top of page

LOS 7 PECADOS CAPITALES

"La Avaricia"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones. Es uno de los pecados capitales, está prohibido por el noveno y décimo mandamiento. (CIC 2514, 2534)

Avaricia (del latín avarus, "codicioso", "ansiar") es el amor desordenado por la riqueza. Su especial malicia, en términos generales, consiste en que hace de la obtención y mantenimiento de dinero, posesiones, etc., un fin en sí mismo por el cual vivir. No ve que estas cosas son valiosas sólo como instrumentos para la realización de una vida racional y armoniosa, teniendo debidamente en cuenta, por supuesto, la condición social especial en la que cada uno se coloca. Se le llama vicio capital porque tiene por objeto la obtención o conservación, de las que se cometen muchos otros pecados. Es mucho más temible porque a menudo se esconde como una virtud o se insinúa bajo el pretexto de hacer una provisión decente para el futuro. En la medida en que la avaricia es un incentivo para la injusticia en la adquisición y retención de la riqueza, es a menudo un pecado grave. Sin embargo, en sí misma, y en la medida en que implica simplemente un deseo excesivo de, o placer en, las riquezas, no es comúnmente un pecado mortal.

El Eclesiástico 14, 3 al 19 dice: “Al avaro no le sienta bien la riqueza, tampoco los bienes al envidioso. El que atesora a costa de privaciones, atesora para los demás. Otros gozarán de sus bienes. El que es malo consigo mismo, ¿con quien será bueno? No goza de sus riquezas... El hombre de mirada codiciosa es un malvado, que aparta los ojos y desprecia a las personas. El ambicioso no está contento con lo que tiene, la injusticia mala seca el corazón. El ojo envidioso codicia el pan del otro, en su mesa estará triste y hambriento... Antes de morir, haz el bien a tu amigo y de acuerdo a tus bienes sé generoso... Como hojas verdes en árbol frondoso; caen unas y brotan otras; así las generaciones de carne y sangre; una muere y otra nace. Toda obra corruptible desaparece, y su autor se va con ella”.

La avaricia es el afán desquiciado de poseer riquezas para atesorarlas, sin importar los medios empleados para conseguirlas. Esta anomalía se parece a la codicia que es el apetito desordenado de posesiones y el frenesí por obtener lo que se cree es provechoso, pero que no lo es y que sirve solo para saciar las pamplinas mundanas.

Las propuestas hedonistas del modernismo, motivan las ganas de adherirse a lo material. El bombardeo publicitario y la competencia personal y social, acondicionan la mente para avivar las ansias y fascinaciones de obtener lo frívolo: Yates, aviones, vehículos suntuosos y extravagantes, mansiones fastuosas, joyas rimbombantes, continuos viajes placenteros, juegos de azar, sexo descarriado, comilonas exóticas, posesión de aparatos electrónicos, vestidos finos, consumo de estupefacientes, bebidas embriagantes y otras expectativas de dispendio, no indispensables para ser austeros y vivir felices. La ambición por todo eso, desespera a quienes las echan de menos. Los medios de comunicación y otras influencias extra sensoriales, las exhiben como imprescindibles. La competencia comercial estimula los instintos y por eso no se percibe la torpeza derrochadora. En la brega por adquirir lo ansiado, muchos transitan las veredas del mal.

La avaricia es dañina, pues la vida se hace artificiosa y anticristiana. La ambición de comprar y ostentar, cimienta costumbres materialistas de existir y arrolla a quienes padecen esos deterioros y al círculo familiar, especialmente a los hijos. El patrón de aprendizaje es que para ser mejores, se debe tener de todo y alardear de ello. Hay personas que nunca tuvieron contacto con Dios, porque desde niños sus padres los llenaron de inutilidades y ellas son la representación de su mundo; el valor humano y el poder dependen de los bienes que se tengan. Si por casualidad cumplieron con algún Sacramento, éste no se efectuó por acendradas convicciones cristianas, sino por la celebración del evento y por simular finuras y exquisiteces.

La avaricia es difícil de superar en la etapa adulta, y la gravedad del mal se propagará en las sucesivas generaciones. Los descendientes serán esclavos del diablo, pues para los avaros poder vivir bien, no deben tener restricciones sociales ni pobreza terrenal y para atrapar ese objetivo, es valedero cualquier medio así sea malévolo.

Los codiciosos ansían la comodidad, dejando lo arduo a los demás; acaparan lo agradable y ganan dinerales para dejarlos improductivos, en detrimento de los que nada tienen. Lo primordial es amasar fortuna y repudiar la generosidad.

Una bribonada común en los usureros, es cobrar altos intereses cuando prestan dinero. Muchos acuden a los agiotistas, avarientos y bancos comerciales, para requerir préstamos que les posibilite solucionar algún inconveniente. Para acceder al capital tramitado, exigen garantías como la hipoteca de bienes o fiadores que respalden el empréstito, pero con intereses a veces impagables. La codicia se evidencia, cuando ejecutan las pertenencias del prestatario o fiador que no pudo amortizar el capital.

La usura no se da solamente en los negocios entre individualidades. Los dueños del poder económico, político y financiero de los países desarrollados, así como los organismos financieros multilaterales: Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, Fondo Monetario Internacional, y otras instituciones similares, someten a las naciones débiles a la infernal explotación y rapacería de sus recursos naturales, fiscales y humanos, sin ninguna compasión por los que padecen extremada miseria.

Es casi nula la caridad de los opulentos, hacia los menesterosos. Con frecuencia, hartos de lujos y comida, esta se bota o se quema, debido a que en oportunidades la producción es abundante y la oferta mayor que la demanda. Si no destruyen los productos que sobran, disminuirán los precios. La avaricia no tolera el descenso del costo de los alimentos, mucho menos los disponen para regalarlos a los pobres, ya que las ganancias merman. Con esas maldades, el valor de los artículos primarios se agranda y son inaccesibles para quienes devengan sueldos bajos. Los márgenes de ganancias nunca se reducen y con la excusa del incremento del costo en los insumos, fraguan inflaciones exageradas que merman el poder adquisitivo de los pobres. En muchas naciones, más de la mitad de sus habitantes padece hambre y la tendencia va en aumento. Mientras tanto, los ricos se niegan a suministrar la asistencia tecnológica a los desvalidos, para ayudarlos en la producción de los víveres que puedan mitigar su hambruna. Casi todas las naciones de África, Asia y Latinoamérica, tienen extremas necesidades de alimentos y los ricos del mundo son indiferentes ante tal calamidad; esta atrocidad, demanda equidad ante Dios.

La masificación del dinero en las naciones desarrolladas y las penurias de los países pobres, hizo que estos contrajeran compromisos monetarios, sin tener en cuenta la imposibilidad de sus economías para pagar la deuda externa. Aunado a esto, la gran corrupción de los gobernantes, dilapidó los fondos entregados por los centros financieros internacionales. Esos pueblos cayeron en la desdicha generada por las injusticias políticas, sociales, económicas y culturales. La banca transnacional, las entidades financieras y las naciones ricas, son sordas ante el clamor de los menesterosos que requieren auxilio, para aminorar la indefensión que sufren.

La avaricia de los opulentos, hace que los pueblos necesitados inviertan lo poco que tienen en conflictos bélicos. Los perros de la guerra, se benefician con la venta de armas que traen destrucción y muerte. Su maldad los lleva a esto, en vez de ayudar a los que se angustian por la actual escasez de alimentos, jamás conocida en la historia del mundo.

Los ambiciosos pagan sueldos miserables, lo cual complica a los asalariados. Satanás encendió en los avaros un enorme afán de lucro y por eso son insensibles espirituales e insaciables materialistas. La codicia no tiene límites, cuando hay que esquilmar a los desamparados; Dios no importa, lo válido es la riqueza para disfrutarla en el lujo y el sibaritismo infernal proveído por una sociedad de consumo, destructora de los principios Cristianos de austeridad.

No todos los ricos son protervos. Hay algunos que ayudan a los pobres. Otros lo hacen hipócritamente con el fin de aparentar un altruismo que no sienten, o para que en sus declaraciones tributarias se aminore el pago de impuestos al fisco. La filantropía no es caridad cristiana. El filántropo da beneficios a los demás; ama a los humanos pero genéricamente. Al respecto dice San Mateo en el 6, 1 al 4: “Tened cuidado de no hacer el bien delante de los hombres, para que os vean; de lo contrario, el Padre Celestial, Padre de vosotros, no os dará ningún premio. Por eso, cuando des limosna no lo publiques al son de trompetas como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben. Yo os digo que ya recibieron su premio. Tu, en cambio, cuando des limosna, no debe saber la mano izquierda lo que hace la derecha; cuida que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve los secretos, te premiará”.

En Mateo 6, 19 al 34, Jesucristo recomienda: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el gusano los echan a perder, y donde los ladrones rompen el muro y roban. Acumulad tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni el gusano los echan a perder, ni hay ladrones que rompen el muro y roban. Pues donde están tus riquezas, ahí también estará tu corazón... Ningún servidor puede quedarse con dos patrones, porque verá con malos ojos al primero y amará al otro, o bien preferirá al primero y no le gustará el segundo. Vosotros no podéis seguir al mismo tiempo a Dios y al dinero. Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida: ¿Qué vamos a comer? Ni por vuestro cuerpo: ¿Qué ropa nos pondremos? ¿No es más la vida que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni cosechan, ni guardan en bodegas y el Padre Celestial, Padre de vosotros, las alimenta. ¿No valéis vosotros más que las aves? Por lo demás ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede alargar su vida? ¿Por qué pues tantas preocupaciones?... ¿Qué vamos a comer? O, ¿Qué vamos a beber? Los que no conocen a Dios se preocupan por esas cosas. Pero el Padre de vosotros sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto, buscad primero el Reino y la Justicia de Dios y esas cosas vendrán por añadidura. No os preocupéis por el día de mañana, pues el mañana se preocupa de sí mismo. Basta con las penas del día”.

Los fieles seguidores de Dios no se impacientan por el futuro, pues no saben si amanecerán vivos. El ayer pasó y no debe evocarse lo ido, pues quien lo haga corre el riesgo de ocurrirle lo de la mujer de Lot que murió por volver la vista a Sodoma, añorando los agrados triviales que dejaba atrás. El día de hoy es una realidad que culminará al final de la noche, y el mañana una posibilidad que depende de la voluntad de Dios. Los ilusionados con una larga vida, descuidan lo espiritual. Impacientados por atesorar, elaboran proyectos que no se concretarán si Dios decide la culminación de sus días. Es avaricia desear larga vida, para ver coronadas las ambiciones terrenales. Si estas no se dan y otean su fin, la voluntad de algunos es pedir a sus herederos que sus cuerpos sean congelados para volver a la vida cuando se invente el remedio contra la muerte, para luego seguir disfrutando de las riquezas dejadas. Otros con la clonación, quieren ser copiados para hacerse inmortales. No tendrían espíritu aquellos que osen cometer tamaño desafuero. El alma es dada por el Creador y nadie puede fabricarla o duplicarla.

Los antiguos líderes de civilizaciones avanzadas, construyeron sus famosas tumbas, algunas conocidas con el nombre de pirámides, para que allí fueran sepultados junto a sus riquezas. La superstición les hizo creer que después de muertos, seguirían gobernando en el más allá, donde continuarían deleitándose con la fortuna acopiada durante su ciclo vital. ¡Pobres ilusos!

El atesoramiento de valores fugaces no es voluntad de Dios, sino influencia satánica, si estos son aglutinados para engolosinarse con lo transitorio y hacer daño a los demás. Tropezarán con lo dicho por Jesucristo en Mateo 19, 23 y 24: “Creedme que a un rico se le hace muy difícil entrar al Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que un rico entrar al Reino de los Cielos”. Son incontables los que menosprecian esta advertencia, debido a que sus corazones rebosan de voluptuosidad y el sabor del mundo los hace irreligiosos y ateos.

Hay personas que cambian de semblante, cuando están frente a un montón de billetes y se aprestan a contarlos para depositarlos en los bancos, volverlos infecundos o gastarlos en vanidades. Algunos expresan que nacieron para el dinero y que sólo eso les da satisfacciones y es la única razón de vivir. Esos decadentes seres, alguna vez no tenían a donde caer muertos y Dios les permitió hacerse ricos; después se atolondraron y no quisieron saber de la caridad.

No hay hostilidad hacia los poseedores de fortuna material, ya que algunas se adquieren trabajando honestamente y sus dueños son caritativos; otras se obtienen ilícitamente. Los capitales procedentes del delito, merecen el repudio de los justos.

Quienes progresivamente salen del pecado, al encontrarse en lo espiritual desean madurar rápidamente. Si no caminan con pasos firmes, la prisa los desanimará y ambicionarán lo que no merecen, no hallarán agrado en Dios, se anularán las gracias y se angustiarán por no aprisionar lo codiciado.

Los avaros se colman de objetos para los ejercicios espirituales. Llevan libros que nunca leen, imágenes de Santos a los que no veneran y otros ornamentos religiosos sin uso definido. Nada de eso comparten. Rezan interminables oraciones y novenas, pero no cumplen los Mandamientos. Cuando nada se les da, se desagradan y empiezan la misma maniobra con otro Santo, buscando que Dios los complazca. Carlos Carreto apunta: “¿Qué vale rezar bien el oficio divino, oír la Santa Misa y no aceptar el amor? ¿Qué vale renunciar a todo y resistir el amor? Seréis juzgados sobre el amor. No esperemos pasar por el purgatorio, esperando que madure en nosotros la caridad perfecta”.

Cuando se abusa de lo sagrado y no hay caridad, hacemos del hipotético contacto con Dios, un ejercicio mecánico embustero debido a que se obra con la razón y no con el corazón. Quienes rezan exageradamente para ser premiados, deben recordar las palabras de Jesús: “Buscad primero el Reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura”.

A la avaricia, Dios contrapone la generosidad que es el esfuerzo por ser caritativos con los pobres. Quien comparte sus riquezas, atendiendo el llamado del Cielo, será premiado después de su muerte. Quien prescinde de una parte de lo que Dios le ha dado en su vida terrenal y la dona a los pobres, obtendrá abundancia en la vida eterna.

En la primera carta a Timoteo 6, 8 al 19, el Apóstol Pablo afirma: “Quedémonos entonces satisfechos con tener alimento y ropa. En cambio, los que quieren ser ricos caen en tentaciones y trampas; una multitud de ambiciones locas y dañinas los hunden en la ruina hasta perderlos. Está comprobado que la raíz de todos los males es el amor al dinero. Por entregarse a él, algunos se han extraviado lejos de la fe y se han torturado a sí mismos con un sinnúmero de tormentos. Tú, hombre de Dios, huye de todo eso. Procura ser religioso y justo... Conquista la Vida Eterna a la que has sido llamado... Exige de los ricos que no se pongan orgullosos ni confíen en riquezas que son siempre inseguras. Que más bien confíen en Dios, quien lo proporciona todo generosamente para que gocemos de ello. Que hagan el bien, que se hagan ricos en buenas obras, que den de buen corazón, que repartan sus bienes. De este modo, amontonarán para el porvenir un capital sólido con el que adquirirán la vida verdadera”.

Virtud para vencer la Soberbia: La Generosidad

Es la virtud que nos dispone a dar no solamente bienes materiales sino también de nuestro tiempo, talento y la propia vida para cumplir la voluntad de Dios, sin esperar nada en cambio en este mundo.

Esta virtud vence al pecado de avaricia.

Jesús enseña que el reino es un tesoro por el cual hay que dejarlo todo. La motivación es el amor.

Ser generoso es imitar a Jesús: "Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza". -II Corintios 8, 9

Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. -II Corintios 8, 7

Que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y con liberalidad; -I Timoteo 6, 18

La generosidad es un fruto del amor y un gran testimonio de la presencia de Dios:

"Experimentando este servicio, glorifican a Dios por vuestra obediencia en la profesión del Evangelio de Cristo y por la generosidad de vuestra comunión con ellos y con todos." -II Corintios 9, 13

Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón entero y con ánimo generoso, porque Yahveh sondea todos los corazones y penetra los pensamientos en todas sus formas. -I Crónicas 28, 9

Que a todos os dé corazón para adorarle y cumplir su voluntad con corazón grande y ánimo generoso. -II Macabeos 1, 3

Vuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame; Salmos 51, 14

La generosidad es la virtud que nos conduce a dar y darnos a los demás de una manera habitual, firme y decidida, buscando su bien y poniendo a su servicio lo mejor de nosotros mismos, tanto bienes materiales como cualidades y talentos. La solidaridad es una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas cercanas o lejanas, sino una actitud definida y clara de procurar el bien de todos y cada uno.

La generosidad es una de las virtudes fundamentales del cristiano. La generosidad es la virtud que nos caracteriza en nuestra imitación de Cristo, en nuestro camino de identificación con Él. Esto es porque la generosidad no es simplemente una virtud que nace del corazón que quiere dar a los demás, sino la auténtica generosidad nace de un corazón que quiere amar a los demás. No puede haber generosidad sin amor, como tampoco puede haber amor sin generosidad. Es imposible deslindar, es imposible separar estas dos virtudes.

El cristiano tiene que aprender a abrir su corazón verdaderamente a todos los que lo rodean, y entonces, las prioridades cambian: ya no me preocupo si esto me interesa o no; la única preocupación que acabo por tener es si me estoy entregando totalmente o me estoy entregando a medias; si estoy dándome, incluso a costa de mí mismo, o estoy dándome calculándome a mí mismo. En el fondo, estos dos modelos que aparecen son aquellos que, o siguen a Cristo, o se siguen a sí mismos.

Ser perfectos no es, necesariamente, ser perfeccionistas. Ser perfectos significa ser capaces de llevar hasta el final, hasta todas las consecuencias el amor que Dios ha depositado en nuestro corazón. Ser perfecto no es terminar todas las cosas hasta el último detalle; ser perfecto es amar sin ninguna medida, sin ningún límite, llegar hasta el final consigo mismo en el amor.

Para todos nosotros, que tenemos una vocación cristiana dentro de la Iglesia, se nos presenta el interrogante de si estamos siendo perfeccionistas o perfectos; si estamos llegando hasta el final o estamos calculando; si estamos amando a los que nos aman o estamos entregándonos a costa de nosotros mismos.

Estas preguntas, que en nuestro corazón tenemos que atrevernos a hacer, son las preguntas que nos llevan a la felicidad y a corresponder a Dios como Padre nuestro, y, por el contrario, son preguntas que, si no las respondemos adecuadamente, nos llevan a la frustración interior, a la amargura interior; nos llevan a un amor partido y, por lo tanto, a un amor que no satisface el alma.

Pidámosle a Jesucristo que nos ayude a no fragmentar nuestro corazón, que nos ayude a no calcular nuestra entrega, que nos ayude a no ponernos a nosotros mismos como prioridad fundamental de nuestro don a los demás. Que nuestra única meta sea la de ser perfectos, es decir, la de amar como Cristo nos ama a nosotros.

Fuentes: Catholic.net / Corazones.org / Enciclopedia Católica - ACI Prensa / mercaba.org

Avaricia 1.jpg
Avaricia 2.jpg
Avaricia 3.jpg
Avaricia 4.jpg
Avaricia 5.jpg
Avaricia 6.jpg
bottom of page