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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA​

CAPÍTULO 9 "CONSTANTINO Y EL EDICTO DE MILÁN"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Emperador Constantino de Roma, después de la victoria sobre su rival Majencio, proclamó en el año 313 el Edicto de Milán, por el que se concedía la libertad a los cristianos. Sus conclusiones fueron publicadas en todo el Imperio. Este edicto declaraba que cada ciudadano tenía derecho a practicar su propia religión.

Constantino concedió la libertad a los cristianos por razones políticas. El Emperador era consciente de que la lucha contra el cristianismo desatada por sus antecesores había fracasado, ya que el Imperio no pudo acabar con la Iglesia; antes bien, ésta iba creciendo cada vez más a pesar de las violentas persecuciones contra ella. La Iglesia ya estaba presente en todo el Imperio: Palestina, Siria, Asia Menor, Mesopotamia, Egipto y todo el Norte de África, España, La Galias (Francia), Italia, Grecia y todas las naciones de los Balcanes...

Como era imposible destruir a la Iglesia, según señalan algunos historiadores, al Emperador le convenía más bien aprovecharse de ella. Entonces, Constantino se hizo cristiano y amigo de los papas y obispos. Así empezó la alianza entre el Estado y la Iglesia. Colocó en los puestos de más confianza a personas cristianas. Esto motivó que miles de ciudadanos se bautizaran, pero sin una conversión sincera ni compromiso con el Evangelio de Jesús. Lo hacían más por conveniencia.

De este modo, la Iglesia pasa de una situación de persecución y martirio, a ser la religión oficial del Estado. La Iglesia adquiere rango imperial. Las grandes basílicas y palacios sustituyen a las catacumbas. Constantino, en el año 330, trasladó su residencia imperial a Bizancio (Grecia), ciudad que embelleció extraordinariamente, dándole además el nombre de Constantinopla, que quiere decir "Ciudad de Constantino". La ciudad de Roma la dejó bajo el dominio del papa. En el año 385, el emperador Teodosio obligó a todos los ciudadanos del Imperio a que abrazaran la religión cristiana. Algunos no vieron bien esta orden, pues una religión no se puede imponer por la fuerza, porque propicia que las "conversiones" sean interesadas y falsas.

A la muerte de Teodosio, sus hijos Honorio y Arcadio se repartieron el Imperio, quedando dividido en: Imperio Romano de Occidente (Italia, Francia, centro de Europa, España y Norte de África...) con la capital en Roma, bajo el gobierno de Honorio; y el Imperio Romano de Oriente (Grecia, Balcanes, Asia Menor, Siria, Palestina, Egipto...) con la capital en Constantinopla, bajo el gobierno de Arcadio. Los problemas políticos entre Oriente y Occidente, influirán también en la relación entre el obispo-patriarca de Constantinopla y el papa, obispo y soberano de Roma.

1. Consecuencias positivas

Hay que ser objetivos para ver lo positivo y negativo de los acontecimientos históricos. El Edicto de Milán, en primer lugar, puso fin a las persecuciones contra los cristianos. La Iglesia, desde su nacimiento hasta esa fecha, es decir, casi tres siglos vivió sufriendo la persecución por causa de su fidelidad al Evangelio de Jesucristo. La Iglesia no busca la persecución y el martirio. Desea vivir en paz para evangelizar a los pueblos y construir el reino de Dios, que es un reino de justicia, de amor y de paz. Otro aspecto positivo del edicto de Constantino es la libertad religiosa. La Iglesia defiende la libertad como un derecho que todo ser humano tiene para expresar sus ideas políticas y sus creencias religiosas. Dios nos hizo libres y ningún Estado o gobierno puedo reprimir o limitar ese derecho humano.

2. Consecuencias negativas

Hasta esta fecha ser cristiano era heroico, pues se vivía en constante riesgo de ser perseguido y asesinado. Los que optaban por el bautismo, sabían a qué se comprometían y arriesgaban. Sin embargo, ahora que el cristianismo se transformó en la religión oficial del imperio, mucha gente entró a la Iglesia movida por intereses personales. La Iglesia se vio inundada por una gran masa de gente inconsciente y sin auténtica formación cristiana. La Eucaristía ya no se podía celebrar en pequeñas comunidades como se había hecho hasta entonces, pues era muchísima la gente que participaba en los actos litúrgicos.

El Emperador Constantino regaló varios edificios públicos y palacios a la Iglesia. El papa, en el año 314, establece su residencia en el Palacio de Letrán, obsequio del Emperador. Asimismo, Constantino empezó la construcción de grandes templos y basílicas como San Juan de Letrán y San Pedro en Roma, entre otros. En Palestina el Emperador construyó el magnífico conjunto del Santo Sepulcro de Jerusalén y la basílica de la Natividad de Belén. La Iglesia pasa de ser perseguida por el Imperio a ser privilegiada por el mismo. De Iglesia de catacumbas pasa a ser la Iglesia de las basílicas. De ser pobre a ser rica. De ser débil a ser fuerte y poderosa. Entró la riqueza y el poder en la Iglesia de Jesús, el profeta de Galilea. El clero escala posiciones y privilegios en la sociedad. El papa viene a ser como el Emperador espiritual, revestido de ropajes especiales y gobernando a la cristiandad desde un trono. Los obispos empiezan a ser considerados como "príncipes" de la Iglesia, viviendo en palacios. La Iglesia asume la estructura imperial.

Las celebraciones religiosas se convierten en solemnes ceremonias. Algunos miembros de la alta jerarquía empiezan a preocuparse más del fortalecimiento de la Iglesia que de la construcción del reino de Dios. Y cada vez fue haciéndose mayor la separación entre jerarquía y pueblo. Muchos obispos empiezan a ejercitar en la Iglesia un tipo de autoridad semejante, en gran medida, a la autoridad de este mundo, cosa que Jesús no quiso: "Como ustedes saben, los que son considerados como jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños; y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre ustedes no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el siervo de todos" (Mc 10,42-44).

Por otra parte, el Emperador se entromete en asuntos internos de la Iglesia, hasta en la misma doctrina. Incluso, llegó a convocar concilios e imponer penas civiles a los condenados por la Iglesia, como la condena a muerte de Prisciliano y el destierro de Arrio y sus seguidores, como veremos en los siguientes capítulos. Es así como se introduce en la Iglesia el "cesaro-papismo", que es la alianza entre el César y la Iglesia, a cambio de los privilegios, lujo y poder que recibió, perdió libertad frente al Imperio. Quedó amarrada con cadenas de oro.

 

3. ¿Cómo quedan los pobres tras la "conversión" de Constantino?

En primer lugar podríamos preguntarnos: ¿a qué tipo de cristianismo se "convirtió" Constantino y los sucesivos emperadores? ¿Qué imagen de Cristo tenían? ¿Es la del Cristo pobre, el galileo de Nazaret, que estuvo al lado de los pobres, que denunció a los poderosos y propuso un nuevo estilo de vida alternativo? ¿Qué entendían los emperadores por reino de Dios?

Estas mismas preguntas podíamos hacérselas a muchos jerarcas de la Iglesia de aquella época. Al interior de la Iglesia se acentúa la distinción entre clero y laicos. La Iglesia se configura como una pirámide: arriba está el clero (papa, obispos y sacerdotes), y abajo el laicado y el pueblo pobre. De este modo, la comunión eclesial se vio profundamente afectada, de manera que la Iglesia llegó a identificarse con el clero, al lado de los poderosos. Ante esta nueva situación, de cambios tan profundos, es necesarios hacerse estas preguntas: ¿Qué pasa con los pobres, con los más marginados de la sociedad, ahora que empieza a haber emperadores "cristianos"? ¿Qué pasa con la opción preferencial de la Iglesia por los pobres, ahora que cuenta con tantos recursos para atender a fondo esta realidad?

Es un hecho histórico que el número de los empobrecidos fue creciendo considerablemente en el imperio cristiano. Constantino aumenta los impuestos que afectaban con especial dureza a los más pobres. El sistema de esclavitud se fortalecía. Pero, tristemente, muchos obispos y sacerdotes se sitúan al lado de los ricos y poderosos. Otros obispos, sin embargo, tratan de seguir el espíritu evangélico de Jesús. Entre estos están los Santos Padres (Basilio, Juan Crisóstomo, Gregorio Nacianceno, Ambrosio, Hilario...) que acusan duramente a los ricos y denuncian la injusticia de la riqueza. Un importante sector de la Iglesia hace grandes esfuerzos por aliviar la situación de los pobres. Critica fuertemente las desproporciones enormes en la distribución de la riqueza y el lujo sin límite de los ricos.

En muchas diócesis los obispos prohíben aceptar donativos que provengan de quienes oprimen a los pobres (Statuta Ecclesiae, canon 94). El segundo concilio de Toledo, a finales del siglo IV proclama que "un poderoso que despoje a un pobre se le excluya de la Iglesia" (Con. Toletanum II, canon 11). San Jerónimo levantaba la voz contra los obispos que se parecían más a príncipes que a pastores del pueblo cristiano.

Hubo, asimismo, otro obispo a mediados del siglo IV. Eustaquio de Sebaste, que llegó al extremo de predicar que no hay salvación si no se renuncia a la riqueza, al mismo tiempo que excitaba a los esclavos a rebelarse contra los señores. Es la reacción propia de personas que ven cómo muchos jerarcas de la Iglesia hacían alianzas con los opresores de los pobres y esclavos. Esta corriente fue condenada en un sínodo como herética.

Fuente: "Historia de la Iglesia Católica" - 25 Edición- Fernando Bermúdez, Diócesis de San Marcos, Guatemala. Editorial Católica Kyrios. Autorizado por: Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, Obispo de San Marcos.

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