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Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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91. La misericordia divina 1873 (MB. 10,77).

El 29 de noviembre de 1873 narraba Don Bosco a sus oyentes el siguiente sueño: En días pasados tuve un sueño espantoso. Me fui a acostar pensando en quién era ese personaje que en el sueño anterior iluminó con una linterna la frente de los que están llenos de manchas en el alma.

 

Preocupado por esta idea me quedé dormido.

1a. Parte: El globo luminoso.

Empecé a soñar que estaba en un inmenso valle que tenía dos pequeñas montañas, una a cada lado. Me acompañaban muchos jóvenes.

De pronto apareció en el oriente un sol 30 veces más brillante que nuestro sol de mediodía, y su luz era tan fuerte que teníamos que estarnos con la cabeza y los ojos en dirección hacia el suelo para no quedar encandilados.

Aquel inmenso globo luminoso tenía encima un letrero que decía: “Dios, para quien todo es posible”. Muchos jóvenes al sentir que si miraban aquel globo luminoso se les podían quemar las pupilas de los ojos, se postraron por tierra y empezaron a decir: “Invoquemos la misericordia de Dios”. Yo también me postré por tierra, con el rostro en el suelo y decía como ellos: “Imploro la misericordia de Dios”.

Y noté que algunos orgullosos se quedaron de pie, mirando hacia el globo luminoso como desafiando la majestad de Dios y el rostro se les volvió negro como el carbón. Y del globo luminoso salieron unos rayos que los dejaron fulminados y paralizados, por no querer implorar como los demás la misericordia de Dios. Y vi con tristeza que son muchos los que no imploran la misericordia de Nuestro Señor.

2a. Parte: El monstruo.

Luego vi aparecer por el extremo del valle un monstruo, el más feo y deformado animal que en la tierra se haya podido ver.

Y se acercaba cada vez más y más a nosotros. Todos estábamos llenos de terror.

Y en ese momento el globo luminoso se colocó en medio entre el monstruo y nosotros, para impedirle que nos hiciera daño.

Y se oyó por los cielos aquella frase de la Sagrada Escritura: “No puede haber entendimiento entre Cristo y Satanás, entre el hijo de la luz y los hijos de las tinieblas” (2 Cor. 6,15). Al oír estas palabras me desperté.

Yo me sentía muy consolado al ver cuán grande es el número de mis discípulos que implorar la misericordia de Dios, pero sentí también una profunda tristeza al constatar que son muchos los orgullos y duros de corazón que no suplican la misericordia a Nuestro Señor, y que resisten a las llamadas que les hace la gracia de Dios para que mejoren su comportamiento, y siguen con el alma muerta por el pecado y con el espíritu paralizado por sus maldades.

Ya he avisado a algunos para que no abusen de la misericordia de Dios y para que no sean motivo de secándolo y mal ejemplo para los demás.

Y es necesario que todos recordemos la frase que se oyó en el sueño: “No puede haber entendimiento entre Cristo y Satanás, entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas”.

Nada de colaboración con los malos, si queremos que el monstruo que es el pecado, no nos destroce.

Y no olvidemos aquello que decía el apóstol Santiago: “Dios resiste y rechaza a los orgullosos, pero a los humildes les da su gracia y protección”.

Nota: Puede ser éste un mensaje del Cielo para recomendar que imploremos mucho la misericordia de Dios y que para vernos libres de ese monstruo que es el pecado roguemos mucho a la Divina Misericordia del Señor que nos proteja.

92. Anuncio de una próxima muerte 1873 (MB. 10,76).

Soñé que un personaje misterioso me llevaba a pasear por los dormitorios y que con una lámpara que llevaba en sus manos iba iluminando la frente de los alumnos que dormían y daba a conocer el estado en que tenían su alma. Unos tenían la frente totalmente blanca. (El alma en gracia y sin pecado). Otros tenían la frente surcada por algunas rayas negras (pecados veniales) y algunos tenían la frente negra como una noche oscura (están en pecados mortales).

Al llegar al extremo del dormitorio oí cantar un canto de funerales. Pregunté por qué cantaban cantos de entierro y me dijeron: – Es que se ha muerto el joven Fulano de tal, el día tal.

Termino diciéndoles que antes de un mes algunos de los presentes habrán pasado a la eternidad. Estemos todos preparados para que si nos llega la muerte podamos recibir premios de Dios y no castigos.

Nota: A los 15 días de este anunció murió el joven Cavazzoli. Don Bosco le había dicho en secreto el nombre del joven al Padre Director del colegio para que lo preparara bien. Tenía miedo de morir pero el Padre Director le dijo: – Es mejor morir ahora que está en paz con Dios, que no después cuando quién sabe qué le pueda suceder a uno en la vida.

Al oír esto el muchacho se calmó y diciendo estás oraciones: Jesús, José y María expire en vuestros brazos y en paz el alma mía”. Y murió santamente.

93. La muerte de Monseñor Gastaldi 1873 (MB. 10,657).

Soñé que llegaba al Palacio del Señor Arzobispo Gastaldi y que estaba cayendo un enorme aguacero. En ese momento Monseñor salía del Palacio Revestido con los ornamentos pontificiales de celebrar la Santa Misa. Yo me le acerqué y le dije que por favor no saliera todavía a la calle porque estaba lloviendo muy fuerte y que se le dañarían las vestiduras.

Él se volvió hacia mi y de manera muy autoritaria me dijo: – Zapatero a sus zapatos. Métase usted en sus asuntos que yo me meto en los míos.

Yo me le acerqué otra vez y le rogué que no saliera a la calle todavía porque el aguacero arreciaba y le podía hacer mal.

Pero él me respondió bruscamente: – Usted no es el encargado de darme consejos a mí. Váyase a sus asuntos y deje que yo me encargue de los míos.

Y me apartó de su lado y salió a la calle. Pero tropezó entre tanto barro y se resbaló y cayó entre un charco, y sus ornamentos se dañaron mucho.

Yo le volví a rogar que velara por su dignidad, que no siguiera por la calle en medio de tan gran aguacero. Y hasta por cinco veces le rogué, pero todo fue inútil. No valieron ruegos ni suplicas. Cayó por segunda vez y cayó por tercera vez y sus ornamentos se llenaban más y más de barro y de mugre. Y a la cuarta vez que cayó ya no fue capaz de levantarse y sucumbió, y… murió.

Nota: Monseñor Gastaldi, por informaciones mentirosas que le dieron contra Don Bosco, lo trató muy bruscamente y lo hizo sufrir enormemente. El Santo trató varias veces de obtener que corrigiera su modo tan áspero de proceder pero no lo consiguió.

Con este sueño supo que se aproximaba la muerte de Monseñor. Poco después murió de repente, de un derrame cerebral.

94. La guerra Carlista en España 1874 (MB. 10,1148).

Soñé que estaba en España y que había una gran guerra civil y que estallaban muchos cañonazos en una feroz batalla entre los republicanos y los carlistas.

Nota: En España hubo por aquellos tiempos una guerra civil entre los republicanos y los seguidores del Rey Carlos. La guerra duró 4 años. Don Bosco deseaba que la victoria fuera del Rey Carlos porque éste era muy católico. Pero cuando le preguntaron si Carlos ganaría respondió: – Si Dios le envía alguna ayuda especialísima sí triunfará. Pero por solos medios humanos es casi imposible que consiga la victoria.

Y así sucedió. Carlos no consiguió la victoria y tuvo que retirarse a Italia.

95. Los caminos de la muerte 1874 (MB. 10,80).

El 17 de noviembre Don Bosco recomendó a los jóvenes que hicieran bien el retiro mensual porque uno de ellos ya no estaría vivo para el retiro del mes siguiente. Durante dos días los jóvenes pasaron a confesarse con él, muy impresionados por ese anuncio.

El 19 de noviembre el Padre Berto, su secretario, le preguntó al Santo cómo lograba saber cuánto lograba saber cuando iban a morir sus alumnos, para avisarlo con tanta precisión. Él respondió: – En sueños veo a nuestros alumnos y enfrente de cada uno veo un camino. El camino que está en frente de algunos es muy largo y tiene escrito el número que indica los años que va a vivir. El camino de algunos es menos largo y el de otros son muy cortos. De un momento a otro veo que el camino de algún joven se acaba y el que va por ese camino cae muerto.

Veo que el camino de algunos está lleno de trampas de los enemigos de la salvación y que el camino de muchos es más corto de los que se imagina la gente.

Últimamente vi que delante de un joven ya no había camino y que enfrente de él estaba escrito el número de este año en que estamos. Por eso les avisé que antes de 40 días, uno de los nuestros ya no estará vivo en la tierra, porque eso es lo que falta para que termine este año.

Observación: ¿Cada uno de nosotros debería pensar qué tan largo será el camino que tiene enfrente? Y decir las palabras del Salmo 90: “Señor ayúdanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón prudente”.

Un anunció que no se cumplió exactamente.

Pero sucedió que un alumno del Oratorio estaba gravemente enfermo y no murió en aquel diciembre, sino en enero del año siguiente. Los jóvenes preguntaron a Don Bosco por qué en esta ocasión su anunció no se había cumplido exactamente, y él les respondió: – Es que este joven no quiso confesarse en todo diciembre. Y rezamos a Dios para que le diera un plazo más. Y al fin se confesó conmigo y pudo morir tranquilamente y perdonado. Pero eso sucedió ya en enero. Se retardó la muerte anunciada para que se consiguiera su conversión.

96. Vocaciones tardías, Vocaciones de mayores 1985 (MB. 10,35).

A principios de 1875 Don Bosco viendo que la escasez de vocaciones para el sacerdocio era muy grande, estaba interesado en aceptar a hombres ya mayores de edad, deseosos de ser sacerdotes y fervorosos. Pidió a Dios que le iluminara y la respuesta fue este sueño que él narró al principio de este mismo año: Mientras me preguntaba: ¿Quién sabe cuántos de nuestros jovencitos llegarán al sacerdocio?, escuché una voz que me decía: – Observa las listas de los estudiantes y compare.

Me dediqué a observar en las listas de los estudiantes y llegué a la conclusión: que de cada cien jovencitos que empezaron a estudiar con deseos de ser sacerdotes, sólo 15 llegaron al sacerdocio. Y que en cambio cada 10 hombres ya mayores que vinieron a hacerse sacerdotes, 8 llegaron al sacerdocio.

Nota: Desde entonces Don Bosco se propuso abrir una casa para los hombres mayores que desearan llegar al sacerdocio. Es lo que él llamaba:

 

“Vocaciones tardías”, y de aquella casa salieron muchos y muy Santos sacerdotes para la comunidad y para las misiones. Él dice que quiso saber quién era la que le había hablado diciéndoles que mirara y comparara las listas de los estudiantes. Con esto parece que fue la Virgen Santísima la que le dio esta recomendación.

97. Un árbol prodigioso 1875 (MB. 11,36).

El 15 de marzo de 1875 tuvo el Santo en Roma un sueño que narró el 16 de la siguiente manera: Anoche soñé que me encontraba en un jardín junto a un árbol con unas frutas tan grandes que me admiraban. El árbol tenía 3 clases de frutas: higos, duraznos y peras.

De pronto se levantó un viento impetuoso y empezó a caer sobre mí una granizada mezclada con piedras, y una voz me dijo: – ¡De prisa, de prisa, recoja la fruta! Busqué un canasto pero era muy pequeño. Y la voz me dijo: – Busque otro que sea más grande.

Busqué otro canasto más grande pero se llenó con muy pocas frutas y la voz me mandó que buscara otro todavía mayor. Y añadió: – Aprisa, aprisa, porque el granizo puede destrozar todo.

Me puse a recoger frutas pero tuve una amarga sorpresa al notar que algunos higos que eran muy grandes tenían el defecto de que estaban podridos por un lado. La voz me siguió diciendo: – De prisa, pero escoja bien.

Me puse a escoger bien y eché la fruta en tres canastos: en uno los higos, en otro los duraznos y en otro las peras. ¡Qué hermosas y grandes eran aquellas frutas! Y la voz me habló de nuevo diciendo: – Los higos son para el Señor Obispo, las peras son para ti y los duraznos son para las misiones.

Y dicho esto, la voz desconocida empezó a gritar: – ¡Ánimo, bravo, muy bien! Y yo me desperté.

Este sueño se me quedó sumamente grabado en la mente y no he podido apartarlo de mi recuerdo.

Don Bosco entendió que se le animaba a emprender lo más pronto la obra de las vocaciones para hombres mayores, y que era necesario proceder rápidamente antes de que las contrariedades acabaran con esas vocaciones. La granizada eran las dificultades y oposiciones que el Santo iba a tener por esta obra, que no fueron pocas.

Lo del canasto más grande era un aviso de que había que conseguir para estás vocaciones una casa más grande de la que al principio había pensado conseguirlas.

Las frutas grandes pero podridas por un lado eran personas con apariencia de buena gente pero que tenían algún grave defecto y que era necesario apartarlas del grupo de las vocaciones porque su presencia podría hacer mucho mal.

Las tres clases de frutas fueron los tres grupos de vocaciones que nuestro Santo consiguió: unos para los obispos en las parroquias. Otros para ir de misioneros a América y a otros países. Y los terceros para ayudar a Don Bosco en su obra central.

98. El caballo misterioso 1875 (MB. 11,223).

El 4 de mayo de 1875 ante el alumnado en pleno nuestro Padre le habló así: La noche del 25 de abril me fui a acostar pensando qué les debería decir a los jóvenes que van hacer los Retiros Espirituales. Y apenas me dormí empecé a soñar. Y me pareció encontrarme en una gran llanura y oí que mis antiguos amigos Buzzetti y Gastini me decían: – Don Bosco, suba a ese caballo que se le presenta.

Y apareció un caballo brioso y hermosísimo que tenía el pelo muy brillante.

Yo subí al caballo. Qué alto me pareció entonces aquel animal. Me parecía estar sobre un elevado pedestal desde el cual contemplaba todo el inmenso valle.

Enseguida sonó una trompeta y se oyó esta voz: – Recuerden que estamos en el país de la prueba y de la tentación (que nadie se extrañe de que le lleguen pruebas y tentaciones. Es el fuego que purifica, dice la 1a. Carta de San Pedro 4,12).

Y en ese momento descendió de lo alto de un monte una inmensa cantidad de jóvenes, más de cien mil. Allí estaban los alumnos de ahora y los que vendrían más tarde. Cada uno llevaba un arma en sus manos: un hierro terminado en dos puntas afiladas.

Y por el otro lado del campo apareció una cantidad enorme de animales feroces que parecían tigres y leones de cuerpo descomunal. Su hocico producía espanto y sus ojos estaban llenos de sangre.

Los monstruos se lanzaron para atacar a los jóvenes, los cuales se prepararon para defenderse con sus armas. Llevando en sus manos aquel hierro con dos puntas afiladas, hacían frente a las fieras, las cuales no pudiendo vencer a sus víctimas, mordían con rabia aquellos hierros pero se les rompían los dientes y tenían que alejarse.

Pero el arma de hierro de algunos jóvenes no tenía sino una sola punta y ellos eran heridos por las fieras. El arma de otros no tenía mango para agarrarla o estaba rota o carcomido por la polilla. Otros eran tan presuntuosos que se lanzaban a combatir las fieras sin llevar armas y eran destrozados por ellas y morían. Pero los que llevaban el arma de hierro con dos puntas bien afiladas y con el mango bien fuerte eran muchos, muchos.

Y una voz me dijo: – El arma de dos puntas significa: Confesión y Comunión.

En una punta del arma estaba escrito: Confesión y en la otra: Comunión. Y la voz añadió: – Mango roto o carcomido significa confesiones y comuniones mal hechas.

Mientras tanto mi caballo se veía rodeado de enorme cantidad de serpientes pero él saltaba y lanzaba coces a derecha e izquierda y las aplastaba o las alejaba y se elevaba cada vez más en corpulencia. Ese caballo significa la ayuda que Dios nos envía para defendernos de los enemigos del alma.

Vi que los que tenían el arma sin mango o con el mango carcomido llevaban escritas algunas de estas palabras: “Orgullo, Pereza, Impureza”.

Di una vuelta en mi caballo por el campo y vi a muchos jóvenes tendidos por el campo como muertos. Unos estrangulados, otros con el rostro desfigurado de manera horrible y muchos muertos de hambre a pesar de que tenían junto a sí un plato lleno de riquísimos alimentos.

Y me fue dicho que éstos representan a los que tienen pecados sin confesar (quizás desde muy pequeños y nunca los han confesado) y a los que comen o beben de gula y a los que no quieren practicar los consejos que se les dan en las confesiones y no aprovechan de la fuerza que ofrecen los sacramentos.

Muchos jóvenes caminaban sobre una alfombra de rosas pero al sentir sus espinas caían desfallecidos por el suelo. Otros pisaban fuertemente las rosas y llegaban al otro lado victoriosos. Y me fue dicho que los que caen bajo las punzadas de las espinas son los que se entregan a los placeres sensuales y son víctimas de sus consecuencias dañosas. En cambio los que pasan adelante victoriosos son los que saben mortificar sus pasiones y dominar su sensualidad.

De nuevo se oyó un sonido de trompeta llamando a batalla y aparecieron otra vez las fieras en mayor número y ferocidad que antes. Y todos nos sentimos atacados, también yo. Pero tomamos el arma de hierro con sus dos puntas afiladas y resistimos el ataque y los monstruos al verse combatidos se dieron a la fuga y desaparecieron. Entonces resonó la trompeta y se oyó una voz que decía: – ¡Victoria!, ¡Victoria! Yo preguntaba: – ¿Pero cómo se proclama victoria si han quedado tantos heridos y tantos muertos? Y la voz del Cielo respondió: – Se concede tregua a los vencidos (para que se recuperen).

Y apareció en el Cielo un bellísimo arco iris desde un extremo a otro de las montañas (señal de la paz que Dios quiere hacer con sus criaturas).

Y sobre la cabeza de los vencedores aparecieron bellísimas coronas que resplandecían de manera maravillosa, y sus rostros brillaban con una belleza incomparable.

Y apareció una bellísima Señora en una tribuna, acompañada de una multitud de gente de una hermosura imposible de imaginar. La señora estaba vestida como una gran Reina y exclamó amablemente: – Hijos míos, vengan todos a protegerse bajo mi manto.

Al mismo tiempo extendió un amplísimo manto y todos los jóvenes corrieron a protegerse bajo él. Noté que algunos en vez de correr volaban por los aires, y en frente llevaban escrito: “Inocencia”. Otros caminaban más despacio porque tienen más faltas. Algunos caminaban entre el barro y se quedaban allí atollados y no lograban llegar hasta el manto de la Señora. Son los que viven amarrados a sus pecados y a sus malas costumbres y por no dejar sus maldades no llegan a ser buenos devotos de la Virgen. Algunos se quedaron en mitad del camino sin lograr llegar porque lo que les interesa en la vida es tener dinero, fama y goces terrenales y no el ser Santos y agradar a Dios.

Yo empecé a correr para colocarme junto al manto de la Virgen Santa y en ese momento me desperté.

Quienes desean saber qué clase de arma tenían en aquel combate y si fueron vencedores o vencidos pueden acercarse en estos días y le diré a cada uno lo suyo.

En este sueño no solamente vi lo pasado sino también lo futuro. Frente a cada joven vi un camino lleno de espinas, de clavos y de peligros, pero también lleno de gracias y de ayudas de Dios, y esos caminos terminaban en un jardín bellísimo al cual llegaban. Que cada uno tenga mucha confianza en Dios pues si bien el camino que le espera para recorrer está lleno de tropezones y guijarros y peligros, también estará lleno de ayudas maravillosas del buen Dios. Y la felicidad que nos espera al final de nuestro camino es tan grande y tan inmensa que muy pronto se nos olvidarían las penas y luchas que tuvimos que sufrir para recorrerlo.

Explicaciones: El Padre Julio Barberis le oyó después decir al Santo: – Esto fue algo más que un sueño.

El Padre Berto se le acercó y le preguntó cómo lo había visto a él en aquel sueño y Don Bosco le dijo tales verdades y tan precisas que el sacerdote preguntante derramó lágrimas de emoción y exclamó: – ¡Si hubiera venido un ángel del Cielo no me habría hablado con tanta precisión!

99. La palabra de Dios y la murmuración 1876 (MB. 12,45).

El 23 de enero de 1876 cuando Don Bosco empezaba a hablarse a todo el alumnado, lo interrumpió el Padre Barberis, diciéndole: – Perdone Don Bosco, pero hemos oído que en estos días ha tenido un interesante sueño. ¿Quisiera contarlo aquí a todos? ¡Nos gustaría mucho oírlo! Don Bosco siempre radiante de alegría y demostrando la gran satisfacción que sentía al hablarles a sus discípulos, respondió: – Con mucho gusto les voy a contar lo que soñé, y si para alguno trae este sueño alguna enseñanza, que ojalá la ponga en práctica: Me pareció que estaba allá en mi pueblo natal, Castelnuovo, y que un enorme grupo de agricultores trabajaba en el campo: unos araban, otros desyerbaban, algunos sembraban y varios grupos cantaban alegremente mientras trabajaban.

Yo me preguntaba: – ¿Por qué trabaja tanto esta gente? Y me respondí: – Para conseguir alimento para nuestros discípulos.

En ese momento apareció en el campo un anciano venerable que me miraba con mucha bondad y yo me dirigí a él preguntándole.

– ¿Por favor, qué es este campo y de quién es? Él me respondió: – Es el campo del Señor.

Y los labradores empezaron a cantar aquellas frases de Jesús: “Salió el sembrador a sembrar. Y parte de la semilla cayó en el camino y vinieron las aves y se la comieron”. (S. Mateo 13,3).

Y en aquel momento vi salir de todos lados una cantidad extraordinaria de gallinas que se metían en el terreno y se comían las semillas sembradas allí.

Y vi a un buen grupo de religiosos y profesores que observaban todo aquello y no hacían nada por alejar las gallinas; charlaban con sus compañeros, reían, se dedicaban a recreo y a deportes, y algunos hacían otros oficios pero ninguno se preocupaba por alejar aquellas gallinas que estaban haciendo tanto daño.

Yo empecé a llamarles la atención: – Señores, ¿no ven el gran mal que están haciendo todas esas gallinas? ¿No ven que se están comiendo las señillas y que así no vamos a tener cosecha después? Las gallinas ya tienen el buche lleno, ¿por qué no las espantan? Pero ninguno me hacia caso, ni se preocupaban por espantar a las aves.

Entonces yo empecé a palmotear y a tratar de espantar las gallinas para que se alejaran, y entonces uno que otro de esos religiosos y profesores empezaron a espantarlas también. Pero yo me decía: – Ahora sí las espantan, pero ya es tarde. Ya se comieron las semillas.

Y oí que una voz del Cielo repetía aquellas palabras del profeta: “Son perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones”.

Yo me dirigí al amable anciano y le pedí que me explicara qué significaba todo esto y él me dijo: – El campo son los corazones de las personas, donde cae la Palabra de Dios. Las gallinas que se comen la semilla y no la dejan nacer son las murmuraciones y las críticas que acaban con el buen fruto que esa palabra iba a producir en las almas.

Así por ejemplo. Alguno predica o da una conferencia o lee a los demás una página de un buen libro. Esa es la semilla de la Palabra de Dios, pero vienen los murmuradores y los criticones como gallinas hambrientas y se llevan todo el fruto que esas palabras iban a producir. El uno ridiculiza los gestos del predicador o su voz; el otro critica, se ríe de su forma de hablar y alguien murmura de algún defecto físico que tiene el que habló. Y así el fruto del sermón o de la conferencia o charla desaparece. Se hace la lectura de una página de un buen libro, y los murmuradores empiezan a criticar eso que leyó y la lectura queda sin producir fruto. Y los más peligrosos murmuradores son esos que van criticando en secreto, a escondidas, cuando menos se piensa.

Cuando la semilla queda en el terreno, aunque éste no sea muy fértil, sin embargo alguna cosecha produce. Pero si vienen las aves y se comen las semillas, aunque el terreno sea fértil no se consigue cosecha ninguna. Así pasa con los sermones, las conferencias, las charlas formativas y las lecturas espirituales: aunque los oyentes no estén demasiado atentos ni sean demasiado fervorosos, algún provecho les quedará si aceptan de buena gana lo que se les dice. Pero si viene la criticadera y la murmuradera contra el que predica o contra lo que se dice, entonces ningún provecho se puede sacar ya.

Y el anciano siguió diciendo: – Algunos no ponen ningún interés en impedir la crítica y la murmuración y les da miedo demostrar a los murmuradores que no aceptan ese modo de estar criticando. Y existe algo peor: hay algunos que se unen a los criticones y murmuran de todo. Insistan mucho en esto los que enseñan: que la murmuración y la crítica hace enorme mal. No les dé miedo hablar demasiado contra los criticones y los murmuradores.

 

Permanecer mudos cuando se puede impedir la criticadera, es hacerse responsable de esas murmuraciones.

Yo al oír estás palabras me sentí emocionado y más aun me emocione al ver que varios se dedicaban a espantar las gallinas y en ese momento… me desperté.

Mis amigos, yo les recomiendo con toda el alma que huyan de la criticadera y de la murmuración como de uno de los males más dañosos que existen. Apártense de los criticones como se huye de uno que tienen una enfermedad contagiosa. Traten de evitar que otros murmuren y critiquen; quien impide una crítica o una murmuración, ha logrado evitar un gran mal.

100. Anuncio de tres muertes 1876 (MB. 12,48).

Anoche soñé que llegaba un hombre corriendo a toda prisa a llamarme; – Don Bosco, Don Bosco, ¿no sabe lo que ha sucedido? Que fulano de tal, que estaba hasta hace poco tan sano y tan lleno de vida, está ahora gravemente enfermo y casi moribundo.

– No puedo creerlo – le dije -. Si esta mañana estuve charlando con él en el patio y estaba lleno de vida y de salud.

– Pues Don Bosco, me veo en la obligación de decirle que ese joven necesita urgentemente de su presencia, y desea verle y hablarle por última vez.

 

Venga, venga enseguida, porque de otra manera no alcanzará a llegar a tiempo.

Yo me fui con aquel hombre, y encontramos un grupo de gente que lloraba, y algunos decían: – Siga, siga pronto, que está en las últimas.

Entré a una habitación y encontré a un joven acostado con el rostro muy pálido y una tos y un ronquido y una falta de respiración que casi no le permitían hablar.

Yo lo llamé por su nombre y le dije: – ¿Cómo te encuentras? – Estoy muy mal.

– ¿Pero cómo te encuentras ahora en este estado si esta misma mañana estabas jugando alegre en el patio? – Sí, así es, esta misma mañana estaba alegre jugando en el patio, pero ya ve cómo estoy ahora. Por favor, confiéseme, que me queda muy poco tiempo. No tengo culpas graves en mi conciencia, pero deseo recibir por última vez la absolución, antes de presentarme ante el Divino Juez.

Lo confesé, y enseguida vi que su enfermedad iba empeorando y que la tos ya casi lo ahogaba. Y dije: Es necesario aplicarle enseguida la Unción de los enfermes. Y estaba preparándola cuando alguien exclamó: – ¡Ya expiró. Acaba de morir! Yo me quedé muy impresionado al saber que había muerta tan pronto uno que por la mañana había visto jugando en el patio, pero pensé: – ¡Por suerte que era un joven de muy buena conducta! Y dije a los que estaban allí: – ¿Ven? Este joven no ha tenido tiempo ni siquiera de recibir la unción de los enfermos. Pero demos gracias a Dios que le dio tiempo para confesarse. Era un joven muy bueno y se confesaba y comulgaba frecuentemente. Esperemos que el buen Dios lo tenga ya en su gloria, o que por lo menos esté en el Purgatorio. Pero si una muerte tan inesperada les hubiera sucedido a otros que no están preparados, ¿qué seria ahora de ellos? Recemos una oración por su bendita alma.

Otras dos muertes. Enseguida llegó el salesiano que dirige la librería y me dijo: – Don Bosco, ¿sabe lo que ha sucedido? – ¿Qué ha sucedido?- Que han muerto fulano y zutano.

– ¡No puede ser! ¿Cuándo ha sucedido eso? – Murieron mientras Usted estaba afuera.

– ¿Y por qué no me llamaron? – Porque no hubo tiempo.

– ¿Pero han muerto todos en este día 22 de enero? – No – dijo el salesiano de la librería – mire al almanaque.

Miré al almanaque y decía 26 de mayo.

– ¡Pero si cuando murió el otro joven estábamos en enero! – No, ese joven murió en tiempo de Pascua, en abril. Y los otros dos en mayo.

En ese momento se oyó un ruido fuerte y… yo me desperté.

Yo estaba muy asustado. Ese es el sueño que tuve anoche 22 de enero. Hoy he comprobado que esos tres jóvenes están bien de salud. Trataré de que los cuiden para que se porten muy bien y yo mismo les daré algunos consejos. Pero no voy a decir quiénes son. Nadie se ponga a pensar o a decir: es fulano, es zutano. Más bien cada uno esfuércese por cumplir lo que decía Jesús: “Estad preparados porque a la hora menos pensada vendrá el hijo del hombre”. Estaremos siempre preparados, porque a la hora que menos pensemos puede llegarnos la muerte, y el que no esté preparado para morir bien, corre grave peligro de morir mal. Vivamos santamente y así a la hora que Nuestro Señor le parezca bien enviarnos la muerte, estaremos preparados para pasar a la eternidad feliz.

Explicación: Estás palabras de Don Bosco fueron escuchadas por los 800 alumnos con un silencio extraordinario. No se oía ni siquiera carraspear ni mover los pies. La impresión que ellas causaron duró por semanas y meses, y produjeron cambios radicales de conducta en varios que no se portaban muy bien. Y el número de jóvenes que se acercó al confesionario del Santo en ese días, aumentó considerablemente.

Esa noche el Padre Barberis le dijo: – ¡Padre, cuánto bien hacen esos sueños! Ah si se pudieran escribir todos y publicarlos en un libro, cuánto bien harían a los lectores.

Don Bosco le respondió: – Sí, harían mucho bien. Yo al principio no les daba mucha importancia, pero después me he dado cuenta de que estos sueños causan más efecto que un sermón y que a algunos les aprovechan más que una tanda de Retiros Espirituales. Por eso los cuento. Veo que les hacen bien a los jóvenes y que les agradan y que hasta ayudan a que amen más a nuestra Congregación.

Y dando un suspiro, el Santo añadió: – Cuando pienso en la responsabilidad que pesa sobre mí en esta posición en que me encuentro, tiemblo de pies a cabeza.

Qué cuenta tan tremenda tendré que dar a Dios por tantos favores que nos ha concedido para bien de nuestra comunidad.

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