top of page

Los Sueños de San Juan Bosco

Extraídos de la Vida de San Juan Bosco -Memorias Biográficas en 19 volúmenes-.

Sueño 1.png

11. La cinta mágica 1845 (MB. 2,229-231) 

“Me pareció encontrarme en una extensa llanura, cubierta por un número incontable de jóvenes. Unos peleando, otros decían groserías. Aquí se robaba, allí se falta a la modestia. Una nube de piedras, lanzadas por bandos que hacían la guerra, volaba por los aires. Eran muchachos abandonados por sus padres y de costumbres corrompidas. Estaba ya a punto de irme de allí, cuando vi a mi lado a una Señora y me dijo: – Tienes que ir hacia esos jóvenes y actuar.

Fui hacia ellos, pero ¿qué hacer? No había sitio donde colocar a ninguno; quería hacerles el bien: me dirigía a personas que estaban mirando desde lejos y que habrían podido ayudarme mucho, pero nadie me hacia caso y ninguno me ayudaba.

Me volví entonces hacia aquella Señora, la cual me dijo: – Aquí tienes un sitio; y me señaló un prado.

– Pero aquí, dije yo, no hay más que un prado.

Ella respondió: – Mi Hijo y los Apóstoles no tenían ni un metro de tierra donde apoyar la cabeza.

Empecé a trabajar en aquel prado; aconsejaba, predicaba, confesaba, pero veía que mi esfuerzo resultaba inútil para la mayoría, si no se encontraba un sitio cercado y con locales donde recogerlos y donde albergar a algunos totalmente abandonados por sus padres, desechados y despreciados por todo el mundo. Entonces aquella Señora me llevó un poco más hacia allá, hacia el norte, y me dijo: – ¡Mira! Y vi una Iglesia pequeña y baja, un patio chiquito y muchos jóvenes. Empecé otra vez mi labor. Pero resultando ya estrecha esa Iglesia, recurrí de nuevo a la amable Señora y Ella me mostró otra Iglesia bastante más grande y con una casa al lado.

Me llevó después un poco más allá, hasta un terreno cultivado, casi frente a la fachada de la segunda Iglesia. Y añadió: – En este lugar, donde los gloriosos mártires de Turín, Adventor y Octavio, sufrieron su martirio, sobre esa tierra bañada y santificada con su sangre, quiero que Dios sea honrado de modo especialísimo.

Y, así diciendo, adelantó un pie hasta ponerlo en el punto exacto donde tuvo lugar el martirio y me lo indicó con precisión. Quería yo poner un señal para encontrarlo cuando volviese por allí, pero no encontré nada: ni un palito, ni una piedra; con todo, lo fijé en la memoria con toda exactitud.

Corresponde exactamente al ángulo interior de la capilla de los Santos Mártires, del lado del Evangelio de la Iglesia de María Auxiliadora.

Mientras tanto, yo me veía rodeado de un número inmenso, siempre en aumento, de jóvenes; y al pedirle ayuda a la Señora, crecían los medios y el local; y vi, después, una grandísima Iglesia, precisamente en el lugar en donde me había hecho ver que sucedió el martirio de los Santos de la región de Tebea, con muchos edificios alrededor y con un hermoso monumento en medio.

Mientras sucedía todo esto, siempre soñando, tenía como colaboradores sacerdotes que me ayudaban en un principio, pero que después se iban. Buscaba con grandes trabajos atraérmelos, y ellos se iban poco después y me dejaban solo. Entonces me volví de nuevo a aquella Señora, la cual me dijo: – ¿Quieres saber cómo hacer para que no se te vayan más? Toma esta cinta y átasela a su cabeza.

Tomé con reverencia la cinta blanca de su mano y vi que sobre ella estaba escrita una palabra: obediencia. Ensayé en seguida lo que la Señora me indicó y comencé a atar la cabeza de algunos de mis colaboradores voluntarios con la cinta y pronto vi un cambio grande y en verdad sorprendente. Este cambio se hacia cada vez más notorio, según se iban cumpliendo el consejo que se me había dado, ya que aquellos dejaron el deseo de irse a otra parte y se quedaron, al fin, conmigo. Así se constituyó la Sociedad Salesiana.

Vi, además, muchas otras cosas que no es ahora el caso de manifestarlas (parece que aludía a grandes acontecimientos futuros). Baste decir que, desde aquel tiempo, yo caminaba sobre seguro, lo mismo respecto a los Oratorios que respecto a la Congregación, y sobre el modo de relacionarme con toda suerte de autoridades. Las grandes dificultades que habrán de sobre venir, están todas previstas y sé cómo hay que superarlas. Veo con claridad muchas cosas que iban a suceder en el futuro. Por eso después de haber visto casas, iglesias, colegios y religioso que me iban a colaborar, empecé a hablar de todo esto, y a contarlas como si ya fueran realidad. Por eso algunos me creyeron loco o que disparataba… la Virgen me había informado….

12. Los mártires de Turín 1845 (MB. 2,261) 

 

Me pareció encontrarme en la plaza de Valdocco, en Turín, y dirigiendo mi mirada al río Dora, alcancé a ver entre los árboles, donde hoy esta la Avenida de Regina Marguerita, junto a la calle Cottolengo, en un campo sembrado de hortalizas, maíz, habichuelas y coles, tres hermosísimos jóvenes, radiantes de luz. Estaban de pie en aquel lugar que, en el sueño anterior, se me había señalado como el sitio del glorioso martirio de los tres soldados de la legión de Tebea. Me invitaron éstos a bajar y a acercarme a ellos. Me dirigí hacia ellos, los cuales me acompañaron amablemente al extremo de aquel terreno donde hoy se levanta majestuosa la Iglesia de María Auxiliadora, me encontré frente a una dama, magníficamente vestida y de admirable belleza, majestad y resplandor, y acompañada de un selecto grupo de venerables ancianos con aspecto de príncipes. Innumerables personajes, adornados con gracia y deslumbradora riqueza, le hacían corte como a reina. Y formando en su derredor círculos interminables, se extendían hileras e hileras de ángeles hasta perderse de vista. La dama apareció precisamente donde ahora esta situado el altar mayor de la gran Iglesia de María Auxiliadora y me invitó a acercarme. Cuando me tuvo a su lado, manifestó que los tres jóvenes que me habían llevado a Ella eran los mártires Solutor, Adventor y Octavio, con lo cual parecía indicarme que ellos serian patronos especiales de aquel lugar.

Después con inefable sonrisa en los labios y con amorosas palabras me animó a no abandonar a los muchachos y a seguir, cada vez con más fervor, la empresa comenzada; me dijo que encontraría gravísimos obstáculos, pero que todos serian allanados y derribados, si ponía mi confianza en la Madre de Dios y en su Divino Hijo.

Por último, me mostró una casa cercana y que realmente existía, que después supe era propiedad de un tal Pinardi; y una Iglesia, precisamente donde está ahora la de San Francisco de Sales, con el edificio contiguo. Después, alzando la mano derecha, exclamó con una voz de inefable armonía: “ESTA ES MI CASA, DE AQUÍ SALDRÁ MI GLORIA”.

Al oír estas palabras, quedé tan impresionado que me desperté (Don Bosco).

Nota: Don Bosco quedó muy impresionado por este sueño. Averiguó con un gran sabio e historiador, para saber en qué sitio habían sido martirizados los tres soldados mártires (que pertenecían a la Legión de Tebea) y él le dijo que el martirio había sido en las afueras de Turín, cerca del río Dora (ahí donde el sueño le indicó). Veinte años después construirá Don Bosco allí en ese sitio, la Basílica a María Auxiliadora, templo desde el cual se ha propagado la devoción a la Santísima Virgen a muchos países del mundo.

13. Triste fin de unos jóvenes que abandonan la religión 1846 (MB. 2,383).

Tuve un sueño que me causó mucho pesar. Vi a dos jóvenes que se salían de nuestro Oratorio y se alejaban de Turín. Pero apenas salieron de la ciudad se les lanzó en contra una fiera enorme de formas espantosas. Esta bestia los llenó de su asquerosa baba y los revolcó por el suelo dejándolos tan llenos de barro y de mugre que causaban asco…

Nota: Don Bosco narró este sueño a varios de sus colaboradores, entre los cuales estaba su arquitecto y gran amigo José Buzzetti. Y les dijo el nombre de los dos jóvenes. La historia demostró después que el sueño sí correspondía a la realidad, pues aquellos dos muchachos abandonaron la religión y se dedicaron a toda clase de vicios. Buzzetti y sus compañeros lo pudieron comprobar.

14. El dinero para un cáliz y nueva entrevista con Luis Comollo 1846 (MB. 3,31).

Necesitaba un cáliz para celebrar la Santa Misa y no tenía dinero para comprarlo. Y una noche soñé que en un baúl de mi habitación había el dinero suficiente para comprar el cáliz. Por la mañana me fui a la ciudad a varias diligencias y andando por la calle me acordé del sueño que había tenido y me llené de alegría pensando que aquello pudiera ser realidad. Y fue tal la emoción que sentí que me volví inmediatamente para la casa a registrar el baúl. Así lo hice y encontré en el fondo del baúl la cantidad completa de dinero que cobraban por el cáliz.

Aquello no tuvo explicación pues ese baúl permanecía siempre cerrado y nadie había venido a echar nada allí. Y Mamá Margarita no tenía dinero como para poder darse el lujo de hacer semejantes sorpresas. Ella misma se quedó muy admirada al saber lo que había sucedido.

Nota: Mamá Margarita le contaba al joven Santiago Belia que una noche, a la madrugada, oyó a Don Bosco hablar en su habitación y hacer preguntas y responderlas y que ella por la mañana le pregunto con quien había estado hablando esa noche, y Don Bosco le respondió: “Estuve hablando con Luis Comollo”.

Ella le dijo: “¿Pero si Luis Comollo hace años que murió?”. Y sin embargo así es – le dijo el Santo.

15. El sueño del rosal 1847 (MB. 3,37-39).

“Un día del año 1847, después de haber meditado acerca de la manera de hacer el bien a la juventud, se me apareció la Reina del Cielo y me llevó a un jardín encantador. Había un largo pasadizo lleno de rosas. Enredaderas cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las columnas, trepando hacia arriba, y se entrecruzaban formando un gracioso toldo.

Después del pasadizo había un camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la mirada, se extendía un jardín colgante encantador, rodeado y cubierto de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen María me dijo: – Quítate los zapatos.

Y cuando me los hube quitado, agregó: – Échate a andar bajo el jardín colgante: es el camino que debes seguir.

Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera dado lástima pisar aquellas rosas tan hermosas. Empecé a andar y advertí enseguida que las rosas escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis pies. Así que me tuve que detener a los pocos pasos y volverme atrás.

– Aquí hacen falta los zapatos – dije a mi guía – – Ciertamente – me respondió – hacen falta buenos zapatos.

Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto número de compañeros que aparecieron en aquel momento, pidiendo caminar conmigo.

Ellos me seguían bajo el jardín colgante, que era de una hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, el pasadizo se hacia más estrecho y bajo.

 

Colgaban muchas ramas de lo alto y volvían a levantarse como estacas afiladas; otras caían perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de los rosales salían ramas que, avanzaban horizontalmente de acá para allá; otras, formando un tupido cercado, invadían una parte del camino; algunas colgaban a poca altura del suelo.

Todas estaban cubiertas de rosas y yo no veía más que rosas por todas partes: rosas por encima, rosas a los lados, rosas bajo mis pies. Yo, aunque experimentaba agudos dolores en los pies y hacía contorsiones, tocaba las rosas de una u otra parte y sentí que todavía había espinas más punzantes escondidas por debajo. Pero seguí caminando. Mis pies se enredaban en los mismos ramos extendidos por el suelo y se llenaban de rasguños; movía un ramo transversal, que me impedía el paso, o me agachaba para esquivarlo y me pinchaba, me sangraban las manos y toda mi persona. Todas las rosas escondían una enorme cantidad de espinas. A pesar de todo, animado por la Virgen, proseguí mi camino. De vez en cuando, sin embargo, recibía pinchazos más punzantes que me producían dolores muy agudos.

Los que me miraban, y eran muchísimos, y me veían caminar bajo aquel jardín colgante, decían: “Don Bosco marcha siempre entre rosas! ¡En todo le va bien!”. No veían cómo las espinas herían mi pobre cuerpo.

Muchos seminaristas, sacerdotes, seglares, invitados por mí, se habían dedicado a seguirme alegres, por la belleza de las flores; pero al darse cuenta de que habían que caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por todas partes, empezaron a gritar: “¡Nos hemos equivocado!”.

Yo les respondí: – El que quiera caminar deliciosamente sobre rosas, sin sufrir nada, vuélvase atrás y síganme los demás.

Muchos se volvieron atrás. Después de un buen trecho de camino, me volví para echar un vistazo a mis compañeros. Que pena tuve al ver que unos habían desaparecido y otros me volvían las espaldas y se alejaban. Volví yo también hacia atrás para llamarlos, pero fue inútil; ni siquiera me escuchaban. Entonces me eché a llorar: ¿Es posible que tenga que andar este camino yo solo? Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hacia mía un gran número de sacerdotes, clérigos y seglares, los cuales me dijeron: “Somos tuyos, estamos dispuestos a seguirte”. Poniéndome a la cabeza de ese grupo reemprendí el camino. Solamente algunos se desanimaron y se detuvieron. Una gran parte de ellos llegó conmigo hasta la meta.

Después de pasar el espinoso rosal, me encontré en un hermosísimo jardín. Mis pocos seguidores habían enflaquecido, estaban pálidos y ensangrentados. Se levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo, todos quedaron sanos. Corrió otro viento y, como por encanto, me encontré rodeado de un número inmenso de jóvenes y clérigos, seglares, coadjutores y también sacerdotes que se pusieron a trabajar conmigo guiando a aquellos jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a muchos no.

Mientras tanto, habiendo llegado a un sitio elevado del jardín, me encontré frente a un edificio monumental, sorprendente por la magnificencia de su arte. Atravesé el umbral y entré en una sala espaciosísima cuya riqueza no podía igualar ningún palacio del mundo. Toda ella estaba cubierta y adornada por rosas fresquísimas y sin espinas que exhalaban un suavísimo aroma. Entonces la Santísima Virgen que había sido mi guía, me preguntó: – ¿Sabes qué significa lo que ahora ves y lo que has visto antes? – No – le respondí – os ruego que me lo expliquéis.

Entonces ella me dijo: – Has de saber, que el camino por ti recorrido, entre rosas y espinas, significa el trabajo que deberás realizar a favor de los jóvenes. Tendrás que andar con los zapatos de la mortificación. Las espinas del suelo significan los afectos sensibles, las simpatías humanas, que distraen al educador de su verdadero fin, y lo hieren, lo detienen en su misión, impidiéndole caminar y obtener coronas para la vida eterna.

Las rosas son símbolos de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos tus colaboradores. Las otras espinas significan las dificultades, los sufrimientos, los disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo. Con la caridad y la mortificación, lo superaréis todo y llegaréis a las rosas sin espinas.

Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, me desperté y me encontré en mi habitación.

Observaciones: Tenido en 1847, narrado por el Santo en 1864 en una conferencia dada después de las oraciones de la noche a los que ya pertenecían a la Congregación Salesiana (V. Alassonatti, M. Rúa, J. Cagliero, C. Durando, J. Barberrar…). El sueño se repitió en 1848 y 1856. antes de narrar el sueño les dijo: “Este es un mensaje que nos dio la Santísima Virgen”. Y después de haberlo contado, añadió: “Los que se desanimaron al sentir las espinas, fueron mis primeros colaboradores. Los que me siguieron son los salesianos y los que colaboran con nuestras obras de educación, a los cuales les esperan grandes premios y ayudas del Cielo”. Ánimo mis amigos: nos esperan espinas de sufrimientos, pero también rosas de premios eternos.

16. Encuentro con el Rey Carlos Alberto 1847 (MB. 3,416).

Soñé que estaba paseándome por una avenida por las afueras de la ciudad de Turín. De pronto se me acerco el rey Carlos Alberto y se detuvo sonriente para saludarme.

– ¡Buenos días, Majestad! – exclamé.

– ¿Cómo está Don Bosco? – Estoy muy bien y muy contento de encontrarme con su Majestad.

– Si es así, ¿quiere acompañarme a dar un paseo? – ¡De mil amores! – Pues vamos.

El rey vestía de blanco y no tenía ninguna insignia de su dignidad.

– ¿Qué dice Usted de mí? – me preguntó.

– Que vuestra majestad es un buen católico – le respondí.

Y él añadió: Para Usted quiero ser no solamente un buen católico, sino que quiero ser también su amigo y protector.

Siempre me he interesado por su obra, y he deseado verla progresar. Ya Usted lo sabe. Hubiera querido ayudarle más, pero los acontecimientos no me lo han permitido.

– Majestad: ¿me quisiera conceder un favor muy especial? – ¿Cuál sería? – Le pediría que fuera el padrino, el patrono especial en nuestra fiesta de San Luis.

– Con mucho gusto, pero comprenda Usted que esto llamaría mucho la atención, y causaría mucho alboroto. De todos modos veremos la manera de que Usted quede contento, aun sin mi presencia.

El rey desapareció y yo me desperté.

Nota: Carlos Alberto fue rey de Saboya (norte de Italia) desde 1831 hasta 1849. En ese año en marzo, le dejó el reino a su hijo Víctor Manuel, y en julio murió. Fue siempre un benefactor del Oratorio de Don Bosco. Por varios años los cantores de Don Bosco cantaron en la catedral la Misa de Réquiem en el día de su aniversario de la muerte de Carlos Alberto.

17. El globo de fuego 1854 (MB. 5,58).

Vi en sueños un globo de fuego luminosísimo, sobre el terreno en donde más tarde se iba a construir el Templo a María Auxiliadora. Parecía que la Virgen confirmaba con esta señal que Ella seguía deseando que allí se le construyera un Templo desde donde Ella iluminaría a muchas almas.

18. Las 12 lunas 1854 (MB. 5,272-273) 

 

“Me encontraba yo en medio de vosotros en el patio y me alegraba en mi corazón al contemplaros tan vivarachos, alegres y contentos. Quienes saltaban, quienes gritaban, otros corrían. De pronto vi que uno de vosotros salió por una puerta de la casa y comenzó a pasear entre los compañeros con una especie de turbante en la cabeza. Era el tal turbante transparente, estaba iluminado por dentro y ostentaba en el centro una hermosa luna en la que aparecía grabado el número 22. Yo, admirado, procuré inmediatamente acercarme al joven en cuestión para decirle que dejase aquel disfraz carnavalesco; pero he aquí que, entre tanto, el ambiente empezó a oscurecerse y, como a toque de campana, el patio quedó desierto, yendo todos los jóvenes a reunirse en filas debajo de los pórticos. Todos reflejaban en sus rostros un gran temor y diez o doce tenían la cara cubierta de mortal palidez. Yo pasé por delante de todos para examinarlos y, entre ellos, descubrí al que llevaba la luna sobre la cabeza, el cual estaba más pálido que los demás; de sus hombros pendía un manto fúnebre. Me dirigí a él para preguntarle el significado de todo aquellos, cuando una mano me detuvo y vi a un desconocido de aspecto grave y noble continente, que me dijo: – Antes de acercarte a él, escúchame; todavía tiene veintidós lunas de tiempo; antes de que hayan pasado. Este joven morirá. No lo pierdas de vista y prepáralo.

Yo quise pedir a aquel personaje alguna otra explicación sobre lo que me acababa de decir y sobre su repentina aparición, pero no logré verle más. El joven en cuestión, mis queridos hijos, me es conocido y está en medio de vosotros.

Un vivo terror se apoderó de los oyentes, tanto más que era la primera vez que Don Bosco anunciaba en público y con cierta solemnidad la muerte de uno de los de la casa. El buen Padre no pudo por menos de notarlo y prosiguió: – Yo conozco al de las lunas, está en medio de vosotros. Pero no quiero que os asustéis. Como os he dicho, se trata de un sueño y sabéis que no siempre se debe prestar fe a los sueños. De todas maneras, sea como fuera, lo cierto es que debemos estar siempre preparados, como nos lo recomienda el Divino Salvador en el Evangelio y no cometer pecados; entonces la muerte no nos causará espanto. Sed todos buenos, no ofendáis al Señor, y yo entre tanto no perderé de vista al del número 22, el de las veintidós lunas o veintidós meses, que eso quiere decir; y espero que tendrá una buena muerte”.

Observaciones: Cuando este sueño fue narrado, estaban presentes los muchachos Cagliero, Turchi, Anfossi y los clérigos Reviglio y Buzzetti. Esta noticia asustó mucho a los alumnos y todos procuraban mantenerse en gracia de Dios. Don Bosco, de vez en cuando, preguntaba: – ¿Cuántas lunas faltan? – Veinte, dieciocho, quince… – respondían – Algunos intentaban adivinar, hacer pronósticos; pero Don Bosco guardaba silencio. El 24 de diciembre de 1854 al cumplirse las 22 lunas, murió el joven Segundo Gurgo.

19. El futuro del joven Cagliero 1854 (MB. 5,87) 

 

En 1854, el activo joven Juan Cagliero, después de haber asistido a los enfermos de cólera, cayó gravemente enfermo. Los médicos dijeron que seguramente se moriría de esa enfermedad.

Fue entonces Don Bosco a preparar a su joven amigo para la muerte, pero he aquí que al llegar a la puerta de la habitación, apareció ante sus ojos una maravillosa visión: vio una hermosísima paloma que esparcía a su alrededor una vivísima luz que iluminaba toda la habitación. Llevaba en el pico un ramo de olivo y giraba revoloteando alrededor del jovencito una y otra vez. De pronto detuvo el vuelo sobre la cabeza del enfermo y tocó sus labios con el ramo de olivo, que dejó luego caer sobre su cabeza. Con destellos de luz aun más viva, desapareció.

Con esto entendió Don Bosco que Cagliero no moriría todavía y que le quedarían todavía muchas obras hacer para Gloria de Dios, y que anunciaría la paz con su palabra (el ramo de olivo significa paz) y que la paloma resplandeciente significaba la plenitud del Espíritu Santo, o sea que este jovencito llegaría a ser obispo. Desde entonces tuvo Don Bosco la idea de que Cagliero llegaría con el tiempo a ser obispo y en un grupo de jóvenes dijo más tarde: “Uno de Ustedes, llegará a ser obispo”. Ninguno se imaginó cuál iba a ser. Pero allí estaba Cagliero.

Luego tuvo Don Bosco una segunda visión: vio que junto al lecho del enfermo aparecía una multitud de salvajes que le rogaban fuera a evangelizarlos. Eran gente de aspecto negruzco y guerrero, pero algunos tenían aire bondadoso.

Nota: Más tarde cuando Cagliero sea ya obispo de Patagonia y Tierra del Fuego en el extremo sur de América, descubrirá San Juan Bosco que los indios de esa región eran los que él vio arrodillados ante el lecho del jovencito Cagliero moribundo, pidiendo que fuera ayudarlos.

Juan Cagliero le dice a Don Bosco que está dispuesto a morir de esa enfermedad, pero el Santo le dice que todavía no morirá, porque le espera mucho trabajo a favor de la salvación de las almas.

Y 30 años después, en 1884, el día en que Cagliero es consagrado obispo, le cuenta a Don Bosco esta visión que tuvo junto a su cama de enfermito, y luego, por petición de Monseñor, nuestro Santo volvió a contar la visión, esa noche en el comedor a todo el personal reunido allí.

20. Grandes funerales en la Corte 1854 (MB. 5,136-138).

Me pareció hallarme en un corredor del Oratorio, me hallaba rodeado de sacerdotes y clérigos; de pronto vi adelantarse por el medio del patio un empleado del palacio, de uniforme rojo, quien, acercándose rápidamente, me gritó: – ¡Noticia importante! – ¿Cuál? – le pregunté – Anuncia: ¡Gran funeral en la corte! ¡Gran funeral en la corte! Ante la repentina aparición y aquel grito, me quedé frío y el empleado repitió: – ¡Gran funeral en la corte! Quise entonces pedirle explicación del fúnebre anunció, pero el empleado había desaparecido. Yo me desperté, estaba como fuera de mí, y, al comprender el misterio de la aparición, tomé la pluma e inmediatamente escribí una carta al Rey Víctor Manuel, manifestándole cuanto se me había anunciado y contando sencillamente el sueño.

Después del mediodía, con mucho retraso entraba yo en el comedor: aquél era un año friísimo, llevaba un paquete de cartas. Se formó un corro a mi alrededor. Estaban allí don Víctor Alasonatti, Ángel Savio, Cagliero, Francesia, Juan Turchi, Reviglio, Rúa, Anfossi, Buzzetti, Enría, Tomatis y otros, en su mayor parte clérigos. Le dije sonriendo: – Esta mañana, queridos míos, he escrito tres cartas a personajes muy importantes: al Papa, al Rey y al verdugo.

Estalló una carcajada general al oír juntos los nombres de estos tres personajes. No les extrañó el verdugo porque sabían que Don Bosco tenía amistad con los guardianes de las cárceles y que aquel hombre era un buen cristiano.

En cuanto al Papa, bien sabían que mantenía con él correspondencia. Pero aguijoneaba su curiosidad el deseo de saber qué había escrito Don Bosco al Rey, tanto más cuanto que ellos conocían mi oposición a las leyes que robaban los bienes eclesiásticos. Les conté lo que había escrito al Rey para que no permitiese la presentación de la ley contra la Iglesia. Luego narré el sueño, terminando así: – Este sueño me ha puesto malo y me ha cansado mucho.

Estaba preocupado y exclamaba de cuando en cuando: – ¿Quién sabe?.. ¿Quién sabe?.., ¡Recemos!Los clérigos, sorprendidos, empezaron a conversar, preguntándose unos a otros si habían oído decir que en el palacio real, hubiese algún noble señor enfermo, pero concluyeron todos en que no había la menor noticia de nada. Entretanto, Don Bosco llamó al clérigo Ángel Savio y le entrego la carta: – Cópiala – le dije – y anuncia al Rey: ¡Gran funeral en la corte! Y el clérigo Savio escribió. Pero el Rey, leyó con indiferencia la carta y no hizo caso de ella.

Pasaron cinco días desde el sueño, y volví a soñar aquella noche. Parecíame estar en mi habitación, sentado a la mesa, escribiendo, cuando oí el galopar de un caballo en el patio. De pronto vi que se abría la puerta y aparecía el empleado del palacio de uniforme rojo quien, adelantándose hasta el centro de la habitación gritó: – Anunció: no gran funeral en la corte, sino ¡grandes funerales en la corte! Y repitió estas palabras por dos veces. Luego se retiró a toda prisa y cerró tras sí la puerta. Quería saber, quería preguntar, quería pedir explicaciones; me levanté, pues de la mesa, salí al balcón y vi al empleado en el patio montado a caballo. Le llamé, le pregunté por qué había vuelto a repetirme aquel aviso; pero él respondió gritando: ¡Grandes funerales en la corte!, y desapareció.

Al amanecer, escribí otra carta al Rey, contándole el segundo sueño y terminaba diciéndole: “Procure actuar de tal manera bien que logre evitar los anunciados castigos”, y le rogaba que impidiera a toda costa la aprobación de la ley contra la Iglesia.

Por la noche, después de cenar, les dije a los clérigos: – ¿Sabéis que tengo que deciros algo más extraño que lo del otro día? Y les conté lo que había visto durante la noche. Entonces los clérigos, más asombrados que antes, se preguntaban que podían significar aquellos anuncios de muerte; y ya se puede suponer su ansiedad, esperando cómo llegarían a verificarse aquellas predicciones.

Entretanto, manifestaba abiertamente al clérigo Cagliero y a algunos otros que aquéllas eran amenazas de los castigos que el Señor hacía llegar a quien ya había causado muchos daños y males a la Iglesia y estaba preparando otros. Aquellos días, estaba acongojadísimo y repetía a menudo: – Esta ley traerá grandes desgracias en casa del Soberano.

Decía esto a los alumnos para animarles a rezar por el Rey y para que la misericordia del Señor evitase la dispersión de muchos religiosos y la pérdida de muchas vocaciones.

El Rey confió las cartas al marqués Fassati, el cual, después de leerlas, se presentó en el Oratorio y dijo a Don Bosco: – ¿Le parece éste un modo decente de poner en angustia a toda la corte? ¡El Rey se ha impresionado y está alterado! Más aún, esta furioso. Yo le respondí: ¿Y si lo escrito es verdad que va suceder? Me a pena haber causado sustos al Rey, pero se trata de evitarles males a él y la Iglesia Católica.

Se iba a dictar una ley contra la Iglesia Católica quitándole muchísimos conventos y casas, y suprimiendo muchas comunidades religiosas. La ley fue propuesta al Senado el 28 de noviembre de 1854. Don Bosco le escribe al Rey pidiéndole que no la firme ni la apruebe. El Rey Víctor Manuel no le hace caso a las amenazas de este sueño y entonces se suceden los siguientes funerales: 12 de enero de 1855: muere la Reina María Teresa, madre del Rey. Solo tenía 54 años de edad.

20 de enero de 1855: muere la Reina María Adelaida, esposa del Rey. Sólo tenía 33 años.

11 de febrero de 1855: muere el Príncipe Fernando de Saboya, hermano del Rey. Tenía 33 años.

17 de mayo de 1855: muere el Príncipe Víctor Leopoldo, hijo menor del Rey. Tenía apenas 4 meses de vida.

El Rey aprobó y firmó la ley contra la Iglesia Católica pero en su familia hubo en solo pocos meses, cuatro grandes funerales. Con Dios no se juega.

bottom of page