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Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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31. Desde lejos ve lo que otros están haciendo 1861.

El 4 de febrero de 1861, salió Don Bosco para el Seminario de Bérgamo a predicar.

Al día siguiente escribió al Prefecto de disciplina de su Oratorio en Turín: “Vi anoche desde aquí que el diablo hizo ayer males entre los muchachos de allá. Y temo que mañana lo vuelva a hacer otra vez”.

Al constatar después que sí había sido así, el Padre Bonetti y el Padre Ruffini exclamaron: “Ahora sí nos convencemos de que Don Bosco ve las cosas desde muy lejanas tierras”.

A la noche siguiente en la cena les dijo a los superiores y seminaristas de Bérgamo: “Hoy he visto desde aquí que dos de mis alumnos me estaban escribiendo cada uno una pequeña carta y me la enviaban”.

¿Y cómo lo sabe? – le preguntaron aquellos amigos.

– Pues mañana verán que sí fue así.

Y al día siguiente estando almorzando llegó el portero con el correo. Eran dos pequeñas cartas que le habían escrito sus dos alumnos.

Y esa misma noche leía el P. Alassonati a los alumnos de Turín lo malo que Don Bosco había visto en sueños que había sucedido allí en el Oratorio. Los culpables se quedaron aterrados al ver que todo se había sabido desde tan lejos.

32. La linterna mágica 1861 (MB. 6,679).

Este sueño lo tuvo Don Bosco el 1o. de mayo de 1861. Dice que duró unas seis horas.

Apenas se despertó se levantó y se dedicó a escribir los datos más importantes que había visto u oído durante el sueño. Luego el 2 de mayo por la noche estuvo 45 minutos narrándolo a todo el alumnado reunido. Dijo así: Me pareció que salía de mi casita en Ibechi y que iba a pasear por el campo. En el camino me encontré con un personaje que estaba aguardando a alguien, el cual me invitó a acompañarlo por aquel camino. Luego me preguntó: – ¿Quiere ver algo extraordinario? – Sí, claro que sí – Pues le voy a mostrar lo que son ahora sus discípulos y lo que serán en el futuro.

Y sacó una máquina proyectora, que tenía un lente de un metro de diámetro y cuyo título era: “Los ojos que ven lo oculto, en los cielos y en la tierra”.

El personaje le dio vuelta a la manivela de la máquina o linterna mágica y me dijo: “Mire por el lente”. Miré, y oh espectáculo admirables: allí en la pantalla vi todos los discípulos que tengo ahora.

Le dio otra vuelta a la manivela y aparecieron mis discípulos divididos en dos grupos: a un lado los buenos, llenos de felicidad y alegría. Y al otro lado los malos que no eran muchos, pero que presentaban un aspecto lastimoso. Unos tenían la lengua agujereada, otros los ojos extraviados, unos con la cabeza enferma y otros con el corazón roído por los gusanos.

Yo sentí mucha tristeza al verlos así, y pregunté al personaje qué significaba todo aquello.

El me respondió: – “Los que tienen la lengua agujerada son los que dicen cosas malas. Los que tienen los ojos extraviados son los que le ponen malicia a lo que oyen, ven o dicen. La cabeza enferma significa que no hacen caso a los buenos consejos que se les dan. El corazón roído por gusanos quiere decir que se dejan vencer por las pasiones sensuales.

Me ordenó que le diera una tercera vuelta a la manivela. Así lo hice y aparecieron en el lente cuatro jóvenes atados con gruesas cadenas. El me dijo: “Estos los que no dejan su mala conducta van a terminar muy mal, quizás en la cárcel.

Me mandó darle otra vuelta a la manivela, y aparecieron en pantalla siete jóvenes de aspecto huraño y desagradable, con un candado que les cerraba los labios y tres de ellos se tapaban los oídos con las manos. El personaje me dijo: – “Son los que no se confiesan de sus pecados. Y los que se tapan los oídos son los que no quieren oír ni aceptar los buenos consejos que se les dan para corregirse. Y si oyen algún buen consejo no se les da la gana de ponerlo en práctica. Dígales que dejen tanto orgullo que tienen en su corazón.

Yo en ese momento me hice este propósito. De cada dos veces que hable en público, una vez recomendaré la gente que se confiese bien de sus pecados. Porque muchos se condenan por no confesarse, pero muchos se pierden porque se confiesan mal, sin examen, ni dolor, ni arrepentimiento, ni propósito, o sin decir todos sus pecados al confesor.

El personaje misterioso me hizo dar otra vuelta a la rueda y vi a tres jóvenes, cada uno con un enorme orangután sobre la espalda. Y lo raro es que esos animales tenían cuernos. Los monos les apretaban la garganta tan violentamente a sus víctimas que el rostro se les ponía rojo y los ojos se les llenaban de sangre y parecían que iban a saltar de sus órbitas. Con las patas traseras los animalejos les sofocaban el corazón, y con la enorme cola les enredaban las piernas de manera que no pudieran andar.

Y me fue dicho que ellos representan a los que siguen cometiendo frecuentemente pecados contra la pureza, y aun después de Retiros Espirituales siguen siendo víctimas de sus malas costumbres impuras. Que el apretarles la garganta significa el que no se atrevan a confesarse y que el ponerse rojo el rostro quiere decir que les da vergüenza consultar a un sacerdote, y que el saltárseles los ojos son señal de que las pasiones no les dejan ver las malas consecuencias que van a tener sus impurezas, ni los remedios espirituales para librarse de sus malas pasiones, ni la importancia que tienen los sacramentos para curarlos de los males del alma. Y que el enredarles las piernas para que no puedan andar, significa que se convencen de que ya no son capaces de dejar sus malas costumbres y sus malos hábitos y creen imposible su enmienda y no tratan de dar ni un paso para enmendarse y librarse de la esclavitud de sus pasiones.

Yo sentía enorme tristeza al ver a algunos de mis discípulos en situación tan cruel, y le pregunté al personaje qué consejos debía darles para que se libraran de esos monstruos que son sus malas costumbres. Y él me dijo: Labor, sudor, fervor.

LABOR: o sea dedicarse a trabajar mucho y a cumplir muy bien sus deberes de cada día.

Estar siempre ocupados. SUDOR: hacer penitencias y pequeños sacrificios (gran penitencia es la obediencia. Muy buena penitencia es dedicarse a cumplir muy bien el deber de cada momento). FERVOR: orar mucho y con devoción (pequeñas oracioncitas pero repetidas muchas veces. Jesús decía: “Hay malos espíritus que no se alejan sino con la oración y el sacrificio”). Y el guía añadió: “Hay personas que por más consejos que se les den no se convierten, pues no quieren sacudir el yugo con el cual los tiene esclavizados Satanás”.

Yo sentí mucha tristeza y me puse a decir: – ¿Pero es posible que esto sea así? ¿Después de tantos consejos que se les dan? ¿Después de tantos sermones? ¿Después de haberles hecho Retiros Espirituales? ¿Después de haberles avisado tantas veces? Jamás me había imaginado que iba a tener tan gran desengaño.

Entonces el guía me reprendió diciendo: – Miren al orgulloso. ¡Acaso quien eres tú para pretender que con tus trabajos se conviertan las almas! ¿Por qué amas mucho a la juventud te imaginas que ya sin más tus discípulos va a corresponder y a hacer caso a todo lo bueno que les recomiendas? ¿Acaso es que amas tú a las almas más de lo que las amó nuestro Divino Salvador? ¿O es que has sufrido por éstos más que lo que sufrió Jesucristo? ¿O es que tienes una palabra más eficaz que la que tenía nuestro Redentor? ¿O es que predicas mejor que Él? ¿O es que has tenido tú más solicitud para con los jóvenes que la que Jesús empleó para formar a los Apóstoles? Tú sabes que ellos vivían con Él continuamente. Que gozaban día por día de sus grandes favores, que le oían sus maravillosos consejos, que contemplaban sus obras portentosas y que al ver sus buenos ejemplos sentían un inmenso estimulo para portarse cada vez mejor. ¡Cuánto hizo Jesús por santificar a Judas y volverlo Santo! Y sin embargo Judas lo traicionó y terminó suicidándose. Entre los doce, hubo uno que falló. ¿Y tú entre quinientos, te maravillas de que haya un pequeño número de discípulos que no corresponde a tus cuidados? ¿Pretendes conseguir que entre tantos no haya ninguno malo, ni siquiera uno pervertido? ¡Miren cómo se ha vuelto éste de orgulloso! Al oír esto, yo callé, pero sentía una gran tristeza en el alma.

El guía viéndome tan apesadumbrado me dijo: “Para que te consueles, dale ahora otra vuelta a la rueda y verás lo que te espera para el futuro, y admírate de la generosidad de Dios y fíjate en el gran número de almas que Dios te quiere regalar”.

Di otra vuelta a la rueda y miré por el enorme lente. Allí vi una cantidad inmensa de jóvenes que yo no conocía. Y el guía añadió: “Mira, por cada uno de éstos que no ha querido corresponder a tus cuidados, Dios te dará cien discípulos más”.

Yo me sentía enormemente contento al ver tan inmensa cantidad de juventud que Dios nos tiene destinada para el futuro, y el personaje me dijo: “¿Quieres contemplar algo todavía más hermoso? Pues dale otra vuelta a la rueda”.

Di la vuelta a la rueda y vi a mis discípulos trabajando en un gran campo. Unos trabajaban en una huerta cultivando hortalizas, empleado azadones, palas y picas.

Estaban divididos en cuadrillas que tenían sus respectivos jefes. Se les repartían sus herramientas y se les animaba a trabajar con entusiasmo. A lo lejos había algunos regando semillas por el campo.

Un segundo grupo se dedicaba a recoger una enorme cosecha de trigo. Unos cortaban espigas. Otros las llevaban en carros, unos afilaban las hoces para cortar, y otros se dedicaban a repartir herramientas entre los trabajadores. Algunos se dedicaban a tocar guitarra y a cantar para amenizar el oficio de los trabajadores. Era tan hermoso espectáculo lleno de sorprendente variedad.

Debajo de unos árboles corpulentos se veían unas masas con el almuerzo preparado para todos los que trabajaban.

El guía me explicó que los que trabajan en la huerta son los que se dedican a servir a Dios en medio del mundo, los seglares. En cambio los que recogían la cosecha de trigo son los que se dedicarán a servir a Dios en el sacerdocio o en una comunidad religiosa. Yo vi a éstos tan claramente que a muchos les podré decir si los tiene Dios destinados para el sacerdocio o no.

Vi que el Padre Provera distribuía las hoces o herramientas a los que segaban el trigo y creo que esto significa que él va a llegar a ser rector de algún seminario. Algunos se dedicaban a arreglar hoces: son los que tendrán como oficio preparar a los futuros sacerdotes.

Vi también que muchos no recibían la hoz de manos de un salesiano sino de otros que no son de nuestra Congregación y con eso se me informó que muchos de mis discípulos va a ser sacerdotes, pero no salesianos. Yo los puedo distinguir claramente después de este sueño. La hoz que le daban a cada uno es señal de la Palabra de Dios que tendrán que difundir en su predicación.

Algunos pedían la hoz, pero se les exigía que antes fueran a conseguir un poco más de piedad y ciencia. A otro antes de darle la hoz (el poder de predicar) se le pidió que consiguiera la flor de la amabilidad y de la prudencia.

En el sueño vi recibiendo la hoz de la Palabra de Dios a muchos de mis discípulos que se van a dedicar a la predicación y a varios de ellos los conozco muy bien con nombres y apellidos.

Vi a unos que trabajaban muy violentamente y se me dijo que nada de lo que se hace con violencia tiene buen efecto y larga duración. Muchos de los que se dedicaban a cortar el trigo tenían la hoz tan sin filo que era más de lo que destrozaban y estropeaban que lo que cosechaban. Y se me dijo que son los que carecen de piedad.

Vi que algunos tenían una hoz sin punta, y me fue dicho que eso significa que hacen apostolado sin humildad, y con el deseo de aparecer más que los demás.

Cuando la cosecha estuvo recogida se echó el trigo en carros tirados por bueyes y adelante iba el Padre Miguel Rúa dirigiendo todo el grupo hacia el granero, lo cual significa que el Padre Rúa dirigirá a los discípulos nuestros.

Vi con tristeza que algunos en vez de dedicarse a recoger la cosecha se dedicaban a perder el tiempo. Muchos en vez de ponerse a recoger el trigo se iban a buscar uvas silvestres; y ellos son los que en lugar de dedicarse a su oficio de salvar almas se dedican a otros oficios no tan propios de un apóstol.

A algunos mientras trataban de cortar el trigo se les caía el mango de la hoz, y me fue dicho que son los que trabajan sin rectitud de intención, o sea, no por agradar a Dios, sino por conseguirse buen nombre y fama.

A unos vi que pedía la hoz pero le dijeron: mientras no consiga las dos flores que son: caridad y humildad no le podemos dar el poder predicar. Y aunque se disgustó, no le dieron la hoz mientras no fue a conseguir las dos flores.

Diez años más: El guía me dijo: “Ahora le darás diez vueltas más a la rueda para que veas lo que sucederá dentro de diez años.

Le di las doce vueltas y aparecieron mis discípulos en el lente, pero totalmente cambiados: los que ahora son niños, aparecieron unos señores. Y los que ahora están en edad del vigor, aparecieron ancianos. Muchos de los que ahora son alumnos aparecieron ya sacerdotes o profesores.

El guía me mandó: “Hay que darle otras diez vueltas a la rueda, para saber lo que pasará diez años después de eso, o sea en 1881”.

Le di las vueltas pero ya no aparecieron sino la mitad de los discípulos de ahora, y muchos ya con canas, y algunos muy encorvados.

El guía me ordenó dar otras diez vueltas a la rueda para ver el estado de nuestras obras dentro de 30 años, en 1891.

Le di las diez vueltas y entonces ya no vi en el lente sino la cuarta parte de mis discípulos de ahora, pero todos con el cabello blanco. Sentí tristeza al notar que eran ya tantos los que no estaban, pero al mismo tiempo tuve una gran alegría al ver un número inmenso de nuevos discípulos en muchas partes del mundo.

Y se me presentó una escena emocionante: vi a los salesianos de muchos países rodeados de jóvenes de diversas razas y colores.

Le di otras diez vueltas a la rueda y se me presentó nuestra obra en 1901. ya eran muy pocos los que quedaban de los que hay ahora. Y el Padre Rúa estaba tan anciano y envejecido que era difícil reconocerlo. ¡Tanto había cambiado! (Es curioso ver que a Don Bosco le anuncian en este sueño que dentro de 40 años, el Padre Rúa todavía estará vivo aquí en la tierra. Y así sucedió.

Por orden del guía di otras diez vueltas a la rueda y apareció nuestra comunidad en 1911. De los de ahora eran poquísimos los que quedaban. Pero allí vi a uno que está aquí ahora, lo vi muy anciano y lleno de canas rodeado de jóvenes, mostrándoles una fotografía de Don Bosco y contándoles cómo fue que empezó nuestro Oratorio.

Nota: Será el Padre Francesia, que durará muchos años y que tendrá una labor muy querida por él, recordar a las nuevas generaciones lo que sucedió cuando Don Bosco empezó su obra.

Le di unas vueltas más a la rueda y entonces ya apareció únicamente una llanura sin habitantes. Y se me dijo: – “Es que ya en ese tiempo, de ahora en 50 años, los alumnos que ahora están en el Oratorio, habían pasado a la eternidad”.

El guía añadió: “¿Quieres ver otra escena más sorprendente? Pues, dale a la rueda otras 50 vueltas”.

Le di esas vueltas a la rueda y apareció en el gran lente una inmensa cantidad de jóvenes desconocidos para mi, de todas las razas, pueblos y naciones; de los más diversos idiomas y de fisonomía variadísimas. Rodeaban alegres a sus maestros salesianos.

Y la voz me dijo: “Estos serán los discípulos de tus discípulos. Escucha lo que les están diciendo: Hablan de ti, y de los primeros salesianos, que ya en ese tiempo han muerto, y les recuerdan las enseñanzas que Don Bosco les dejó”.

En ese momento la rueda empezó por sí sola a dar vueltas a tan gran velocidad y con un ruido tan fuerte que me desperté.

Y siguió diciendo: Alguno dirá: “¿Será que Don Bosco es un hombre extraordinario, o un personaje, o un Santo? Lo que les digo es que Dios se vale de la basura del mundo para llevar a cabo sus grandes empresas, y de lo que no vale, para guiar a lo que sí vale, así como en tiempos de Moisés se valió de la burra de Balaam para que fueran comunicados al pueblo muy importantes mensajes. Así que no se fijen en la conducta de Don Bosco para saber cómo se van a portar, sino más bien fíjense en estos mensajes que el Cielo nos envía, para hacerles caso y obedecerlos. Nadie vaya a decir: “Don Bosco hizo así, y por lo tanto eso está muy bien”. Observen primero mis acciones: si ven que son buenas, imítenlas, pero si me ven hacer algo que no está bien, no me vayan a imitar jamás en eso, sino más bien rechácenlo como algo mal hecho”.

Explicaciones: Dice el Padre Ballesio que estaba presente en el Oratorio en esos días: “Don Bosco nos narró este sueño con una gracia y una emoción impresionantes. Parecía un general viendo a sus tropas triunfar en lo futuro, pero sobre todo parecía un profeta anunciando lo que más tarde iba a suceder. En esa semana todos los centenares de discípulos suyos que le escuchamos narrar el sueño fuimos desfilando por su habitación para pedirle que nos dijera en qué sitio de la cosecha y de qué manera nos había visto, y nos admirábamos al constatar con qué admirable precisión había sabido en el sueño en qué estado se encontraba nuestra alma, y cuáles eran nuestros defectos y nuestras aspiraciones. Éramos más de 400 y a todos y a cada uno nos decía en qué estado nos había visto. Y los alumnos mayores exclamábamos: “Seguramente Don Bosco ha recibido dones extraordinarios del Cielo”. Y entre los numerosos alumnos del Oratorio de Turín el efecto de este sueño de la linterna mágica o de la rueda, fue mejor que el que habría producido una tanda de Retiros Espirituales o la predicación de una misión. En todos se notaba un gran deseo de ser más fieles en cumplir lo que Dios desea de cada uno.

Monseñor Cagliero decía: “Yo estuve presente cuando Don Bosco narró este sueño. Él nos contaba todo esto porque su confesor el Padre José Cafasso le había dicho: “Cuénteles sus sueños a los alumnos, porque eso les hace mucho bien”.

Don Bosco, aprovechando su prodigiosa memoria nos iba diciendo a todos uno por uno, cómo nos había visto en el sueño.

Y nosotros quedamos convencidos de que Dios le había informado el futuro de sus discípulos y de su Congregación por 50 años y más. En aquel año de 1861 nuestra comunidad era pequeñísima (tenía dos años de nacida) y era muy combatida por los que no la comprendían. Y Dios quiso informarnos que el futuro que nos esperaba era inmenso y muy consolador.

El joven Fagnano se le acercó a Don Bosco y le dijo: “¿Cómo me vio a mí en su sueño?”. El le respondió: “Te vi que estabas lejos, lejísimos de aquí, rodeado de hombres casi desnudos”. Fagnano creyó que esto no sucedería, pero veinte años más tarde, celebrando la fiesta de María Auxiliadora en el polo sur, en la Patagonia, como misionero, rodeado de indios casi desnudos, le escribió a Don Bosco: “Hoy se ha cumplido lo que vio acerca de mí en su sueño en 1861”.

Alguien le pregunto: “¿Por qué a ciertos jóvenes los vio con un orangután sobre el cuello?”. Y le respondió: “Es el pecado de la impureza, que no se presente ante los ojos como algo malo y vergonzoso, sino que a traición ataca haciendo creer al que lo comete que eso no le traerá tantos malos y que no es tan degradante e indigno como en realidad lo es”.

Otro le preguntó: “¿En el futuro de su comunidad vio solo noticias buenas?”. Don Bosco respondió: “Vi también muchas dificultades y enormes problemas que se nos van a presentar, y eso me asustó bastante. Yo les puedo asegurar que si cuando se me ocurrió fundar esta Congregación hubiera sabido los problemas y dificultades que se me iban a presentar, jamás me habría atrevido a tratar de fundarla”. Pero Dios ha repetido en el Libro Santo: “Yo nunca te abandonaré”. (Hebr. 12).

El Padre Rufino dice en su crónica de ese año: “Don Bosco nos dijo que entre los que recogían la cosecha de trigo vio dos de sus alumnos que llegarían a ser obispos”. Pero no nos quiso decir quiénes eran. Nosotros decíamos que probablemente serian los jóvenes Cagliero y Albera. Pero 25 años más tarde los que fueron nombrados obispos fueron Cagliero y Costamagna. De este segundo muchacho nadie se imaginaba entonces que llegaría a ese alto puesto.

33. Las dos casas 1861 (MB. 6,715).

Don Bosco estaba construyendo un nuevo edificio para sus niños pobres en Turín. Pero en el mes de noviembre uno de los arcos cedió y toda la construcción se vino abajo. Y sucedió que María Auxiliadora estaba por allí protegiendo porque de los 4 obreros que estaban trabajando en ese momento de la construcción, uno quedó suspendido en el aire sobre una viga que no se alcanzó a partir. Otro se hallaba en un rincón y allí la bóveda no se hundió. El tercero se salvó porque se le vino encima una viga pero quedó suspendida en una pared encima de él, y lo protegió del derrumbe de materiales que caían. El cuarto quedó entre los escombros, pero al removerlos lo encontraron sin ninguna herida grave. Sólo algunas pequeñitas heridas, y… el susto que sí fue de tamaño mayor. Todos bendecían a María Santísima por ésta su ayuda tan especial, y Don Bosco exclamó: “Los poderes del infierno nos hicieron una jugarreta, pero seguiremos adelante”.

Y una de esas noches tuvo el sueño de las dos casas: “Estaba muy preocupado por el derrumbamiento del edificio que estábamos construyendo, y en un sueño vi que se me acercaba Monseñor Gastaldi y me decía: “Amigo mío, no se aflija porque se la ha caído una casa. Después se construirán dos casas: una para los sanos y otra para los enfermos”.

Nota: Don Bosco no tenía edificio de enfermería en su colegio y a sus jóvenes enfermos los tenía que enviar a los hospitales, pero allá veían y oían muy malos ejemplos, y él deseaba tener en su colegio su propia enfermería. Y sucedió tal como se fue anunciando en este sueño, allí fueron levantados dos edificios: el que se derrumbó, que se dedicó para clases, y uno nuevo, que se dedicó para enfermería de los alumnos.

34. Los dos pinos 1861 (MB. 6,720) 

 

“Soñé que estaba en un campo de Castelnuovo con algunos jóvenes, cuando vimos venir por el aire un enorme pino, tan ancho como dos cuadras de casas, y de una altura extraordinaria. El pino se acercaba a nosotros en posición horizontal y después se enderezó quedando vertical. Parecía que nos iba a caer encima y nosotros nos hicimos la señal de la cruz y pensábamos huir, cuando de pronto llegó un viento fuerte como el de un huracán y transformó al árbol en una tempestad de relámpagos, truenos, rayos y granizo.

Después vino otro pino menos grueso que el anterior avanzando en la misma dirección, y se colocó encima de nosotros y en posición horizontal comenzó a descender. Nosotros huimos temiendo ser aplastados y nos hacíamos muchas veces la señal de la cruz. El pino descendió casi a ras de tierra y permaneció suspendido en el aire. Sólo sus ramas tocaban el suelo.

Llegó luego un suave vientecillo y lo transformó en lluvia que benefició a la tierra.

Yo creo que el árbol inmenso que se convierte en tempestad y en granizada significa las persecuciones y ataques de enemigos que le llegan siempre a la Iglesia Católica, y a los que se esmeran por ser fieles a la verdadera religión.

Y el segundo árbol que se convierte en lluvia que beneficia la tierra creo que es la Santa Iglesia o alguna de sus comunidades, que seguirá produciendo tanto fruto espiritual en las almas, como los que la lluvia produce en la tierra.

Nota: del árbol grande y terrible puede ser que tenga que decirse lo que el profeta Daniel le dijo al Rey Nabucodonosor, que había destruido el Templo de Jerusalén y llevado desterrados a los israelitas: “Tu reino es un árbol inmenso, pero he oído una voz del Cielo que dice: Corten el árbol, vuélvanlo pedazos, corten sus ramas y que no produzca ya más frutos” (Daniel 4,11).

En otro árbol más pequeño puede estar representada alguna parte de la Santa Iglesia (por ejemplo: la Congregación Salesiana) que va llenando de frutos espirituales los sitios a donde llega, así como la lluvia llena de buenas cosechas la tierra a donde cae.

35. El pañuelo de la Virgen 1861 (MB. 6,735).

En la noche del 14 de junio vi en sueños que un grupo de jóvenes rodeaba a la Santísima Virgen y que Ella le daba a cada uno un pañuelo. Luego subieron todos a la azotea y Nuestra Señora les dijo: – “No abran el pañuelo cuando sopla el viento. Y si el viento llega de sorpresa vuélvanse inmediatamente a la derecha, pero nunca hacia la izquierda”.

Luego cada joven fue extiendo su pañuelo: eran finísimos, bordados de oro y de un enorme precio. En cada pañuelo había este escrito: “Reina la de las Virtudes: La Pureza o Castidad”.

De pronto empezó a llegar del lado izquierdo un fuerte ventarrón. Varios jóvenes cerraron inmediatamente sus pañuelos. Otros se volvieron hacia el lado derecho. Pero algunos permanecieron con el pañuelo abierto desplegado, y sin moverse. Enseguida se desencadenó una fuerte tempestad: rayos, truenos, lluvia, granizo y nieve.

A los jóvenes que permanecieron con el pañuelo extendido, el granizo fue rompiendo cada pañuelo. La lluvia y la nieve fueron llenando también de agujeros pañuelo tras pañuelo, y en poco tiempo los pañuelos quedaron totalmente estropeados y perdieron toda su hermosura.

Pregunte a Nuestra Señora qué significaba aquello y me respondió: – “Esos jóvenes son tus discípulos. El pañuelo es la santa virtud de la pureza o castidad. Los que quedaron con el pañuelo destrozado son los que se expusieron a las tentaciones, a los peligros, a las ocasiones de pecar. Los que doblaron el pañuelo a tiempo y conservaron íntegro y hermoso son los que no se han expuesto a los peligros de pecar y conservan la santa virtud de la pureza. Los que se volvieron a la derecha son los que sí han tenido ocasiones de pecar, y los ha sorprendido la tentación, pero han sabido encomendarse a Nuestro Señor y le han vuelto la espalda al pecado, alejándose de aquello que los invitaba a pecar. Los de los pañuelos rotos son los que han caído en pecados impuros.

Yo estaba muy triste al ver que eran tantos y tantos los que habían quedado con el pañuelo roto y destrozado y pregunté a Nuestra Señora: – “¿Pero por qué no sólo el granizo rompió los pañuelos, sino que también el agua y la nieve los rompieron?”.

Y Ella me contestó: “Es que en pureza también las faltas pequeñas manchan el alma y la dejan en muy mal estado”.

Luego se oyó una voz: “Que se vuelvan a la derecha”.

Y muchos de los jóvenes que tenían los pañuelos rotos se volvieron hacia la derecha y sus pañuelos quedaron zurcidos y remendados. Pero cada pañuelo quedó mucho más pequeño de lo que era antes y muchísimo menos hermoso de lo que había sido. Daba lástima comparar la fealdad que ahora tenían esos pañuelos con la belleza que antes habían tenido. Pero bueno, ya estaban remendados y ya no estaban rotos. Y me fue dicho que esos son los que han cometido actos impuros y se han confesado y han hecho obras buenas para pagar sus pecados. Poco a poco van recuperando la hermosura de su alma, pero es difícil que lleguen otra vez a tener la belleza que su espíritu tenía antes de cometer esos pecados impuros.

Vi que algunos no quisieron volverse hacia la derecha y su pañuelo fue quedando totalmente destrozado. Son los que quieren seguir en sus pecados de impureza y no se arrepienten ni hacen nada serio por mejorar su mala conducta. Esos pobres van irremediablemente hacia la perdición.

36. Las distracciones en la Iglesia 1861 (MB. 6,799) 

 

El 28 de noviembre de 1861, cuando muchos de los jóvenes estaban recién llegados al Oratorio de Don Bosco y todavía no estaban acostumbrados a rezar atentamente, el Santo les contó este sueño: “Soñé que estábamos todos reunidos en la Iglesia y empezó la Santa Misa. Y entonces entraron al Templo muchos hombrecitos vestidos de rojo y con cuernos, o sea unos diablillos, y se dedicaron a distraer a los jóvenes mientras rezaban.

A uno les presentaban los elementos del deporte, a otros un libro, a varios un plato lleno de golosinas y a algunos les mostraban un armario en el fondo del cual había guardada una buena merienda. A algunos les traían el recuerdo de su pueblo a de su barrio y a otros les recordaban los detalles del último partido de juego. Cada joven tenía un diablillo que trataba de hacerlo pensar en otras cosas y no en las oraciones que estaban haciendo.

Algunos diablillos estaban encaramados en el cuerpo de ciertos jóvenes y se entretenían en acariciarles y alisarles el cabello.

Llegó el momento de la elevación de la hostia, y al toque de la campanilla los jóvenes se arrodillaron, y todos los diablillos desaparecieron, menos los que estaban sobre el cuello, los cuales volvieron la espalda para mirar al lado contrario del altar.

Apenas terminó la elevación, volvieron los diablillos y se dedicaron otra vez de distraer a los jóvenes para que no pusieran atención a lo que estaban rezando.

Creo que la explicación de este sueño es que los diablillos representan las distracciones que nos vienen cuando rezamos. Si rezamos sin pensar en qué es lo que decimos, ni a quién hablamos, ni qué le pedimos, entonces la oración pierde mucha parte de su valor y de su poder.

Los que tienen el diablillo sobre el cuello son los que están en pecado mortal y no quieren dejar ese pecado. El diablo no se les va porque ellos le pertenecen a él, y a éstos les queda mucho más difícil que a los demás hacer oración.

37. Los jugadores 1862 (MB. 7,55) 

 

El 31 de enero de 1862 estaba Don Bosco pasean por los corredores con unos jóvenes durante el recreo, y de pronto se detuvo y llamó al seminarista Juan Cagliero y le dijo: – Oigo dinero que suena. Algunos están ahí jugando dinero. Darás una vuelta por el edificio y buscaras a los jóvenes NNN (y le dijo tres nombres).

Cagliero empezó a recorrer corredores y rincones y no los encontraba. De pronto vio venir a uno de los tres y le dijo: – ¿De dónde vienes? ¿Dónde estabas? ¡Te estaba buscando! – Estaba jugando con N y N.

– Y estaban jugando dinero, ¿no es cierto? El joven no pudo negar que sí había sido así.

Cagliero volvió a contarle a Don Bosco el resultado de sus pesquisas y el Santo contó que en la noche anterior había visto en sueño a tres muchachos jugando dinero. (Y el jugar dinero se les prohíbe a los jóvenes porque los puede llevar al robo y a muchos males más).

38. Anuncio de una muerte 1862 (MB. 7,114) 

 

El 21 de marzo de 1862, Don Bosco en su sermoncito que acostumbraba a dar a los jóvenes antes de que se fueran a acostar, y que él llamaba “Buenas Noches”, les dijo: “Les voy a contar un sueño. Soñé que durante un recreo en el cual los jóvenes juegan y corren por todas partes, yo estaba asomado por la ventana de mi habitación observando lo alegremente que los muchachos corrían por todo el patio.

De pronto oí un gran estrépito a la entrada, en la portería, y dirigiendo hacia allá la mirada, vi entrar al patio un personaje de elevada estatura, de frente ancha, ojos extrañamente hundidos, barba larga, cabellos muy blancos y ralos que desde la cabeza calva le caían sobre los hombros. Venían envuelto en un manto negro como los que colocan en los funerales, y apretaba el manto contra su cuerpo con la mano izquierda, mientras en la mano derecha llevaba una antorcha cuya llama era de color azul negruzco. El tal personaje andaba despacio por todo el patio observando con cuidado como buscando algo que se le hubiera perdido.

Pasó por en medio de todos los alumnos y de pronto se detuvo frente a un muchacho, e inclinándose y mirándolo fijamente en la frente dijo: “Este es”.

Luego sacó de entre los pliegues del manto un papelito y se lo presentó al joven para que lo leyera. El muchacho empezó a leerlo y a ponerse muy pálido y a preguntar: – ¿Cuándo será? ¿Será pronto? ¿O será más tarde? Y el viejo con voz sepulcral le dijo: – Ven. Ya ha llegado la hora para ti.

El muchacho le volvió a preguntar: ¿Puedo seguir jugando? Y el viejo le respondió: “Aun durante el juego puedes ser sorprendido”.

Con esto anunciaba una muerte repentina.

El joven temblaba. Quería hablar pero no podía.

Entonces el espectro, señalando con la punta de su mano la puerta de entrada al patio le dijo: – ¿Ves ese ataúd? Es para ti.

Y allá en la portería se veía un ataúd para echar un muerto.

El joven empezó a gritar: “¡No estoy preparado! ¡Soy demasiado joven!”.

Pero el espectro sin decir nada, salió corriendo del patio y desapareció.

Yo me puse a pensar quién seria el que había venido a anunciar tal muerte, y en ese momento me desperté.

Esto es un aviso de que uno de los que me escuchan debe prepararse porque Nuestro Señor lo va a llamar muy pronto a la eternidad.

Yo que presencié aquella escena sé muy bien quién es. Lo vi. Lo conocí claramente, cuando el personaje le entregó el papelito, pero no diré su nombre a nadie, antes de que él haya muerto.

Sin embargo, haré cuanto me sea posible para prepararlo a bien morir.

Ahora: que cada uno piense seriamente si está preparado para morir hoy. Que nadie se dedique a pensar “Eso es para otro” y le llegue a él la muerte sin estar debidamente preparado”.

Yo les aviso claramente, no sea que un día Nuestro Señor me tenga que decir: “Perro mudo, ¿por qué no ladraste? ¿Viste venir el peligro y no avisaste?”.

Que cada uno piense seriamente si sus cuentas con Dios están en buen estado.

Hagamos en estos días especiales oraciones por ese que va a morir, y ojalá todos digamos cada día la oración: “Dios te salve Reina y Madre”, por aquel que va a morir primero. Así cuando él se muera se encontrará con muchas salves rezadas por él.

Explicación: Los jóvenes le preguntaron a Don Bosco si la muerte seria muy pronto. El dijo que sucedería antes de que hubiera dos fiestas que empezaran por P. Ellos entendieron que sería antes de que pasaran la Pascua y Pentecostés.

En aquellos días fueron muchísimos los que hicieron una confesión general y empezaron a portarse tan sumamente bien como si tuvieran que morir muy pronto. Numerosos muchachos fueron a preguntarle al Santo si era alguno de ellos los que el personaje había señalado en el sueño, pero Don Bosco cambiaba de tema de conversación.

Por aquellos días un jovencito de apellido Fornasio fue a rogarle a Don Bosco que lo confesara. Hizo una confesión muy fervorosa y luego se sintió mal de salud y lo llevaron con su familiar y allá murió. Tenía 12 años. Don Bosco anunció a todo el alumnado el 16 de abril la muerte de Fornasio, pero advirtió que ese niño no era que el personaje del sueño había anunciado que iba a morir de repente y pronto.

Y les recomendó que pensaran en aquella frase de Jesús: “Estad preparados, porque a la hora en que menos penséis, llegará el Hijo del hombre”.

Los alumnos seguían insistiéndole en que les dijera al menos la primera letra del apellido del que iba a morir. Él les dijo: “Es la letra con la cual empieza el nombre de María”.

Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por M. Y además en la enfermería había un muchacho muy enfermo y grave, de apellido Marchisio, y los desconfiados decían: “Si el que se va a morir primero es Marchisio, no se necesita ningún sabio ni ningún soñador, para saber que el apellido del muerto empieza por la primera letra del nombre de María”.

Pero Marchisio no se murió en aquella ocasión.

El señalado por el sueño era el joven Víctor Maestro. Don Bosco se lo encontró un día en una escalera y le dijo: – ¿Maestro, quieres ir al paraíso? – ¡Sí, sí! Respondió el jovencito de 13 años de edad.

– Pues bien, ¡prepárate! – le dijo el Santo.

El joven Maestro le pidió a Don Bosco que lo dejara ir a pasar unos días con su familia, y se hacía este razonamiento: “El que tiene que morir ahora, va a morir aquí en el Oratorio. Por eso si me voy a donde mi familia no tendré que ser yo el que muera en esta ocasión”.

Don Bosco le dio el permiso.

Al día siguiente Maestro amaneció algo cansado y se quedó en la cama, y a algunos compañeros que lo fueron a visitar les dijo que sentía contento porque en ese día se iría a visitar a sus familiares.

A las nueve de la mañana vino el enfermero a anunciarle que dentro de poco llegaría el médico a darle la autorización para irse a pasar unos días con sus familiares. Pocos minutos después llegó otro alumno a llamarlo para que hablara con el médico y le dijo: – “Maestro, Maestro, ¡que llegó el médico! Y como no le respondía, se acercó a su cama y lo tomó del brazo y lo sacudió. Pero Maestro seguía inmóvil.

El otro jovencito se llenó de susto y gritó: – ¡Maestro ha muerto! ¡Maestro ha muerto! La noticia corrió por toda la casa. El Padre Rúa vino inmediatamente a darle la bendición y todos los colegiales se impresionaron grandemente.

Esa noche Don Bosco en las Buenas Noches les dijo: “El jovencito al cual vi que en el sueño un personaje le entregaba un papelito anunciándole que moriría de repente, era el que hoy murió: Víctor Maestro. Podemos estar tranquilos porque este niño se confesó muy bien y estaba comulgando cada día. Se había preparado cuidadosamente para pasar a la eternidad”.

No había llegado todavía la segunda fiesta que empezaba por P, la fiesta de Pentecostés.

Y sucedió otro detalle curioso: Al llegar los señores de la funeraria, no entraron con el ataúd hasta el fondo del patio, como hacían otras veces, sino que se quedaron en la portería con la caja mortuoria. Y aunque Cagliero les dijo que siguieran más adelante, ellos se quedaron allí junto a la portería.

Y al salir Don Bosco a su ventana le dijo a Francesia: “¡Miren, qué extraño! Están con el ataúd aguardando, en el mismo sitio en el que yo los vi en la noche del sueño”.

39. Las dos columnas 1862 (MB. 7,153) 

 

El 30 de mayo de 1862, dijo Don Bosco a todo el alumnado reunido: – “Les voy a contar un sueño que tuve. A mis discípulos les tengo tanta confianza que les contaría hasta mis pecados, sino fuera porque al contárselos saldrían todos huyendo asustados y se caería el techo de la casa. Pero lo que les voy a contar esta noche es para su bien espiritual”.

Soñé que estaba en la orilla del mar, sobre una alta roca, desde la cual no se divisaba más piso firme que el que tenía bajo los pies.

En aquella inmensa superficie líquida se veía una multitud incontable de barcos dispuestos en orden de batalla, y cada barco tenía en su extremo una enorme y afilada punta de hierro dispuesta a destrozar todo lo que se le atravesara por delante. Los barcos estaban armados de cañones y llenos de fusiles y de diferentes armas y con muchísimas bombas incendiarias, y también con libros dañosos.

Y todos aquellos barcos se dirigían contra su barco mucho más alto tratando de destruirlo con sus puntas de hierro, o incendiarlo o de hacerle el mayo daño posible.

A este majestuoso barco que estaba provisto de todo lo que necesitaba, le hacían escolta numerosos barcos pequeños, que recibían órdenes de él, realizando maniobras necesarias para defenderse de la flota enemiga. El viento soplaba en dirección contraria a la dirección que llevaba el gran barco, y las olas encrespadas del mar favorecían a los enemigos.

Y en plena batalla vi salir de en medio de la inmensidad del mar dos grandes columnas, que se elevaron hasta enormes alturas. Sobre la una había una estatua de María Inmaculada y debajo un gran letrero que decía: “María Auxiliadora de los Cristianos”. Sobre la ora había una Santa Hostia muy grande, y debajo un enorme letrero con esta inscripción: “Salvación para los que creen”.

El Comandante Supremo de la nave mayor, que era el Sumo Pontífice, al darse cuenta del furor con el que atacaban los enemigos y la situación tan complicada en la que se encontraban sus leales servidores, dispuso convocar a una reunión a todos los pilotos de las naves menores. Todos los pilotos subieron a la nave capitana y se reunieron alrededor del Papa. Pero al comprobar que el huracán se volvía cada vez más violento y que la tempestad era cada día más peligrosa, fueron enviados otra vez los capitanes, cada uno a dirigir su barco.

Se restableció por un poco tiempo otra vez la calma y el Papa volvió a reunir junto a él a los demás capitanes, pero la tempestad se volvió enormemente espantosa.

Entonces el Papa tomó personalmente el timón de la nave capitana y se esforzó con todas sus energías en dirigir la nave hasta colocarla en medio de las dos columnas desde las cuales colgaban áncoras, y defensas para fortalecerse y salvavidas.

Y todos los barcos enemigos se lanzaron a atacar el barco donde iba el Papa, y trataban de hundirlo o destrozarlo. Unos lo atacaban con libros malos, otros con escritos malvados en los periódicos, muchos disparaban sus cañones y trataban de atacarle con los extremos afilados de hierro que tenían sus barcos, los cuales chocaban violentísimamente contra la gigantesca nave capitana sin lograr hundirla ni detenerla en su marcha.

De vez en cuando los barcos enemigos lograban hacerle inmensas hendiduras por los lados al barco del Pontífice, pero enseguida soplaba una suave brisa desde las dos columnas y milagrosamente cerraba esas hendiduras.

Otro dato curioso: Muchas naves enemigas al tratar de disparar contra la nave capitana, explotaban y se hundían en el mar, y muchos fusiles también al ir a disparar contra la Iglesia, estallaban. Entonces los enemigos se propusieron atacar con armas cortas: insultos, golpes, maldiciones, calumnias y así siguió el combate.

De pronto el Papa cayó gravemente herido. Los que lo acompañaban corrieron a socorrerlo. Se repuso, pero fue herido por segunda vez, cayó y murió. Un grito de victoria resonó en todas las naves enemigas y el gozo de los contrarios era inmenso. Pero los demás pilotos se reunieron y eligieron un nuevo Pontífice, el cual tomó fuertemente entre sus manos el timón de la nave capitana. Los enemigos comenzaron a desanimarse.

El nuevo Pontífice, manejando muy bien la nave la llevó hasta colocarla en medio de las dos columnas y con una cadena amarró la parte delantera del barco (o proa) a la columna donde estaba la Santa Hostia y con otra cadena ató el otro extremo (la popa) a la columna donde estaba la estatua de María Santísima Auxiliadora.

Entonces se produjo una gran confusión. Todos los barcos que habían luchado contra la nave capitaneada por el Papa, se dieron a la fuga, se dispersaron, chocaron entre sí y se destruyeron mutuamente. Unos al hundirse hundieron a otros más.

Los barcos que habían permanecido fieles al Papa se acercaron a las dos columnas y se amarraron fuertemente a ellas.

Otras naves que por miedo al combate se habían retirado y se encontraban distantes observando prudentemente los acontecimientos, al ver que desaparecían en el abismo las naves enemigas, navegaron entonces también hacia las dos columnas y allí permanecieron tranquilas y serenas en compañía de la nave capitana dirigida por el Papa. En el mar reinaba una calma absoluta….

Al llegar a este punto de la narración, Don Bosco preguntó al Padre Rúa: – “¿Qué le parece que significa este sueño?”.

Don Rúa respondió: – “Me parece que la nave capitana es la Iglesia Católica, y los otros barcos que ayudan a la nave capitana son los fieles católicos dirigidos por sus obispos. Y que los barcos enemigos son todos los que atacan nuestra Santa religión. Y me parece que las dos columnas son la devoción al Santísimo Sacramento de la Eucaristía y a María Santísima”.

Don Bosco añadió: – “Sí, y en los barcos que atacan están representadas las persecuciones que le llegan a la Iglesia Católica, a la cual le van a venir terribles peligros y ataques de enemigos. Pero nos quedan dos remedios: frecuentar los sacramentos y tener una gran devoción a la Virgen Santísima. Hagamos todo lo posible para practicar nosotros estos dos remedios y para obtener que otros los practiquen también siempre y en todo momento”.

Nota: Varios de los oyentes copiaron este sueño y cada uno le daba sus interpretaciones. Se ha pensado que el capitán que llama a los otros pilotos a reunión fue el Papa Pío IX que llamó a los obispos al Concilio Vaticano I. Después de algunas reuniones los obispos tuvieron que volverse a sus ciudades porque estallaba la guerra de 1870. En 1878 murió el Papa Pío IX que había sido muy combatido por los enemigos de la religión. Más tarde llegó el Papa San Pío X que propagó muchísimo la devoción al Santísimo Sacramento y a María Santísima (acercó la Iglesia a esas dos columnas y organizó a los católicos para defenderse unidos en Senados, Cámaras y gobierno del mundo entero, quitándoles así a los enemigos de la Santa Iglesia el poder omnímodo que tenían casi todos los países. Antes de este Papa los católicos no participaban casi en elecciones ni se hacían elegir, y los enemigos podían hacer desde el gobierno todo el mal que se les antojaba contra la religión. Pío X dijo: “Los católicos elegirán y serán elegidos”. Y así hubo pronto en cada país un grupo fuerte de católicos en el Congreso y en el gobierno, y los anticatólicos les sucedió como a las naves del sueño: retrocedieron y empezaron a hundirse. Y los que eran indiferentes y miraban la lucha desde lejos, al ver que la Iglesia Católica volvía a ser respetada y estimada, se fueron acercando también a ella en señal de amistad.

¿Fueron tres los pontífices? En canónigo Bourlot que era estudiante y estuvo presente cuando Don Bosco narró este sueño, fue a almorzar con Don Bosco y sus salesianos 24 años después en 1866, y en pleno almuerzo dijo: – “Aquella vez Don Bosco dijo que los pontífices eran tres”.

El Padre Lemoyne que fue el que escribió la redacción del sueño, estaba en ese momento charlando con otro y Don Bosco lo llamó y le dijo: “Oiga lo que está diciendo este Padre”… y dio a entender que estaba de acuerdo con lo que afirmaba el canónigo. Este afirmaba que Don Bosco les contó que los Papas eran tres: el primero, aquel cuya muerte se alegraron los malos. El segundo, el que reemplazó al anterior y con mano fuerte tomó el timón y guió con seguridad la nave. Y el tercero, el que llevó la nave hasta colocarla entre las dos columnas.

Después de 1907, el canónigo Bourlot volvió a la Casa Salesiana de Turín y les dijo a sus superiores: – “¿Se dan cuenta de que sí eran tres los pontífices del sueño? El primero, el Papa Pío IX que reunió el Concilio y de cuya muerte se alegraron los enemigos de la religión. El segundo, León XIII, que dirigió con mano segura y fuerte la Iglesia. Y el tercero, Pío X que se dedicó a propagar la devoción a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen”.

40. El sacrilegio 1862 (MB. 7,173) 

 

Un día en 1862, estaba Don Bosco recomendando a los sacerdotes confesores que le pidieran mucho a Dios la gracia de sabes confesar bien y de obtener la eficacia de la palabra y la virtud de la prudencia, y les recordaba que muchos hacen malas confesiones por temor. Y les narró lo siguiente:“Una noche soñé que veía a un joven con el corazón podrido y lleno de gusanos. No le hice caso al sueño, pero a la noche siguiente soñé que veía a un perro que le mordía el corazón a ese pobre joven.

Entonces me convencí de que Nuestro Señor quería ayudar a ese muchacho quitándole de la conciencia algún pecado que tenía sin perdonar.

Y un día me lo encontré y le dije: “¿Me quiere hacer un favor?”.

– Sí, claro, por supuesto, ¿Qué será? – ¿Quiere decirme si tiene algún pecado en su conciencia sin haberlo confesado? El quiso negarlo, pero yo le dije:

 

“¿Y aquel pecado?, ¿y aquel otro?, ¿por qué no los ha confesado? Entonces me miró al rostro y comenzó a llorar, y me dijo: – Tiene razón. Hace dos años que tengo esos pecados en mi conciencia y nunca he sido capaz de confesarlos.

Y aquel muchacho se puso en paz con Dios.

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