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HABLEMOS DEL DIABLO

Capítulo 8 - "Líbranos del mal"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los comentaristas de la Biblia nos indican que cuando Jesús, en el Padrenuestro, nos enseña a pedir: “Líbranos del mal”, se refiere directamente al Maligno, al diablo. La traducción literal sería: “Líbranos del Maligno”. Eso lo vemos confirmado en la Última Cena, cuando Jesús pide al Padre: “No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del Maligno” (Jn 17,15). Concretamente, Jesús nos manda que en nuestra oración diaria pidamos ser librados de las asechanzas del Maligno, del Diablo, que busca por todos los medios apartarnos del camino de la salvación, alejarnos de Dios.

El poder del Maligno

San Juan afirma: “Quién comete pecado, es hijo del diablo” (1 Jn 3,8). Es decir, es dominado por el espíritu del mal. También san Juan escribe: “Todo el mundo yace bajo el poder del Maligno” (1 Jn 5,19).

San Pablo llama al diablo el “tentador”, que puede destruir el trabajo de la evangelización (1 Tes 3,5). También afirma san Pablo que el demonio se transfigura en “ángel de luz” (2 Co 11,14). Nunca se presenta como alguien perverso, sino como quien desea nuestro bien. En su Carta a los Efesios, san Pablo nos abre los ojos para hacernos ver nuestra terrible realidad: nos tenemos que enfrentar contra potestades espirituales. Pero no debemos tener miedo porque podemos ponernos la “armadura de Dios”, con la cual somos invencibles (Ef 6,12).

San Pedro había experimentado en carne propia lo que eran los zarpazos de Satanás, por eso escribió: “Vivan con sobriedad y vigilen. El diablo, su adversario, como león rugiente anda buscando a quien devorar. Háganle frente con la firmeza de la fe” (1 Pe 5, 8-9). Pedro lo llama “diablo”; dice que es un “adversario”, que busca “devorarnos”. En pocas palabras, Pedro nos ha expuesto un retrato exacto de la personalidad del demonio.

Jesús señala al diablo como un instrumento de “tentación”, que induce al ser humano por la senda del pecado, de la condenación. También lo muestra como el que “se opone” constantemente a que se expanda el reinado de Dios. En la parábola del Sembrador, Jesús afirma: “Enseguida viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos” (Mc 4, 15). En la parábola en la que aparece la cizaña en medio del trigo, comenta Jesús: “El enemigo la ha sembrado” (Mt 13, 39).

También Jesús revela que, además de los males espirituales, el demonio puede causar males físicos.

De una mujer encorvada, comenta Jesús: “Esta mujer, que Satanás tenía atada con esta enfermedad, durante dieciocho años” (Lc13,16). También aseguró el Señor que la causa del mudo sanado y del joven epiléptico era de origen diabólico (Mc 9,25). No quiere decir que toda mudez y toda epilepsia vengan del diablo.

Jesús ataca

En su Evangelio, san Juan demuestra que Jesús “vino a destruir las obras del diablo” (1 Jn 3,8). San Pedro, en casa del militar Cornelio, afirma que Jesús “anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch 10, 38). Según Pedro, toda la obra de Jesús es un avance contra el reino de las tinieblas: la predicación que lleva a la conversión, las sanaciones, los exorcismos, todo está encaminado a destruir las obras del diablo. En el Evangelio, Jesús reprende al diablo como a un ser personal. Le ordena: “Sal”, “Apártate”, “Di tu nombre”. Los evangelistas hacen bien la distinción entre lo que es una sanación y una liberación del espíritu maligno.

Tenemos que defendernos

San Pedro había sido “zarandeado” por el diablo. Con su experiencia de santo pastor, Pedro nos aconseja que para vencer al demonio debemos “vivir sobriamente” y “permanecer vigilantes, firmes en la fe” (1Pe 5,8-9). Para san Pedro la vida sacrificada y vigilante, con confianza en Jesús, es la mejor manera de defenderse del diablo, nuestro adversario.

San Pablo nos anima a no temer al diablo, si aceptamos la “armadura”, que Dios nos entrega (Ef 6,12). El “yelmo de la salvación”: nuestra relación personal con Jesús, “la coraza de la justicia”: la buena relación con Dios por medio de la Sangre de Cristo; el “escudo de la fe”, que impide que las flechas encendidas del diablo lleguen a nuestro corazón. La “espada del Espíritu Santo”: la Palabra de Dios por medio de la cual somos iluminados para conocer la mente de Cristo contra el diablo. El “cinturón de la verdad”. Jesús dijo: “Yo soy la Verdad”. También nos dijo Jesús, que el diablo es el “padre de la mentira” (Jn 8,44). El que está agarrado de la mano de Jesús, no cae en las trampas del padre de la mentira. El “calzado del Evangelio de la paz”: los zapatos claveteados de la Palabra de Dios, que nos ayudan para clavarnos bien en la fe y no retroceder ante el impacto del enemigo.

No hay día de Dios que el diablo no esté rondando alrededor de nosotros para sorprendernos desprevenidos y hacernos caer en la tentación. Por eso, a diario, rogamos al Señor que nos libre de las asechanzas de nuestro enemigo. Algo muy consolador en nuestra vida de lucha contra el mal, es ver a Jesús como lo presenta la Carta a los Hebreos. Jesús está como sacerdote rogando por nosotros ante el Padre. En esta vida de lucha continua contra las potencias maléficas, no estamos solos. Jesús está rogando siempre por nosotros para que seamos protegidos contra el mal, bendecidos en todo momento.

Fuente: "Hablemos del Diablo" Padre Hugo Estrada, SDB -Editorial Salesiana Guatemala 2012-Nihil Obstat-con licencia eclesiástica.

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