 150), al hablar de la santa comunión, dice: "Es la carne y la sangre de aquel mismo Jesucristo encarnado. Y es así que los Apóstoles en sus Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: 'Hagan esto en memoria mía, éste es mi cuerpo'. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: 'Esta es mi sangre', y que sólo a ellos les dio parte" (Apología, 1,65).

San Ireneo (año 202) dice que el pan y el vino, al recibir "las palabras de Dios, se convierten en Eucaristía, que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo" (Cont. Haer. 5,2). El famoso teólogo, Orígenes, escribe: "Si subes con Cristo a celebrar la Pascua, él te dará en aquel pan de bendición, su propio cuerpo y te concederá su propia sangre" (In Mt 11,14).

Si san Pablo hubiera creído que la Eucaristía era un "simple recuerdo" de lo que hizo Jesús en la Ultima Cena, no hubiera escrito: "Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propio castigo" (1 Cor 11,28-29). San Pablo creía firmemente en la "presencia real" de Jesús en la Eucaristía, por eso recalcaba la gravedad de recibir la santa comunión en pecado grave.

Cuando los católicos meditamos en estas cosas, aumenta nuestra fe en la Eucaristía. Sabemos que estamos en lo que enseñaban los Apóstoles con respecto a la presencia real de Jesús en la Eucaristía. No es posible que genios como Santo Tomás de Aquino, San Agustín y San Ambrosio fueran tan faltos de iluminación del Espíritu Santo que no supieran interpretar la Biblia según la enseñanza de los Apóstoles. No es posible que la Iglesia durante casi 1500 años estuviera enseñando falsedades con respecto al culmen de su culto, la Eucaristía. Razón tenían los eminentes teólogos protestantes John Newman y Max Thurian, cuando, al meditar seriamente en la Biblia, llegaron a la conclusión de que no podían vivir sin la Eucaristía, según la enseñanza de la Iglesia católica. Por eso, aunque tuvieron que abandonar su alto rango en sus respectivas iglesias protestantes, se convirtieron al catolicismo y dieron testimonio de su gozo profundo al haberse encontrado con la Eucaristía católica y con la devoción a la Virgen María.

No se puede repetir

Los hermanos protestantes, basándose en la Carta a los Hebreos (Hb 10,12), que dice que Jesús ofreció su sacrificio una sola vez para siempre, nos achacan que nosotros con la Misa pretendemos "repetir" el sacrificio de Jesús. Que eso no se puede hacer.


Orígenes (año 254) expuso muy bien la mentalidad de la Iglesia apostólica, cuando escribió: "Nuestro sacrificio actual no es menos que aquél (Ultima Cena), porque tampoco este nuestro lo sacrifican los hombres, sino el mismo que también santificó aquel" (Com. En Tm 2,2). Cuando celebramos la Eucaristía, de ninguna manera, pretendemos "repetir" el sacrificio de Jesús. Bien dice la Carta a los Hebreos que Jesús murió una sola vez para siempre (Hb 10,12). Nosotros en la Misa, por la fe, "actualizamos" el sacrificio de Jesús en la cruz. Por medio de la Misa, se nos aplica el valor de la sangre de Cristo: su redención, su salvación.

Un médico puede recetar la medicina más extraordinaria para la curación del enfermo, pero si éste no la toma, continuará sin curarse. Jesús dijo: Un médico puede recetar la medicina más extraordinaria para la curación del enfermo, pero si éste no la toma, continuará sin curarse. Jesús dijo: "El que no come mi cuerpo y no bebe mi sangre, no tiene vida eterna" (Jn 6,53). Estamos seguros de que los Apóstoles, como sacerdotes ordenados por Jesús en la Ultima Cena, celebraron la Eucaristía con la misma fe con que nosotros ahora lo hacemos.

Ningún invento

Muchos de los hermanos protestantes afirman que la Misa fue "inventada" por la Iglesia católica en el año 394, y que en el año 1100 se comenzó a afirmar que la Misa era el "sacrificio incruento" de Jesús. La Tradición apostólica contradice y tira a la basura estas afirmaciones. San Justino escribió su libro Apología (año 150) en el que describe detalladamente cómo era la Misa de los inicios de la Iglesia. Hay que recordar que el último de los apóstoles que murió fue san Juan, hacia el año 100. Esto quiere decir que san Justino estuvo íntimamente relacionado con la tradición puramente apostólica. La Misa, que describe san Justino, es la Misa que celebraba san Juan. Dice san Justino: "El día que se dice del sol (domingo), reunidos todos los de las ciudades y aldeas en una reunión, leemos las Memorias de los Apóstoles y los Escritos de los Profetas, en cuanto el tiempo lo permite. Después, al cesar el lector, el Obispo en una homilía amonesta y anima a imitar tan admirables enseñanzas. Luego nos alzamos y rezamos las plegarias. Acabadas las oraciones, nos saludamos con el ósculo. Después al Prelado de los hermanos se le trae el pan y vino con un vaso de agua. Recíbelos el Prelado u en alta voz prorrumpe en palabras y glorificaciones del Padre de todas las cosas, y el pueblo exclama diciendo: 'Amén'. Ahora viene la distribución y la participación, que se hace a cada uno de los alimentos consagrados por la acción de Gracias y su envío por medio de los Diáconos a los ausentes" (Apología 1,69).

En la preciosa y detallada descripción, que san Justino hace de la Misa de su tiempo, podemos apreciar las partes esenciales e nuestra actual Eucaristía: Allí, en primer lugar, se menciona que la Eucaristía la celebraban el "día del sol", es decir, el primer día de la semana, que nosotros, ahora, llamamos Domingo, día del Señor. Aparece la Liturgia de la Palabra: se leen las Memoria de los Apóstoles , y los Escritos de los Profetas: Antiguo y Nuevo Testamento. Se hace alusión a la homilía del Obispo, al ofertorio (pan, vino, agua). A la plegaria eucarística, al ósculo de la paz. Lo que san Justino detalla permanece en la Misa de la Iglesia apostólica, que concuerda con nuestra actual Misa.

Cuando los hermanos protestantes afirman que la Misa la inventó la Iglesia en el año 394, sencillamente, están mal informados. La Eucaristía en su esencia fue instituida por el mismo Jesús en la Ultima Cena. Luego la Iglesia fue introduciendo algunas ceremonias y ritos para darle forma a la liturgia eucarística. A través de los tiempos ha habido variaciones con respecto a algunas ceremonias y ritos. Lo esencial de la misa, como lo describe san Justino en el año 150, ha quedado intocable, porque es la misa de la Iglesia del tiempo de los Apóstoles.

No hay que pasar por alto que varias denominaciones protestantes se han quedado con una misa bastante parecida a la de los católicos; por ejemplo los anglicanos. Esto nos hace ver que, en un principio, para muchos protestantes no era algo "supersticioso" y hasta "diabólico", como algunos de ellos afirman acerca de la misa de la Iglesia Católica (Universal).

El Sacerdote

Los hermanos protestantes no admiten de ninguna manera la existencia del sacerdote católico. Alegan que "todos somos pueblo de sacerdotes". En realidad, todos los bautizados formamos un pueblo de sacerdotes, así lo expresa san Pedro cuando escribe: "Ustedes son linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que nos ha llamado a su admirable luz" (1 P 2,9). Además del "sacerdocio común de todos los bautizados", en nuestra Iglesia existe el "Sacerdocio ministerial". El Catecismo de la Iglesia católica nos especifica en qué consiste este sacerdocio, cuando dice: "El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo mediante la enseñanza, el culto divino y por el gobierno pastoral" (n. 1592).

En el Antiguo Testamento, también se hablaba de un "sacerdocio común" de los israelitas. El Señor les había dicho: "Ustedes serán un reino de sacerdotes" (Ex 19,6). Sin embargo, había un "sacerdocio" específico al que únicamente le era lícito ofrecer los sacrificios. El Libro de Crónicas recuerda cómo Dios castigó severamente al Rey Ozías por haberse apropiado el oficio de sacerdote (2 Cr 26). También, ahora, en la Iglesia, existe el "sacerdocio ministerial", de los que han recibido el Sacramento del Orden. Es representante de Jesús ante la comunidad. Como decía san Agustín: "Pedro bautiza, Jesús bautiza; Judas bautiza, Jesús bautiza". Es Jesús que en cada sacramento actúa en la persona del sacerdote.

Los hermanos protestantes, al rechazar el "sacerdocio ministerial" de la Iglesia Católica, siguen la teoría del fundador del Protestantismo, Lutero, que al verse confrontado con la autoridad de la Iglesia, se sirvió de la enseñanza bíblica del "sacerdocio común" de los bautizados para enseñar que cada cristiano es un sacerdote y maestro y, por ende, independiente a toda comunión eclesiástica. El teólogo, Johann Möhler, al comentar esta enseñanza de Lutero, apunta: "Como no podía evocar a los Apóstoles en persona para recibir de ellos poderes en nombre de Cristo, no tuvo otro remedio que apelar a sus propios poderes recibidos de forma invisible e interna. Y de ahí vienen las consecuencias, apenas comenzaron a circular las opiniones de Lutero y se las puso en práctica, cuando los hombres más ajenos a toda vocación se tenían por llamados al magisterio, y se produjó una confusión general" (Simbólica, ob. cit. pág.449). Muy distinto criterio muestra san Pablo en cuanto a la jerarquía en la Iglesia; en su misma carta Pablo pregunta: "¿Acaso todos son apóstoles, todos profetas, todos maestros?" (1 Cor 12,29).

El libro de Hechos aclara que los Apóstoles sabían que la Iglesia de Jesús tenía que continuar para siempre. Por eso dice el libro de los Hechos: "Designaron presbíteros en cada Iglesia" (Hch 14,23). San Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo que no debe olvidar el don del ministerio que recibió. Pablo le escribe: "Por eso te recomiendo que avives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos" (2 Tim 2,6). Por medio de la "imposición de manos" se llevaba a cabo la ordenación sacerdotal. Es por eso mismo que San Pablo le recomienda a Timoteo que debe tener mucho cuidado antes de ordenar sacerdote a alguno. Escribe Pablo: "No te precipites en imponer las manos a nadie y así no te harás partícipe de los pecados ajenos" (1 Tim 5,22).

La Tradición apostólica recoge documentos muy valiosos al respecto de la jerarquía en la Iglesia. San Ignacio de Antioquía (año 107), que vivió con los Apóstoles Pedro y Pablo, escribe: "Todos deben obediencia al Obispo, como Cristo al Padre; y a los Sacerdotes como a los Apóstoles" (Carta a Tral.). También en su misma carta, escribe San Ignacio: "Todos igualmente respeten al Diácono como enviado de Cristo, al Obispo como a Cristo y a los Sacerdotes como al Senado y Concilio de los Apóstoles" (Carta a Tral.). Aquí se puede apreciar con evidencia que la iglesia apostólica, cuya mentalidad refleja San Ignacio, es una Iglesia eminentemente jerárquica: se habla de obispos, sacerdotes, diáconos, Senado. Se insiste en la obediencia.

La Carta a los Hebreos recoge un bello retrato de lo que es el sacerdote en el pensamiento bíblico, cuando dice: "Todo sumo sacerdote, en efecto, es tomado entre los hombres a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Está en grado de ser comprensivo con los ignorantes y los extraviados, ya que él también está lleno de flaquezas, y a causa de ellas debe ofrecer sacrificios por los pecados propios, a la vez que por los del pueblo" (Hb 5,1-4).

Para nosotros, la Misa y el sacerdote son grandes regalos que Jesús dejó a su Iglesia para perpetuar la aplicación de los frutos de su sacrificio en la cruz. La Biblia como la Tradición dan fe de lo que han sido para la Iglesia la Eucaristía y los sacerdotes. Una Iglesia sin Eucaristía no es la Iglesia de Jesús. Una Iglesia sin sacerdotes no es la Iglesia que fundó Jesús.

Fuente: "Dificultades con nuestro Hermanos Protestantes" Padre Hugo Estrada, SDB

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