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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA​

CAPÍTULO 7 "VIDA DE LA IGLESIA EN LOS III PRIMEROS SIGLOS"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1. Organización de la Iglesia primitiva

El Nuevo Testamento no ofrece ningún modelo único y obligatorio sobre el modo de organizar la Iglesia. La Iglesia era una comunidad de comunidades. Cada comunidad tenía su propia organización de acuerdo al ambiente cultural y a sus necesidades. Por ejemplo, como vimos en el capítulo primero, la comunidad de Jerusalén funcionó con un Consejero presbiteral, integrado por los Apóstoles y los presbíteros (Ancianos), que era la forma de organización de la Sinagoga judía (Hch 2,4-22). En cambio, las comunidades de Antioquía de Siria le daban más importancia a los profetas y maestros o doctores (Hch 13,1). Y las comunidades de Corinto y Filipos tenían Epíscopos (obispos) y diáconos (Fil 1,1). En cada comunidad había un epíscopo (obispo), escogido entre los presbíteros (Tito 1,5-9), cuya función es presidir las celebraciones litúrgicas (1 Tim 2,1-15), enseñar y velar por la sana doctrina (1 Tim 4,6. 13-16).

Al final del siglo I, tal como aparece en las Cartas pastorales (Tito y Timoteo), casi todas las comunidades tenían los ministerios del episcopado, el presbiterado y el diaconado. Todos estos ministerios eran considerados como servicios, no como dignidades. La jerarquía en la Iglesia no es poder sino servicio (Mc 10,42-45). No se imponía la condición del celibato para desempeñar un ministerio. Los obispos, presbíteros y diáconos podían ser casados o célibes (1 Tim 3,2-5; Tit 1,6). Una cosa es el carisma del celibato o virginidad y otra el ministerio.

Junto a los obispos, presbíteros y diáconos, había también mujeres que ejercían un ministerio en la Iglesia: profetisas (las cuatro hijas de Felipe eran profetisas, tal como nos lo dice el libro de los Hechos 21,9), catequistas (Hch 18,26), apóstoles (Rom 16,7), diaconisas (Rom 16,1)... Esto sucede en el ambiente griego. Los judíos cristianos, sin embargo, estaban en contra, y su punto de vista terminará prevaleciendo en la Iglesia (Alberto Antoniozzi).

En su pluralidad o diversidad, las comunidades mantenían la fe viva en Jesús, el compromiso con el Evangelio y la unidad eclesial. Todas las comunidades consideraban como principal ministerio el del Apóstol, el "testigo ocular", cuya misión es transmitir el Evangelio de Jesús y apacentar a la comunidad cristiana (Jn 21,15-19). San Pablo, como señalamos anteriormente, presenta a la Iglesia como un cuerpo bien coordinado, con diferentes carismas y ministerios. (Rm 12,6-8), donde cada quién ejerce una misión según el carisma recibido del Espíritu, para bien de la comunidad (1 Cor 12,1-3). Asimismo, San Pablo, entre todos los carismas resalta el amor, es decir la práctica de la misericordia (1 Cor,13). La Iglesia debe ser signo de amor fraterno, de servicio y solidaridad con los pobres, a ejemplo de Jesús.

En la Iglesia primitiva no había sacerdotes. Todos eran laicos y laicas. Pero no se utilizaba todavía la palabra "laico". El término "laico" aparece mucho después, en el siglo III, para hacer la distinción entre los ministerios ordenados y los cristianos de la base. La Iglesia primitiva era una comunidad de hermanos y hermanas. Los epíscopos (obispos) y presbíteros eran ministerios de la comunidad. Ellos presidían la Eucaristía, pero no se les llamaba "sacerdotes". El Nuevo Testamento evita llamar "sacerdotes" a los dirigentes de la comunidad. San Pablo tampoco llama "sacerdote" a ningún hombre en particular, y esto por dos razones: una, porque sólo hay un Sacerdote, Cristo; y segunda, porque la figura del sacerdote levítico (judío) estaba tan sometida a la Ley que no encajaba con la nueva Ley de Cristo. Sin embargo, sí se le llamaba "sacerdotal" a toda la comunidad cristiana (1 Pe 2,9), porque, por el bautismo participa del sacerdocio de Cristo.

En la época sub-apostólica había multitud de comunidades cristianas extendidas por las distintas provincias del imperio Romano, muchas de ellas fundadas por los apóstoles. Estas comunidades gozaban de autonomía. En el siglo II se inició un movimiento que buscaba agrupar a las iglesias de una región en torno a una iglesia de la ciudad o metrópoli principal, por ejemplo, Antioquía, Jerusalén, Alejandría, Roma, Cartago, Cesarea, Éfeso, Tarraco... De esta manera, los cristianos fueron sintiéndose miembros de la Iglesia universal, "CATÓLICA", como la llamó San Ignacio de Antioquía (año 106), generando una unidad de fe, de culto y organización. Las iglesias locales eran como células de la Iglesia universal (católica).

A comienzos del siglo III, la Iglesia se institucionaliza, debido a su crecimiento. Como no tenía modelos para ello, recurrió unas veces a imitar la estructura de la sociedad civil romana, y otras a recuperar instituciones o normas del Antiguo Testamento.

2. La jerarquía y elección de los obispos

Como decíamos, a finales del siglo II y durante todo el siglo III, debido al desarrollo de la Iglesia, el recrudecimiento de las herejías, la conflictividad de la época y las persecuciones, se reorganiza la Iglesia con una jerarquía, pero siempre con una actitud de servicio y de vigilancia para mantener unidad. Cada Iglesia (diócesis) tenía autonomía, pero en comunión con toda la Iglesia universal, reconociendo a la Iglesia de Roma como la más importante (Primus inter pares, primera entre iguales), por ser la sede de Pedro.

El Obispo era elegido por el pueblo y consagrado por los obispos cercanos. San Cipriano, obispo de Cartago, en el siglo III escribe a la Iglesia de León (España):

"Hay que cumplir y mantener diligentemente la enseñanza divina y práctica apostólica: que para celebrar las ordenaciones rectamente, allí donde haya que ordenar a un obispo, se reúna con el pueblo todos los obispos próximos de la provincia, y se elija al obispo ante el pueblo, que conoce la vida y conducta de cada uno por convivir y tratar con él... No se imponga al pueblo un obispo no deseado" (Epist. LXVII, 5.1). "Porque viene de origen divino el elegir obispo en presencia del pueblo, para que todos lo aprueben" (Epist. LXVII, 4,5). "El pueblo tiene el deber de apartarse de los obispos pecadores, puesto que tiene poder para elegir obispos dignos y recusar a los indignos" (Epist. LXVII, 3,2).

Era una Iglesia participativa, donde todo pueblo cristiano tenía voz y se sentía corresponsable.

Los testimonios primitivos (Didajé, San Clemente Romano, San Hipólito, San Cipriano...) hablan de la participación de toda la comunidad en la elección del obispo. Incluso los papas insisten en ello. San Celestino, en el siglo V, dice:

"Que no se imponga al pueblo un obispo que él no desea".

Y el papa San León proclama:

"Quien debe presidir a todos, debe ser elegido por todos... Que no se ordene a un obispo contra el parecer de los cristianos del lugar y sin que lo hayan pedido expresamente".

De esta manera, la Iglesia local elegía al candidato y daba testimonio de su fe, y después, el elegido era consagrado obispo.

3. El Papa, sucesor de Pedro y Obispo de Roma

La sucesión apostólica corresponde a la comunidad eclesial que es fiel al mensaje de Jesús que nos dejaron los apóstoles. El teólogo José María Castillo dice: "Porque la comunidad es apostólica, el Obispo que la preside es apostólico y sucesor de los apóstoles".

La sucesión apostólica es una cadena ininterrumpida que, desde los apóstoles, a través de la comunidad cristiana con sus obispos, transmite hasta nosotros la verdad del Evangelio. Desde el primer momento, los obispos fueron considerados como los sucesores de la misión de los apóstoles, responsables de la Iglesia.

Durante el siglo II, el obispo tiene la misión de coordinar un gran sector de la Iglesia. San Ignacio, obispo de Antioquía, es quien clarifica la misión del obispo. En esta época post-apostólica, se destacan los obispos como los responsables de la Iglesia. Por ejemplo: San Ignacio en Antioquía, San Simeón en Jerusalén, San Policarpo en Asia Menor, San Clemente en Roma, San Ireneo en las Galias (hoy Francia)...

Sin embargo, el obispo de Roma tiene una misión especial sobre toda la Iglesia por ser el sucesor de Pedro. Así lo reconocieron todas las comunidades de la Iglesia primitiva. Perciben que la primacía de Roma pertenece al designio de Dios sobre su pueblo. San Ignacio de Antioquía afirma: "El obispo de Roma es quien preside la caridad", es decir la unión de toda la Iglesia. Al obispo de Roma se le llamaba Vicarius Petri (Vicario de Pedro).

Los creyentes reconocían que la cabeza de la Iglesia es Cristo, como señala San Pablo (Col 1,18; 2,19; Ef 1,27 y 4,15). Todos los cristianos, desde el papa hasta el último bautizado, son miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Sin embargo, en cierto sentido, podemos decir que el papa es "cabeza visible de la iglesia", porque es quien coordina y ejerce el ministerio de la unidad. Pero sólo en este sentido.

Pedro recibió de Jesús la misión de "apacentar las ovejas" y de "confirmar a sus hermanos en la fe" (Jn 21,15-23). Así lo reconocieron todos los Apóstoles. El obispo de Roma es sucesor de Pedro y vicario suyo en esta comunidad. La primacía de la Iglesia de Roma está ligada al liderazgo de Pedro entre los apóstoles, claramente atestiguado en los Evangelios y en Pablo: Mt 16, Jn 21, Lc 22; 1 Cor 15,3-5.

Muerto Pedro, la comunidad elige a Lino como su sucesor, quien es mencionado en 1 Tim 4,21. También Lino fue víctima de las persecuciones. Entonces la comunidad elige a Anacleto y, muerto éste por el imperio romano, elige a Clemente, quien fue también discípulo de Pedro y Pablo. Clemente (San Clemente Romano) escribe una carta a los corintios hacia el año 96 (antes de que fuera escrito el libro del Apocalipsis), exhortándoles a la unidad. Esto nos indica el papel que desempeñaba ya el obispo de Roma en toda la Iglesia.

En el siglo III, y sobre todo en el IV, sobresalen seis sedes episcopales como las más importantes en la Iglesia. Estas son: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría, Cartago y Jerusalén, reconociéndose al obispo de Roma como el Primus inter pares, es decir, el "Primero entre iguales".

Posteriormente, en el año 384, el obispo de Roma San Siriaco, "actúa ya como obispo universal", quien asumió el título de PAPA, iniciales de "Petri Apostoli Protestaem Accepit", lo que equivale a decir que el obispo de Roma es el sucesor de Pedro: Vicario de Pedro. El 13 de diciembre de este año el papa Siriaco escribe al obispo Himerio de Tarragona (España) la primera Carta Pastoral propiamente dicha, ejerciendo de manera oficial el magisterio de la sede de Pedro.

"Vicario de Cristo" es la Iglesia, porque ella es la representante de Cristo y continuadora de su misión en la historia. Cada Iglesia local (diócesis o conjunto de diócesis) tenía autonomía, incluso para celebrar sínodos y concilios regionales sin intervención de Roma, pero siempre actuaba en comunión con esta sede episcopal. Desde el apóstol Pedro hasta el Papa Francisco ha habido 266 obispos de Roma o papas. Los primeros 33 papas son venerados como mártires. También hubo 37 antipapas, que se hicieron elegir obispos de Roma sin respetar las normas de la Iglesia.

4. El ministerio de los catequistas

En esta época adquiere una importancia singular el catecumenado. Los que deseaban prepararse para el bautismo entraban en un periodo de instrucción, que consistía en una larga catequesis, ayunos y oraciones, al cabo del cual se les admitía al sacramento. Sólo se bautizaba a gente adulta y, en ocasiones, a los niños hijos de padres probadamente cristianos.

Orígenes, como vimos anteriormente, fue uno de los grandes impulsores de las Escuelas Catequéticas para catecúmenos.

Había algunas normas en la catequesis pre-bautismal: San Hipólito señala que el soldado que desea prepararse para el bautismo debe renunciar a la profesión de armas. La Iglesia, en esta época, rechazaba tajantemente las armas y el militarismo.

A comienzos del siglo III se crea el ministerio del catequista. Este era el encargado de la instrucción de los catecúmenos. Y a mediados del siglo III se establece la ordenación de las diaconisas, recordando que ya San Pablo tenía diaconisas en varias de sus comunidades. En los primeros siglos de la Iglesia no había diferencia entre hombre y mujer para la realización de los ministerios (Gal 3,28).

Fuente: "Historia de la Iglesia Católica" - 25 Edición- Fernando Bermúdez, Diócesis de San Marcos, Guatemala. Editorial Católica Kyrios. Autorizado por: Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, Obispo de San Marcos.

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