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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA​

CAPÍTULO 4 "PERSECUCIÓN CONTRA LA IGLESIA"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1. El martirio

La iglesia nació entre la persecución y el martirio. Jesús fue perseguido y muerto violentamente por los poderosos de la nación por ser fiel a la misión que su Padre le confió.

 

Jesús mismo dejó como herencia a sus seguidores la persecución:
"Cuando el mundo los odie, recuerden que primero que a ustedes el mundo me odió a mí... De antemano les digo estas cosas para que no se acobarden... Viene la hora en que cualquiera que los mate creerá estar sirviendo a Dios" (Jn 15,18 y 16,1-3).

 

"Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de calumnias..." (Mt 5,10-11).

Desde el principio la Iglesia de Jesús fue perseguida. Y, en nuestro tiempo debería preocuparse si, en una situación de injusticia y pecado, no es perseguida. Sería señal de que se ha acomodado al sistema del mundo. Juan y Pedro fueron varias veces detenidos y torturados con azotes. Pablo y sus compañeros, en sus viajes, fueron perseguidos. En algunos lugares los apedrearon, en otros trataron de matarlos. Pablo sufrió calumnias, burlas, azotes y, finalmente la muerte. Así sucedió a todos los Apóstoles.

 


2. Persecuciones por parte de las autoridades judías

Las primeras persecuciones vinieron de las mismas autoridades judías contra los Apóstoles, las comunidades de Jerusalén y particularmente contra los helenistas (Hch 4,1-22). Corrían los años 43 y 44. Pedro y Juan son detenidos. Se les prohíbe hablar en nombre de Jesús. Pero ellos vuelven a predicar. Son denunciados y nuevamente arrestados. Sufren la tortura de los azotes (Hch 5,40).

 

Los jefes de los sacerdotes, maestros de la Ley y fariseos asesinan a Esteban (Hch 7,51-60).
En Jerusalén el rey Herodes Agripa I ordena arrestar y matar a Santiago, el del Zebedeo, hermano de Juan (Hch 12,1-3). Y el año 62, Santiago, primo del Señor, sufre martirio por orden del sumo sacerdote Anás (Flavio Josefo, Antigüedades judías).

 

Pablo y Silas son calumniados, juzgados, torturados y encarcelados (Hch 16, 19-24).
También, los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio, levantaron persecuciones callejeras contra las comunidades cristianas, tanto en Asia Menor como en Grecia y Roma. Así como Jesús fue un hombre en conflicto en sociedad injusta, también la Iglesia fue una comunidad en conflicto.

 

3. Persecuciones por parte del Imperio Romano

El imperio Romano tiene su origen en Roma, ciudad fundada, según la leyenda, por Rómulo y Remo. En el siglo VIII antes de Cristo comienza su historia. Su lengua es el latín, pero asume, en el oriente, la lengua griega. En poco más de dos siglos se convirtió en la primera potencia del Mediterráneo. El autor del libro de Macabeos manifiesta una gran admiración por los romanos (1 Mac 8,1-8). Roma fue primero una Monarquía (gobernada por un rey), después República y, finalmente, Imperio. En la época republicana sobresalen Pompeyo, quién conquistó Jerusalén en el año 63 antes de Cristo; después, Julio César y Marco Antonio.

 

El año 29 antes de Cristo Octavio César Augusto inaugura la era imperial romana, proclamándose él su primer Emperador.

 

Los emperadores romanos más destacados fueron:

 

César Augusto: gobierna desde el año 29 antes de Cristo al 14 después de Cristo. Durante su reinado tiene lugar el nacimiento de Jesús en Belén de Judá, Palestina, país ocupado militarmente por los romanos (Lc 2,1).


Tiberio: (14-37). Durante su reinado Jesús es condenado a muerte (Lc 3,1). Acontece Pentecostés y nace la comunidad de Jerusalén.


Calígula: (37-41). La iglesia se extiende por el Imperio romano.


Claudio: (41-54). Sigue la expansión de la Iglesia. Actividad misionera de San Pablo.


Nerón: (54-68). Desata la primera persecución contra los cristianos. Pedro y Pablo son martirizados. Se redacto el Evangelio de Marcos.

Galba, Otón y Vitelio: (68-69).


Vespasiano: (69-79). Sublevación judía y destrucción del Templo de Jerusalén. Se escriben los evangelios de Lucas y Mateo.


Tito: (79-81). Las comunidades cristianas se van organizando en las distintas provincias.


Domiciano: (81-96). Desencadena la segunda persecución contra la Iglesia. Se escribe el Cuarto Evangelio y el Apocalipsis. Clemente, tercer obispo de Roma escribe su Carta a los Corintios.


Antonio Pío: (96-98).


Trajano: Primer emperador nacido en una provincia del Imperio (España), 98-117. Desata la tercera y cuarta persecución contra los cristianos.

Adriano: (117-138).


Antonino y Marco Aurelio: (138-180). Es un tiempo de paz en todo el Imperio.


Cómodo: (180-192).


Séptimo Severo y Maximino, de origen africano: (192-239). Quinta y sexta persecución contra los cristianos. En este periodo tiene lugar la actividad teológica de Tertuliano y Orígenes.


Decio: (240-251). Séptima persecución, conocida como "persecución general" contra los cristianos. Actividad y martirio de San Cipriano, obispo de Cartago.


Valeriano y Aureliano: (251-284). Octava y novena persecución.


Diocleciano y Maximiano: (284-305). Décima y última persecución contra los cristianos. En España se celebra el concilio de Elvira.


Galerio: En el año 311 proclama un edicto de tolerancia hacia los cristianos.


Majencio: En 313 restituye a la Iglesia los bienes confiscados.


Constancio Cloro: (307-312).


Constantino: (312-337). Proclama el Edicto de Milán que dio libertad de culto. Fundación de Constantinopla.

Constancio: (351-361). Primer emperador propiamente cristiano.


Teodosio (de origen español): (379-395). Prohíbe el culto pagano. El cristianismo es proclamado religión del Estado.


Arcadio y Honorio: (395-423). Se reparten el Imperio. Honorio queda de emperador en Occidente (Roma), y Arcadio de emperador en Oriente (Constantinopla).

Rómulo Augústulo: (423-476), destronado por el rey bárbaro Odraco. Fin del Imperio Romano de Occidente.

 

El Imperio romano, sobre todo durante el reinado de Domiciano, exigía a todos los habitantes de las naciones conquistadas, desde Palestina hasta España, que adorasen al Emperador como si fuera un dios. Les exigía quemar incienso a fin de rendir los honores divinos al Emperador.

 

En esta época el cristianismo se ha extendido ya ampliamente de Oriente a Occidente. Está presente en casi todas las ciudades ubicadas en las orillas del mar Mediterráneo y empieza a penetrar en el interior de las distintas provincias del Imperio.

Los cristianos, ante las disposiciones del Emperador, se encontraban ante una alternativa muy dura: o aceptar vivir como todo el mundo dando culto al Emperador, o rechazar esta idolatría y vivir como marginados y perseguidos. Por la fe en Jesucristo, las comunidades cristianas dijeron NO al Emperador, porque Jesucristo es el único Señor. Entonces, el cristianismo fue considerado ilegal, y los cristianos fueron tomados como rebeldes políticos. Las autoridades los llamaban "Gente detestada y abominable", "perturbadores" del orden, supersticiosos y ateos", según cuenta Tácito, que era escritor romano de aquel tiempo.

 

La persecución no era sólo por cuestión de creencias. Para los cristianos la fe y la vida estaban muy unidas. Su fe en Cristo les invitaba a buscar una sociedad nueva, que sea signo del reino de Dios. Pero el Imperio romano estaba lleno de desigualdad social y no toleraba a aquellos que vivían un nuevo estilo de vida basado en la justicia y la fraternidad.

En el Imperio romano la sociedad estaba dividida en dos clases: amos y esclavos. Sin embargo, la iglesia predicaba que todos somos iguales y hermanos unos de otros. "Ya no hay diferencia entre esclavo y libre" (Gal 3,28). Para las comunidades cristianas la fe no consistía solamente en decir: "Yo creo en Jesucristo", sino que esta fe les llevaba a poner en práctica la voluntad de Dios (Mt 7,21), que es comprometerse por construir un mundo de hermanos.

 

Era el año 64 cuando el emperador Nerón incendió Roma y culpó a los cristianos. Esto fue en comienzo de una violenta y cruel persecución, donde murieron muchos creyentes. También Pedro y Pablo fueron detenidos y asesinados. Los emperadores querían acabar con la Iglesia, pero cuanto más la perseguían, con más fuerza florecían nuevas comunidades. Por eso, Tertuliano, destacado teólogo de aquel tiempo, dijo: Era el año 64 cuando el emperador Nerón incendió Roma y culpó a los cristianos. Esto fue en comienzo de una violenta y cruel persecución, donde murieron muchos creyentes. También Pedro y Pablo fueron detenidos y asesinados. Los emperadores querían acabar con la Iglesia, pero cuanto más la perseguían, con más fuerza florecían nuevas comunidades. Por eso, Tertuliano, destacado teólogo de aquel tiempo, dijo: "la sangre de los cristianos es semilla de nuevas comunidades".

En el año 66 los judíos iniciaron una rebelión contra el Imperio romano. A causa de esta rebelión, el emperador Tito, en el año 70, destruyó Jerusalén y el Templo. A raíz de esto hubo una dispersión de los judíos. También los cristianos abandonaron Jerusalén y se extendieron por la región Siro-palestina.

 

Los judíos se fueron reorganizando y, hacia el año 85, celebraron una asamblea en Jamnia. Fundaron un nuevo Sanedrín formado únicamente por fariseos y escribas. Ahí sentaron las bases del nuevo judaísmo. El nuevo Sanedrín condenó duramente como heréticos a los "nazarenos" (cristianos). Los acusaba de ser los responsables de todos los males que habían caído sobre los judíos, sobre toda la destrucción de Jerusalén y el Templo. Se recrudece de nuevo la persecución de los cristianos por parte de los judíos, expulsándolos definitivamente de las sinagogas (Mt 9,35; Mt 10,17; Mt 12,9). Así se consumó la ruptura del cristianismo con el judaísmo.

 

Los cristianos son marginados tanto por los judíos como por los romanos. En esta situación de crisis es cuando se relee la vida de Jesús a luz de las Sagradas Escrituras, y es entonces cuando se escribe, en esta región siro-palestina, el evangelio de Mateo.

 

En el año 94 el emperador Domiciano exigió el título de Dóminus et deus (Señor y dios), como cuenta Suetonio, historiador de la época. El Emperador exigió el culto a su persona y la ofrenda a Júpiter. Esto fue rechazado categóricamente por los cristianos. En el año 95, durante el mandato de este Emperador, Juan es desterrado a la isla de Patmos y millares de cristianos fueron perseguidos y muertos por parte de las autoridades romanas. Desde su destierro, Juan escribe el Apocalipsis para fortalecer la fe y levantar la esperanza de la Iglesia perseguida y marginada. En esta persecución fueron martirizados Antipas (Ap 2,3) y el Apóstol San Andrés. Esta fue la segunda persecución romana.

La tercera persecución aconteció el año 106 durante el mandato del Emperador Trajano. Los mártires más destacados en esta persecución, fueron: San Ignacio, obispo de Antioquía y originario de las comunidades del Apóstol Juan; San Simeón, segundo obispo de Jerusalén y sucesor de Santiago; y el obispo de Roma San Clemente, discípulo de los Apóstoles Pedro y Pablo. Muchos de los mártires fueron llevados al Circo Romano, donde murieron triturados por los leones.

 

La cuarta persecución la desató el Emperador Marco Aurelio. Era el año 156. En ese tiempo asesinaron al obispo de Esmirna San Policarpo. Este es el "Ángel de la Iglesia de Esmirna" de quien hace referencia el Apocalipsis (2,8-11): "Yo se que tú sufres y eres pobre. Pero en realidad eres rico... No te asustes de lo que vas a padecer" (Ap 2,9-10). Policarpo murió a los 86 años de edad. También en esta persecución mataron en Roma a San Justino, apologista, y a San Potino, primer obispo de Lyón.

 

Para protegerse de las persecuciones, los cristianos de Roma se refugiaron en unas grandes excavaciones subterráneas, situadas cerca de la ciudad y conocidas con el nombre de Catacumbas. En estos lugares se reunían para celebrar la Eucaristía haciendo memoria de los mártires. Las catacumbas eran usadas también como cementerios.

Desde los años 230 a 303 hubo otras violentas persecuciones contra los cristianos, durante los mandatos de los emperadores Séptimo Severo, Maximino, Decio, Valeriano y Diocleciano. Los mártires más sobresalientes fueron: San Irineo, Santa Perpétua, Santa Felícitas, Santa Cecilia, Santa Inés, los papas San Ponciano y San Fabián, el diácono San Lorenzo, el niño San Tarsicio, San Hipólito Romano, el soldado convertido San Sebastián, San Cipriano obispo de Cartago..., entre otros muchos.

La persecución se extendió fuerte por la provincia romana de España, evangelizada por los Apóstoles Santiago el Mayor y Pablo. Los "Siete Varones Apostólicos", discípulos de los Apóstoles, fueron perseguidos y martirizados a comienzos del siglo II. Durante todo el siglo II y III sobresalen los mártires: Justo y Pastor en Alcalá de Henares, Santa Marina de Galicia, Santa Eulalia en Mérida, San Fructuoso obispo de Tarragona, Santa Leocadia en Toledo, San Valero obispo de Zaragoza...

4. Estilo de vida de las comunidades cristianas durante el periodo de las persecuciones

 

Los cristianos eran hombres y mujeres normales, que seguían sus ocupaciones diarias, como nos describe la Carta de Diogneto:

 

"No se diferencian de los demás hombres, ni por la región ni por la lengua, ni por las costumbres. No viven en ciudades apartadas, ni emplean un idioma diferente al de los demás... Siguen las costumbres locales en cuanto al vestido, alimentación y demás costumbres de vida... Viven en su propia patria, pero como peregrinos. Como ciudadanos, participan en todo, aunque sufren como extranjeros. Toda tierra extraña es su patria, y toda patria es tierra extraña. Se casan como todos los hombres y, como todos, procrean... Están en la carne, pero no viven según la carne. Si su vida transcurre en la tierra, su ciudadanía está en los cielos... Aman a todos, y por todos son perseguidos. Desconocidos, son condenados. Son muertos y con eso vivifican" (Carta a Diogneto, s.II).

Los cristianos se distinguían por su conducta y su práctica de amor y servicio a los más desfavorecidos, pobres, enfermos, viudas y huérfanos, a ejemplo de Jesús. Reservaban, además, un tiempo para sus reuniones, sobre todo por las noches, entre el último día de la semana y el primero de la siguiente, es decir, Los cristianos se distinguían por su conducta y su práctica de amor y servicio a los más desfavorecidos, pobres, enfermos, viudas y huérfanos, a ejemplo de Jesús. Reservaban, además, un tiempo para sus reuniones, sobre todo por las noches, entre el último día de la semana y el primero de la siguiente, es decir, el "día del Señor" (domingo). En estas reuniones se leían las Sagradas Escrituras y se celebraba la Fracción del pan o Cena del Señor, haciendo memoria de su muerte y resurrección. Después, todos compartían el alimento como hermanos y hermanas. Unían la fe celebrada con la fe vivida a través del servicio de los necesitados (Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 6,43).

Tertuliano nos describe las reuniones de los cristianos de esta manera:


"Nos reunimos para orar a Dios y leer las Sagradas Escrituras. Allí se hacen las observaciones y exhortaciones. Cada uno lleva una ofrenda según su capacidad, pero a nadie se le obliga. Lo recaudado se emplea para socorrer a los pobres, aliviar a los dolientes, dar alimento a los huérfanos y enterrar a los muertos. Nos sentamos a la mesa después de haber orado. Se encienden las antorchas, nos lavamos las manos, y todos son invitados a entonar cánticos sacados de las Sagradas Escrituras o compuestos por nosotros... Después compartimos la comida. Ésta acaba como ha empezado, con la oración". (Historia Antigua. Juan Blasco. Edit. Bruño, Madrid).

 

Los cristianos se reunían en las domus ecclesiae (casas de la iglesia), locales donados por algunos creyentes para servicio de la comunidad. Celebraban con especial devoción el aniversario de la muerte de algún confesor de la fe que había sellado su fidelidad a Cristo con el martirio. Con frecuencia estas celebraciones las hacían junto a la tumba del mártir, donde se leía su "pasión", es decir, el relato del martirio del confesor de la fe.

 

5. Surge el culto a los mártires y santos

El testimonio de los que derramaron su sangre en fidelidad a Cristo y a la comunidad significaba una fuerza para las comunidades cristianas. Fueron millares los mártires de las persecuciones romanas. En medio de la persecución y el martirio la Iglesia se fortalecía y crecía.

 

Desde el comienzo, los cristianos reconocieron el martirio como un don de Dios a la Iglesia, porque es la mayor prueba de amor y fidelidad. Los mártires fueron perseguidos y muertos porque amaban a Cristo y anhelaron que se realizara el plan de vida de Dios. No aceptaron el sistema imperial que oprimía, marginaba y corrompía al pueblo. Por eso arriesgaron y entregaron su vida, como Cristo, en defensa de los valores del reino de Dios. El martirio es signo de la autenticidad de la Iglesia de Jesucristo.

 

Las comunidades cristianas reconocieron en los mártires sus "testigos de la fe", y así comenzaron a venerarlos como santos y a retomar su ejemplo. El día de la muerte del mártir se convierte en el día de su resurrección y la tumba en lugar de peregrinación, reunión y oración. Los mártires, y después todos los confesores de la fe, es decir los santos, son invocados como intercesores ante Dios.

 

"La Iglesia de los primeros siglos se dedicó a fijar en martirologios el testimonio de los mártires. Tales martirologios han sido constantemente actualizados a través de los siglos, y en el libro de los santos y beatos de la Iglesia han entrado no sólo aquellos que derramaron la sangre por Cristo, sino también maestros de la fe, misioneros, confesores, obispos, presbíteros, vírgenes, cónyuges, viudas y niños... Los martirologios constituyeron la base del culto de los santos. Proclamando y venerando la santidad de sus hijos e hijas, la Iglesia rendía máximo honor a Dios mismo. En los mártires veneraban a Cristo, que estaba en el origen de su martirio y de su santidad". (San Juan Pablo II. Tertio Millennio Adveniente, n.37).

Fuente: "Historia de la Iglesia Católica" - 25 Edición- Fernando Bermúdez, Diócesis de San Marcos, Guatemala. Editorial Católica Kyrios. Autorizado por: Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, Obispo de San Marcos.

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