top of page

Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

Sueño 1.png

51. La perdiz y la codorniz 1865 (MB. 8,23).

El 16 de enero de 1865, habló así Don Bosco a sus alumnos: “Quiero contarles un sueño que tuve anteayer: Me pareció encontrarme de viaje con todos mis alumnos actuales y con muchísimos más que llegaran a nuestras obras en los tiempos futuros. Llegamos a un campo lleno de árboles frutales y los alumnos de desparramaron por todo el campo en busca de frutas. Unos comían higos, otros uvas, algunos comían duraznos y otros ciruelas. Yo estaba en medio de ellos y cortaba racimos de uvas y las repartía entre todos.

Salimos de aquel campo y empezamos un camino muy difícil de andar. Estaba lleno de zanjas muy profundas y unas veces teníamos que subir, otras veces había que bajar y frecuentemente era necesario saltar. Los más fuertes lograban saltar pero los más débiles caían en la profunda granja. Quise buscar otro camino pero el sendero siguiente estaba lleno de piedras, de espinas, de barro y de hoyos y era imposible viajar por allí.

Entonces el guía me dijo: “Sigan por este camino difícil, pero que los más fuertes lleven a los más débiles”.

Seguimos por el dificultoso camino y al final encontramos una cerca llena de espinas.

Con dificultad nos abrimos paso por allí. Luego llegamos a un valle que tenía muy hermosos árboles y pastos, y era verde y ameno.

Al llegar al valle vi a dos jóvenes, antiguos alumnos, y uno de ellos me dijo señalándome dos aves que tenían en sus manos.

– ¡Mire qué hermosas aves! – ¿Y qué aves son esas? – Una perdiz y una codorniz – ¿Y qué significa perdiz? Pues la perdiz tiene los significados de sus letras: P: Perseverancia en hacer el bien.

E: Eternidad. Pensar en ella.

R: Recibirá cada uno según hayan sido sus obras.

D: Despreciar lo que es mundano y materialista.

I: Irá cada uno al sitio que se haya conseguido con sus obras. Y la: Z: Es la última letra: pensar en lo último que nos espera.

Luego me presentó la codorniz y me dijo: Recuerde que la codorniz es aquella ave que llegó en bandadas de miles y miles al desierto donde el pueblo de Israel estaba murmurando contra Dios porque no les enviaba carne para comer. Y volaban tan bajitas que con bastones lograban derribar. Y la gente comió tan de gula que esas carnes que se murieron muchísimos, porque “mata más la gula que la espada”. (Éxodo Cap. 16). Este animal significa el gran peligro que hay para las personas en el comer de gula o en el beber de gula.

La codorniz era hermosamente exteriormente, pero al levantarle las alas vi que estaba cubierta de llagas, y se fue volviendo tan fea y asquerosa y despedía un hedor tan insoportable que producía deseos de vomitar.

Entonces empezaron a aparecer en el campo bandadas de perdices y de codornices, y los jóvenes se dedicaron a darles cacería. Y vi que todos los que comieron perdices se volvieron más fuertes (porque practicaban lo que sus letras significaban: pensar en la eternidad que nos espera y despreciar lo que es mundano y malo) y en cambio, los que comieron codornices se quedaron a mitad del camino y no me siguieron más (porque se dedicaron a comer de gula o a beber de gula o a cometer impurezas).

Después de esto vi a dos jóvenes que llevaban una cinta morada de las que se les colocan a los difuntos y la extendieron, y en seguida apareció tendido y muerto uno de mis discípulos. Pero no logré reconocer de quién se trataba.

Pregunté a los dos jóvenes quién era el difunto pero no me quisieron decir su nombre. Luego aparecieron bastantes alumnos más que me decían: – Don Bosco, ha muerto un discípulo suyo.

Les pregunté quién era el muerto pero nadie me quiso decir su nombre. Y en ese momento me desperté. Estaba totalmente cansado como si hubiera viajado toda la noche.

Explicación: El 18 de enero Don Bosco les dijo a sus alumnos: “Varios desean saber el significado del sueño que les narré la vez pasada. Pues les digo que la perdiz es la representación de la virtud y de la buena conducta y la codorniz representa al vicio y al mal comportamiento. Y noten bien que la codorniz parecía muy hermosa por fuera pero por dentro debajo de las alas estaba llena de llagas y olía muy mal. Es la representación de quienes comenten pecados impuros.

Por fuera parecen buenas personas, pero el alma la tienen asquerosa y repugnante.

Y noté que algunos pudiendo comer codorniz, sin embargo no la quisieron aceptar. Son los que tienen ocasiones de ser viciosos, pero no aceptan cometer pecados. Otros en cambio alternaban, un rato comían perdiz y otro codorniz. Son los que a ratos se dedican a ser buenos, y a ratos son malos. Varios han venido a preguntarnos en cuál de los grupos los vi y se le he dicho. Los otros que quieran averiguar en qué estado vi su alma pueden venir en estos días y les responderé con mucho gusto.

El discípulo de Don Bosco que iba a morir pronto y del cual a nadie le quiso decir el nombre, era el Padre Rufino, virtuoso sacerdote, puro como un ángel y estimadísimo por el Santo, y que en esos días gozaba de perfecta salud pero que luego el 16 de julio murió improvisadamente. No le fue anunciado su nombre a Don Bosco para no atormentarlo anticipadamente, pues lo quería muchísimo.

¿Será nuestra vida espiritual como la codorniz del sueño: bella apariencia externa y podrida en la realidad interna? ¡Líbrenos Dios de que llegue ser así!

52. El sueño del águila 1865 (MB. 8,58).

El 1o. de febrero de 1865 Don Bosco anunció a los jóvenes la próxima muerte de uno de ellos, narrándole este sueño que había tenido.

“Me pareció mientras dormía que estaba en el patio rodeado de mis alumnos y que de pronto apareció por los aires un águila maravillosa, de bellísimas alas, la cual trazando círculos en el aire, descendía poco a poco hacia los jóvenes. Y un personaje misterioso me dijo: – Aquella águila quiere arrebatarle uno de tus alumnos.

– ¿A cuál? – le pregunté emocionado.

– A aquel sobre el cual ella se coloque.

Observé atentamente y vi que el águila después de dar unas vueltas más, se colocaba sobre la cabeza de uno de los jóvenes de nuestra casa. Me fijé bien en él para no olvidar su nombre. Y luego pregunté: – ¿Y cuándo será esa muerte? – Ese joven no hará dos veces el retiro mensual – me respondió la voz. Y enseguida me desperté.

Explicación: El 3 de marzo dijo el Santo a los muchachos: – Algunos creen que el que se va a morir pronto es el alumno de apellido Savio que está gravemente enfermo. Pero no es él.

Lo importante es que cada uno cumpla lo que recomendó Nuestro Señor: “Estad preparados por que a la hora menos pensada vendrá el Hijo del Hombre”.

Al día siguiente algunos alumnos le pidieron que les diera alguna señal acerca del que se iba a morir próximamente y él les dijo: – Su apellido empieza por F.

Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por F.

El enfermero Bisio se atrevió a rogarle a Don Bosco que le dijera el nombre del próximo difunto y él le dijo en secreto.

– Se trata de Antonio Ferraris. Pero estoy tranquilo porque es un muchacho muy virtuoso y está muy bien preparado para morir. Tú estarás muy atento y cuando Ferraris vaya a la enfermería y se halle grave, me llamarás enseguida para irlo a asistir y a ayudar a bien morir.

Y en aquellos días a Ferraris le dio un resfriado muy fuerte que se le fue convirtiendo en pulmonía. Fue llamado el médico el cual dijo que la enfermedad era sumamente grave y que podía ser mortal.

Llegó la mamacita a visitarlo y le preguntó al enfermero Bisio: – ¿Podré volver a mi casa o será mejor que me quede junto a mi hijo? – ¿Usted en qué disposiciones de ánimo se encuentra? – le preguntó el enfermero.

– Yo soy la madre y como tal siento mucho que mi hijo se me vaya a morir. Pero de todos modos yo acepto lo que Nuestro Señor permita que suceda.

– ¿Y si Dios permite que su hijo muera pronto? – ¡Pues paciencia! ¿Qué vamos hacer? – y empezó a llorar.

– Mire: Don Bosco dice que Antonio es muy buen muchacho y que se encuentra muy bien preparado para irse al Cielo.

– Pues entonces me quedaré, y que haga Dios su Santa Voluntad. Dijo la madre enjugándose las lágrimas.

Ya iba a llegar el día del segundo retiro mensual, y Don Bosco había anunciado que el que iba a morir no llegaría a ese segundo retiro. Por eso el enfermero Bisio le pidió a la mamá del niño que no se alejara.

Antonio Ferraris murió el 16 de marzo santamente, y asistido por Don Bosco.

El Santo les anunció esta muerte a los alumnos de esta manera: “Veo que muchos jóvenes están deseosos de saber cómo fueron los últimos momentos del compañero Ferraris, y con gusto les contaré los detalles. En su última enfermedad sufría mucho pero no perdía la paciencia.

Cuando llegó de alumno aquí al Oratorio me dijo: – Don Bosco yo estoy dispuesto a obedecer todo lo que usted me aconseje para volverme mejor.

 

Cuando falte en algo, le pido el favor de que me corrija y con gusto haré caso a sus avisos.

Yo le prometí que haría lo que me pedía, y cada vez que se equivocaba o fallaba en algo, le advertía y él me hacia caso muy obediente. Se puede decir que había aprendido a hacer caso en todo lo bueno que se le aconsejaba. Y sus profesores dicen que era de los mejores alumnos de su clase. Cuando cayó enfermo fui a visitarlo y le pregunté si quería que le llevara la Sagrada Comunión y me dijo que sí. Luego le pregunté si tenía alguna inquietud, duda o angustia en su conciencia y me dijo que no tenía ninguna, que estaba con la conciencia en paz. Luego le pregunté si sentía gusto en ir pronto al paraíso y me respondió:- Sí, siento alegría en ir al paraíso, porque espero que allá veré al buen Dios, de quien me han hablado muy bien aquí en la tierra.

– ¿Y qué quieres que haga por ti? – Que me ayude a salvar mi alma y que siga ayudando a todos mis compañeros para que cada uno logre conseguir la eterna salvación.

Como me imaginaba que todavía faltaban unas horas para que se muriera, dispuse irme a mi habitación a escribir un rato, pero él con mucho afán y emoción, y casi sofocado por la pulmonía, me clamaba que no lo fuera a dejar solo en sus últimos momentos. Más tarde quise alejarme otra vez por unos minutos pero volvió a clamarme que no lo dejara solo, que deseaba que estuviera junto a él en la hora de la muerte. Le tomé el pulso y noté que ya casi no palpitaba. La pulmonía se agravaba y llegaba el fin. Después expiró serenamente, sin un lamento ni una queja. Es que tenía la conciencia tranquila y en paz. Que hermoso que cada uno de nosotros pueda morir tan en paz con Dios como murió Ferraris. Yo creo que fue directamente al paraíso y con gusto cambiaría mi puesto por el que él tiene ahora en la eternidad.

Algunos dicen que yo los asusto anunciando cuando se va a morir alguno. Pero a Ferraris le sirvió el anunció para prepararse mejor. De todos modos para evitar sustos no anunciará más las muertes que van a suceder.

Los alumnos gritaron: – Sí, Padre, anuncie siempre, que eso nos hace mucho bien. (MB. 8,64).

53. Las flores y el gatazo 1865 (MB. 8,42).

Soñé que estaba en el patio rodeado de mis alumnos y que cada uno tenía en la mano una flor. Unos tenían una rosa, otros una azucena; algunos tenían una violeta, y muchos una rosa y un lirio juntamente. De pronto apareció un gatazo con cuernos, grande como un perro, de ojos encendidos como llama, y cuyas uñas eran gruesas como grandes clavos, y su vientre era descomunalmente abultado.

La horrible bestia se acercaba traicioneramente a los jóvenes y dando vueltas alrededor de ellos iba de uno en un uno dando zarpazos a la flor que cada uno tenía y lanzándola al suelo. Yo, ante tamaña bestia sentí un gran miedo y me llamaba la atención que los jóvenes a quienes les robaba sus flores y las lanzaba al suelo se quedaban sin inmutarse ni afanarse.

Cuando me di cuenta de que el gatazo se dirigía hacia mi para robarme también mis flores, quise salir corriendo pero una voz me dijo: – No huya.

 

Dígales a los muchachos que levanten la mano y el brazo y así el gato no logrará arrebatarles sus flores.

Me detuve y levanté el brazo. El gatazo hacia inmensos esfuerzo por arrebatarme las flores que yo tenía en la mano, pero como él era tan pesado y barrigón, caía torpemente a tierra.

Y me fue dicho que la azucena o lirio que llevamos en la mano es la santa virtud de la pureza o castidad, a la cual el diablo le hace guerra continuamente. Que los que levantan la mano son los que rezan, se confiesan, asisten a misa y comulgan. Y que los que no levantan la mano y se dejan robar sus flores son los que comen y beben de gula y se pasan tiempos sin hacer nada, sin dedicarse seriamente al estudio y a los trabajos que tienen que hacer. Que se quedan sin levantar la mano y son robados por el diablo los que se dedican a las malas conversaciones o a leer libros malos o revistas impuras, y los que no hacen mortificaciones ni sacrificios, y no evitan las ocasiones de pecar.

Jesús decía: “Ciertos malos espíritus no se alejan sino con la oración y el sacrificio”.

Les recomiendo a todos que levanten su brazo rezando con devoción cada mañana y cada noche; confesándose frecuentemente y comulgando con fervor, haciendo cada día una visita a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento en el Templo, rezando el Santo Rosario y dedicándose con esmero al estudio y a hacer cada uno lo que tiene que hacer. Esto hará que la santa virtud de la castidad y de la pureza se logre conservar, por más ataques que el diablo emprenda contra ella.

54. Los monstruos y los jóvenes 1865 (MB. 8,54).

Estaba hospedado en la casa del Sr. Obispo de Cúneo y tuve allá el siguiente sueño: “Me pareció estar viendo jugar en el patio a un gran número de jóvenes con entusiasta animación. Esto me alegraba mucho porque cuando los jóvenes juegan con toda su alma entonces el demonio tiene poca ocasión para atacarlos.

Pero de pronto se hizo un profundo silencio y apareció en la puerta un monstruo horriblemente feo que caminaba con la cabeza baja y como preparándose para lanzarse al ataque.

Enseguida aparecieron por el patio muchos monstruos como el anterior pero más pequeños, y los muchachos fueron quedando acorralados contra las paredes y muchos jóvenes quedaron tendidos por tierra y como muertos.

Ante aquella escena tan dolorosa lancé un grito tan fuerte que me desperté, y se despertaron también el señor Obispo y sus familiares y su vicario, asustados ante semejante grito.

Yo creo que ese monstruo es el demonio o el pecado y que sus compañeros son las tentaciones y deseo de hacer el mal.

Contra estos enemigos les aconsejo dos remedios: la comunión bien hecha y visitas frecuentes a Jesús en la Santa Eucaristía en el Templo.

¿Quieren que el Señor les conceda muchos favores? Visítenlo frecuentemente en el Templo. ¿Quieren que sean pocos los favores que les concede?

 

Pues entonces visítenlo pocas veces. ¿Quieren que el demonio los asalte? Pues dejen de visitar a Nuestro Señor en el Templo. ¿Pero desean que el espíritu del mal huya de ustedes? Visiten frecuentemente a Jesús en la Eucaristía. La visita al Santísimo Sacramento es un medio muy valioso y muy necesario para alejar y vencer a los enemigos del alma.

55. El proyector mágico 1865 (MB. 8,110).

Narrado el 1o. de mayo de 1865: Soñé que estaba en un Templo muy lleno de jóvenes pero que eran muy pocos los que se acercaban a comulgar.

 

Junto al sitio donde la gente pasa a comulgar vi a un hombre largo y negro, muy negro y muy largo, con cuernos en la cabeza, y que llevaba en la mano un proyector mágico para distraer a los que allí llegaban.

A uno le mostraba en el proyector el patio lleno de juegos y le hacia contemplar su deporte favorito; a otros le mostraba allí en el proyector la casa de sus familiares y los paseos de vacaciones y las diversiones que había tenido. A algunos les hacia recordar las derrotas que habían sufrido en los deportes y las victorias que probablemente podrían tener en el futuro; a varios les presentaba en su proyector las tareas que tenían que hacer, las previas y exámenes que se avecinaban y los libros que había que leer. A otros les presentaba la merienda que iban a comer después y el dinero que tenían por ahí para gastar. Y no faltaban jóvenes a los cuales les presentaba en su proyector los pecados pasados, y así los detenía y no los dejaba pasar a comulgar.

Yo creo que este sueño quiere decir que los enemigos del alma hacen todo lo posible por distraer a cada uno cuando esta en el Templo y cuando esta rezando, para robarle los premios que iba a conseguir rezando bien y comulgando con fervor.

Es necesario romperle el proyector al diablo, y no ser de esos embobados que se quedan mirando lo que él les presenta y así no rezan ni comulgan. Hay que mirar de vez en cuando el crucifijo y pensar lo que Jesús sufrió por nosotros y recordar que dejar la comunión es lo mismo que echarse en brazos del demonio.

56. Las ofrendas de la Virgen y su significado 1865 (MB. 8,120).

El 30 de mayo de 1865 contó Don Bosco el siguiente sueño: “Contemplé un gran altar dedicado a la Virgen y muy hermosamente adornado. Vía a todos mis discípulos avanzando en procesión hacia él. Cantaban una canción a la Virgen, pero no todos del mismo modo. Unos cantaban con exactitud y muy afinados y con hermosa voz.

Otros cantaban con voz ronca y desentonados y fuera de tiempo. Había algunos que estaban callados sin cantar. Y varios se salían de la procesión y se iban a otros sitios, y varios bostezaban aburridos y sin fervor. No faltaban quienes ponían zancadillas a los otros y se reían burlonamente.

Todos llevaban regalos para ofrecérselos a la Virgen Santísima. Cada uno tenía en sus manos un ramo de flores, unos más grandes, otros más pequeños. Unos llevaban rosas, otros claveles, otros violetas.

Pero algunos llevaban regalos muy raros: por ejemplo, uno llevaba una cabeza de cerdo. Otro un gato. Alguien llevaba un plato lleno de sapos, otro un conejo y alguno llevaba un corderito.

Junto al altar de la Virgen había un hermoso joven con alas, probablemente es el ángel que protege nuestra obra, y este joven iba recibiendo la ofrenda que cada uno llevaba.

A los que presentaron hermosos ramos de flores les recibió con gusto su ofrenda y la colocó junto a los pies de Nuestra Señora. A otros al notar que en su ramo de flores traían algunas ya marchitas, desató el ramillete y sacó las marchitas y las echó a la basura, y las demás las colocó junto al altar.

A algunos no les recibió las flores que presentaban porque eran flores sin perfume, y la Virgen quiere realidades y no solo apariencias. Los ramilletes de flores de algunos tenían espinas y clavos entre las flores. En ángel quitó las espinas y clavos antes de colocar las flores junto a la Reina del Cielo.

Cuando llegó el que llevaba un cerdo, el ángel le dijo: – ¿Cómo te atreves a presentar ese regalo? ¿No sabes que el cerdo representa los pecados de impureza, y que María es la más pura de todas las criaturas? Retírate y no presentes esa ofrenda.

Llegaron los que llevaban un gato y el ángel les dijo: – ¡Retírense! ¿No saben que el gato representa a los que roban? Eso significa que se dedican a quitar cosas, dineros, libros, alimentos, etc., y que malgastan el dinero que sus padres pagan por ellos, porque no estudian, y destrozan sus vestidos sin importarles lo que cuestan. Y los hizo apartarse a un lado.

Llegaron luego los que llevaban platos con sapos y el ángel les respondió: – Los sapos representan a los que dan escándalos y malos ejemplos a los demás. La Virgen Santísima no recibe esas ofrendas.- Y se retiraron avergonzados.

Luego avanzaron unos con un puñal clavado en el corazón. Significan los que reciben sacramentos estando en pecado mortal. El ángel les dijo: – ¿No se dan cuenta de que llevan la muerte en el alma? (“Tienen nombre de vivos pero están muertos”, dice el Apocalipsis). ¡Por favor: que les quiten ese cuchillo del corazón! Y éstos fueron también colocados aparte y lejos del grupo.

Enseguida llegaron los demás que llevaban conejos, corderos, pescado, uvas y nueces. El ángel recibió todo y lo puso junto al altar y después de separar los buenos de malos e hizo formar ante el altar a todos aquellos cuyas ofrendas si habían sido aceptadas. Y con tristeza del alma pude notar que el número de los que no habían sido aceptados era más numerosos de lo que yo me había imaginado.

Y aparecieron por lado y lado del altar dos ángeles trayendo cada uno una canasta llena de hermosísimas coronas de rosas, pero eran rosas del Cielo que no se marchitan y que significan la inmortalidad. Y a cada uno de aquellos a quienes sí les había sido aceptada sus ofrendas, le fue colocada una de esas coronas en su cabeza. Las coronas eran supremamente hermosas y yo veía que allí desfilaban para ser coronados no solamente los discípulos que ahora tengo sino los discípulos que tendrán nuestras obras en tiempos futuros.

Y enseguida sucedió algo impresionante: Había jóvenes de rostro nada simpático y que no eran agradables ni atrayentes en su presentación externa, y a éstos les correspondieron las coronas más ricas y hermosas, porque lograron conservar mejor su pureza o castidad. Otros tenían también esta virtud pero en grado inferior. Muchos otros recibieron coronas por su obediencia, por su humildad, o por su amor de Dios. Cada uno recibía una corona proporcionada a los esfuerzos que había hecho por portarse bien.

El ángel les dijo: – Han recibido estás coronas como premio a su buen comportamiento. Esfuércense cada uno para lograr que los enemigos del alma no le roben su corona. Hay tres medios para conservarlas:

1. Ser humildes.

2. Ser obedientes.

3. Esmerarse por conservar la virtud de la pureza.

Estás tres virtudes: humildad, obediencia y pureza los harán agradables ante la Virgen María y les conseguirán una corona infinita de premios en el Cielo.

Los jóvenes que no habían sido coronados desaparecieron y los que sus recibieron coronas empezaron a cantar un himno a la Virgen con voz tan fuerte que… yo me desperté.

Recuerdo muy bien quiénes sí fueron coronados y en qué virtud sobresalían, y quiénes fueron rechazados y por qué. Pueden pasar en estos días y le diré a cada uno en qué estado vi su alma en el sueño, y qué es lo que debe hacer para que la Virgen Santísima le acepte sus ofrendas.

Mientras tanto les dos estás explicaciones: Todos llevaban flores a la Virgen, pero noté que casi todos tenían espinas entre sus flores. Y me fue dicho que esas espinas representan a la desobediencia: No hacer lo que hay obligación de hacer, y dedicarse a hacer lo que está prohibido, llegar tarde y no cumplir los propios deberes. (“¿Has visto a alguno que cumpla bien sus deberes de cada día? Ese no quedará entre los últimos. Ese será de los primeros. Pero el desobediente no será coronado.”, dice el Libro de los Proverbios).

Otros llevaban entre sus flores un clavo. Y con clavos fue crucificado Jesucristo. San Pablo dice que el que peca crucifica de nuevo a Jesucristo. Clavos son los pecados que se cometen y no se combaten. Se empieza por pequeñas faltas y se va llegando a cometer pecados graves. El que es infiel en lo poco, también será infiel en lo grande, decía Nuestro Señor.

Muchos llevaban flores sin perfume. Son las obras buenas que se hacen sin querer apartarse del pecado o que se hacen por ser vistos y ser felicitados y no por agradar a Dios. Esas obras buenas son rechazadas. (Dice el salmo 49: “El señor Dios dice al pecador obstinado: ¿Por qué andas diciendo que me amas, tú que desprecias mis mandatos y no los quieres cumplir? Te acusare de esto y te lo echaré en cara”).

Pero el ángel permitía que los que quisieran fueran y arreglaran sus ramilletes y les quitaran las espinas y los clavos y las flores sin perfume y volvían, y entonces sí se les aceptaba su ofrenda. Así que cada uno puede proponerse enmendar sus errores y malos comportamientos y entonces sí eran aceptadas sus ofrendas.

57. El sueño de la inundación 1866 (MB. 8,240).

El 1o. de enero de 1866 Don Bosco habló así al alumnado: Soñé que me encontraba cerca de un pueblo parecido a Castelnuovo. Los jóvenes jugaban alegremente en un campo, cuando de pronto se vio aparecer en el extremo de la llanura una gran inundación, que crecía por momentos y amenazaba ahogarnos a todos. Era que el río Po se había desbordado y sus olas llegaban como grandes ríos.

Nosotros corrimos a refugiarnos en un edificio viejo y alto que había servido antes de molino. Las aguas subían más y más nosotros teníamos que ir ascendiendo hacia los pisos superiores de aquella edificación. Todos los alrededores eran un inmenso lago. Ya no se veían bosques ni pueblos, ni ciudades, sino agua y más agua.

Ante tan terrible peligro y viendo que no se encontraba cómo librarnos de aquella inundación, empecé a animar a mis discípulos diciéndoles que pusiéramos toda nuestra confianza en la ayuda de Dios y en la bondad de nuestra querida Madre María.

El agua subió hasta el techo de aquella habitación y nosotros estábamos llenos de terror, cuando de pronto apareció una enorme barca, flotando cerca del sitio donde estábamos.

Cada uno quería ser el primero en saltar a la barca para librarse de ser devorado por las aguas, pero ninguno se atrevía porque no la podíamos acercar a la casa. Solamente había un medio que nos podía permitir llegar hasta la barca: era un enorme tronco de árbol, largo y estrecho. Pero pasar sobre él resultaba peligroso, pues un extremo del árbol estaba apoyado en la balsa que no dejaba de moverse al impulso de las olas.

Me llené de valor y pasé primero por sobre aquel tronco y llegué a la barca y luego encargué a algunos sacerdotes clérigos que unos se dedicaron a apoyar a los que se subían sobre el tronco y otros desde la barca les dieron la mano a los que venían llegando. Pero, caso curioso, los sacerdotes y clérigos se cansaban muy pronto de aquel trabajo y se desanimaban por tanto cansancio. Entonces me dediqué también yo a ayudar a pasar gente, pero muy pronto quedé rendido de cansancio.

Y sucedió que muchos jóvenes, dejándose llevar por la impaciencia improvisaron un nuevo puente con una tabla y se dispusieron a pasar por allí, con gran peligro de caerse al agua.

Yo les gritaba: – ¡Cuidado, por favor! ¡Deténganse, que se van a caer a las aguas! Pero no me hicieron caso y muchos de ellos perdieron el equilibrio antes de llegar a la balsa, cayeron y fueron tragados por aquellas malolientes y turbulentas aguas, y no los volvimos a ver más.

Y la tabla que les servía de puente se hundió también con todos los que pasaban por allí. La cuarta parte de nuestros jóvenes sucumbió por seguir sus propios caprichos.

Yo logré acercar la barca hacia el edificio y entonces el Padre Cagliero, con un pie en la ventana y el otro en el borde de la barca empezó a hacer pasar a los jóvenes que todavía quedaban allí en esa edificación y los ayudaba a ponerse en seguro Muchos jóvenes se habían subido al techo y estaban allí arrimados unos a otros llenos de temor. Yo les dije que se encomendaran a Dios y que bajaran por sobre el tejado, entrelazados los brazos unos con otros para no rodar. Me obedecieron y como la barca estaba pegada al edificio, con la ayuda de los compañeros los hicimos llegar a todos a la barca.

 

En nuestra embarcación había unas buenas canastas de pan.

Cuando todos estuvimos en la barca, tomé el mando de la misma y dije a los jóvenes: – María es la Estrella del Mar. Ella no abandona a los que confían en su protección. Pongámonos todos bajo su manto: la Virgen nos librará de los peligros y nos llevará a puerto seguro.

Después dejamos que la nave fuera llevada por las olas y empezó a moverse alejándose de aquel lugar. Yo me acordaba de aquella frase del Libro de los Proverbios: “Es como nave que viene de lejos trayendo el pan” (Prov. 31,13).

La fuerza de las aguas agitadas por el viento movía a tal velocidad nuestra nave que tuvimos que abrazarnos unos a otros, formando un todo, para no caer.

Luego llegamos a un gran remolino y la barca empezó a dar vueltas sobre sí misma con extraordinaria rapidez, de manera que parecía que se iba a hundir. Pero llegó un viento fortísimo y la sacó de aquella vorágine, y aunque de vez en cuando encontrábamos algún remolino peligroso, sin embargo aquel viento salvador llevó a nuestra barca hasta la playa seca, hermosa y amplia que parecía sobresalir como una isla en medio de aquel mar inmenso de profundas aguas.

Muchos jóvenes opinaron que había que descender a la isla y que nos fuéramos a tierra y decían que Dios puso al hombre sobre la tierra y no sobre el mar. Y desobedeciendo mis órdenes y mis consejos bajaron a tierra, pero vino luego un terrible oleaje de la inundación y cubrió la isla y los ahogó a todos. Yo pensaba: ¡Qué caros se pagan los caprichos! Pero los jóvenes de la barca empezaron a sentir gran temor porque las olas se enfurecían cada vez más. Yo al verlos tan pálidos por el terror les dije: – ¡Ánimo, María Santísima no nos abandonará! Y todos, de común acuerdo nos pusimos a rezar los actos de fe, de esperanza, de caridad y de contrición, y luego rezamos varios Padrenuestros, Avemarías y Salves. Después de rodillas, agarrados todos de las manos, continuamos rezando cada unos nuestras oraciones particulares.

Mientras los demás rezábamos devotamente, algunos imprudentes se pusieron de pie y en vez de dedicarse a rezar se dedicaron a reírse y a burlarse de los que rezaban. Pero de pronto la barca dio un frenazo, giró con gran rapidez sobre sí misma y un viento violentísimo lazó aquellos imprudentes hacia las profundas aguas.

Eran unos treinta y ya no los volvimos a ver. Nosotros entonamos con gran devoción el “Dios te salve Reina y Madre” y nos encomendamos a María, Estrella del Mar.

Sobrevino una gran calma. La nave, cual pez gigantesco continuó avanzando sin saber nosotros hacia dónde nos llevaría.

Allí se trabajaba mucho tratando de salvar el mayor número de vidas que fuera posible. Se hacían todos los esfuerzos por tratar de que ninguno cayera al agua, y si alguno caía a las olas nos esforzábamos entre todos por salvarlo del ahogamiento.

Algunos imprudentes se asomaban demasiado al borde de la barca y caían al agua, y había algunos jóvenes tan descarados que invitaban a sus compañeros a acercarse al borde de la barca y cuando ya estaban allí, los empujaban y los hacían caer al agua.

Varios sacerdotes se consiguieron unas cañas largas y unos lazos provistos de salvavidas, y cuando escuchaban la voz de auxilio de alguno que había caído a las aguas, le alargaban la caña para que se prendiera de ella, y volviera a la barca o le lanzaban el lazo para que se lo amarrara a la cintura y así lo pudieran atraer hacia la embarcación.

Pero había algunos malintencionados que trataban de impedir que los náufragos fueran salvados. En cambio los clérigos vigilaban continuamente para que los jóvenes no se acercaran demasiado a los peligrosos bordes de la embarcación.

Yo estaba junto a una fuerte columna que sostenía una vela (o tela grande que al ser empujada por el viento hace moverse la embarcación), y me rodeaban muchos sacerdotes y clérigos que obedecían mis órdenes. Mientras todos obedecían, el viaje transcurrió en paz, alegría y tranquilidad, pero de pronto algunos empezaron a sentirse descontentos de estar allí; les parecía demasiado incómoda la barca y decían que era mejor buscar tierra lo antes posible. Murmuraban diciendo que los alimentos se nos acabarían y que no tendríamos después con qué comer. Discutían y me desobedecían.

 

Yo trataba en vano de calmarlos y animarlos.

Y entonces aparecieron otras barcas que viajaban en dirección distinta a la de la nuestra y el grupo de rebeldes e imprudentes dispuso tender unas tablas sobre las aguas y pasarse a esas barcas.

Yo sentí mucha tristeza al ver que se alejaban, porque sabía que iban en busca de su propia ruina.

Y empezó una fuerte tempestad y las olas gigantescas fueron hundiendo una por una las embarcaciones que se habían llevado a los rebeldes, y la noche se hizo negra y oscura y a lo lejos se escuchaban los gritos angustiados de los que se hundían entre las olas. Todos perecieron (que oportunas eran entonces las palabras del Salmo 69: “Dios mío sálvanos, que las aguas nos quieren ahogar. Mi oración se dirige a Ti Dios mío: que me escuche tu gran bondad. Líbrame de las aguas tormentosas. Que no me hunda en las aguas sin fondo; que no me arrastre la corriente, que no se cierren las olas sobre mí. Estoy en peligro Señor, respóndeme enseguida”).

El número de mis discípulos que se conservaban a salvo había disminuido mucho. A pesar de todo, con la confianza puesta en la Virgen, después de una noche tenebrosa, la nave llegó finalmente al amanecer, a un paso estrechísimo, entre dos playas llenas de barro, y de muchos restos y pedazos de embarcaciones destrozadas y hundidas por el vendaval.

Y vimos que alrededor de la barca pululaban enormes y temibles arañas, sapos, serpientes, tiburones, víboras venenosas y miles de animales feroces. Sobre unos sauces que colgaban sus ramas hacia el agua, había unos gatazos deformes que desgarraban restos de cuerpos humanos, y unos micos de gran tamaño que trataban de herir con sus uñas a nuestros jóvenes, pero éstos atemorizados se agachaban y se libraban de aquellas amenazas.

Y allí en aquel arenal encontramos muchos de los que habían desaparecido entre las olas. Eran cadáveres y estaban totalmente destrozados. Uno de los jóvenes gritó: ¡Miren a Fulano, lo está devorando un monstruo! ¡Miren a Zutano, lo está devorando otro monstruo! Y seguían diciendo los nombres de los que eran víctimas de aquellas fieras. Los demás compañeros miraban aquella escena con verdadero temor.

Y enseguida se presentó ante nuestros ojos otra escena todavía más espantosa: un horno inmenso lleno de fuego violentísimo y en él millares de personas convertidas en brasas ardientes que saltaban por los aires gritando y volvían a caer entre las tremendas llamas, como cuando hierve una olla llena de legumbres. Y sobre el horno había un letrero que decía: “Pecar contra el sexto mandamiento y contra el séptimo, eso es lo que hace caer aquí”.

Más allá había una elevación de tierra llena de árboles desordenadamente dispuestos entre ellos se agitaban muchos de mis discípulos que habían caído a las aguas y se habían alejado de nosotros durante el viaje. Bajé a tierra sin asustarme por el peligro que corría, me acerqué y vi que tenían los ojos, los oídos y el corazón llenos de insectos y de gusanos que les roían, causándoles agudísimos dolores. Uno de ellos sufría más que los demás.

 

Quise acercarme a él para ayudarle pero huía de mí, escondiéndose detrás de los árboles. Uno de aquellos jóvenes abrió su camisa y apareció su cuerpo rodeado de serpientes. Otro llevaba serpientes junto a su corazón.

Les señalé a todos ellos una fuente de aguas termales curativas, y los que fueron a bañarse allí quedaron curados de todas sus heridas y subieron otra vez a la barca. Pero varios de los heridos no quisieron hacerme caso y no fueron a bañarse a las aguas curativas, y allí se quedaron.

La balsa empujada por el viento, atravesó aquel estrecho y entró de nuevo en la inmensidad de las aguas. Cómo recordaba entonces lo que dice el Salmo 106: “Estaban enfermos por sus maldades y por sus culpas eran afligidos, pero clamaron al Señor Dios en su angustia, y Él los libró de sus tribulaciones… Dios hizo aparecer un viento tormentoso que alzaba las olas a lo alto y hacia subir mucho y luego bajar hacia el abismo y los navegantes se tambaleaban y su vida se marchitaba, pero clamaron al Señor en su angustia, y Él los sacó de su tribulación. Apaciguó la tormenta y la convirtió en suave brisa, calmó las olas del mar y los condujo al deseado puerto de la paz”.

Esta descripción se cumplió en nosotros. Entonamos un canto a la Santísima Virgen por habernos protegido tanto y al instante como si la Reina del Cielo les hubiera traído una orden, se suavizó el viento y se aquietó el mar, y la balsa empezó a deslizarse suave y rápidamente sobre las tranquilas aguas.

Luego apareció en el Cielo un bellísimo Arco Iris y en él un enorme letrero que decía: “Madre y Reina de Todo el Universo: María”.

Y apareció en el horizonte una tierra amenísima, llena de bosques con toda clase de árboles; era un panorama tan encantador como uno no se lo puede imaginar y lo iluminaba una bellísima luz de atardecer, que llenaba el ánimo de tranquilidad y paz.

Y la barca llegando hacia la orilla se detuvo junto a una plantación de uvas. Los jóvenes me preguntaron: – ¿Don Bosco, ahora sí podemos bajar a tierra? Yo les respondí que sí, y entonces hubo un griterío general de alegría. En la plantación de uvas había unos racimos semejantes a los de la Tierra Prometida (de los cuales dice la Santa Biblia que para llevar un racimo se necesitaban dos hombres. Num. 13,23), y en los árboles frutales había las más variadas frutas, de sabores riquísimos.

En medio de aquel remolino de frutales había un gran castillo, rodeado de un delicioso y ameno jardín y defendido por fuertes murallas.

Nos dirigimos a aquel edificio para visitarlo y se nos permitió la entrada.

Estábamos muy cansados y con muchísima hambre. Y allí nos tenían preparada una hermosísima y enorme mesa llena de los alimentos más exquisitos que imaginarse pueda. Cada uno pudo comer a su gusto todo lo que quiso.

Cuando terminábamos de comer entró al salón un joven hermosísimo, vestido muy elegantemente, el cual con gran educación y amabilidad nos fue saludando a cada uno llamándonos por nuestro propio nombre. Al vernos tan maravillados por todas las bellezas que estábamos contemplando nos dijo: – Esto no es nada. Vengan y verán cosas mejores.

Lo seguimos y desde el balcón nos mostró los hermosos jardines y prados y nos dijo que allí podríamos recrearnos a nuestro gusto. Luego nos fue llevando de sala en sala y cada una era más hermosa y elegante que la anterior.

Abrió después una puerta que comunicaba a un Templo. Por fuera parecía de pequeña estatura, pero apenas entramos en aquel recinto nos dimos cuenta que era tan inmensamente grande que apenas sí se alcanzaban a ver los lados opuestos, y si algunos se colocaban a otro extremo casi no los alcanzábamos a ver. El piso, las paredes y el techo estaban revestidos de mármoles finísimos y llenos de oro, perlas y diamantes. Por lo que yo profundamente maravillado exclamé: – Estás bellezas se parecen a las del Cielo. Yo quisiera quedarme aquí para siempre.

En medio del hermoso Templo se levantaba una enorme y bellísima estatua de María Auxiliadora. Llamé a muchos de los jóvenes que se habían dispersado por una y otra parte para contemplar las bellezas de aquel sagrado edificio y se reunieron todos ante la estatus de Nuestra Señora para darle gracias por tantos favores que nos había concedido. Entonces sí me di cuenta de la enormidad de aquella inmensa Iglesia pues todos aquellos millares de jóvenes parecían apenas un pequeñito grupo en el centro del Templo.

Mientras contemplábamos la hermosura de aquella estatua cuyo rostro era de una belleza verdaderamente Celestial, la imagen pareció llenarse de vida y empezó a sonreír. Y entonces se levantó un murmullo entre los jóvenes, llenándose sus corazones de una emoción incontenible y empezaron a exclamar: – ¡La Virgen se mueve! ¡La Virgen mueve los ojos! Y en efecto María Santísima extendía su maternal mirada y la paseaba sobre todo aquel grupo de hijos espirituales suyos.

Enseguida se oyó una nueva exclamación de los jóvenes: – ¡La Virgen mueve las manos! Y así fue. Ella abriendo lentamente los brazos, levantó el manto para cubrirnos a todos bajo su protección.

Muchos derramaban lágrimas de emoción, y luego algunos exclamaron: – ¡La Virgen mueve los labios! Se hizo luego un profundo silencio y la Virgen habló amablemente y nos dijo: – “Si sois para mí hijos piadosos y devotos, yo seré para vosotros una Madre Amantísima”.

Al oír estás palabras todos caímos de rodillas y entonamos una canción a la Santísima Virgen.

Luego se oyó una tan hermosa y tan fuerte que yo muy impresionado me desperté.

Mis buenos jóvenes, la inundación que intenta ahogarnos son las malas tentaciones de este mundo. Los que hacen caso a los buenos consejos y no se dejan llevar por los que los aconsejan mal, después de esforzarse por hace mucho bien y por evitar hacer lo que es malo, y venciendo sus malas tendencias e inclinaciones, lograrán legar al final de la vida a una playa hermosa y llena de seguridad que es el Cielo. Entonces vendrá a nuestro encuentro la Virgen Santísima quien en nombre de Dios nos llevará a gozar de las delicias del paraíso Eterno. Pero los que no quieren seguir los buenos consejos de los sacerdotes sino sus propios caprichos y las malas inclinaciones, naufragarán miserablemente.

Explicación: Don Bosco dio después otras explicaciones acerca de este hermoso sueño. Dijo así: La inundación tan extendida por todas partes son los vicios, las malas costumbres, los errores contra la religión. La Casa o Molino donde se refugian los que quieren librarse de la inundación y la barca que lleva hacia la hermosa playa es la Iglesia Católica con sus institutos de educación y de apostolado. El árbol que sirve para pasar hacia la embarcación es la Cruz, o sea los sacrificios que cada uno hace por evitar lo malo y por comportase bien. La tabla falsa que algunos emplearon para pasar a la embarcación y que los hizo hundirse, significa el querer comportarse contra los reglamentos y contra lo que está mandado por nuestra Santa religión.

 

Los sacerdotes y clérigos que ayudaban a los jóvenes a no caer o los rescataban si ya habían caído, significan los buenos educadores católicos que tratan de llevar a los demás a la salvación.

Los remolinos representan los terribles peligros de pecar que se presentan a veces, y las persecuciones que los malos hacen contra los que siguen a la religión. Los que se pasaron a una isla donde fueron devorados, significan los que se exponen a peligros de pecar y caen en pecados graves. Los que cayeron al agua y fueron rescatados son los que por la debilidad de su voluntad cometen faltas, pero luego se arrepienten y hacen caso a los buenos consejos y vuelven a comportarse bien otra vez.

Los monstruos, gatazos, micos, etc., que destrozaban a los jóvenes, son las incitaciones a pecar, y los errores que se enseñan contra la religión.

Los insectos en los ojos son las malas miradas y las malas lecturas. Los insectos en la lengua son las malas conversaciones. Y los insectos que roían el corazón significan los afectos sensuales indebidos y que hacen daño al alma. Las aguas termales curativas que sanaban a todos, son los sacramentos de la Confesión y de la Comunión.

El horno de fuego ardiente son los castigos que esperan a los que pecan. Los que allí estaban son aquellos que si se mueren así como están, con esos pecados graves que tienen sin perdonar, se condenarán. Pero Dios les tiene misericordia y los sigue llamando a que se conviertan, ahora que todavía les queda tiempo de convertirse y de hacer penitencia y cambia de vida.

El hermoso joven que recibió a los que llegaron al paraíso, puede ser Domingo Savio. La última frase, es el programa que la Virgen Santísima tiene para todos los que quieran ser para con Ella unos hijos devotos y piadosos: se mostrará siempre para con cada uno como una Madre Amabilísima.

Esto lo ha hecho de manera impresionante siempre y en todas partes, y lo seguirá haciendo con todos los que le demuestren que la aman como hijos cariñosos.

El Padre Lemoyne le preguntó: – ¿A mí dónde me vio? Y Don Bosco le respondió: – Lo vi muy serio allá en un extremo de la barca preparando anzuelos y salvavidas para devolver hacia la barca a los que se habían caído a las aguas. Y vi que con sus escritos hacia inmenso bien a muchas gentes.

Y así sucedió. El Padre Lemoyne con sus escritos hizo muchísimo bien y lo sigue haciendo. Él fue el que escribió los primeros y más hermosos volúmenes de la vida de Don Bosco, con el título de Memorias Biográficas.

Los jóvenes le dieron una ovación de aplausos a Don Bosco al oírle narrar cómo era el Paraíso Eterno que les esperaba en el Cielo y él terminó con estás bellas palabras: – Cuando os despojéis de las ropas para acostaros, hacedlo con la mayor modestia, pensando que Dios os ve. Depuse arropaos con las cobijas, cruzad las manos sobre el pecho y diciendo: “Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía”, entregaos al descanso. Buenas noches (MB. 8,249).

58. Una visita a los dormitorios 1866 (MB. 8,273).

El 4 de marzo de 1866 dijo Don Bosco a sus alumnos: Soñé que estando yo en mi cama se apareció un personaje misterioso y me dijo: Don Bosco levántese inmediatamente y venga conmigo.

Me levanté, me vestí y me fui detrás de aquel personaje que no me permitió ni por un momento que le viera el rostro. Me hizo atravesar varios dormitorios donde muchos jóvenes estaban entregados al descanso. Al pasar por frente a algunas camas me di cuenta que unos enormes gatazos trataban de destrozar el rostro de aquellos jóvenes.

Después el personaje se detuvo frente a la cama de un alumno que estaba profundamente dormido y me dijo: – Para la fiesta de San José, el 19 de marzo, este joven tendrá que pasar a la eternidad.

El personaje desapareció y yo me desperté.

Los gatazos que trataban de destrozar el rostro de algunos jóvenes representan los enemigos de nuestra alma que siempre están a nuestro alrededor para hacernos caer en pecado y para atormentarnos si morimos estando en pecado grave, y si Dios al fin se cansa de tanto aguantar las ofensas que le hacemos.

Creo que para el 19 de marzo, fiesta de San José, uno de nosotros habrá pasado a la eternidad. Todos tenemos que esmerarnos por estar muy bien preparados porque a la hora menos esperada llega la muerte y nos tendremos que presentar al juicio de Dios a darle cuenta a Nuestro Señor de los que hemos hechos, de los bueno y de lo malo.

Nota: La crónica del Oratorio dice: “El 19 de marzo de 1866 murió el joven Simón Lupotto, alumno de Don Bosco. Unos días antes había ido a su casa pues se sentía enfermo. Era un modelo de piedad y de buen cumplimiento de su deber. Era un enamorado de Jesús Sacramentado y recibía los sacramentos de la confesión y de la comunión con gran fervor. Asistía a la misa muy fervoroso y rezaba el Santo Rosario con gran piedad. Parecía un San Luis y soportó con gran paciencia su última enfermedad. El 19 de marzo día de San José, del cual era muy devoto, se fue al Cielo con una santa muerte”.

59. El sueño de los cabritos 1866 (MB. 8,274).

“Soñé que me encontraba en el confesionario rodeado de muchos jóvenes que se iban a confesar conmigo. De repente entró un cabrito por la puerta de la sacristía y empezó a jugar con los jóvenes y a alejarlos del confesionario, de manera que muchos habían pensado confesarse desistieron de la confesión y se salieron de la Iglesia. El cabrito tuvo el atrevimiento de acercarse hasta mí y de tratar de alejar de la confesión a quienes estaban ya muy cerca del confesionario.

Yo disgustado le di un fuerte puñetazo, le partí un cuerno y lo hice salir corriendo.

Luego soñé que me revestía para celebrar la Santa Misa y que al empezar el santo sacrificio entraba en la Iglesia una multitud de cabritos, y que en el momento de la comunión los cabritos se fueron de banca en banca distrayendo a los alumnos para que no pasaran a comulgar. Y consiguieron que muchos no comulgaran.

Estos cabritos son los enemigos del alma que con distracciones y afectos desordenados alejan a las personas de la confesión y de la comunión”.

60. Las espadas y los números 1866 (MB. 8,402).

Soñé que pasaba frente a las camas de los alumnos que dormían y que sobre cada alumno veía una espada colgada (la muerte) y en la cabecera de cada uno había un número que indicaba los años que va a vivir en la tierra.

Muchos jóvenes fueron a preguntarle qué había visto junto a su cama. A uno le dijo: “Cuando cumplas los 60, prepárate a partir para el otro mundo”. Y así sucedió; murió 45 años después, cuando acababa de cumplir los 60 años.

El jovencito Tomatis le preguntó si le quedaba todavía mucho tiempo de vida y Don Bosco le respondió: – Te podría decir el tiempo exacto de vida que te queda, pero no te conviene. No te preocupes; vivirás largos años y serás sacerdote de Don Bosco y gastaras mucho tiempo salvando almas.

El joven estaba en primer año de bachillerato. Después de muchas dudas y peligros llegó a ser sacerdote de la comunidad fundada por Don Bosco.

 

Como misionera en América estuvo varias veces en gravísimos peligros de muerte arrastrado por las corrientes de los ríos, y se libró milagrosamente de esos peligros. Por 37 años fue sacerdote misionero en América.

bottom of page