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Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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81. El estandarte fúnebre 1871 (MB. 10,51).

En los comienzas de noviembre de 1871 Don Bosco anunció que antes de terminar el año, uno de sus discípulos pasaría a la eternidad. Lo dijo así: Me pareció ver en sueños un estandarte desplegado al viento, llevado por algunos que parecían ángeles. Por un lado del estandarte aparecía la imagen de la muerte, un esqueleto con una guadaña o instrumento afilado, y dispuesta a cortar la vida de alguno. Al otro lado del estandarte aparecía el nombre de uno de nuestros alumnos y el año 1871, con lo cual se indicaba que la muerte de este joven seria antes de terminar este año.

Nota: Antes de terminar el año murió el alumno Eugenio Lechi.

82. Por los dormitorios en compañía de la Virgen 1871 (MB. 10,51).

Visité los dormitorios en compañía de la Santísima Virgen, y ella me indicó a un joven que tenía que morir muy pronto, y me recomendó que lo preparara muy bien para que tuviera una santa muerte.

En la frente de varios de los alumnos vi escritos sus pecados principales. Sobre la cabeza de uno que dormía vi una espada afiladísima pendiente de un hilo muy delgado que estaba pronto a romperse y dejaría caer sobre sus cabezas. Junto a la cama de algunos alumnos vi un demonio aguardando que Dios diera el permiso de que le llegara la muerte, para llevarse su alma, en pecado.

83. El demonio en el patio 1872 (MB. 10,52)

Sueño tenido en enero de 1872.

Durante la enfermedad que padecí en el colegio de Varazze en enero, una noche apenas me quedé dormido empecé a soñarme que estaba en el patio y que allí me encontraba con un individuo que tenía un cuaderno en sus manos. En ese cuaderno estaban escritos todos los nombres de los alumnos y él miraba a cada uno y le escribía algo frente a su nombre.

Me propuse averiguar qué era lo que allí escribía y traté de acercarme, pero él se alejaba de mi y tenía que emplear yo bastante velocidad parea permanecer cerca. Al fin logré observar qué era lo que allí escribía.

Vi que en una página frente al nombre de un alumno pintaba un cerdo y escribía: “Como los animales, solo le interesa lo del cuerpo; se ha hecho semejante a ellos”.

Frente al nombre de otro alumno puntó una lengua afilada como un cuchillo y escribió aquella frase de la Carta de San Pablo a los Romanos: “Murmuradores, chismosos, inventores de lo que no les consta, ultrajadores; a quienes Dios declara dignos de muerte, y no solo a ellos, sino a los que aprueban lo malo que aquellos hacen” (Rom. 1,30).

Frente a otros pintaba dos orejas de burro y escribía aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”.

Yo miré con atención a aquel tipo y vi que tenía dos orejas muy largas y que sus ojos parecían que echaban sangre y fuego y que tenía el rostro como si fuera de candela.

Luego sonó la campana para ir a la Iglesia y todos los alumnos se dirigieron hacia allá y también aquel tipo que los seguía mirándolos fijamente.

 

Empezó la Santa Misa y los jóvenes la seguían con mucha devoción y al llegar al momento de la elevación los jóvenes miraron con gran devoción a la hostia y el cáliz consagrados y rezaron el bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.

En ese momento hubo un gran estruendo y el individuo aquel desapareció entre llamas y humo y dejando convertidos en ceniza los papeles de aquel cuaderno en el cual había anotado lo que iba a hacer cometer a cada uno.

Yo le di gracias a Nuestro Señor porque se había dignado vencer y alejar a aquel demonio y me di cuenta de que el asistir a la Santa Misa hace fracasar muchos planes que el diablo tiene contra nosotros, y que el momento de la elevación es terrible para el enemigo de nuestras almas.

Pensemos que el enemigo del alma tiene bien anotado todo lo que quiere hacernos decir y hacer para perdernos. Algunos desearán saber qué vi escrito frente a su nombre. Pueden pasar en estos días a preguntarme y trataré de recordarle a cada uno lo suyo.

84. El ruiseñor: somos diez 1872 (MB. 10,56).

¡SOMOS DIEZ!, ¡SOMOS DIEZ! Del 3 al 7 de julio de 1872 hicieron los Ejercicios o Retiros Espirituales los jóvenes del Oratorio y después de haberle pedido mucho a Nuestro Señor que me iluminara si todos habían hecho este Retiro, tuve el siguiente sueño.

Soñé que estaba en un gran patio lleno de árboles y que en los árboles había nidos de pequeñas avecillas.

De pronto de uno de esos nidos se cayó al suelo un pequeño ruiseñor, cuyo canto era muy hermosos pero cuyas alas todavía no le habían crecido lo suficiente como para poder volar bastante lejos.

Yo me puse a pensar: – Si te has caído del nido es que todavía no eres bien capaz de volar. Yo te llevare otra vez a tu nido donde estarás seguro.

Pero tan pronto me acerqué a él, dio un pequeño vuelo y se alejó de mí. Traté nuevamente de acercarme a él para llevarlo a la seguridad de su nido, y tan pronto me vio cerca, dio un fuerte salto y no se dejó alcanzar.

Me propuse seriamente llegar hasta él y llevarlo a que estuviera bien defendido en su nido, pero apenas vio que me acercaba para ayudarlo, reunió todas sus fuerzas y dio un vuelo como de veinte metros. Yo lo seguía con la vista entristecido al constatar que no se quería dejar ayudar, pero en ese momento apareció por los aires un tremendo gavilán que atenazándolo con sus afiladas garras se lo llevó para destrozarlo y devorarlo: Yo pensaba: – Quise ayudarle y no te quisiste dejar ayudar. Tres veces te alejaste de mi cuando trataba de llevarte a sitio seguro y has pagado bien caro tus caprichos.

Y el pobre ruiseñor antes de ser devorados gritó tres veces: “¡Somos diez!”, “¡Somos diez!”, “¡Somos diez!”.

Después volvió a aparecer el terrible gavilán con feroz mirada y ojos llenos de sangre. Yo lo regañé por haber sido tan cruel con aquel animalito y traté de lanzarle una pedrada. Él huyó lleno de miedo pero antes de alejarse lanzó hacia mí un papel en el que estaba escrito el nombre de diez alumnos que no quisieron hacer bien los Retiros Espirituales.

Al despertarme vine a darme cuenta de que varios en vez de arreglar sus cuentas con Dios con una buena confesión y de volver a su santa amistad y hacer buenos propósitos, prefirieron entregarse al demonio y ser destrozados por él.

Le di gracias a María Auxiliadora por haberme revelado quiénes son los que no quisieron ponerse en paz con Dios y le prometí hacer todo lo posible que esas ovejas descarriadas vuelvan otra vez al rebaño del Buen Pastor.

Nota: El Padre Berto, secretario de Don Bosco, afirmaba muchos años después: Recuerdo que esos 10 jóvenes fueron avisados oportunamente. Uno de ellos no quiso dejar su mal comportamiento y fue alejado del colegio.

85. Al volver de vacaciones 1872 (MB. 10,57).

Muerte poco ejemplar. Soñé que los jóvenes llegaban al colegio después de vacaciones y que yo me encontraba con uno de los alumnos y que teníamos el siguiente diálogo: – ¿Qué tal las vacaciones? ¿Sí cumplió los buenos consejos que les recomendamos para portarse bien? – En vacaciones me fue bien, pero sus consejos no los practiqué, eran muy difíciles.

– ¿Y ahora al regresar sí quiere arreglar los asuntos de su alma? – ¿El alma? ¿Los asuntos del alma? ¡Ah, ya habrá tiempo para ello más tarde! Y así diciendo se alejó de mí sin querer hacer caso. Yo continué diciéndole: – ¿Por qué comportarse así? ¡Hágame caso y recobrará la alegría de su alma! Él se alejó. Yo lo seguía con una mirada llena de tristeza y se me ocurrió decir: – ¡Pobre muchacho! Se ha buscado su ruina espiritual y no se da cuenta de que una fosa, una sepultura se ha abierto junto a sus pies para recibirlo.

Pasados unos momentos vi que entraban por la portería del colegio dos sepulteros. Y empezamos con ellos la siguiente conversación: – ¿A quién buscan? – A un muchacho que se ha muerto.

– No, aquí no se ha muerto ninguno. Se equivocaron de puerta.

– No nos hemos equivocado de puerta. ¿No es ésta la casa de Don Bosco? Pues avisaron que había que llevar un muerto de aquí de esta casa, y que teníamos que enterrarlo.

Me fui con ellos por los corredores y nos encontramos un ataúd en el cual estaba escrito el nombre de un joven destinado a morir muy próximamente. Y en el ataúd estaba escrito el nombre de este año en el que estamos, y esta terrible frase: “Sus vicios bajarán con él hasta el sepulcro”.

Los sepulteros empezaron a forcejear para llevarse al joven en el ataúd y yo a oponerme para que no se lo llevaran y estando en este forcejeo, uno de ellos le día al ataúd un golpe tan fuerte que éste se rompió y… me desperté.

Don Bosco reunió a todo el alumnado y contó el sueño, advirtiéndoles que la muerte de este joven iba a servir de lección y de aviso a muchos, pero que no seria algo digno de imitación.

Un mes después murió el tal alumno, que en el día en que Don Bosco narró el sueño se encontraba perfectamente bien de salud. Varios sacerdotes quisieron obtener que se confesara antes de morir pero no quiso (cumpliéndose así la frase que el Santo vio escrita sobre el ataúd: “Sus vicios bajarán con él al sepulcro”).

Cuando el joven murió, Don Bosco estaba en otra ciudad. El muchacho enfermó de un momento para otro. El Padre Cagliero le recomendó de las maneras más amables que se confesara y que se preparara a bien morir, pero él le respondió que apenas tenía 15 años y que a esa edad no se iba a morir; y que no tenía ganas de confesarse y que lo dejara tranquilo.

El Padre Cagliero volvió otra vez a visitarlo y para que se preparara a confesarse bien, empezó a preguntarle acerca de su vida pasada, pero él se volteo hacia el rincón y no le quiso contestar ni una palabra más. Poco después murió. Esa tarde llegó Don Bosco pero ya el otro estaba muerto.

La impresión de terror que esta triste muerte dejó entre todos sus compañeros duró mucho tiempo. Todos veían realizado allí, a la letra, el sueño que habían oído narrar un mes antes. Se cumplía así la frase de San Agustín: “Como haya sido la vida, así será la muerte”.

86. La Patagonia 1872 (MB. 10,60).

El siguiente es el sueño que animó a Don Bosco a enviar a sus salesianos como misioneros al extremo sur de América.

Lo narró por primera vez al Papa Pío IX. Después lo contó varias veces a sus salesianos.

Soñé que estaba en una región salvaje, totalmente desconocida. Era una llanura completamente sin cultivar, en la cual no se veían montañas ni colinas. Solamente en sus lejanísimos límites se veían escabrosas montañas. Vi en ellas muchos grupos de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos. Eran de altura y estatura extraordinaria, de aspecto feroz.

Cabellos largos y ásperos. El color de su piel era oscuro y negruzco y sobre las espaldas llevaban mantos de pieles de animales. Usaban como armas una lanza larga y una honda para lanzar piedras.

Estos grupos de hombres esparcidos acá y allá se dedicaban a diversas actividades. Unos corrían detrás de las fieras para darles cacería. Otros peleaban entre sí, tribu contra tribu; y un tercer grupo de batalla contra soldados blancos que llegaban. El suelo estaba lleno de cadáveres.

Luego aparecieron en el extremo de la llanura varios grupos de misioneros de diversas comunidades religiosas y se dedicaron a enseñar el Evangelio a aquellos salvajes, pero ellos se lanzaban contra los misioneros con furor diabólico y los mataban y los descuartizaban, y después seguían peleando entre ellos mismos.

Yo pensaba: ¿Cómo lograr convertir a esta gente tan salvaje? Pero luego vi aparecer otro grupo de misioneros. Se acercaban a los salvajes con rostro alegre y precedidos de un grupo de muchachos.

Yo temblaba pensando: ¡Los van a matar también! Me acerqué a ellos y pude ver que eran nuestros salesianos. Los primeros que llegaban me eran muy conocidos. Los otros son gente que vendrá después y que no logré conocer.

Quise detenerlos para que no se acercaran a los salvajes porque los podían matar, pero vi luego con admiración que la llegada de ellos llenaba de alegría a aquellas tribus salvajes, las cuales dejaban las armas, cambiaban su ferocidad en amabilidad y recibían a nuestros misioneros con las mayores demostraciones de buena voluntad.

Y vi que los misioneros salesianos se acercaban a los salvajes y les enseñaban el Evangelio y éstos lo aceptaban de muy buena gana; y que aprendían prontamente la religión que les enseñaban y hacían caso a los avisos y amonestaciones que les daban los evangelizadores.

Y vi emocionado que nuestros misioneros rezaban el Santo Rosario con aquellos salvajes los cuales les respondían con fervor a sus oraciones.

Los salesianos se colocaron en medio de la muchedumbre de salvajes que los rodeó, y se arrodillaron. Aquellos hombres antes tan feroces, colocaban ahora sus armas a los pies de los misioneros y se arrodillaron y rezaron. Y entre todos empezaron a cantar un himno a la Virgen María con una voz tan sonora y tan fuerte que… yo me desperté.

Este sueño me causó mucha impresión y quedé convencido de que se trataba de un aviso del Cielo. No comprendí en ese momento todo su significado pero sí comprendí que se trataba de un sitio a donde deben ir nuestros misioneros, una misión en la cual yo había pensado durante largo tiempo con mucha ilusión.

Explicación: Al principio Don Bosco creyó que el sitio donde debía enviar a sus misioneros salesianos era Etiopía; después que Hong Kong; más tarde pensó que era Austria o la India, pero las gentes de estos países no eran como él las había visto en el sueño. Hasta que al fin en 1874, dos años después de tenido el sueño, le llegó de Argentina la invitación para enviar misioneros a la Patagonia, en el extremo sur de América, y al conocer cómo eran los indios de esa región pudo comprobar que eran como los que él había visto en el sueño y envió allá a sus salesianos.

Los indios de la Patagonia ya habían martirizado a varios misioneros de otras comunidades, pero “los salesianos llegaron con mucha alegría y precedidos de un grupo de jóvenes”, o sea con el sistema de la bondad y ganándose primero a la juventud, y al lado de los muchachos fueron llegando sus padres y dejaron las guerras y adquirieron gran estima a la religión Católica y a los salesianos. Toda aquella región está ahora llena de obras de los seguidores de Don Bosco.

87. Mensaje al Papa Pío IX 1873 (MB. 10,68).

En una noche oscura en que la gente no podía distinguir cuál era el camino para regresar a sus pueblos, vi que aparecía en el Cielo una luz esplendorosa que alumbraba los pasos de los viajeros como si fuera el sol de mediodía.

En aquel momento vi una multitud inmensa de jóvenes y ancianos, de mujeres y hombres, de sacerdotes, religiosas y monjes que con el Sumo Pontífice a la cabeza salían del Vaticano y se colocaban en fila como para una procesión.

Luego se desató una terrible tempestad que logró hacer que varias personas de las que componían aquel grupo se retiraran espantadas. La procesión recorrió un camino por espacio de doscientas salidas del sol. Aunque a ratos se desanimaban, sin embargo se reunían junto al Pontífice para ayudarlo en todo lo más posible.

Enseguida aparecieron unos ángeles portando un estandarte y fueron a llevarlo al Pontífice diciéndole: – Reciba el estandarte de aquel combate y dispersa a los más fuertes ejércitos enemigos. Los fieles le suplican que no se aleje de la Ciudad Santa.

En el estandarte estaba escrito por un lado: “María Concebida sin pecado original”, y por el otro lado: “María, Auxiliadora de los cristianos”.

El Pontífice tomó en sus manos el estandarte y al ver que eran pocos los que lo seguían sintió tristeza, pero una voz le dijo: – Escriba a los católicos de todo el mundo que es necesario una reforma de las costumbres y que para conseguir esto es necesario que se predique por todas partes la Palabra de Dios. Que se enseñe catecismo a los niños. Que se enseñe a los mayores a desprenderse generosamente de los bienes materiales. Que las vocaciones para el sacerdocio y para la vida religiosa se busquen entre los campesinos y gente sencilla y la clase obrera. Que se siga cumpliendo lo que dijo el salmista: “El Señor levanta de la basura al pobre y lo coloca entre los príncipes de su pueblo”.

Cuando el Pontífice oyó este mensaje, el grupo de sus seguidores empezó a aumentar.

Y el Santo Padre se echó a llorar al ver la desolación entre los ciudadanos y cómo la tierra había quedado como arrasada por un huracán o por una granizada, y las gentes corrían de una parte para otra conmovidas diciendo: “Dios ha demostrado que está con su pueblo”.

El sol volvió a aparecer esplendoroso y el Pontífice llegó a la Basílica de San Pedro y entonó el himno de acción de gracias a Dios, el Te Deum.

Entre el tiempo en que le Sumo Pontífice y los suyos salieron en la procesión en medio de la tempestad y el tiempo en que el sol volvió a aparecer esplendoroso, el sol salió doscientas veces. La persona que tuvo esta visión es la misma que anunció lo que le iba a suceder a Francia, un año antes de que sucediera, y todo se cumplió a la letra.

Este mensaje fue comunicado por Don Bosco al Papa Pío IX, como venido del Cielo. Le anunciaba que después del bombardeo y la toma de Roma por los enemigos, vendría una época de cierta paz. En aquel tiempo, Don Bosco logró dialogando con el gobierno anticatólico de Italia que le permitieran al Sumo Pontífice el nombramiento de obispos para muchísimas diócesis que ya llevaban años sin obispo.

Antes las vocaciones se buscaban preferentemente entre las familias acomodadas e instruidas. El mensaje recomienda que se busquen las vocaciones entre los campesinos y familias obreras, y así aumentó mucho el número de sacerdotes y religiosos.

El Papa Pío IX guardó siempre entre sus papeles personales este mensaje que el Cielo le envió por medio de Don Bosco.

Cuando las gentes asustadas le decían al Papa que abandonara a Roma y huyera, nuestro Santo le escribió lo siguiente: – El centinela, el guardia de Israel debe quedarse en su puesto y hacer guardia ante el Arca Santa para defenderla “con la fortaleza de Dios”.

El Papa no olvidó nunca estas palabras y aunque muchos católicos eran de la opinión de que el Papa Pío IX debía salir de Roma, el Pontífice se quedó allí, aun con graves peligros, pues la ciudad había sido tomada por los enemigos.

Y tan animadoras le parecían al Pontífice las palabras de Don Bosco que un día en una de sus visitas le preguntó: – ¿Don Bosco habría muchas dificultades para que se viniera a Roma a colaborarme aquí de cerca? (quería nombrarlo Cardenal).

Don Bosco le respondió: – Santidad, alejarme de Turín seria la muerte de mi obra en esa ciudad.

Y así logró que no lo nombraran Cardenal. Y chanceando con sus alumnos les decía: ¿Se atreverían a acercarse a Don Bosco vestido de rojo, a Don Bosco Cardenal?

88. Los propósitos de enmienda 1873 (MB. 10,61).

El 31 de mayo de 1873 el Santo dijo al alumnado: Durante todo el tiempo de la novena a María Auxiliadora y durante todo el mes de mayo, en la Santa Misa y en mis oraciones particulares he pedido a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen María que me hicieran conocer cuál es la causa por la cual se pierden más las almas.

Y en sueños me fue dicho que la causa principal de la perdición de muchas almas es que no hacen propósito de enmendarse o si lo hacen no lo cumplen. Muchos se confiesan pero no hacen propósito serio de mejorar su conducta o si lo hacen no lo recuerdan después para cumplirlo.

Y en los sueños de estos días me pareció ver a muchos alumnos con dos cuernos en la cabeza y me fue dicho que son los que no hacen propósitos de enmendarse de su mala conducta. Si se confiesan, lo hacen siempre de las mismas culpas sin enmendarse en nada. Si al principio del año tenían malas calificaciones, al final del año también las tienen. Al principio del año criticaban y murmuraban y al final del año siguen criticando y murmurando.

Me ha parecido que les debía contar esto que he soñado porque creo que ha sido la respuesta a mis pobres oraciones y que estos mensajes vienen de Nuestro Señor.

El Santo no dio más explicaciones en público acerca de esto que había soñado pero en privado sí avisó a varios jóvenes acerca del modo como los había visto en sueños y sus avisos les hicieron gran bien. Y a nosotros también puede sernos de verdadero provecho el pensar si de veras hacemos serios propósitos de enmendarnos de nuestros defectos y nos esforzamos por cumplirlos, o si por el contrario seguimos siendo siempre los mismos con las mismas faltas.

89. Mensaje al Emperador de Austria 1873 (MB. 10,65).

En 1873 Don Bosco después de una visión tendida en sueños envió con una persona de toda confianza el siguiente mensaje del Cielo al Emperador de Austria. Esto dice el Señor al Emperador de Austria: Llénate de valor. Ayúdales a los fieles católicos y cuídate tú mismo. La ira de Dios caerá sobre las naciones de la tierra que desprecian sus santas leyes y contra los que ayudan a los que van contra la Ley del Señor. El castigo del Señor caerá sobre los que persiguen a los que son fieles a la Santa religión.

Si defiendes a la religión serás un bienhechor del mundo. Apóyate en los países que son católicos y haz alianza con ellos.

Pero no te apoyes ni hagas alianzas con los países que van contra la Iglesia de Dios. No creas en las mentiras de los que te dicen lo contrario.

Tienes que tener especial aversión contra los que van contra la religión del Crucificado. Espera y confía en Dios que es quien concede las victorias y salva a los pueblos y defiende a los gobernantes. Amen. Amen.

El Emperador leyó atentamente este mensaje y envió un especial agradecimiento a Don Bosco diciéndole que lo tendría muy en cuenta.

90. Los pecados en la frente 1873 (MB. 10,73).

La noche del 11 de noviembre de 1873 Don Bosco narró a sus alumnos el siguiente sueño que había tenido la noche del 8 de noviembre.

Soñé que estaba visitando los dormitorios y que un personaje desconocido se me acercó llevándome junto a los alumnos que iba alumbrando con una linterna en la frente de cada uno y allí se leían sus pecados. Todos los pecados de cada uno estaban allí escritos.

Después me mostró un grupo de jóvenes que tenían la frente y el rostro blanco como la nieve, porque su alma está sin pecado. Yo al verlos sentí una gran alegría. Más adelante me mostró un joven que tenía todo el rostro lleno de manchas negras.

Poco después escuché que cantaban el canto de difuntos (Dales Señor el descanso eterno). Le pregunté al personaje quién era el que se había muerto y me respondió: – Se murió el joven de las manchas negras en la cara.

¿Y cuándo?, ¿cuándo? Él me mostró una hoja de almanaque que decía: 5 de diciembre.

Y yo me desperté.

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