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Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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151. El ramillete de flores 1886 (MB. 18,28).

El 31 de enero de 1886 se reunieron junto a Don Bosco los alumnos de los cursos superiores del Oratorio de Turín y le dijeron: – Cuéntenos algún sueño que se relacione con nosotros.

Y él respondió:- Una noche soñé que estaba en el patio paseando rodeado de muchos alumnos y que uno de ellos siempre me volvía la espalda. Noté que en sus manos llevaba un ramillete de hermosas flores, pero seguía volviéndome la espalda. Yo le hice ver lo feo que era esa costumbre, y él me respondió: – Es que yo soy como las campanas que invitan a la gente a que vaya al Templo pero ellas nunca van a misa.

Ese joven lo conozco muy bien, pero no digo quién es.

Nota: Quizás les quería insistir en lo peligroso del apostolado es decir cosas muy bellas a la gente, pero no cumplirlas el que las recomienda.

Cumpliéndose así lo que Jesús decía de los escribas: “Colocan pesadas cargas de obligaciones en los hombros de los demás, pero ellos no mueven ni un dedo para llevar esas cargas” (Mt. 23,4).

152. La humilde esclava del Señor 1887 (MB. 18,253).

La noche del 4 de enero de 1887 me pareció ver una persona llena de inmensos resplandores que me decía: – Yo soy la esclava del Señor. He sido enviada para curar a tu enfermo Ludovico Olive. El Señor ha mirado la humillación de su esclava y el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.

Después ella añadió: – Yo tengo mi morada en lo más alto de los cielos y puedo hacer ricos espiritualmente a los que aman y llenarlos de tesoros celestiales. Para los jóvenes sus mejores tesoros serán que sus palabras sean puras y sus acciones sean castas. Ministros de Dios: no se cansen nunca de insistir en que hay que huir de los que es contrario a la pureza y de las malas conversaciones.

Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Los que hablan malas conversaciones muy difícilmente se lograrán convertir de su impureza. Si quieren agradarme procuren tener buenas conversaciones y darse mutuamente ejemplos de buen obrar. Muchos prometen flores de buenas obras y sólo ofrecen a mi Hijo espinas de pecados.

Y siguió diciendo: – ¿Por qué confesándose frecuentemente, su corazón sigue tan lejos de mí? Dedíquense a decir y a hacer lo que es bueno y no lo que es malo. Yo soy una Madre que amo a mis hijos espirituales pero aborrezco todo lo que es pecado. Voy a venir pronto para llevarme a algunos al descanso eterno. Yo cuido de mis devotos como una gallina cuida a sus polluelos.

Dedíquense a hacer obras buenas y no malas acciones. Las malas conversaciones son como una enfermedad contagiosa.

Los superiores que no se cansen nunca de avisar acerca de estos peligros, porque va a venir aquel que les va a tomar cuenta del modo como han instruido a los demás. El tiempo que les queda es breve. Por tanto, mientras les queda tiempo trabajen con ánimo esforzado”.

Nota: El clérigo Ludovico Olive estaba moribundo y desahuciado por los médicos. Don Bosco, después de este sueño-visión dijo que Olive no moriría por ahora. Y en efecto pocos días después empezó a mejorar y fue misionero en china donde vivió hasta 1921 (35 años después de este sueño).

Al día siguiente de haber tenido este sueño, llamó Don Bosco al Padre Lemoyne y se lo narró y le dijo: – Los médicos dicen que Olive se muere ahora. Y la Virgen me dice que vivirá mucho tiempo más. ¿Qué me aconsejas? ¿Decirle que se va a curar? El Padre Lemoyne le respondió: – Don Bosco, lo que usted sueña son visiones venidas del Cielo, y siempre se cumplen.

– Así es – dijo el Santo – Entonces puedes hacer correr la noticia de que Don Bosco ha soñado que Olive no morirá por ahora.

Y aquella noche soñó el moribundo Olive que se le aparecía Don Bosco y le decía: “Dentro de diez días vendrás a mi habitación, totalmente curado y me visitarás”. Y así sucedió.

153. Las cerezas 1887 (MB. 18,283).

El 4 de marzo de 1887 Don Bosco narró lo siguiente: Anoche soñé que corría terrenos de mi país, que estaban sin cultivar y que una voz me decía: – Cuidado, no sea que por cultivar terrenos en países lejanos (en el Mar Negro) se queden sin cultivar los terrenos del propio país.

Yo le respondí: – Estos terrenos parecen sin cultivar pero es que estoy dejando que crezcan pastos para que se alimenten aquí los rebaños.

Luego vi un árbol lleno de cerezas y le pedí al agricultor que las recogiera. Pero al abrirlas vi con tristeza que estaban podridas por dentro.

Quizás esté aquí la respuesta a quienes preguntaban por qué enviaba tantos misioneros a otros países teniendo tanto trabajo por hacer en su propio país. Aquellos pastos, para que alimenten los rebaños eran sus casas de formación, sus seminarios, y de allá salieron muchos pastores bien preparados para misionar en otros sitios.

En cuanto a las cerezas puede tratarse del cumplimiento de aquel antiguo refrán: “No todo lo que brilla es oro”, para que los Apóstoles no se llenen de vanidad, pues muchas veces lo que por fuera parecen frutos maravillosos, por dentro resultan frutos muy llenos de pobredumbre.

154. Las uvas 1887 (MB. 18, 283).

El 24 de marzo de 1887 soñó Don Bosco lo siguiente: Soñé que estaba en medio de unas matas de uva en tiempos que no son de cosecha. Las uvas en mi tierra se cosechan en septiembre y ahora apenas estábamos en marzo. Y al ver semejante cantidad tan grande de racimos exclamé: – ¡Qué hermosa está la uva! Este año tenemos una cosecha muy abundante.

Y oí que mi hermano José me decía: – Es necesario recoger ahora todo lo que se pueda, mientras hay abundancia, porque van a venir tiempos de mucha escasez.

– ¿Por qué va a llegar esa escasez? – Porque la gente abusa de la abundancia. Cuando tienen mucho vino, toman mucho vino.

Puede referirse no solo a la cosecha de uvas sino también a las vocaciones. En aquel año San Juan Bosco tenía alrededor de 100 novicios. Había que aprovechar estos años de abundancia, porque después llegarían los años de gran escasez de vocaciones.

155. Los castigos de los pecadores 1887 (MB. 18,284).

El 3 de abril de 1887 hablo así Don Bosco: Anoche vi en sueños los castigos que esperan a los pecadores. Y lo que vi es tan terrible que si los que me oyen pudieran verlo, o se dedicarían a una vida santa o saldrían huyendo llenos de susto. Primero oí un estruendo y un griterío como los que se sienten cuando hay un terrible terremoto. Luego vi un enorme horno donde muchos ardían y lanzaban lastimosos quejidos. Y una voz me dijo:- Muchos se dedican en esta tierra a todos los goces deformadas. Y después horribles sufrimientos.

Luego vi allí sufriendo a muchas personas horrendamente deformadas. Y eran de los nuestros. Y al verlos sufrir tanto y oírles tantos lamentos exclamé: – ¿Pero no habrá algún modo de que paguen sus pecados y no tengan que venir a sufrir tantos tormentos? Y una voz me respondió: – Que paguen sus pecados con plata y oro. Con limosnas a los pobres, pero también con otra plata y oro preciosos: las oraciones frecuentes, las confesiones y comuniones fervorosas servirán para librarse de los sufrimientos que esperan a quienes viven cometiendo pecados.

Nota: Don Bosco se despertó muy angustiado y lloraba al narrar este sueño. Allí vio destinados a muy terribles castigos a muchos de sus amigos que manchaban sus almas con frecuentes pecados. Afortunadamente la voz del Cielo le anunció unos modos prácticos para librarse de aquellos castigos: orar, dar limosnas y recibir con fervor y frecuencia a los Santos Sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía.

156. Acerca de la obligación de dar limosna 1887 (MB. 18,361).

El 14 de junio de 1887 hablo así nuestro Santo: Hace unas noches soñé que se me aparecía la Santísima Virgen y me reprochaba por haberme callado últimamente acerca de la grave obligación de dar limosna. Y me dijo: – Mire, que aunque uno sea sacerdote puede perderse por pecados contra el sexto y séptimo mandamiento.

Y me insistió en que son muchos los que se pierden por no haber hecho buen uso de las riquezas, por hacer uso indebido de sus bienes, y no repartir lo suficiente a los pobres. Y añadió: – Si los que tienen bienes de fortuna repartieran entre huérfanos y pobres lo que no les resulta muy necesario, seria mucho mayor el número de los que lograrían salvarse. Pero desafortunadamente son muchos los que se guardan para ellos solos sus riquezas y esto será su perdición.

Nota: Desde hacia varios años venía Don Bosco hablando muy frecuentemente a los ricos y a todos los que tenían algunos bienes de fortuna, acerca del gravísimo deber que tiene todo cristiano de compartir sus bienes con los necesitados. Muchos lo criticaban por esto y hasta lo querían acusar ante las autoridades eclesiásticas por hablar tanto acerca de los graves peligros que les esperan a los que tienen bienes si no los comparten con los necesitados. El Santo repetía: “Si ahora no reparten voluntariamente sus bienes a los pobres, un día ellos vendrán con un puñal u otra arma en las manos y se los quitaran a la fuerza”.

Y se quejaba de que a muchos sacerdotes les da pena insistirle a la gente acerca de lo grave que es la obligación de dar limosnas, y limosnas proporcionadas a lo que cada uno tiene o gana. (No migajas que no se sienten. Que eso seria un engañarse uno a sí mismo. Si lo que se da a los demás no cuesta nada, eso no es dar, es sólo un engañarse. La limosna debe empobrecer en algo al que la regala).

Repetía y repetía que el recomendar a los otros que se dediquen a dar limosnas generosas es hacerles un gran favor, porque según dijo Tobías en la Santa Biblia: “La limosna borra multitud de pecados”.

Pero como lo criticaban tanto por enseñar esto, dispuso callarse últimamente. Y fue entonces cuando se le apareció la Santísima Virgen en persona a regañarlo por haberse callado y a recordarle que aunque uno sea sacerdote puede perderse si vive en pecado contra el sexto mandamiento o no reparte debidamente sus bienes a los pobres.

Después de este sueño el Santo llamó al Padre Bonetti, buen escritor, y le dijo: – Por favor, redacte un libro acerca de la grave necesidad y obligación que tiene todo buen cristiano de dar limosnas. Y repártanlo por todas partes.

El Padre Bonetti publicó ese libro al año siguiente, unos meses después de la muerte del Santo. El título del libro era: “Cómo ganarse el Cielo dando limosnas en la tierra”.

Es curioso que ésta es quizás la última aparición de la Santísima Virgen a Don Bosco, y la hizo para insistirle en un tema importantísimo para la salvación: Dar limosna.

Ayudar a los pobres con toda generosidad. No hacer mal uso de las riquezas.

Ahora existe un libro muy hermoso acerca de este tema (cuya lectura recomendamos como enormemente provechosa). Su título es: “Cómo hacerse rico para el Cielo, dando limosnas en la tierra”, por Sálesman. En ese bello libro está lo que San Juan Bosco enseñaba acerca de la grave obligación que cada uno tiene de dar limosnas según sus posibilidades, y además otros muchos ejemplos muy hermosos. No dejemos de leerlo, su lectura puede ser de gran provecho.

157. Viaje en compañía del Padre Cafasso 1887 (MB. 463) 

 

El 24 de octubre de 1887 dijo Don Bosco: Una de estás noches soñé que se me aparecía el Padre Cafasso, mi antiguo confesor y director espiritual, y que con él recorría todas las Casas que la Congregación Salesiana tiene en América, y vi las condiciones de cada casa, y el estado del alma de cada uno de sus salesianos.

Nota: San José Cafasso fue el generoso sacerdote que le costeo al pobre Juan Bosco la beca en el seminario para que pudiera terminar sus estudios sacerdotales. Después durante los primeros 19 años de apostolado de Don Bosco, fue San José Cafasso su confesor, su director espiritual, su generoso bienhechor y en muchos casos el único que lograba comprenderlo y que siempre sabia defenderlo. Nuestro Santo guardó siempre un gratísimo recuerdo del Padre Cafasso, y éste vino a hacerle una última visita apenas tres meses antes de la muerte de Don Bosco.

158. Remedios y peligros de la Santa pureza 1887.

A finales de noviembre de 1887 (60 días antes de la muerte del Santo) fue a visitarlo su apreciadísimo amigo y discípulo, el Padre Lemoyne (el que después escribió 10 volúmenes de la Vida de Don Bosco, las Memorias Biográficas) y el Santo le dijo: – Anoche tuve un sueño.

– Llámele más bien una visión, le dijo el Padre Lemoyne.

– Como tú quieras. ¡Oh qué bueno es con nosotros Nuestro Señor! – ¿Y qué ha sabido en ese sueño? – Vi y oí lo que hay que decirles a los jóvenes acerca de lo que deben hacer y evitar para conservar la santa virtud de la pureza o castidad, y los graves daños y males que les llegan a los que pecan contra la virtud de la pureza. Se me dijo que muchos que comenten impurezas, mueren cuando menos lo piensan, y son castigados. Que los vicios impuros atraen muchas muertes. Y creo que estas enseñanzas acerca de la pureza y de los peligros que hay en perderla, podrán ser de gran provecho para los que desean conservarla o volverla a conseguir.

Nota: Desafortunadamente el Padre Lemoyne vio a Don Bosco muy fatigado y creyendo que no se iba a morir pronto le dijo: – Padre, lo veo cansado.

 

Si quiere me cuenta después detalladamente lo que le dijeron en este sueño y yo lo escribiré.

Pero pocos días después ya el Santo se agravó y no se lograron saber más detalles de este sueño.

Para alguno que tenga interés en saber muchos datos y detalles de gran importancia acerca de la pureza o castidad, le recomendamos conseguir y leer el impresionante libro titulado: “La castidad, avisos para defenderla”. Su lectura puede hacer un gran bien.

159. Como un Santo voló por los aires para llevar una terrible noticia a otra nación 1886.

En el año 1886 cuando todavía no había aviones, ni helicópteros, ni dirigibles, ni cohetes espaciales, San Juan Bosco voló una noche por los aires pasando desde Italia su patria, y por sobre el país de Francia hasta llegar a España para llevarle una espantosa noticia al director de uno de sus colegios.

Veamos cómo sucedió el asunto: En el día de fiesta de San Francisco de Sales. Aquella noche el Padre Branda, director del Colegio Salesiano de Barcelona, España, dormía tranquilamente cuando de pronto se despertó y vio frente a su cama a San Juan Bosco (que vivía centenares de kilómetros de distancia, en otro país, en Italia) el cual le dijo: – Padre Branda, levántese y venga conmigo.

La habitación había quedado iluminada con una misteriosa luz. El rostro de Don Bosco y su mirada estaban llenos de afecto paternal.

El Padre Branda se levantó y oyó que el Santo le decía: – Venga conmigo. Le haré ver cosas tremendas de las cuales no tiene ni imaginación de que estén sucediendo en esta casa.

El director tomó las llaves de los dormitorios de los alumnos internos y se fue, siguiendo a Don Bosco que subió por las escaleras y entró en un dormitorio. Allí el Santo fundador le señaló tres alumnos que aparecían con la cara terriblemente desfigurada y le dijo: – ¿Ve estos tres desdichados?

 

Los ha corrompido un empleado de la casa. Uno que si yo no hubiera venido a avisarle, usted nunca se habría imaginado que es él. He venido porque es necesario que esta maldad secreta sea descubierta y se sepa.

Padre: Usted se fía y le tiene confianza a tal empleado, que se llama NNN. Pero ese es el asesino de las almas de estos jóvenes. Y mire en qué estado han quedado esos pobres (los muchachos aparecían con la cara deforme y descompuesta).

El Padre Branda se quedó frío. Jamás había imaginado que aquel empleado fuera capaz de cometer tales maldades.

Aparecía exteriormente como hombre bueno y era tenido en el colegio como persona de muy buena conducta. San Juan Bosco continuó diciendo: – Mándelo lejos; despáchelo enseguida fuera de la casa. No permita que permanezca en medio de los jóvenes. Porque es capaz de corromper a otros.

Salieron del dormitorio y de pronto se encontraron con el empleado corruptor. Estaba inmóvil. Con la cabeza baja, temblando y asustado como un condenado a muerte. El rostro de Don Bosco se volvió terriblemente serio y señalándolo con el dedo le dijo al Padre Branda: – ¡Este es el que corrompe a los jóvenes! Y volviéndose hacia el corruptor le dijo con voz terrorífica: – ¡Corrompido y corruptor, usted es el que le roba las almas a Nuestro Señor! ¡Usted es el que traiciona la confianza que le han dado los superiores! ¡Usted es indigno de trabajar en esta casa! Y con un tono amenazador le siguió reprochando lo terriblemente graves que eran sus pecados, y como en vez de irse a confesar y arrepentirse, se había callado y había aparecido hipócritamente como bueno durante muchos meses, siendo en realidad tan malo.

Apareció luego allí cerca un joven profesor y Don Bosco mirándolo también aunque no tan seriamente como al otro, le dijo al Director: – A este también aléjelo de la casa, porque si se queda será causa de graves pecados.

Y diciendo esto se apagó la misteriosa luz que iluminaba todas aquellas habitaciones y el Padre Branda se encontró en la mitad de su alcoba, de pues, con las llaves de los dormitorios en sus manos y muy emocionado.

Prendió una vela y vio que eran las cuatro de la madrugada. Se puso a rezar salmos de la Santa Biblia, y a las seis se fue a celebrar misa, invadido por un horror que lo hacia temblar, y oyendo en su interior una vez que le repetía: – ¡Decídase a actuar! ¡No tenga miedo a proceder! Pocos días después desde Turín, Italia, le escribía el Padre Rúa, el hombre de confianza de San Juan Bosco y le decía: – Paseándome con Don Bosco le oí decir que fue hasta allá a visitarlo, mientras usted dormía. Y me pide que le pregunté si ya cumplió lo que él le mandó.

El pobre Padre Branda estaba angustiado. No hallaba qué razones buscar para expulsar a tal empleado, al joven profesor y a los tres alumnos, pues todos aparecían ante los demás como gente de muy buena conducta.

Y una mañana al empezar la Santa Misa sintió un terror inmenso y empezó a temblar y oyó una voz que le decía: – ¡Cumpla enseguida lo que le mandó Don Bosco, o de lo contrario, ésta será la última misa que usted celebra! El Padre Director llamó enseguida al jefe de disciplina del colegio, el Padre Aime y le dijo: – Por favor, llame a los tres jóvenes, N, N y N por separado, uno por uno, y exíjales fuertemente que le digan cómo se llama el que los ha corrompido. Yo escribo aquí en una hoja sin decírselo a nadie, el nombre del que yo creo que es el corruptor.

Y usted escribe en otra hoja el nombre que ellos le digan. Trae ese nombre. Y comparamos a ver si coinciden.

El Padre Aime llamó a los tres por separado. El primero negó al principio, pero luego al saber que los superiores sabían muchos detalles, le dijo el nombre del empleado. Los otros dos señalaron también como su corruptor al tal empleado. El Padre Aime llevó el nombre escrito en un papel y el Padre Branda abrió la hoja en la cual había escrito el nombre que le había dado Don Bosco. Era el mismo, exactamente.

Entonces llamó al empleado, que desde hacia varios días estaba sufriendo una angustia espantosa. El sacerdote le dijo con voz que significaba un gran disgusto: – ¡Usted es el que está corrompiendo a nuestros alumnos! – ¿Yo? ¿Y cómo me puede decir eso?, exclamó temblando el pobre hombre.

Y arrodillándose y pidiendo misericordia añadió: – ¿Es que Don Bosco le ha escrito contándole esto? – No, no me ha escrito. Ha venido personalmente a decírmelo.

El pobre hombre empezó a llorar y a pedir que no lo expulsaran inmediatamente de la casa, sino que le dieran unas semanas de plazo para conseguir otro empleo. Dijo que lo cambiaran de oficio, pues en aquel trabajo era donde tenía más peligros. Y prometió enmendarse.

Los tres jóvenes fueron enviados definitivamente en esos días a sus familias y también el joven profesor fue despedido.

Cuando varias semanas después llegó Don Bosco a Barcelona, el Padre Branda le dijo: – Cumplí sus órdenes. Los demás ya se fueron. El empleado ha sido totalmente alejado del trato con los alumnos y espera a conseguir un nuevo empleo.

Por orden del Santo, unas semanas después se fue aquel empleado, el cual cambió totalmente de modo de comportarse, y llegó a ser excelente persona, y ya no volvió a cometer estas maldades.

El Padre Branda, el Padre Aime y el empleado mismo, narraron después a muchas personas esta impresionante historia, que a muchos debería hacer pensar muy seriamente, ya que es el cumplimiento de aquellas palabras de San Pablo: “Para todo el que hace el mal, tristeza y angustia vendrán”.

Y de aquellas otras de Nuestro Señor: “El que enseñe el mal a un pequeño, más le valiera que le colgaran una piedra al cuello y lo echaran al fondo del mar”.

FIN

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