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Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

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21. La rueda de la fortuna 1856 (MB. 5,327) 

Soñé que se me presentaba alguien con una rueda que anunciaba el futuro, y aquel personaje me dijo: “Oiga el ruido de esta rueda. Cada vuelta que ella da, significa lo que sucederá a su obra educativa en 10 años”.

Le dio la primera vuelta el ruido que se produjo fue tan pequeño que apenas se alcanzó a escuchar muy cerca. Al darle la segunda vuelta ya el ruido que produjo la rueda se alcanzó a escuchar desde mucho más lejos. A la tercera vuelta el ruido fue mucho mayor y se alcanzaba a oír por todo el país. A la cuarta vuelta de la rueda ya el ruido fue inmenso y a la quinta vuelta el ruido fue tan grande que parecía oírse por todo el mundo.

Y me fue comunicado lo que éste era el anunció del futuro que esperaba a la Obra Educativa de Don Bosco. En los primeros años sólo sería conocida en la ciudad donde estaba su primer Instituto, el Oratorio, en Turín. En su segundo decenio, ya se extendería por las provincias de aquella región, el Piamonte. En el tercer decenio su fama y su influencia se extenderían por todo el país de Italia. En el cuarto decenio se difundiría por toda Europa y en el quinto decenio la Obra de Don Bosco sería conocida y apreciada en todos los continentes del mundo.

22. El sueño de los panes 1857 (MB. 5,514) 

 

“Una noche vi en sueños a todos mis alumnos, distribuidos en cuatro grupos distintos. Los jóvenes que formaban el primer grupo comían un pan finísimo y sabroso. Los del segundo grupo comían un pan ordinario. Los del grupo tercero comían un pan de salvado. Y los del cuarto grupo comían un pan mohoso y lleno de gusanos.

Y me fue dicho que los que formaban el primer grupo son los que permanecen siempre con el alma en gracia de Dios y sin pecado. Que los del segundo grupo son los que son buenos, pero a veces cometen faltas. Los del tercer grupo son los que frecuentemente cometen pecados pero se arrepienten y tratan de convertirse. Y los del último grupo son los que viven en paz con sus pecados sin hacer nada serio por corregirse”.

Nota: Don Bosco al narrar este sueño a sus alumnos dijo: “Recuerdo perfectamente en cuál de los grupos estaba cada uno.

Así que los que quieran pueden ir pasando estos días a mi habitación y les diré en qué estado se encuentra su alma”.

Los jóvenes fueron pasando a la habitación de nuestro Santo en todos esos días y a cada uno le dijo tales detalles acerca del estado en que tenía su conciencia, que los muchachos exclamaban admirados: “Parece que tuviera unos lentes de ver espíritus. Le dice a uno todo lo que tiene en el alma”.

Este sueño se repitió después de muchas veces en formas diversas en la vida de San Juan Bosco, y siempre logró ver las conciencias tal cual estaban en realidad.

23. El gigante fatal 1859 (MB. 6,234) 

Vi en sueños a un hombre de estatura gigante que recorría las calles de la ciudad, y de vez en cuando colocaba sus manos sobre la cabeza de algunas personas. La persona sobre la cual el gigante había colocado sus manos, se ponía negra y caía muerta: “Me pareció que era el anunció de una epidemia mortal”.

Nota: Hay que recordar que en la ciudad de Turín en un solo año hubo 3,500 enfermos de cólera y murieron ,400. 700 de esas víctimas murieron en la región donde vivía Don Bosco, junto al río Dora.

24. El sueño de la marmota 1959 (MB. 6,234) 

 

“Vi en sueños que cuando los jóvenes debían dirigirse a la Iglesia para las confesiones, llegó al patio un hombre que llevaba una cajita. El hombre se colocó en medio de los jóvenes y abriendo la caja sacó de allí una marmota, un animalito roedor, de pelaje espeso y cabeza gruesa que vive en los montes pero que se deja domesticar y hace muchas maromas que distraen y hacen reír a la gente joven. La marmota empezó a bailar y hacer piruetas y los jóvenes le hicieron un gran corrillo para observarla. Entonces el hombre que llevaba el animalejo se fue alejando y alejando de la Iglesia, y los muchachos con él, y así logró que no fueran a confesarse”.

Nota: Don Bosco al narrar este sueño dijo en qué estado vio la conciencia de ciertos jóvenes, sin decir el nombre de ninguno, pero los interesados se sintieron perfectamente retratados en aquella descripción. Luego les insistió en que el enemigo del alma hace todos los esfuerzos posibles por obtener que la gente no se confiese y que no comulguen.

Mientras narraba el sueño se puso a describir las piruetas que hacía la marmota, y con ello hizo reír sabrosamente a los muchachos, pero mientras tanto los hizo pensar seriamente en el estado en el que estaba su alma. Muchos jóvenes fueron privadamente a pedirle que le dijera en qué estado había visto su conciencia y se quedaron pasmados al oír de labios de Don Bosco faltas que ellos se imaginaban que nadie sabía.

Dicen las crónicas de ese tiempo que la narración de este sueño llevó a casi todos los jóvenes a confesarse con más frecuencia, y que las comuniones se volvieron más numerosas en el Oratorio o Instituto Educativo de Don Bosco en Turín.

25. Aparición de mamá Margarita 1860 (MB. 5,403) 

 

“Mi mamá Margarita había muerto el 25 de noviembre de 1856, pero en el mes de agosto de 1860 soñé que viniendo cerca del Santuario de la Consolata me encontraba por el camino con ella. El aspecto de mi madre era bellísimo. Y yo admirado le pregunté: – ¿Pero cómo, Su merced aquí? ¿No está muerta? – He muerto pero sigo estando viva – me respondió – ¿Y su merced es feliz? – Totalmente feliz. Felicísima.

– Le pregunté si había ido al paraíso inmediatamente después de su muerte, y me respondió que no. Luego le pregunté si en el paraíso estaban algunos de mis mejores alumnos que habían muerto. Le dije los nombres y me dijo que sí estaban allá. Luego le pregunté: ¿Me podrá explicar qué es lo que se goza en el paraíso? – Aunque te lo dijera, no lo podrías comprender – me respondió.

– ¿Pero no me podría dar aunque fuera una pequeñita muestra de lo que allá se goza, o se ve, o se oye? Y en ese momento vi a mi madre totalmente resplandeciente, adornada con una lujosísima vestidura, con un rostro de maravillosa majestad y belleza, y acompañada de un numeroso coro que cantaba solemnemente. Y ella empezó a cantar un himno de amor a Dios, un canto de una dulzura que nadie logra explicar, un canto tan bello que llenaba de gozo y de dicha el corazón, y que elevaba la mente hacia las alturas celestiales. Parecía que fuera un coro de millones y millones de voces, a cual más de hermosas y armónicas, desde las voces más graves y profundas, hasta las más elevadas y agudas. Y una incontable variedad de modulaciones, tonalidades y vibraciones, unas fuertes, otras suaves, combinadas con el arte más exquisito y con una delicadez tal que formaban un conjunto maravilloso.

Al oír aquellas finísimas melodías quedé tan emocionado que me parecía estar fuera de este mundo y no fui capaz de decir nada ni de preguntar ninguna otra cosa más a mi madre.

Cuando hubo terminado el canto, Mamá Margarita se volvió hacia mí y me dijo: “Te espero en el Cielo, porque nosotros los dos debemos estar siempre cerca del uno del otro. Dichas estas palabras desapareció”.

Nota: Mamá Margarita ejerció una influencia importantísima en la vida de San Juan Bosco. Él quedó huérfano de padre a los dos años y medio, y la educación se la dio su santa madre, formidable mujer que, aunque analfabeta, poseía dotes maravillosas para educar.

Cuando ya su hijo fue sacerdote se fue con él a Turín y allí junto a su hijo pasó los últimos diez años de su vida haciendo de madre amorosa para esos centenares de huerfanitos abandonados, que Don Bosco iba recogiendo para educarlos y librarlos de peligros materiales y espirituales. Los muchachos de Don Bosco la llamaban cariñosamente “Mamá Margarita”, y así la llaman los salesianos de todo el mundo. Don Bosco habla muy hermosamente de ella en la “Autobiografía” que por orden del Papa tuvo él que escribir. Cuando le presentaron el retrato de Mamá Margarita a los sesenta y siete años (1855), pintado por Rollini, según un croquis de Bartolomé Bellisio. Le fue ofrecido a Don Bosco en el día de su santo, 24 de junio de 1855. Al verlo, exclamó: “Es ella. No le falta sino que hable”. Se conserva en el museo de Don Bosco (Turín).

Por haber muerto Mamá Margarita un 25 de noviembre, en las 1,300 casas salesianas del mundo celebra cada 25 de noviembre una misa por los papás difuntos de los salesianos.

26. Aviso para esconder documentos peligrosos 1860 (MB. 6,546) 

 

“Soñé que entraba a mi habitación una cuadrilla de atracadores y que se dedicaban a esculcar todos los armarios y que revolvían todos mis papeles y mis escritos.

Pero uno de los salteadores, se volvió a mí y con tono bondadoso se me dijo: – ¿Por qué no esconde aquel escrito y aquel otro documento? No ve que si llega una requisa del gobierno aquellas cartas del Arzobispo le podrían traer problemas? ¿Y aquellos documentos que le llegaron de Roma que los tiene ya casi olvidados en aquel rincón (y me señaló el sitio donde estaban) y aquellos otros papeles que están más allá? Si los hace desaparecer desde ahora se va a evitar después muchos problemas y molestias”.

Por la mañana les conté el sueño a algunos de mis amigos y no lo tomaba muy en serio, pero por si acaso me fui a mi habitación y saqué todas las cartas del Arzobispo y los documentos llegados de Roma y otros papeles especiales y los llevé a un sitio muy alto y escondido.

Nota: El sueño sucedió el 23 de mayo. Don Bosco escondió los papeles el 24, y luego el 26 de mayo de 1860, el ministro anticlerical Farina mandó requisar toda la casa de Don Bosco en busca de documentos que lo pudieran comprometer contra el gobierno. En ese año 1860 es cuando el gobierno de Piamonte (capital de Turín) se apodera de Roma y le quita al Sumo Pontífice los Estados Pontificios. Buscan cualquier pretexto para acusar y encarcelar a los amigos del Papa y saben que Don Bosco es amiguísimo del Sumo Pontífice de Roma.

El 26 de mayo llegan tres inspectores y 18 policías a registrar las habitaciones de Don Bosco. Esculcan todo, hasta la cesta de los papeles, y no logran encontrar ni siquiera un solo documento o carta para poderlo acusar. Todo había sido perfectamente escondido por Don Bosco, lejos de allí, el 24, después del aviso del sueño. Diez veces más vendrá la policía a esculcarle todos los papeles y a registrar sus habitaciones y nunca lograron encontrar nada para poderlo acusar. Dios cuida de sus hijos y les avisa a tiempo.

27. Las catorce mesas 1860 (MB. 7,534-535) 

 

“Soñé que estaba con todos mis jóvenes en un sitio tan ameno como el más hermoso de los jardines, sentados ante unas mesas que, ascendiendo desde la tierra en forma de gradas, se elevaban tanto que casi no se divisaban las últimas. Dichas mesas, largas y espaciosas, eran catorce, dispuestas en un estadio y divididas en tres órdenes, sostenido cada uno por una especie de muro en forma de terraplén.

En la parte baja, alrededor de una mesa colocada en el suelo polvoriento y desprovista de todo adorno y sin vajilla alguna, vi a cierto número de jóvenes. Aparecían tristes; comían de mala gana y tenían delante de sí un pan semejante al pan duro y feo que les dan a los soldados en la guerra, pero tan rancio y lleno de moho que causaba asco. Este pan estaba en el centro de la mesa mezclado con suciedades e inmundicias. Aquellos pobrecitos se encontraban como unos cerdos inmundos en una pocilga. Yo les quise decir que arrojasen lejos aquel pan; pero me hube de contentar con preguntar por que tenían ante sí tan nauseabundo alimento.

Me respondieron: – Hemos de comer el pan que nosotros mismos nos hemos preparado, pues no tenemos otro.

Aquello representaba a los que están en pecado mortal.

Dicen los Proverbios en el capítulo I: “Odiaron la disciplina y no abrazaron el temor de Dios y no prestaron atención a los buenos consejos, y por eso tienen que comer el fruto de sus malas obras”. Y el salmo 75: “Los que hacen el mal tendrán que beber de la copa de la amargura”.

Pero a medida que las mesas estaban más y más arriba, los jóvenes que comían en ellas se mostraban más alegres y se alimentaban con un pan más sabroso.

Cuanto más alta se hallaba la mesa donde estaban tanto más hermosos, elegantes y alegres eran los jóvenes que allí comían, y más lujosos los manteles y más finas la vajillas, y más exquisitos los alimentos que allí les ofrecían. Y me llamaba la atención el ver que en las mesas superiores había muchos jóvenes, más de los que me había imaginado.

Al fin me puse a mirar las más altas mesas, las más elevadas. Los alimentos que allí se servían eran tan extraordinariamente finos y delicados que nadie podría describirlo. Las mesas parecían de oro. Los vestidos de los jóvenes que allí estaban sentados eran lujosísimos y de un costo elevadísimo.

 

El rostro de cada muchacho resplandecía con luces admirables. Cada joven gozaba de una alegría extraordinaria y cada cual se esmeraba por hacer participantes de su gozo a los demás compañeros. En hermosura, en elegancia, en alegría y en luminosidad y esplendor, los que ocupaban las mesas de más arriba superaban totalmente a los que estaban en las mesas de más abajo.

Y me fue dicho que los que están en las mesas más altas son los que se esfuerzan por conservar el alma sin pecado. Los de las mesas de en medio son los que caen y cometen faltas pero se apresuran a confesarse y a enmendarse. Los de la última mesa de abajo viven tranquilamente en sus pecados sin arrepentirse ni tratar de enmendarse. El Libro Santo enseña: “Dichoso el que pudiendo pecar no peca”. Pero “Ay del que vive como si Dios no existiera: ese no tendrá paz”. (Is. 48,22).

Pero lo más sorprendente es que en el sueño reconocí a todos mi alumnos uno, por uno, y ahora mismo le puedo señalar a cada cual en qué clase de mesa lo vi. Me parece estarlos viendo ahora mismo, a cada uno en su mesa.

Estando observándolos vi un hombre a lo lejos y quise ir a preguntarle algo, pero me tropecé con algo y… me desperté.

Nota: Al día siguiente. 6 de agosto de 1860, los jóvenes fueron pasando por la habitación de Don Bosco para preguntarle en qué mesa los había visto. Y se extrañaban de la admirable precisión con la cual les informaba el estado de su alma.

Varios le preguntaron si todavía podían pasar de un mesa inferior a otra superior y les dijo que sí, que si era posible, con tal de esmerarse por evitar el pecado y dedicarse a portarse bien.

¿En cuál de las 14 mesas estaremos nosotros? ¿A cuál queremos pasar?

28. Sueño del estado de las conciencias 1860 (MB. 6,616)

Era el 31 de diciembre y tenía que aconsejarles a los jóvenes el “Aguinaldo”, lema o recuerdo para el nuevo año que iba a empezar.

Y en sueños me encontré con el Padre José Cafasso (que había muerto ese año) y le pregunté: “¿Qué consejo o recuerdo les dejo a mis discípulos para este año que va a comenzar?”.

El me respondió: Ante todo, que arreglen las cuentas de su conciencia.

Y luego vi un tribunal compuesto por el Padre Cafasso, por el poeta Silvio Péllico y por el Conde Cays. Y que mis discípulos, cada uno con un papel en la mano pasaban ante el tribunal para presentar las cuentas de su conciencia.

Los que presentaban las cuentas bien arregladas eran aprobados y se iban al patio a jugar muy contentos.

A quienes tenían pecados sin perdonar, los señores del tribunal les rechazaban sus cuentas y se las devolvían, porque no se les podían aceptar así. Y salían muy tristes y muy angustiados.

Vi a unos que no pasaban a presentar cuentas ante el tribunal. Le pregunté al Padre Cafasso quiénes eran ellos y me respondió: – “Son los que no tienen obras buenas para que se les paguen. Dígales que se apresuren a hacer obras para el Cielo, porque al árbol que no produce fruto se le corta y se le echa al fuego”. (Mt. 3,10).

Salí al patio y vi que los jóvenes que tenían bien las cuentas de su conciencia jugaban felices y se sentían satisfechos como príncipes. En cambio otros jóvenes no sentían alegría. Y unos de éstos tenía una venda en los ojos (para no reconocer la fealdad del pecado y la necesidad de vivir en gracia de Dios) y otros tenían la cabeza llena de humo negro.

Y allá en un rincón del patio vi una escena que me llenó de angustia: Un joven estirado en el suelo, pálido como un muerto (¿tenía muerta el alma por el pecado?). Unos con los ojos muy enfermos (¿malas miradas?), otros con la lengua enferma (¿malas conversaciones?) y algunos muy enfermos de los oídos (¿sordos para oír lo bueno, atentos para escuchar lo malo?). Todos ellos tenían sus sentidos roídos por gusanos. Uno tenía la lengua totalmente podrida, otro con la boca llena de fango hediondo y un tercero con la garganta tan maloliente que no se le podía uno acercar (¿de qué hablarán?).

 

Alguno tenía el corazón carcomido y podrido, débil y corrompido (ya se puede uno imaginar lo malo y corrompidos que serás sus afectos). Había algunos como cadáveres en descomposición (destruidos por los vicios) y otros tan enfermos que parecían un hospital (¡así de enferma está su alma!). Yo estaba viendo la conciencia de cada uno.

Me acerqué a uno de esos pobrecitos y le pregunté: – ¿Pero qué es lo que te ha sucedido? ¿Por qué estás así de mal? – Es que estoy cosechando el fruto de mis malas obras. “Cada uno cosecha lo que ha cultivado. El que cultiva corrupción, cosecha maldades”. (Gal. 6,7).

Y lo mismo me respondieron varios más. Yo veía el estado de cada alma tan claramente, que si alguno se me acerca ahora, puedo decirle cómo está su conciencia.

Luego fui llevado a un enorme salón, adornado con oro y plata, y lleno de lámparas maravillosas que producían una luz tan bella como uno no puede imaginar. Y en la mitad del salón había una inmensa mesa con los alimentos más exquisitos que una persona pueda desear. Yo al ver semejante cantidad de alimentos tan sabrosos dispuse salir a llamar a mis discípulos para que entraran a comer, pero el Padre Cafasso me dijo: – Un momento: de esta mesa no pueden participar sino los que tienen la conciencia en paz. Los que han arreglado las cuentas de su conciencia.

Yo fui a llamar a los que estaban con la conciencia purificada de pecados, y la mesa se llenó de comensales que demostraban inmensa alegría y satisfacción.

Supliqué luego que también otros de mis discípulos pudieran entrar a participar de tan rico banquete y me fue dicho: “Solo los que están sanos del alma pueden participar del banquete del Cielo. Los que tienen el alma enferma tienen que aguardar a ser curados”.

Y yo veía que los que participaban de aquella mesa se sentían inmensamente felices y contentos. Pero los que tenían el alma enferma y manchada estaban allá en un rincón llenos de profunda tristeza. Los que tenían el corazón carcomido sufrían de una gran melancolía. A ninguno de los que tenían el alma manchada se le dejaban acercarse a la mesa de las delicias. Oh y allí entre esos entristecidos con manchas en el alma veía claramente a muchos de mis discípulos.

Yo le pregunté al Padre Cafasso: – ¿Qué remedio me aconseja para que estos jóvenes tengan el alma sana? El respondió: “Estar alerta y vigilar”. “Vigilar y orar para no caer en tentación, porque el espíritu está pronto, pero el cuerpo es débil” (Mt. 26,41).

“Estar alertar porque el enemigo, el diablo anda dando vueltas como un león, buscando a quien devorar”. (S. Pedro 1P. 5,8).

Y al decir estas palabras, el Padre Cafasso y sus compañeros desaparecieron, y yo me desperté, y no me encontré sentado en la cama, temblando de frío.

Yo termino recomendando que todos purifiquen su alma con una buena confesión, y que reciban frecuentemente y con mucha devoción la Sagrada Comunión.

Notas: El tribunal estaba compuesto por tres amigos de Don Bosco: el Padre Cafasso, su santo confesor y gran maestro de espiritualidad. El examinaba acerca de las prácticas de piedad y acerca de la moralidad. El poeta Silvio Péllico, que examinaba cómo había sido el cumplimiento de cada uno acerca de sus deberes de estudiante. El Conde Cays, senador, examinaba la disciplina y el buen comportamiento y la obediencia de cada cual.

Los jóvenes fueron acercándose en esos días a Don Bosco y él les informaba si los había visto con el alma sana, y sentados a la mesa del banquete del Cielo, o si en cambio había observado que estaban enfermos de los ojos, de los oídos, o del corazón, o hechos unos cadáveres por medio del pecado mortal. Algunos lloraban al sentir que la descripción que les hacia el Santo al contarles cómo los había visto en el sueño, era un retrato exacto del estado en que se encontraba su alma.

Seria interesante saber en cuál de estos grupos estará cada uno de nosotros.

El Padre Rufino dejó escrita una crónica de lo que sucedía aquel año, y allí dice que el efecto de aquel sueño fue inmensamente provechoso para los discípulos de Don Bosco. Que cada día se le acercaban muchos de ellos a preguntarle en qué estado los había visto. Y que un grupo bastante numeroso de jóvenes que hasta aquel día no habían querido arreglar los asuntos del alma con una buena confesión, empezaron a frecuentar el confesionario con mucho arrepentimiento.

Don Bosco sentía alegría de comprobar que la narración del sueño de las conciencias estaba haciendo mayor bien que una tanda de Retiros Espirituales.

A los dos días al bajar Don Bosco por las escaleras se encontró con un joven y le dijo: “¿Cuándo te confesarás de tal pecado… que nunca te has atrevido a confesar?”.

El muchacho se echó a llorar. Nunca en su vida se había atrevido a confesar ese pecado. Y fue enseguida y se confesó y quedó en paz.

La Crónica del Oratorio sigue diciendo: “Muchos jóvenes se han echado a llorar cuando Don Bosco les ha dicho en qué estado lamentable los vio en el sueño. Los alumnos de los talleres han ido en su mayoría a hacer una confesión general de toda su vida.

Los alumnos le pidieron a Don Bosco en el patio, en el recreo, que les diera más explicaciones del sueño y él añadió: “En ese sueño aprendí más que si hubiera leído varios libros. Los que tienen humo en la cabeza son los que se dejan llevar por el orgullo y el amor propio y el deseo de aparecer. De algunos que estaban con el corazón corroído, me fue dicho que son los que tienen el corazón lleno de antipatías, de rencores y de odios, o de envidias. El corazón de algunos estaba lleno de tierra y me fue dicho que son los que viven muy apegados a los bienes de este mundo y a los placeres sensuales”.

Y añadió: “Vi a unos con el corazón vacío: son los que no hacen obras malas, pero tampoco hacen obras buenas y poco rezan con fervor (ni fa, ni fu)”.

Después en otra charla de buenas noches les dijo: – “He pasado horas muy angustiosas pensando en algo que me llena de horror: el número tan crecido de discípulos míos que viven con la conciencia tan desordenada y con el alma tan manchada. Al recordar a los que vi tendidos por el suelo como cadáveres, y cubiertos de llagas asquerosas, he sentido tristeza muy profunda. Algunos ya arreglaron los asuntos de su conciencia. Y los otros ¿por qué no lo hacen? Y se echó a llorar. Varios alumnos empezaron a llorar también, y las palabras del Santo consiguieron el buen efecto deseado”. (MB. 6,627).

29. Una amenaza de muerte 1860 (MB. 6,625) 

 

El 12 de enero de 1860 Don Bosco llamó al joven Bartolomé C. a su habitación y le dijo: -“He visto en sueños que la muerte te amenazaba. Se acercaba a ti con el deseo de llevarte a la eternidad. Al ver esto, corrí inmediatamente a impedir que la muerte te llevara, pero oí una voz que me dijo: – ¿Para qué dejar que siga viviendo a uno que quiere seguir en pecado y no quiere hacer caso a las invitaciones que tú le haces para que empiece a tener un buen comportamiento y abusa de las gracias que Nuestro Señor le concede? Yo rogué para que te alargaran la vida y lo obtuve.

Aquel pobrecito, al oír el relato de este sueño quedó tan preocupado y conmovido que entre lágrimas y sollozos hizo su confesión de toda su vida y formuló muy buenos propósitos que luego se esmeró por cumplirlos lo mejor posible.

Y Bartolomé le contaba luego al Padre Bonetti que desde su primera comunión nunca más se había confesado bien, pero que desde que Don Bosco le contó este sueño había arreglado completamente las cuentas de su conciencia con Dios.

¿Se podrá decir de nosotros esa frase terrible que oyó Don Bosco respecto al joven? ¡Ojalá que no!

30. Un paseo al paraíso 1861 (MB. 653) 

 

En la noche del 7 de abril de 1861 dijo Don Bosco a sus jóvenes: – “Voy a contarles un sueño que tuve durante tres noches. Lo que más emoción me produjo fue que cada noche reanudé el sueño en el punto preciso en el que había quedado la noche anterior al despertarme. El sueño consta de tres partes:

Primera Parte.

Soñé que llegaba con mis discípulos a una hermosa y amplia llanura y que les preguntaba: ¿Quieren que vayamos a dar un paseo?Los jóvenes dijeron:

 

¿Pero a dónde? Y uno respondió: ¡Vamos al paraíso! Y todos aclamaron: ¡Sí, vamos al paraíso! Atravesamos la llanura y llegamos a una hermosísima colina de llena de toda clase de árboles frutales, y cada árbol estaba totalmente lleno de las frutas más exquisitas. Por todas partes se veían flores bellísimas y en el ambiente se sentía una paz y una alegría imposibles de describir. Los jóvenes mientras gustaban aquellas sabrosas frutas me preguntaban: ¿Qué significa todo esto? Y yo les respondía: “Esto es un recuerdo de los goces y alegrías que nos esperan en el paraíso”.

Nos imaginábamos que ya estábamos en el paraíso pero luego al llegar a la cumbre de la colina divisamos a lo lejos una altísima montaña. Allí sí estaba el paraíso.

Y vimos que una inmensa cantidad de gente subía por esa encumbrada montaña, con mucha dificultad pero con enorme entusiasmo, y que desde arriba Dios, desde una luz hermosísima, invitaba a todos a seguir subiendo y a no desanimarse por las dificultades.

Vimos también que varios de los que ya estaban muy altos, bajaban otra vez para ayudar a los que estaban pasando por sitios demasiados difíciles, y les ayudaban para que lograran subir también ellos.

Y se notaba que a los que llegaban a subir hasta la cumbre los recibían allá con una gran fiesta y con muchísima alegría.

Numerosos jóvenes, al contemplar a lo lejos el paraíso, sintieron tal entusiasmo que emprendieron veloz carrera hacia él, para llegar lo más pronto posible, y se adelantaron mucho al resto del grupo.

El lago de sangre. Antes de empezar la subida hacia el paraíso nos encontramos con un lago de sangre, de varias cuadras de ancho y largo, y allí junto a él vimos multitud de brazos, manos, pies, cabezas y cuerpos descuartizados. Parecía que allí hubiera habido una horrible batalla. Era un espectáculo espantoso.

Los jóvenes que se habían adelantado corriendo, estaban allí mirando horrorizados. Los demás jóvenes que iban llegando y que venían tan alegres, quedaron silenciosos y llenos de susto y tristeza.

En la orilla del lago había un gran letrero que decía: “POR MEDIO DE LA SANGRE”.

Yo pregunté qué significaba todo aquello y una voz me dijo: “El lago significa la sangre que han derramado los mártires de la santa religión, desde la sangre del justo Abel hasta la del último profeta asesinado”. (Lc. 11,51) y la sangre del gran mártir Jesucristo, y la de todos los que han muerto por defender la religión.

Y los brazos, pies, manos y calaveras, ¿qué significan? La voz nos respondió: “Son los que han pretendido luchar contra la Iglesia. Han quedado tendidos en el campo de batalla, pues la promesa de Jesús dice: “Los poderes del infierno no podrán contra ella” (S. Mateo 16,18).

Yo les explique a mis discípulos que los que se sacrifican por defender la santa religión subirán muy alto hacia el Cielo y que los que atacan la religión de Jesucristo se quedarán destrozados a mitad del camino de la eternidad. Y seguimos nuestro viaje.

El lago de agua. Encontramos otro gran lago de aguas cristalinas, con un inmenso letrero que decía: “POR MEDIO DEL AGUA”. También junto a este lago había muchos cuerpos destrozados. Y una voz nos explicó: Esto significa que para ir al Cielo hay que ser purificados por el agua del bautismo y por el sacramento de la penitencia, porque “al Cielo no puede llegar nada manchado” (Apoc. 21,27). Y los restos humanos son los que no quisieron purificarse por la penitencia, y se dedicaron a obrar contra la Iglesia de Dios.

El lago de fuego. Seguimos el viaje y llegamos a un lago de fuego. Allí a su alrededor había también restos de cuerpos humanos y en el otro extremo un gran letrero que decía: “POR MEDIO DEL FUEGO”.

Y una voz nos dijo: “Esto significa que para ir al paraíso es necesario tener gran fuego de amor a Dios y de caridad al prójimo. Los restos de cuerpos humanos que hay alrededor significan los que en vez de amar a Dios y a su prójimo, se dedicaron fue a atacarlos. Han quedado destrozados, a mitad del camino de la eternidad.” El circo de las fieras. Llegamos luego a un enorme circo llenito de terribles fieras: lobos, osos, tigres, leones, panteras, serpientes, perros bravos, gatos rabiosos y cada monstruo tenía la boca abierta mostrando sus colmillos y aguardando que alguno se le acercara para devorarlo.

La voz nos dijo: “Esos son los peligros que el demonio, el mundo y la carne presentan contra el alma para hacerla pecar y llevarla a la condenación”.

Los jóvenes me preguntaron si nos acercábamos a las fieras pero yo les respondí: “El que ama el peligro, en él perece”. Y nos retiramos de allí y seguimos nuestro viaje. Si pasábamos por entre el circo, el camino era mucho más corto, pero muchísimo más peligroso. En cambio, dando la vuelta, el viaje era mucho más largo pero con menos peligros, y dispusimos más bien a dar la vuelta.

La multitud mutilada. Llegamos a una llanura donde había una inmensa multitud de personas, pero a cada cuerpo le faltaba algo. A unos les faltaban los ojos, a otros las orejas, a unos las manos y a otros la cabeza. Unos no tenían lengua.

Los jóvenes estaban aterrados al ver a esa gente tan mutilada, pero una voz nos explicó: “Esos son los que por salvar el alma y por no pecar sacrificaron su vista o sus oídos o hicieron sacrificios en el hablar o hicieron sufrir a su cuerpo con ayunos y penitencias. Los que no tienen cabeza son los que se consagraron a Dios ofreciéndole toda su vida para su Santo servicio. Estas gentes cumplieron lo que decía Jesús: “Si tu mano o tu ojo te es ocasión de pecado, sacrifícalo. Que más vale entrar al Reino de los Cielos mano o ciego, que irse con las dos manos al infierno” (Mt. 18,8).

Estos resucitarán gloriosos para reinar eternamente en el Cielo.

Y en aquel momento oí que una gran muchedumbre venia desde el Cielo para animar a los que iban subiendo hacia el paraíso y les decían: “Ánimo, bien, bien”, y al oír aquel ruido de aplausos y de gritos me desperté. Esta es la primera parte del sueño.

Segunda Parte.

La plaza y el túnel. En nuestro viaje hacia el paraíso llegamos a una gran plaza llena de gente muy alegre. Pero la plaza terminaba en un túnel sumamente estrecho y el que quería pasar por él tenía que despojarse de todo lo superfluo, de todo lo no necesario, porque si no era así no cabía por el angostísimo túnel. Entonces recordé la frase de Jesús: “El que no renuncie por amor a mí, a lo que mucho ama, no es digno de mí”. (Mt. 10,37).

Los atados a los animales. Entonces llegamos a un valle donde había muchos individuos, pero cada uno amarrado a un animal. Uno amarrado a un buey, otro a un asno o a un caballo, un tercero a un cerdo y otro a un perro o a un gato o a un conejo.

Y me fue comunicado que los que están amarrados a un buey son los perezosos, en los cuales se cumplirá lo que dijo San Pablo: “El que poco cultiva, poco cosechará”. Y los que estaban amarrados a un asno son los tercos, los testarudos, los que siguen sus caprichos sin hacer caso a lo que les aconsejan los sacerdotes y los superiores. A ellos les dice salmo 22: “No seáis como asnos y mulas que hay que guiarlos con freno y si no nos hacen caso”. Me fue dicho que los que estaban amarrados a unos caballos son los que no emplean su cerebro para pensar en lo eterno y en la salvación del alma, sino solo piensan en lo que es de la tierra y del cuerpo material.

A muchos los vi amarrados a cerdos y revolcándose con ellos entre el barro y me fue dicho que son los que se dedican a las pasiones sensuales y con el pecado se alejan de Dios. Y me acordé del Hijo Pródigo del cual dice el Evangelio que: “Se dedicó a vivir impuramente y lo pusieron a cuidar cerdos”.

Vi a unos amarrados a gatos: son los ladrones. Y otros amarrados a perros: los que dan escándalo y mal ejemplo. Y varios amarrados a conejos: los que son cobardes y no se atreven a defender su santa religión ni a practicarla delante de los demás.

El jardín infectado. Llegamos a un jardín muy hermoso lleno de rosas, violetas y manzanas. Pero apenas nos acercamos a las rosas notamos que en vez de aroma despedían un olor muy desagradable. Y las violetas en vez de oler agradablemente, olían a fetidez asquerosa. Y uno de los jóvenes quiso probar una de las manzanas que allí había y tuvo que vomitar porque tenía un sabor horriblemente feo.

Y me fue comunicado que eso significa los goces materiales que ofrece el mundo: tienen apariencia de belleza y de sabrosura, pero en realidad producen asco y aversión y desagrado.

La muchedumbre del camino ancho. Luego llegamos a una avenida ancha y atrayente y vimos que por allí corría alegremente muchísima gente. Orquestas, conjuntos musicales, gritos y aplausos. Unos bailaban, otros brincaban, y la algarabía de toso era ensordecedora.

Pero notamos con susto que entre esa inmensa multitud que descendía por el camino ancho, iban unos tipos muy elegantes empujando para que no se detuvieran, pero a esos individuos les salían unos cuernos por debajo de sus sombreros.

Entonces me acordé de lo que dice el Libro de los Proverbios: “Hay caminos que a la gente le parecen buenos pero que terminan llevando al desastre”. (Prov. 16,25).

Y una voz dijo: “Miren cuánta gente va viajando tranquilamente hacia el infierno sin darse cuenta”. Entonces nosotros nos devolvimos llenos de susto y en vez de seguir por ese camino ancho que lleva a la condenación nos dirigimos hacia una senda estrecha que subía. Recordábamos aquellas palabras de Jesús: “Que ancha es la vía que conduce a la perdición y cuán numerosos son los que se van por ella, y qué angosto es el sendero que lleva a la Vida Eterna y qué poquitos son los que por él caminan. Viajad por la vía angosta.” (Mt. 7,13).

Y yo pensaba: diré a mis discípulos: recuerden que los placeres conducen a la perdición no son sino mera apariencia.

Ofrecen sólo belleza exterior, pero no alegría interior. Estén alertas para no dedicarse a pecados que los hacen semejantes a los animales, como la pereza, la gula, la impureza, el robo, la desobediencia o el falso respeto humano. Qué triste que tengan que decir de nosotros como del hijo pródigo: se dedicó a vivir impuramente y lo pusieron a cuidar cerdos.

Y en aquel momento, cuando íbamos a empezar a subir por el camino angosto, los muchachos comenzaron a gritar: “Este como que no es el camino. ¡Quizás nos equivocamos de camino! Y al oír estos gritos, me desperté.

Tercera Parte.

El puente. Nos volvimos del camino ancho y llegamos otra vez a la inmensa plaza donde había tanta gente y de la cual se podían salir por un túnel muy estrecho. Pasamos por allí pero nos encontramos con que teníamos que pasar por un puente muy estrecho y sin barandas, debajo del cual había un horrible abismo. Los jóvenes se detuvieron asustados. Si dábamos un paso en falso caeríamos a las aguas turbulentas que corrían encajonadas por el tenebroso abismo, y desapareceríamos.

Al fin uno se atrevió a pasar y lo siguieron los demás, poco a poco y con muchísimo cuidado, y logramos llegar al otro extremo sin caer al torrente. Nos había servido ser, como decía Jesús: “Sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes”.

Un camino muy difícil. Encontramos luego un camino sumamente difícil de andar. En un sitio montones de espinas pretendían impedirnos el paso. Más allá piedrononas inmensas que para pasar sobre ellas había que agarrarse muy fuerte con las manos y con los pies, y cada uno tratar de ayudar a subir al que iba cerca. La subida era cada vez más escarpada pero nosotros nos animábamos a no desfallecer, y seguimos subiendo.

Mirábamos hacia arriba y veíamos el recibimiento tan festivo y alegre que allá les hacían a los que lograban subir aquella cuesta, y esto nos animaba a seguir subiendo aunque las dificultades fueran cada vez más grandes.

En la cumbre, pero casi solo. Al fin llegamos a la cumbre de la montaña. Los que estaban allí se preparaban para hacernos un gran recibimiento, cuando yo me volví a mirar cuántos habían llegado conmigo hasta la altura y con enorme tristeza vi que de todos mis 800 y más discípulos que habían emprendido conmigo aquel camino hacia el paraíso solamente tres o cuatro habían logrado llegar hasta allá.

Y los demás, ¿qué les sucedió por el camino? – pregunté.

Y una voz me respondió: “Los demás se han quedado estancados en distintas partes del camino. Mire bien y verá dónde se han quedado. Quizás si siguen luchando logren llegar hasta la altura”.

Me puse a mirar y vi que unos estaban distraídos recogiendo caracoles. Otros hacían ramos con flores silvestres. Algunos recogían frutas verdes y varios se dedicaban a perseguir mariposas. Hasta había quienes estaban coleccionando grillos y muchos se habían sentado a descansar tranquilamente en la sombra de un matorral.

Yo me puse a gritarles que no se dedicaran a esas boberías inútiles, que éste no era tiempo de dedicarse a descansar, que no se detuvieran en la subida, que siguieran caminando hacia la altura. Unos poquitos, unos ocho me hicieron caso. Los demás siguieron dedicados a esas inutilidades.

A mí me daba pena llegar con un grupito tan reducido al paraíso, y les dije a mis pocos compañeros: espérenme aquí que yo bajo a tratar de hacer subir a los rezagados.

Y me vine cuesta abajo animando a unos, empujando a otros hacia arriba y hasta regañando a algunos muy despreocupados. Les repetía afanosamente: “Sigan caminando hacia arriba. No se queden en mitad del camino del paraíso por dedicarse a cosas que no valen la pena… sigan, suban”.

Y bajé hasta donde empieza la subida de la montaña y allí encontré muchos desanimados que ya no querían hacer sacrificios para llegar al paraíso, sino que pensaban dedicarse a la vida fácil sin hacer esfuerzos por subir.

Animé a todos a emprender de nuevo el camino hacia las alturas y cuando ya iba a comenzar a caminar hacia la alta montaña, me tropecé con algo y me desperté.

Quiero terminar esta narración diciéndoles: “De 800 que empezaron la subida sólo cuatro llegaron directamente al Cielo.

¿Y los otros? Tendrán que quedarse en el Purgatorio pagando los pecados. Para unos el Purgatorio será muy cortico, pero para otros puede ser muy largo. Y algunos me preguntará: “¿Qué debo hacer para que mi Purgatorio no sea tan largo?”.

Yo le respondo: “Gane indulgencias”. Indulgencias es el perdón de una parte de la pena que se debe pagar por el pecado.

La Iglesia Católica tiene poder de conceder indulgencias, porque Cristo dijo a los Apóstoles: “Todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el Cielo”. La Iglesia ha concedido indulgencias a quienes le ofrecen a Dios el trabajo que hacen. También se gana indulgencia cada vez que se ofrece a Dios un sufrimiento o se da una limosna por amor de Dios.

Gana indulgencia quien asiste a la Santa Misa y quien comulga y el que reza el Rosario o visita a Jesús Sacramentado en un Templo, etc.

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