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Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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101. La hiena y el auxilio que viene del Cielo 1876 (MB. 12,166).

El 7 de abril de 1876 el secretario de Don Bosco que dormía en la habitación cercana, oyó que el Santo gritaba por la noche diciendo: ¡Antonio!, ¡Antonio!A la mañana siguiente le preguntó si había dormido bien y le contó que lo había oído gritar.

Don Bosco le narró lo siguiente: Soñé que estaba en el último tramo de una escalera en un sitio muy estrecho y que se me presentaba una hiena dispuesta a atacarme. No sabiendo cómo librarme de este antipático animal empecé a pedir auxilio a mi hermano Antonio, que hace muchos años que se murió.

Finalmente avanzó la hiena hacia mí con las fauces abiertas, y yo viendo que nadie venía a auxiliarme agarré la hiena por el pescuezo, lleno de angustia ante tan grande peligro.

Pero en ese momento llegó de los montes un pastor que me dijo las palabras del Salmo 121: “Levantó los ojos a los montes. ¿De dónde me vendrá mi auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el Cielo y la tierra”. Y añadió: “Cuanto más se baje y se humille una persona, tanto más auxilio y gracias recibirá del Cielo”. Este animal solamente le hace daño al que le da importancia y al que busca el peligro.

Enseguida me desperté.

Nota: Parece que el pastor hacia alusión a aquella frase de San Agustín: – “El pecado y los enemigos del alma son como el fuego y ciertas fieras: no te hieren si no te acercas demasiado y si les tienes demasiada confianza. Pero el que ama el peligro, perecerá en él”.

Y aquella otra frase tan famosa y tan antigua: – “¿Sabes por qué los valles reciben tantas aguas? Porque están muy bajos. ¿Sabes por qué las altas lomas están estériles y resecas? Por estar tan elevadas. Así pasa en lo espiritual: los que se humillan recibirán ríos de gracias y de ayudas de Dios. Los que se enorgullecen y se elevan vanidosamente se quedarán secos y sin muchas ayudas espirituales”.

102. El Papa Pío IX visitando la casita donde nació Don Bosco 1876.

Este sueño como el anterior lo tuvo Don Bosco estando en Roma en 1876.

Soñé que estaba en mi pueblo Castelnuovo y en mi vereda I Bechi y que llegaba allí el Sumo Pontífice Pío IX. No podía creer que fuera él pero al fin me animé a preguntarle: – ¿Cómo así, el Santo Padre, no ha traído la carroza? Y me respondió: – Mi carroza es la fidelidad, la fortaleza, la amabilidad.

– Yo ya he llegado al fin.

Yo le dije emocionado.

– No, no, Santo Padre. Hasta que no se logren arreglar los asuntos de nuestra Congregación no se puede morir.

Entonces apareció la carroza del Sumo Pontífice y en vez de caballos había tres animales llevándola: una cabra, un perro y una oveja. Pero al llegar a cierto sitio del camino los animales ya no fueron capaces de hacerla mover y el Papa se encontraba cada vez más agotado.

Yo estaba apenado de no haberlo invitado a mi casa a tomar una merienda, pero me decía: Cuando lleguemos donde el Señor Cura párroco le ofreceremos alguna atención.

Como la carroza estaba atascada entre el barro y no se podía mover, yo le puse el hombro al eje de atrás y la levanté. El Santo Padre me empezó a decir: – Si estuviera en Roma y lo vieran haciendo esos oficios se le burlarían.

Y mientras estaba tratando de sacar la carroza de allí… me desperté.

Nota: La primera parte de lo Don Bosco vio en este sueño se hizo realidad cuando en 1988, al cumplirse el primer centenario de la muerte del Santo, el pueblo y la casita de Don Bosco tuvieron un inmenso honor de recibir la visita del Sumo Pontífice Juan Pablo II, gran amigo y admirador de nuestro Padre. El gráfico que está en el encabezamiento de este sueño es un mural que fue pintado en el Templo parroquial de Castelnuovo como recuerdo de la visita del Santo Padre a conmemorar al más famoso hijo de ese pueblo, Don Bosco.

La imagen de este Santo levantando la carroza atascada entre el barro, es muy diciente. Él con sus comunidades y su santidad dio un gran impulso a las obras de evangelización y educación en muchísimas partes del mundo.

El Papa Pío IX murió dos años después de la fecha de este sueño.

103. La fe: Nuestro escudo y nuestro triunfo 1876 (MB. 12,300).

El 28 de junio Don Bosco les dijo a los alumnos en su discursito antes de que se fueran a dormir.

– Tengo que contarles un sueño interesante. Pero ya son las 9 y tendría que resumirlo demasiado para no trasnocharlos.

Se oyeron gritos generales en el alumnado: – ¡Cuéntelo!, ¡cuéntelo! – Como es un sueño algo complicado, y se lo quiero contar despacio y con todos sus detalles, lo vamos a dejar para una próxima vez que venga a hablarles porque ya esta noche hemos hablado de otros temas. Lo que sí les advierto es que es un sueño que producirá un poco de miedo, pues a mí también me asustó bastante. Pero dejémoslo para la próxima vez.

Los centenares de jóvenes y todo el personal de profesores y de religiosos esperaban con emoción la narración del sueño y la noche del 30 de junio, fiesta del Corpus Christi comenzó el Santo a hablar de esta manera: – No les quería contar este sueño por no atemorizarlos. Pero después pensé, si les hace bien, contémoslo.

Yo venía pidiéndoles a Nuestro Señor desde hace bastante tiempo que me hiciera conocer en qué estado se hallaban las almas de mis discípulos, y qué remedios debo emplear para alejar de cada uno sus vicios y malas costumbres.

Y Dios tan bueno me hizo ver claramente el estado en el que se halla el alma de cada uno, y no sólo eso, sino también lo que les espera en el futuro.

También le he pedido mucho a la Santísima Virgen que ninguno de mis discípulos le conceda hospedaje al demonio en su corazón y espero que Ella me consiga esa gracia.

Soñé que estaba con mis queridos jóvenes en el patio del Oratorio, al atardecer cuando ya las sombras comienzan a oscurecer el Cielo. Me rodeaba un grupo inmenso de muchachos, como lo acostumbran hacer en señal de cariño. Unos saludaban, otros preguntaban algo y yo le decía una palabra a uno y otra a otro.

De pronto se oyó un griterío en el extremo del patio y un ruido grandísimo y todos los jóvenes empezaron a correr muy asustados. Muchos gritaban y se quejaban. Yo quería saber de qué se trataba, pero algunos se acercaron y me dijeron: – Cuidado no vaya para allá porque ha llegado un monstruo que lo puede devorar. Huya con nosotros.

El primer león. Dirigí la vista hacia el sitio donde se sentían los rugidos y vi un monstruo que a primera vista parecía un terrible león, inmensamente grande. Su cabeza era enorme y su boca abierta parecía hecha para devorar. De ella salían dos grandes y agudísimos colmillos que parecían cortantes espadas.

El animal se acercaba amenazante ante nosotros, lento, seguro, como quien sabe que va a conseguir presa para devorar.

Nosotros estábamos atemorizados y los jóvenes se reunieron alrededor mío, y con los ojos fijos en mí me preguntaban: – ¿Don Bosco qué debemos hacer? Yo les dije: – Volvíamos hacia la imagen de la Santísima Virgen, arrodillémonos y recémosle a Ella con más devoción que otras veces para que nos libre de este peligro. Si se trata de un animal feroz, la Virgen lo vencerá, y si es un demonio, la Madre de Dios lo hará huir. No tengan miedo: la Madre Celestial se preocupa por nuestra salvación.

La fiera continuaba acercándose en actitud de preparar el salto para arrojarse contra nosotros.

Nos arrodillamos y comenzamos a rezar. Pasaron unos minutos de verdadero terror. La fiera había llegado ya tan cerca que de un salto podía caer sobre nosotros. Cuando de pronto, sin saber cómo, nos vimos trasladados todos a un gran salón, en medio del cual estaba la Santísima Virgen.

Nuestra Señora resplandecía con luces maravillosamente hermosas y estaba rodeada de muchos ángeles y Santos. Ella nos habló amablemente diciéndonos: – No tengan miedo. Esto es solamente una prueba a la cual los quiere someter mi Divino Hijo.

Junto a la Virgen, resplandecientes de gloria, vi a varios salesianos que han muerto, y a mi hermano José y a un religioso de La Salle, hermano cristiano. Allí estaban además muchos amigos nuestros que han muerto y vi también a varios que aun están vivos.

Y una voz gritó: – Levantemos el corazón.

Y explicó: – Hay que reavivar nuestra fe. Hay que elevar nuestro corazón hacia Dios. Hagamos actos de amor a Nuestro Señor y de arrepentimiento, y hagamos esfuerzos de voluntad para rezar con mayor fervor. Confiemos más en Dios.

Luego se oyó otra voz que decía:- Levantémonos y subamos.

Y sin saber cómo, nos sentimos elevados por los aires hasta muy alto.

Casi hasta la altura del techo del gran salón. Todos estábamos en el aire y yo me sentía maravillado de que no cayéramos.

Aumenta el número de atacantes. Y he aquí que el monstruo que habíamos visto en el patio, penetró en el salón acompañado de innumerable cantidad de fieras de diversas clases, dispuestas todas a atacarnos. Nos miraban, levantaban el hocico, y sus ojos parecían llenos de sangre. Yo, allá arriba, agarrado de una alta ventana pensaba: – Si me llegó a caer de aquí, las fieras harán conmigo una gran carnicería.

Y en ese momento oímos que la Virgen Santísima empezó a cantar aquella frase de San Pablo: “Que cada uno se arme con el escudo de la fe, para que pueda resistir los ataques del enemigo”. (Efesios, 6,16). Era un canto tan armonioso, tan bello, tan lleno de melodías, que a nosotros nos parecía estar en el Cielo. Y se oía como si cien hermosas voces cantaran al mismo tiempo.

Los escudos. Y enseguida partieron de junto a la Virgen muchos jovencitos como llegados del Cielo, que traían unos escudos y colocaban uno frente a cada uno de nuestros alumnos. Los escudos eran grandes, hermosos, resplandecientes. En ellos se reflejaba una luz celestial. Cada escudo era de acero en el centro y estaba rodeado de un círculo de diamantes irrompibles, y el borde era de oro muy fino. El escudo representaba la fe. Cuando todos tuvimos cada uno nuestro escudo, se oyó una voz potente que decía: – ¡A la lucha! Y en ese momento todos bajamos y caímos suavemente hacia el suelo, y cada uno empezó a luchar con las fieras que tenían en frente, defendido por su escudo. Aquellos monstruos empezaron a atacarnos con todas sus armas destructoras, pero les poníamos en frente nuestros escudos y se les partían los dientes y se les caían las uñas y tenían que alejarse. Llegaron luego otras manadas de feroces fieras pero les sucedía lo mismo que a las anteriores. La lucha fue larga y feroz, pero al fin oímos la hermosa voz de la Santísima Virgen que nos repetía la frase del apóstol San Juan: “Esto es lo que consigue victoria sobre el mundo: nuestra fe” (1 Jn. 5,4).

Al oír tales palabras, aquella multitud de fieras espantadas se dio a precipitada fuga. Y nosotros quedamos libres.

Entonces me puse a fijarme en los que llevaban el escudo de la fe. Eran miles y miles. Allí había muchos amigos que ya han muerto y muchos que aun están vivos. Y otros que vendrán en tiempos futuros.

Los ojos de los jóvenes no lograban apartarse de la Santísima Virgen. Ella entonó un canto de acción de gracias a Dios tan hermosos, que yo creo que sólo en el paraíso se podrá oír algo igual.

Nuevo y feroz ataque. Pero nuestra alegría se vio alejada de improviso por una serie de gritos y quejidos en el patio. Me asomé y vi una escena horrible: el patio estaba lleno de muertos, de heridos y de moribundos. Los monstruos habían vuelto y los destrozaban con sus colmillos, dejándolos llenos de heridas.

Y el que hacia la carnicería más espantosa era una especie de oso, que con sus dos colmillos que parecían dos afiladas espadas, hería sin compasión a los jóvenes en el corazón y los dejaba muertos.

El oso furioso se dirigió hacia mí tratando de atacarme y de atacar a los que estaban junto a mí. Pero al ver que teníamos el escudo de la fe no se atrevió a acercarse más.

Y entonces pude ver que sus dos colmillos tenían cada uno un nombre: El uno se llamaba OCIO: perder el tiempo. Y el otro colmillo se llamaba: GULA: comer o beber más de lo necesario.

Yo no me podía explicar cómo entre los que viven en nuestras casas donde se trabaja tanto, pudiera existir el OCIO, y cómo nuestros alumnos tan pobres puedan comer o beber de GULA.

Y una voz me explicó todo de la siguiente manera: El OCIO, o perder el tiempo, significa que se pierden muchas medias horas. Ocio no significa solo no trabajar, sino que quiere decir también dejar volar la imaginación a pensar cosas peligrosas. Ocio es no estudiar las lecciones o no hacer las tareas.

 

Ocio es dedicar el tiempo a lecturas mundanas, inútiles o dañosas. Ocio es cruzarse de brazos y dejar que los otros hagan solos los oficios sin ayudarles. Ocio es estar con desgana y sin atención en la Iglesia y hasta demostrar fastidio en los actos de piedad y devoción.

El ocio, el estarse sin hacer nada, es causa de muchas tentaciones y de muchísimos pecados. Insístales a sus discípulos que si ocupan bien su tiempo cumpliendo exactamente sus propios deberes conservarán la castidad y las demás virtudes y no caerán en las trampas que les tienen preparadas los enemigos de la salvación.

– ¿Y la gula? ¿El comer o beber demasiado? La voz me dijo: Se peca de gula cuando se come o se bebe más de lo necesario. Se duerme de gula cuando se duerme más de lo necesario (dormir demasiado es tan dañoso como comer demasiado). Se peca de gula cuando se le dan al cuerpo más gustos de los que se le deberían dar en el descanso, en el comer, en el beber.

Yo di las gracias por estás enseñanzas tan bellas y tan prácticas y quise acercarme a la Santísima Virgen para saludarla, pero oí nuevamente gritos en el patio y quise salir a ver que sucedía y en ese momento me desperté.

104. Las ovejas fieles y las ovejas desertoras 1876 (MB. 12,331).

La noche de la fiesta de Santa Ana (26 de julio de 1876) soñé lo siguiente: Vi que un pastor llevaba un año cuidando muy bien a sus ovejas y que estaba contento porque como premio de sus fatigas iba a conseguir muy buena lana y muchos beneficios más.

Pero cuando llegó el tiempo de recoger la lana se dio cuenta de que faltaban varias de sus ovejas. Preguntó cuál era la razón y le respondieron: – Vino otro hombre, les propuso darles mejores pastos, e ilusionadas con él, esas ovejas se marcharon.

El pastor se puso muy triste y exclamó: – Pobre de mí: tanto que trabajé, tanto que me esforcé por mis ovejas y no he logrado conseguir las frutos que deseaba.

Perdí mi tiempo, mi trabajo y los gastos que hice.

Pero las ovejas que habían permanecido fieles le respondieron: – No, no has perdido tu trabajo. Nosotros te compensaremos por las que fueron infieles y se alejaron. Nosotros te daremos ganancias por las que se fueron.

Y el pastor se puso muy contento y demostró en adelante un gran cariño por estás ovejas tan fieles.

Propongo un premio para el que me diga qué enseñanzas trae este sueño.

Explicación: El Padre Maestro de novicios que llevaba un año formándolos, le escribió a Don Bosco contándole entristecido que varios se habían ido a sus casas o se iban a ir. El Santo le respondió contándole este sueño.

105. Trabajo y templanza 1876 (MB. 12,393).

1a. Parte: El toro y la humildad.

Este es uno de los sueños más importantes de nuestro Santo. Lo narró así: Anoche tuve un sueño que me parece rico en importantes enseñanzas.

Vi que con mis discípulos llegábamos a un campo y que un personaje desconocido nos decía: – Quiero librarlos de un gran peligro. Es un toro furioso que destroza a los que pasan por su camino.

Y me recomendó: – Dígales a sus discípulos que tan pronto oigan el rugido del toro, que es feroz y muy grande, se lancen inmediatamente al suelo y permanezcan así boca abajo, con la cara vuelta hacia tierra, hasta que el toro se haya alejado. Los que no acepten humillarse por tierra y quedarse así, estarán irremediablemente perdidos. Que recuerden aquella frase del Evangelio que dice: “Los que se humillan serán enaltecidos, pero los que se enorgullecen serán humillados”.

Y de pronto se oyó el terrible rugido del toro y mis discípulos muy obedientes hicieron dos filas a lado y lado del camino y se echaron a tierra y permanecieron con la cara vuelta hacia el suelo.

Se oyó el espanto rugido del toro y llegó aquel animal terrible. Tenía unos cuernos con los cuales hacia verdaderos estragos. Todos temblábamos de susto. Al toro le aparecieron hasta siete cuernos. Pero con los dos de enfrente era con los que más destrozaba.

Y se oyó una voz que decía: – Ahora se verán los efectos de la humildad.

Y, ah maravilla, en un instante, todos los que estábamos postrados y echados por tierra, con la cara contra el suelo, fuimos levantados por los aires de manera que los cuernos del tono no nos alcanzaban a tocar.

Pero los orgullosos, los que se habían quedado de pie en vez de echarse por el suelo, fueron todos destrozados por los cuernos del feroz animal. Y la voz dijo: – Esto sucede a los orgullosos. El que se enorgullece será humillado.

El toro levantaba los cuernos queriendo alcanzarnos y herirnos pero no lo logró porque estábamos bien altos. Entonces enfurecido se fue a buscar a otras fieras más que le ayudaran a alcanzarnos.

El toro es el enemigo de las almas. Tiene hasta siete cuernos, que son los pecados capitales (orgullo, avaricia, ira, impureza, gula y pereza). Pero a los que se mantienen humildes no los logra destrozar con estos pecados.

2a. Parte: Las fieras y la Eucaristía.

Vi luego que nos dirigíamos todos a una Iglesia y que nos arrodillábamos ante el Santísimo Sacramento del altar y nos dedicamos a rezar devotamente. Y en ese momento llegaron muchos otros toros furiosos con cuernos terribles y nos querían atacar pero no se nos pudieron porque estábamos rezando a Nuestro Señor (se cumplía lo que dijo Jesús: “Ciertos espíritus malos no se alejan sino con la oración y el sacrificio”.).

3a. Parte: Las dos condiciones para el éxito.

Llegamos a un extenso campo y el desconocido me dijo: – Ahora vas a ver lo que espera a la Comunidad Salesiana.

Me hizo subir a una altísima roca y desde allí logré ver una llanura tan grande como nunca me había imaginado que pudiera haber algo tan inmenso. Parecía que desde allí se veía toda la tierra.

Y aparecieron allí personas de todos los colores y razas y con vestimentas de los más diversos países de la tierra. Allí cerca de mí había salesianos que conducían enormes grupos de muchachos italianos. Los logré reconocer. Luego hacia el sur vi muchos salesianos de Sicilia y del África dirigiendo grandes multitudes de jóvenes. Miré hacia el oriente y vi muchos jóvenes del Asia conducidos por los salesianos. A los salesianos de la primera fila los conocía. Los demás me eran desconocidos. Miré hacia el norte y hacia el occidente y por todos lados, enormes grupos de muchachos marchaban dirigidos por los salesianos.

Y el personaje me explicó: – Este es el campo inmenso que espera a los salesianos. Un campo sin límites espera a tus discípulos. Has visto a unos que conoces y a otros que no te son conocidos. Eso significa que los salesianos trabajarán por las almas en este siglo, en el siglo siguiente y en los siglos futuros. Pero con una condición: para conseguir estos éxitos que has visto se necesita que tengan estas palabras como su lema, como su palabra de orden, como si distintivo. Las palabras son: El trabajo y la templanza han florecer la Congregación Salesiana. Estas palabras hay que explicárselas, hay que repetírselas muchas veces y hasta escribir algún librito que explique el significado de esas dos palabras. Es necesario tratar de convencerlos de que el trabajo y la templanza son la herencia que le dejas a la Congregación, y al mismo tiempo su gloria.

Templanza es dominarse a sí mismo: ser sobrio y mortificado en el comer, en el beber, en el dormir y en el descansar. Es cumplir aquello que dijo Jesús: “Quien desea ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, que se domine a sí mismo”).

Yo le respondí: – Estoy muy de acuerdo con todo esto. Es lo que recomiendo a mis discípulos día tras día y siempre que se me presenta la ocasión.

Y la voz siguió diciéndome: – Hay que decirles con toda claridad que mientras cumplan estos dos lemas: Trabajo y Templanza (estar siempre muy ocupados y saber mortificar sus sentidos y sus pasiones) tendrán seguidores al norte y al sur, al oriente y al occidente. Que cada uno se proponga ser un modelo en esto. Que cumplan lo que recomienda el apóstol: “Sean sobrios y estén atentos y vigilantes, por que el enemigo, el diablo, da vueltas como león rugiente, buscando a quién devorar” (San Pedro 5,8).

El dominar los sentidos y la sensualidad es el paso número uno para obtener personalidad.

4a. Parte: Los cuatro clavos.

El guía me hizo luego un cartelón donde estaban pintados cuatro clavos y me dijo: “Estos son los cuatro clavos que atormentan y acaban con las congregaciones religiosas. Son como los cuatro clavos que atormentaron a Cristo en la cruz.

Si en la Congregación Salesiana los logran tener alejados, todo marchará muy bien y llegarán a la santidad.

Y me explico: El primer clavo lleva escrita una frase de San Pablo que dice: “Su dios es el vientre”. Significa comer demasiado, beber demasiado. No ser mortificados en el comer y en el beber.

El segundo clavo lleva escrita otra frase del apóstol que dice: “Buscan lo suyo propio y no lo que es de Jesucristo”. Son los que lo que buscan no es el Reino de Dios o la salvación de las almas, sino su propia comodidad, el darle gusto a su orgullo y a su vanidad y el ayudar sólo a sus familiares. Si se aleja este modo de comportarse, la Congregación prosperará.

El tercer clavo lleva otra frase de la se que dice: “Su lengua es como el veneno de una víbora venenosa” (Salmo 140). Son los murmuradores, los que siempre viven criticando, los chismosos que cuentan a otros lo que han dicho contra ellos. Son un clavo fatal para las comunidades.

Y el cuarto clavo tiene escrita esta frase: “Ocio, malgastar el tiempo”. Son los que pasan horas y horas sin hacer nada que valga la pena. Cuando a una comunidad llegan estos individuos que se la pasan sin hacer nada, la comunidad va hacia la ruina. Pero cuando todos se dedican a trabajar con toda su alma, la comunidad progresa.

Luego el guía me mostró otra frase del Libro Santo que decía: “Son como una serpiente escondida entre la hierba, como una víbora en el camino por donde hay que pasar” (Génesis 49,17). Son esos individuos que no les tienen confianza a los superiores, que jamás hablan con ellos, que se guardan todo lo que sienten y nunca lo dicen. Estos tales son verdaderos flagelos para las comunidades. Los que obran mal si son descubiertos pueden ser corregidos, pero éstos son solapados, hipócritas y no nos damos cuenta del mal oculto que andan haciendo, y cuando se les descubren ya no hay tiempo para remediar el mal que han hecho. Esta clase de gentes hay que mantenerlas alejadas de la Congregación.

Yo me propuse escribir estos consejos tan sabios, y cuando iba a comenzar a escribir, vi que los jóvenes empezaban a llegar asustados y oí el mugir del toro que llegaba embistiendo, y fue tal el susto que sentí que… me desperté.

Conclusión: Qué buena conclusión de todo esto fuera que nos propusiéramos practicar cada día el lema de Trabajo y Templanza y evitar siempre los cuatro clavos tan dañosos: la gula, el orgullo, la murmuración y el ocio. Y en vez de obrar ocultos como serpiente en la hierba, ser francos y sinceros con los superiores. De esta manera podremos hacerle un gran bien a nuestra alma y al mismo tiempo hacer muchísimo bien a otras almas.

Le pedí a Nuestro Señor que me iluminara algo más acerca de lo importante que es el cumplir el lema de Trabajo y Templanza, y me volví a dormir. Y vi un bellísimo jardín lleno de las flores más hermosas que se pueda uno imaginar. Y me fue dicho esa será tu comunidad si se observa tu lema de Trabajo y Templanza.

Luego el jardín se convirtió en una pocilga donde había los animales más asquerosos y repugnantes que uno pueda imaginarse y allí había un hedor inaguantable, y me fue dicho: “En eso se convertirá la comunidad si no se obedece el lema de Trabajo y Templanza. El hedor me produjo tanto asco que me desperté, y quedé por bastante tiempo con la impresión de aquella escena tan repugnante y horrible.

Hagamos caso a lo que se nos ha aconsejado hoy, y seremos felices. (MB. 12,401).

106. La flioxera (o Roya o Broca o Plaga) de las uvas 1876 (MB. 12,404).

En una noche de octubre de 1876, mientras muchos de mis discípulos estaban haciendo los Retiros Espirituales, soñé que llegaba a un inmenso salón lleno de religiosos y que ellos me decían: – ¿Está pensando qué debe decir a sus discípulos al final de los Retiros Espirituales? Pues… hábleles de la Flioxera; que huyan de la Flioxera. Dígales que si se esfuerzan por tener alejada la Flioxera; entonces sí la comunidad tendrá una larga vida y logrará hacer mucho bien a las almas.

Yo les pregunté: – ¿Y de qué flioxera hablan ustedes? – Pues de esa flioxera que ha acabado y llevado a la ruina a tantas comunidades religiosas y aun a muchas les impide hacer el bien que deberían hacer.

Y como yo no entendía qué era lo que me querían decir, se adelantó un personaje amable y venerable y me dijo: – Te voy a explicar. La flioxera (o roya o broca) es una enfermedad que les viene a las plantaciones y las destruye. Está compuesta por millones y millones de pequeñísimos microbios.

Y cuando aparece en una planta, no pasa mucho tiempo y ya todas las plantas de los alrededores están infectadas del mismo mal, aunque estén a cierta distancia. Cuando aparece esta enfermedad la infección se extiende rápidamente y los frutos y la cosecha que se esperaba recoger queda todo arruinado. ¿Y cómo se propaga? El viento va transmitiendo la enfermedad de planta en planta. Es una desgracia que se propaga rapidísimamente.

– Y esa flioxera es la murmuración, que se propaga rapidísimamente y lleva la enfermedad de la desobediencia a muchas personas.

– ¿Y qué más les produce la flioxera, o sea la murmuración? El anciano venerable me respondió: – Los males que provienen de la murmuración son incalculables. Lo primero que hace marchitar en las casas a donde llega es la caridad (la murmuración es un baldado de agua fría sobre la pequeña llama de la caridad). La murmuración enfría y apaga el deseo de salvar almas y hace perder mucho tiempo que se podía emplear en hacer el bien. Y el mal ejemplo que se recibe de los murmuradores hace que en ellos se cumpla lo que dice el Libro del Eclesiástico: “El murmurador se hace antipático ante Dios y ante los hombres”. No hace falta que el murmurador pase de una casa a otra: basta que allá se sepa lo que él dijo murmurando y así el mal se va extendiendo de casa en casa. Este fue el mal que acabó con muchas comunidades religiosas.

– ¿Pero y cómo poner remedio a este mal tan grande? El personaje me dijo: – No basta con remedios tibios. Hay que tomar medidas serias y fuertes. Para atacar la flioxera no basta con fumigar.

Basta una planta infectada para que ella infecte toda la plantación y se pase a otras fincas. Por eso es necesario cortar la planta, y ojalá quemarla, y si son bastantes las plantas infectadas, hay que cortar todas las que tienen esa enfermedad. Así tiene que ser en las comunidades: al murmurador, al que rechaza las órdenes recibidas, al que desprecia los reglamentos, al que siembra discordias y descontento entre los demás, hay que alejarlo sin contemplaciones, sin dejarse vencer por una peligrosa tolerancia. A veces se siente lástima al tener que castigar a un individuo porque tenemos amistad con él o porque tiene cualidades muy especiales, o porque su gran ciencia trae prestigio a nuestra Congregación. ¡Cuidado!, no hay que dejarse llevar por esa consideración. Esos individuos difícilmente cambiarían de modo de ser. No digo que su conversión sea imposible, pero me atrevo a asegurar que es muy rara la posibilidad de que abandones su costumbre de murmurar, de criticar y de hacer mal ambiente.

Dirían algunos, ¡pero es que si se van, pueden portarse todavía peor allá en el mundo! Allá ellos, pero nosotros no podemos dejar esos individuos en la Congregación porque acabarían con todo.

– ¿Y si en la Congregación hubiera esperanza de que cambiaran? – ¡Cuidado! Es preferible que se vaya uno de ellos y no exponerse a que se quede infectando con su murmuración y su rebeldía a toda la plantación del Señor. Tienes que hablar muy seriamente de esto a los que dirigen la comunidad.

Le di las gracias al amable personaje por estas enseñanzas tan importantes y en ese momento sonó la campana para la levantada y me desperté.

107. Aparición de Domingo Savio 1876 (MB. 12,494).

La noche del 22 de diciembre de 1876, fue memorable en el Oratorio o colegio de Don Bosco en Turín, pues aquella noche narró uno de sus más importantes y hermosos sueños. Hizo reunir a todo el personal de la casa, alumnos, profesores y religiosos, para contarles un sueño que dos días antes les había prometido narrarles. Es de imaginar la expectación general que había por escucharlo.

Cuando lo vieron aparecer en la cátedra lo recibieron con entusiastas aplausos como sucedía cada vez que reunía a todo el personal de la casa para hablar de algún tema de especial interés. Apenas indicó que iba a comenzar a hablar se hizo un profundo silencio. Y él habló así: La noche del 6 de diciembre, comencé a soñar y me pareció que estaba en una pequeña altura frente a una llanura que parecía de cristal. Allí había las flores más bellas que uno se pueda imaginar y los frutales más exquisitos que desear se pueda. Además se veían por allí muchísimos edificios tan elegantes y tan lujosos que para la construcción de uno solo de ellos parecía que hubieran gastado todos los tesoros del mundo. Yo me decía: – Ah, si mis jóvenes pudieran venir a gozar de la vista de estás bellas flores y a gustar estos frutos tan sabrosos y a vivir en estás casas tan lujosas.

Y en esos momentos llegó a mis oídos una música maravillosa como entonada por cien mil instrumentos musicales, tan bella como ningún famoso músico del mundo es capaz de componer algo semejante.

Y vi por entre aquellos jardines y frutales miles y miles de personas alegrísimas, cantando a mil y mil voces este bellos himno del Apocalipsis: “A Dios que está sentado en su trono y al cordero, alabanza, honor, gloria y poderío por los siglos de los siglos” (Ap. 5,13).

Mientras escuchaba entusiasmado los cantos celestiales vi venir hacia mí una inmensa multitud de jóvenes. Muchos de ellos habían estudiado en nuestros colegios y los conocía. Muchísimos más vendrán en tiempos futuros y eran desconocidos para mí. Al frente de ellos venía Domingo Savio y junto a él varios salesianos que ya murieron.

Al llegar aquella multitud de jóvenes cerca de mí se detuvieron a unos cinco metros de distancia. Ellos estaban inundados en una grandísima alegría que se notaba en el brillo de sus ojos y en el resplandor de su rostro. Me miraban con una amable sonrisa y permanecían en silencio.

Don Bosco se adelantó él solo y se colocó tan cerca de mí que si yo estiraba la mano lograba tocar sus hombros. Callaba y me miraba sonriente. Qué hermoso estaba. Su vestido era maravillosos: una túnica blanquísima adornada toda de diamantes y tejida en oro. En la cintura una franja roja, toda ella llenita de piedras preciosas (esmeraldas, perlas, rubíes, etc.) tan cerca unas de otras que casi se tocaban, y formando unos dibujos tan hermosos que yo estaba entusiasmado al contemplar todo aquello.

De su cuello colgaba un collar de bellísimas flores, que tenían hojas que eran diamantes y estaban colocadas sobre tallos de oro. Aquellas flores brillaban más relucientes que el sol de mediodía, y todas ellas iluminaban hermosamente el rostro rosado y amable de Domingo Savio, el cual llevaba sobre su cabeza una corona de rosas y se presentaba tan agradable y venerable que parecía un ángel.

(En este momento Don Bosco hizo un gesto de emoción que estremeció a todos sus oyentes. Después de breve pausa continuó).

– Y como Domingo Savio, así venían vestidos hermosísimamente todos sus compañeros. Cada uno tenía en su cintura una faja roja, igual a la llevaba Domingo Savio.

Yo le pregunté: – Domingo, ¿éstos son los goces del paraíso? Y él me respondió:- No, éstos no son los goces del Paraíso Eterno, sino solamente goces naturales. Porque “ni ojo vio, no oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”. Si alguno viera algo de lo que se goza en el paraíso, moriría de la emoción.

– ¿Y qué se goza en el paraíso? – Es imposible decirle qué se goza en el paraíso. Pero lo principal es que se está junto a Dios. (“Esta es la vida eterna: conocer a Dios verdadero y a su enviado Jesucristo” (S. Juan 17,3).

Le pregunté de nuevo a Domingo Savio: – ¿Por qué llevas esa túnica tan blanca y hermosa? Y un coro desde el Cielo empezó a cantar aquellas palabras del Apocalipsis: “Estos son los que purificaron su alma con la sangre del cordero” (Ap. 7,14).

Volví a preguntar: – ¿Y por qué llevas esta faja de color rojo? Y una voz cantó esta frase del Libro Sagrado: – “Quienes conservaron la virtud de la pureza, seguirán al Cordero de Dios donde quiera que Él vaya” (Ap. 14,4).

Comprendí entonces que la faja de color rojo, color de sangre, era símbolo de los grandes sacrificios hechos, de los violentos esfuerzos y casi del martirio sufrido por conservar la virtud de la pureza, y que para mantenerse casto en la presencia del Señor hubiera estado pronto a sacrificar la vida, si las circunstancias se lo hubieran exigido; que esa faja roja simboliza también las penitencias y mortificaciones que libran al alma de caer en muchos pecados. Y que la túnica blanquísima era una señal de que él mantuvo su alma blanca, sin mancha de pecado.

Luego al contemplar todos aquellos numerosos grupos de jóvenes que seguían a Domingo Savio le pregunté: – ¿Quiénes son esos que te siguen? Y un coro de jovencitos me respondió cantando: – “Son como los ángeles de Dios en el Cielo” (Mt. 22,30).

Volví a preguntar a Domingo: – ¿Por qué tú, si no eres el más viejo, eres el que viene dirigiendo este grupo? Él me respondió: – Es que yo soy el más antiguo de los que han muerto en el Oratorio, porque fui el primero de tus alumnos en pasar a la otra vida. Y además: traigo un mensaje de Dios.

Esta respuesta me hizo entender que Domingo Savio era enviado como embajador de Dios para traernos un mensaje del Cielo.

Yo le volví a preguntar: – ¿Qué me dices de la vida pasada de nuestra Obra? – En cuanto al pasado tengo que decirle que la Congregación ha hecho mucho bien. ¿Ve aquel inmenso grupo de jóvenes? – Sí, lo veo. ¡Qué numerosos son!, ¡Qué felicidad se refleja en sus rostros!- Pues mire bien el letrero que hay enfrente a ellos.

– Ya lo veo. Dice: JARDÍN SALESIANO.

– Pues bien – continuó diciendo Domingo Savio – todos esos jóvenes fueron educados en su obra o por sus religiosos o por personas encaminadas desde aquí hacia la vocación sacerdotal. Pero su número seria de cien millones de veces mayor, si hubieran tenido mayor fe y mayor confianza en Dios.

Lancé un suspiro de tristeza ante reproche y me hice el propósito de que en lo sucesivo procuraré tener mayor fe y más grande confianza en Dios en la ayuda de la Providencia de Dios.

– Y acerca del presente ¿qué me dices? Domingo Savio me presentó un bello ramillete de flores. Allí había rosas, violetas, girasoles, gencianas, azucenas, siemprevivas, y entre las flores, espigas de trigo. Me ofreció el ramillete y me dijo: – Que sus alumnos se esfuercen por tener cada una de estas flores, y que no les falte ninguna de ellas y que no se las dejen robar.

– ¿Y qué significan esas rosas? – La rosa significa la caridad. La violeta la humildad. El girasol la obediencia. La genciana (flor amarga que baja la fiebre) significa la mortificación y la penitencia. La azucena representa la pureza o castidad. Las espigas de trigo significan la comunión frecuente. La siempreviva quiere decir que estas virtudes se han de cultivar y poseer siempre y tratar de perseverar en practicarlas. Recuérdeles a todos que los que practican la virtud de la pureza serán como ángeles de Dios en el Cielo.

– Domingo, ¿y qué fue lo que más te consoló a la hora de la muerte? – Lo que más me consoló y alegró a la hora de la muerte fue la asistencia de la poderosa y bondadosa Madre de Dios.

Dígales a sus discípulos que no se olviden de invocarla en todos los momentos más importantes de la vida.

– Y en cuanto al futuro ¿qué me puedes decir? – Que el próximo año seis de sus discípulos serán llamados por Dios a la eternidad. Pero consuélese que ellos pasan del desierto de este mundo al jardín del paraíso. Serán coronados como buenos vencedores. El Señor Dios le ayudará en su obra y le enviará otros discípulos igualmente buenos.

– ¡Paciencia! – exclamé – ¿Y en cuanto se refiere a nuestra Congregación? En cuanto a la Congregación, Dios le prepara grandes acontecimientos. El año entrante aparecerá en ella una luz, una aurora tan espléndida que iluminará los cuatro extremos de la tierra, de oriente a occidente y de norte a sur: una gran gloria le está preparada. Si los sacerdotes de la Congregación saben hacerse dignos de la alta misión que Dios les ha confiado, el futuro de la comunidad será maravilloso y muchísimas almas se salvaran por su medio, con la condición de que sean muy devotos de la Virgen María y de que cada uno conserve la virtud de la castidad que es tan grata a los ojos de Dios.

– ¿Y de mí, qué me dices? – Ah, si supiera por cuántas dificultades tendrá que pasar todavía.

– ¿Y del Santo Padre? – Le esperan duras batallas espirituales, pero pronto lo llevará Dios para darle su premio.

– ¿Y nuestros jóvenes están andando todos por el camino de la salvación?- Sus jóvenes se dividen en tres grupos. Están en tres listas. Mire la primera lista.

Y me la entregó. La lista tenía por título: “Los no heridos. Los no manchados”. Son los que conservan su alma blanca, sin mancha de pecado. Vi que eran muchos. A algunos los conozco. Otros vendrán después. Marchaban por un camino angosto y difícil y eran atacados por todos lados con flechazos y lanzadas, pero no eran heridos.

Domingo me dio enseguida la segunda lista de alumnos. Aquella lista tenía por título: “Los que han sido heridos”. Son los que han cometido pecados pero se han arrepentido y se han confesado y han sido perdonados. Eran mucho más numerosos que los de la lista anterior. Muchos marchaban encorvados y desanimados.

Domingo tenía en la mano la tercera lista que llevaba el siguiente título: “Los abandonados en la vía de la perdición”, y contenía los nombres de los que viven en pecado mortal. Yo deseaba mirar la lista para saber quiénes son esos, pero Domingo me dijo: – Un momento, si abre esa lista saldrá un hedor tan horrendo que nosotros no podremos soportarlo. Los ángeles tienen que retirarse asqueados y horrorizados y el mismo Espíritu Santo siente náuseas ante la horrible hediondez del pecado.

Y me dio la tercera lista diciéndome: – Tengo que retirarme por lo que va a suceder enseguida; pero lea la lista de los que viven en pecado. Aproveche esta noticia para hacerles el mayor bien a sus discípulos y no olvide recomendarles que se consigan el ramillete de flores que le presenté. Que conserven las virtudes representadas en esas flores.

Entonces abrí la tercera lista. Y en ese instante se presentaron ante mí los individuos en ella escritos, y logré observarlos personalmente. Qué tristeza sentí al verlos en ese grupo. A muchos de ellos los conozco. Y lo grave es que muchos de ellos parecen buenos, y hasta algunos parecen ser los mejores entre los compañeros, y sin embargo están en la lista de los que viven en pecado.

Pero tan pronto como abrí la lista se esparció por los alrededores un hedor tan insoportable que me dolió la cabeza y me dieron ganas de vomitar. Y el sol se oscureció, y un rayo impresionante cruzó el espacio y se oyó un trueno horrendo, tan fuerte y terrible que me desperté.

Y aquel hedor me impresionó tanto que ocho días después al solo recordarlo ya me daban ganas de vomitar.

Me dediqué a averiguar si en verdad las almas de los jóvenes eran como las había visto en aquellas listas y todo lo que observé en el sueño me ha resultado exacto.

Lo que Domingo Savio anunció a Don Bosco en este sueño o aparición, se cumplió exactamente. Al años siguiente murieron seis alumnos. Y en ese año siguiente apareció también una Estrella Luminosa, una aurora que iluminó los cuatro extremos del mundo: El boletín salesiano, la revista que en 33 idiomas y con más de dos millones de ejemplares mensuales lleva a todos los amigos de Don Bosco las noticias salesianas, y ha logrado hacer conocer su comunidad y sus obras en todos los continentes, y ha conseguido muchísimas vocaciones y gran cantidad de ayudas para la Congregación.

El Papa Pío IX de quien Domingo Savio dijo que “pronto lo llevará Dios para darle su premio”, murió el 14 meses después de este sueño.

A Don Bosco le anunció: “Ah si supiera cuántas dificultades tendrá que pasar todavía”. Y en efecto, en estos años fue perseguido por personas que jamás habría pensado que lo iban a perseguir. Y las dificultades que se le presentaron fueron inmensas, por ejemplo: conseguir recursos para levantar la Basílica del Sagrado Corazón en Roma y sufrir terribles enfermedades. Pero con la ayuda de Dios salió adelante.

Era inspector de policía en Turín un buen católico quien al oír que a Don Bosco se le había anunciado seis muertos en su colegio para el año siguiente, se propuso averiguar exactamente si en verdad se cumplía el tal anuncio. Y al final del año 1877 cuando murió el sexto alumno, nuestro hombre se convenció de que Don Bosco sí era un hombre iluminado por Dios y dejó su cargo en el gobierno y se hizo salesiano y fue un gran misionero muy querido por todos, el Padre Ángel Piccono.

La que más le hacia dudar a Don Bosco de si este sueño era realidad o era una simple fantasía era el haber visto entre la lista de los que viven en pecado a ciertos jóvenes que en el colegio tenían fama de ser los mejores de todos. Se puso a averiguar y logró comprobar que aunque exteriormente eran irreprochables, su vida real era de pecado y de hipocresía. A varios de ellos logró convertirlos y transformarlos, después de esta visión.

108. La muerte del Papa Pío IX 1877 (MB. 13,45).

El 17 de febrero de 1877 soñé que llegaba a Roma y que el Santo Padre el Papa me recibía en audiencia. Nos pusimos a charlar y de pronto el rostro del Pío IX se puso radiante de luz. Yo le dije: – Ah, Santo Padre, si mis jóvenes que lo aman tanto pudieran verlo así como está ahora, ¡cómo se entusiasmarían! Pero enseguida el Santo Padre se acostó en un sofá y dijo: – Que traigan una sabana para cubrirme de pies a cabeza.

Luego se levantó y entró por una puerta y ya no apareció más.

Enseguida oí que mío amigo Buzzetti me decía: – El Papa ha muerto.

Yo emocionado… me desperté.

Nota: Un año después de este sueño. El Santo Padre Pío IX, después de una breve enfermedad, murió santamente.

109. La Señora y los confites 1877 (MB. 13,265).

Soñé que salía a una avenida y que me encontraba con una vendedora ambulante la cual estaba fabricando dulces: – ¿Qué está haciendo? – le pregunté.

– Estoy fabricando dulces para los salesianos.

Y me mostró que fabricaba tres clases de dulces: unos blancos, otros rojos y otros negros. Y me explicó: – Estos son los premios para los salesianos.

 

Los blancos se manchan fácilmente. Son para los trabajos que cuestan poco.

Los rojos, color de sangre, son para los trabajos que cuestan fuertes sacrificios. Y los negros que son los más valiosos son para los trabajos que llevan hasta a conseguir la propia muerte.

– ¿Y por qué los cubre con tanta azúcar? – le pregunté.

– Porque los salesianos saben sobresalir en todas partes en la virtud de su patrono San Francisco de Sales, que es la dulzura, la amabilidad.

Yo seguí mi camino, pero luego me alcanzaron varios sacerdotes que me dijeron: – Que la señora le manda un mensaje muy importante: que les diga a sus discípulos que trabajen, que trabajen mucho. Que van a encontrar muchas dificultades (como si fueran espinas) pero también muchos consuelos (como si fueran rosas), que les diga a todos que la vida es breve y que la cosecha es mucha. Que recuerden todos que la vida es breve pero que la eternidad que se consigue es inmensa.

– ¿Pero es que no se trabaja en nuestra Congregación? – les pregunté.

– Si se trabaja, pero se puede trabajar más y mejor.

Al oír esto me desperté.

Ojalá que recordemos el mensaje que recibí en este sueño: tener la amabilidad y dulzura de San Francisco de Sales y trabajar mucho y muy bien.

110. Mensaje al Papa León XIII 1878 (MB. 13,419).

En febrero de 1878 Don Bosco redactó el siguiente mensaje y lo envió al Papa León XIII, por medio del Cardenal Bartolini.

Le escribe un pobre siervo del Señor que ya antes envió algunos mensajes al Santo Padre Pío IX.

He oído una voz que decía: – Es necesario buscar las vocaciones para el sacerdocio no tanto entre los ricos que viven llenos de comodidades, sino sobre todo entre los que trabajan en el campo y entre los pobres de las ciudades, y no mirar en edad o en clase social. Reunirlos y prepararlos bien para que logren en el sacerdocio conseguir muchos frutos espirituales.

Hay religiosos dispersos por las persecuciones. Conviene reunirlos y si no es posible formar con ellos muchas casas, que por lo menos se formen unas pocas pero cumpliendo bien sus reglamentos.

Personas que viven en el mundo, si se dan cuenta de que los religiosos cumplen exactamente sus reglamentos y llevan una vida Santa, sentirán interés y atracción por la vida religiosa y entrarán a las comunidades.

Las comunidades religiosas fundadas últimamente están más apropiadas para los tiempos modernos. La gente de ahora desprecia bastante a los que solo rezan, pero aprecia mucho a los que no solo rezan bastante sino que trabajan fuertemente. Por eso las comunidades nuevas deben ser apoyadas y favorecidas por aquellos que el Espíritu Santo ha colocado como jefes de su Iglesia.

Se recomienda pues: trabajar mucho por conseguir vocaciones.

Insistir a los religiosos en la observancia de sus reglamentos.

Favorecer y apoyar a las comunidades nuevas y a los institutos religiosos que ayudan a las misiones extranjeras.

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