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HABLEMOS DEL DIABLO

Capítulo 7 - "La batalla contra el diablo"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las primeras palabras, que Jesús pronuncia en el Evangelio de san Marcos, indican claramente la misión de Jesús, al venir al mundo. Llega para implantar el reino de Dios y para destruir el reino del diablo (1 Jn 3,8). Jesús, al iniciar su misión evangelizadora, comenzó diciendo: “El reino ha llegado a ustedes; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Con Jesús se acerca el reino de Dios. Para que Dios reine en un individuo, primero, la persona tiene que “convertirse” y romper con el reinado del diablo en su vida. En segundo lugar, tiene que buscar un nuevo nacimiento, viviendo según el Evangelio de Jesús.

Es muy indicativo que en el evangelio de san Marcos, el primer signo de poder que Jesús realiza es un “exorcismo”. Cuando por primera vez va a la sinagoga a predicar, un hombre, al oír la Palabra, comienza a retorcerse y a gritar. Tiene un mal espíritu. Jesús inmediatamente expulsa al demonio con una simple orden de mando (Mc 1,23-25). Con esta manera de obrar, Jesús está indicando que antes de implantar el reinado de Dios en los corazones, hay que expulsar lo malo, lo que impide que Dios reine en los corazones.

La “sanación y los exorcismos” son la señal clara de que Jesús tiene poder total contra el espíritu del mal. Antes de curar a un paralítico, primero, procede a “perdonarle los pecados”, a liberarlo del poder del maligno, que impide su sanación (Mc 2,5-8). La proclamación del Evangelio y la liberación del pecado y del maligno es la táctica de Jesús para que el reino de Dios llegue a los que le siguen.

Todos somos enviados

Jesús venció a Satanás en la cruz. Para poder implantar el reino de Dios, primero, tenía que destruir el reinado del diablo. La Carta a los Colosenses lo hace constar, cuando afirma: “Por medio de Cristo, Dios venció a los seres espirituales que tienen poder y autoridad, y los humilló públicamente llevándolos como prisioneros en un desfile victorioso” (Col 2,15). Con su Sangre preciosa, Jesús nos liberó del pecado y del poder de Satanás. Además, nos dio poder para aplastarle la cabeza, cuando estamos unidos a Él y recibimos su poder.

Cuando los 72 discípulos volvieron gritando: “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!”, Jesús les explicó que no debían sorprenderse por eso, porque Él les había dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones (Lc 10,19). Decía san Juan: “Les he escrito también a ustedes, jóvenes, porque son fuertes y han aceptado la Palabra de Dios en su corazón, porque han vencido al maligno” (1 Jn 2,14). Cuando la Palabra de Dios reina en nuestros corazones, tenemos el poder para vencer al diablo.

También nosotros

San Pedro nos advierte que el diablo es como “un león rugiente, que anda rondando viendo a quién devorar” (1 Pe 5,8). El mismo Pedro nos asegura que podemos vencerlo, si estamos “firmes en la fe” (1 Pe 5,9). San Pablo también nos pone alerta contra esa lucha contra el diablo; no es un combate contra un personaje humano; es una potencia espiritual maléfica. Pero no debemos temerlo, si estamos revestidos con la “armadura de Dios” (Ef 6,23), que nos protege contra el ataque del diablo.

El cristiano sabe que el diablo lo atacará durante toda su vida. Lo hace porque tiene odio contra Dios y contra los hijos de Dios. Cuando Pablo cayó de su cabalgadura y fue ganado por Dios, se le dijo que debía ir a los paganos para “arrancarlos de las manos de Satanás y pasarlos a las manos de Dios” (Hch 26,18). Ésa es nuestra misión: arrancar de las manos de Satanás a los hermanos para llevarlos a las manos de Jesús. La evangelización es la batalla. La misma batalla de Jesús contra el reino del diablo.

Jesús en la cruz venció al diablo; pero el reinado de Jesús todavía no ha llegado a su plenitud. Jesús dijo que su reinado total será cuando vuelva nuevamente a la tierra (Mt 13,41-43). Mientras tanto, somos nosotros los que continuamos la obra de Jesús, con la seguridad de que, si Jesús reina en nuestro corazón, tenemos garantía de que, como los 72 discípulos, vamos a volver gritando: “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!”

Nos ataca siempre

El Apocalipsis relata la batalla que el arcángel Miguel sostuvo contra los ángeles que se rebelaron contra Dios. Los ángeles rebeldes fueron expulsados del cielo y lanzados al infierno. Después de narrar esta batalla espiritual, el Apocalipsis añade: “¡Ay de los moradores de la tierra y el mar! Porque el diablo ha descendido a ustedes con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap 12,7-12).

Un cristiano no debe sorprenderse de ser atacado por el diablo. Esa batalla durará toda nuestra vida. El diablo, como le puso tentaciones a Jesús, también nos tienta a nosotros.

La historia de Adán y Eva se repite en nosotros. O, mejor dicho, nosotros repetimos la historia de ellos. Comenzamos a desconfiar de Dios; huimos de Él; nos llega la angustia, el desconcierto. En lugar de la bendición, entonces, ingresa la maldición en nuestra vida. El pecado es la puerta que se le abre al diablo para que reine en nosotros.

El diablo también nos ataca, impidiendo que nos llegue la Palabra de Dios. Dice la Carta a los Romanos: “La fe viene como resultado de oír el mensaje que habla de Jesús” (Rm 10,17). Por eso, Jesús describe al diablo, que, apenas cae la semilla de la Palabra en nuestra mente, interviene para arrancarla e impedir que llegue a nuestro corazón. Dice Jesús: “Cuando alguno oye la Palabra del Reino y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que fue sembrado en su corazón” (Mt 13,19).

Otra de las “artimañas” del diablo es atacarnos sutilmente por medio de obsesiones y opresiones; Corrado Balducci, especialista en demonología, las llama “infestaciones”. Por medio de esas opresiones, el diablo logra tener algún dominio en nuestra personalidad o nuestro cuerpo. Es lo que la Biblia llama “tener un espíritu inmundo”. No se trata de una “posesión diabólica”, un dominio casi total de la persona, sino una “opresión” u “obsesión”. Caso clásico de esto es el rey Saúl. Su envidia hacia David, se convierte en odio acervo. Siente impulso de matar a David. Esta opresión diabólica influye en la personalidad de Saúl; lo lleva a meterse a hacer de sacerdote, sin serlo. Luego va a visitar a una espiritista en Endor. La misma Biblia afirma que un mal espíritu estaba controlando la vida del rey Saúl (1 Sam 19,9).

La Biblia menciona también el caso de un muchacho epiléptico a quien un mal espíritu le provoca ataques epilépticos. Para sanarlo, Jesús no ora por él como los demás enfermos, a quienes les impone las manos. En el caso del epiléptico, Jesús emplea una oración de exorcismo. Con autoridad le ordena al mal espíritu que deje libre al muchacho. Instantáneamente el joven queda curado. El demonio, en este caso, ha provocado la epilepsia. No quiere decir con eso que toda epilepsia sea provocada por un mal espíritu. En el caso del joven epiléptico, es el mismo Jesús, por su oración de exorcismo, el que demuestra que la causa de aquella enfermedad es un mal espíritu.

En estos casos, lo que conviene a la persona afectada por un mal espíritu, o por varios, es una “oración de liberación”. No se trata de un “exorcismo clásico”, para el que hay que pedir autorización al obispo del lugar, según el Canon 1172. No. Aquí no se trata de una “posesión diabólica”, sino de una “opresión” o infestación diabólica. Estas molestias u opresiones nos pueden ocurrir a todos. Varios santos fueron duramente atacados por el demonio por largas temporadas.

También los buenos…

Los ataques espirituales y físicos del diablo no les acontecen solamente a los que están alejados de Dios. También los santos son duramente atacados espiritual y físicamente. Y algo más: los santos son los más“ zarandeados” por el diablo. Seguramente, en los designios de Dios, los santos, como vanguardia de la Iglesia, al ir abriendo camino a los fieles de la Iglesia, reciben los impactos más terribles del diablo. Los santos son los mejor preparados para resistir al diablo y para vencerlo, como testimonio del poder de Jesús en ellos.

Algo que hay que valorar de manera especialísima es cómo, al mismo tiempo que los santos son duramente “zarandeados” por el diablo, gozan de las mejores experiencias místicas, que Dios reserva para las almas privilegiadas. En la vida de los santos corren parejas las vejaciones por parte del diablo y las visitaciones divinas por medio de visiones y éxtasis.

En la vida de san Juan Bosco, los ataques del diablo fueron muy terribles en determinada época de su vida. Mientras Don Bosco escribía un libro sobre el demonio, fue tremendamente atacado por el diablo. Los salesianos, al verlo demacrado y decaído, le preguntaron el motivo. Don Bosco les comunicó que desde hacía bastante tiempo era duramente atacado por el demonio. En la noche, le levantaba la cama y la dejaba caer; le quitaba las sábanas; esparcía sus documentos y libros por el suelo. En la habitación se oían carcajadas y gritos a altas horas de la noche, que le impedían dormir.

El Padre Ángel Savio y otros salesianos, le dijeron a Don Bosco que no se preocupara por eso, pues ellos se quedarían con él en la habitación contigua. Así lo hicieron. Pero a la hora de los estruendos y hechos sobrenaturales, salieron corriendo despavoridos. Más tarde, Don Bosco les comentó que ya había cesado su tribulación. Le preguntaron de qué manera había ahuyentado aquel mal diabólico. Don Bosco no lo quiso revelar. Los salesianos comprendieron que, por humildad, el santo no quiso que supieran que había sido a base de mucha oración y ayuno.

Es impresionante saber que el obispo de la santa Madre Teresa de Calcuta, contó que en los últimos días de vida de la santa, le tuvo que hacer un exorcismo, pues los síntomas sobrenaturales, que le sucedían, indicaban la presencia del demonio.

De manera extraordinaria , el diablo atacó despiadadamente al Santo Cura de Ars y al Santo Padre Pío. Las presencias diabólicas en los casos de estos dos santos sacerdotes son casi idénticas. Recordemos algunos casos: El Hermano Atanasio, que había vivido junto al Santo Cura de Ars, en el proceso ordinario de canonización, declaró que el Cura de Ars le había dicho: “El espíritu del mal permanecía como un perro, invisiblemente; pero su presencia se dejaba sentir. Tumbaba las sillas, sacudía los muebles de la habitación, y gritaba con voz horrible… A veces imitaba a los animales, gruñía como un oso y aullaba como un perro, y arrojándose contra las cortinas, las sacudía con furor”.

Varios sacerdotes recordaban cuando se predicó el jubileo en Saint Trivier sur Moignans. Los sacerdotes invitados estaban alojados en la misma casa; todos ellos comenzaron a protestar porque durante la noche no podían dormir porque en la habitación del Cura de Ars se escuchaban ruidos muy molestos. El santo les contestó que era el demonio. Pero los sacerdotes, enojados, no le dieron ninguna importancia a lo que afirmaba el humilde sacerdote. Al tercer día, durante la noche, hubo un estruendo espantoso; como que un carro chocara contra la casa. Todo retumbó. Los asustados sacerdotes corrieron al cuarto del Cura de Ars. Encontraron al santo acostado en su cama, que había sido lanzada al centro de la habitación por una mano invisible. El Cura de Ars les dijo: “No es nada. Es buena señal, porque mañana caerá un pez gordo (un gran pecador)”. Al día siguiente, todos con sorpresa, vieron que, después del sermón, el caballero Murs, muy conocido en el pueblo por su mala vida se había alejado de la Iglesia, pasó a confesarse con el Cura de Ars.

Dionisio Chaland, en el proceso apostólico cuantitativo, dio testimonio de que cuando él era joven estudiante se fue a confesar con el Curade Ars. A mitad de la confesión, un temblor general agitó toda la casa; él quiso salir huyendo, pero el Cura de Ars lo tomó del brazo con serenidad y le dijo: “No es nada; es el demonio porque tú vas a ser sacerdote”. Dionisio Chaland recordaba que había salido jubiloso de aquella confesión.

Uno de los confesores del Cura de Ars, el reverendo Beau, en el proceso ordinario, testificó que le había preguntado al Cura de Ars de qué manera se defendía cuando le llegaban los ataques del demonio, y que el santo le había respondido: “Me vuelvo al demonio y lo desprecio. Por lo demás, he advertido que el estruendo es mucho mayor, y los asaltos se multiplican, cuando al día siguiente, ha de venir algún gran pecador. Eso me consuela en mis insomnios”.

Debido a estas experiencias con el demonio, el obispo nombró exorcista al Cura de Ars. Por medio de este ministerio atendió a innumerables personas atacadas terriblemente por el mal espíritu.

En la vida del Santo padre Pío, acaecieron hechos muy similares a los que se narran del Santo Cura de Ars. En 1912, el padre Pío, refiriéndose al diablo escribió: “Adopta todas las formas. Desde hace varios días viene a visitarme con otros comparsas, armados de palos y de instrumentos de hierro, y, lo que es peor, mostrándose bajo sus propias formas. No sé cuántas veces me ha arrojado del lecho para arrastrarme por la habitación”. Uno de los biógrafos del padre Pío, Yves Chiron, en su libro “Padre Pío”, escribió: “El diablo se le apareció al padre Pío en forma de gato negro, del papa Pío X, de una joven desnuda, que danzaba lascivamente, o también de la propia Virgen Santísima. Esos fenómenos diabólicos parecían asombrosos. Pero la teología mística los ha observado en la vida de los santos” (Ediciones Palabra, Madrid, 2000).

En 1913, en carta a su director espiritual, el padre Pío, escribió: “Era noche avanzada y comenzaron sus asaltos con ruidos endiablados. Se me representaron bajo las formas más abominables… cuando vieron que sus esfuerzos eran vanos, se me echaron encima; me tiraron por tierra; me golpearon con muchísima fuerza: arrojaron por el aire los libros y las sillas”.

Yves Chiron trae a colación un dato muy ilustrativo; hace ver cómo en la vida del Padre Pío, al mismo tiempo que era duramente atacado por el diablo, inmediatamente era consolado por Jesús, por la Virgen María y algún santo. Escribe Chiron: “El Padre Pío padeció esas vejaciones diabólicas, que no duraban más de un cuarto de hora; pero inmediatamente era consolado por Jesús, por la Virgen María, por su ángel custodio, por san Francisco de Asís y otros santos. Apariciones, que eran más bien, exactamente, visiones de éxtasis, que le sucedían dos o tres veces al día, y duraban una o dos horas cada una”. El mismo biógrafo añade: “Los asaltos del demonio alternaron con los éxtasis y las visiones”.

La manera de ingresar

El mal espíritu tiene varias maneras de ingresar en nuestra vida para oprimir nuestro espíritu o nuestro cuerpo. La primera puerta por la que ingresa, es el “pecado mortal”. El que vive normalmente en pecado mortal, propiamente, le está dando autoridad y poder al demonio para controlar su vida. San Juan llama “hijos del diablo” a los que viven continuamente en pecado grave (1 Jn 3,10). Y tiene razón porque el demonio controla sus vidas, esclavizándolos, más y más, cada día.

Otra puerta de ingreso para el espíritu del mal es el ocultismo bajo todas sus formas. De manera especial el espiritismo, el juego de la “guija”. La Biblia, expresamente, condena esta clase de ocultismo: “A Dios le repugnan los que hacen estas cosas” recalca el libro del Deuteronomio (18,12). En los centros espiritistas, al exponerse a la comunicación con espíritus o fuerzas ocultas, que, ciertamente, no son de Dios, porque Dios no se contradice, las personas, propiamente, le están dando paso libre a espíritus malignos para que, de alguna manera, comiencen a influir en su vida. Casi todas las personas, que llegan con “síntomas raros” (escuchan voces, ven sombras, hay ruidos molestos en sus casas), han frecuentado centros de espiritismo o adivinación.

También es común que muchas personas, cuyos parientes cercanos han practicado el ocultismo, de alguna manera, han quedado contaminados y sufren las consecuencias.

Los traumas de las personas

Los expertos en oración de “liberación y de sanación interior” han comprobado que las personas que han sufrido violación, abuso sexual, o agresión física de parte de parientes cercanos, muchas veces, son atacados por algún mal espíritu, ya que el trauma no atendido a tiempo, debilita a las personas y le da oportunidad al mal espíritu para perturbar, más fácilmente, a esa persona, que está debilitada por su trauma emocional. El solo hecho de acudir con humildad a la comunidad para pedir ayuda, por medio de la oración de liberación, es muy agradable a Dios, y favorece la liberación de la opresión que padece.

Lo toma o lo deja

El libro de Hechos de los Apóstoles, recuerda el caso de los hijos de un tal Esceva, que, al ver el poder que Pablo tenía, por el nombre de Jesús, contra los espíritus malos, quisieron también ellos convertirse en exorcistas. Ordenaron al mal espíritu en nombre de Jesús que se retirara. El mal espíritu les dijo que conocía a Jesús y también a Pablo, pero que a ellos los desconocía. El mal espíritu los atacó violentamente, y tuvieron que salir huyendo desnudos (Hch 19,16).

No existen “fórmulas mágicas” para la oración de liberación y para el exorcismo. Lo que sí existe es la promesa del Señor, que dice: “Estas señales acompañaran a los que crean: en mi nombre expulsarán espíritus malos” (Mc 16,16). La promesa se cumple siempre que se da la condición de tener fe. Me admira y me llena de satisfacción ver la fe de muchos laicos, que, como los primeros cristianos, están ayudando con la oración de liberación y sanación, a tantas personas oprimidas por malos espíritus.

Todos, cuando somos oprimidos por algún mal espíritu, que se ha aprovechado de nuestra debilidad, en alguna esfera de nuestra personalidad, necesitamos una “oración de liberación”. Hay que insistir que no se trata de un “exorcismo clásico”, reservado solo a los exorcistas autorizados por el obispo, sino de una sencilla “oración de liberación”. Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8); lo mismo que les dijo a sus discípulos ayer, nos lo repite, ahora, a nosotros. De nosotros depende tomar en serio la promesa del Señor o, por el contrario, creer que es una piadosa metáfora para tiempos pasados. De allí depende el resultado.

Fuente: "Hablemos del Diablo" Padre Hugo Estrada, SBD -Editorial Salesiana Guatemala 2012-Nihil Obstat-con licencia eclesiástica.

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