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HABLEMOS DEL DIABLO

Capítulo 3 - "La primera aparición del diablo"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los dos primeros capítulos del Génesis despiden luz de principio a fin. Hay armonía y optimismo. La creación entera es un himno de alabanza a Dios. Los primeros seres humanos tienen perfecta relación con su Creador y entre ellos mismos. El capítulo tercero es el más negro de la historia de la humanidad. Aquí se encuentra la raíz de todos los males que padecemos todos los hombres. Este capítulo es un tratado de teología y de psicología al mismo tiempo. Sin este capítulo tercero de la Biblia no podríamos explicar la tortuosidad del corazón humano, la grandeza de Dios y lo oscuro del pecado y del espíritu del mal. En este capítulo, aparece por primera vez la misteriosa figura del diablo, bajo el símbolo de una serpiente. Desde un primer tiempo, el diablo manifiesta sus características esenciales con las que continuará su terrible presencia hasta el fin del mundo.

Recordemos los hechos como los narra la Biblia: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que había hecho el Señor Dios. Fue y dijo a la mujer: “¿Conque Dios les dijo que no comieran de todos los árboles del jardín?” La mujer respondió a la serpiente: “Podemos comer el fruto de los árboles del jardín; sólo nos prohibió Dios, bajo amenaza de muerte, comer o tocar el fruto del árbol que está en medio del jardín”. La serpiente contestó a la mujer: “¡De ningún modo morirán! Lo que pasa es que Dios sabe que en el momento en que coman se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal”. Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, hermoso a la vista y deseable para adquirir sabiduría. Así que tomó de su fruto, comió y lo ofreció también a su marido, que estaba junto a ella, y él también comió. Entonces se les abrieron los ojos, se dieron cuenta de que estaban desnudos, entrelazaron hojas de higuera y se taparon con ellas” (Gn 3, 1-7).

La serpiente de por sí es repulsiva. Es símbolo de la astucia, de la maldad. Así la exhibe el escritor del Génesis. Como la encarnación del mal. Esta serpiente, imagen del mal, sabemos que es el diablo. Así lo expone el libro del Apocalipsis; llama a Satanás: “serpiente antigua” (Ap 12,20). El mismo libro del Apocalipsis se refiere a Satanás como un ángel que se reveló contra Dios y que fue expulsado del cielo (Ap 12,9). Satanás, bajo la figura de la serpiente , quiere echar a perder el Plan de Dios. Lo primero que planea es envenenar el limpio corazón de los seres humanos.

“¡Con que Dios les prohibió comer de todos los árboles del jardín!” (v.1), son las primera palabras del espíritu del mal en el Génesis. Dios no les había prohibido a sus hijos comer de “todos” los árboles. Únicamente del árbol de la “Ciencia del bien y del mal”. El demonio quiere presentar a Dios como alguien despótico. Un dios tremendo. La mujer explica que pueden comer de todos los árboles menos de uno.

Ahora, el tentador vuelve a la carga. Procura convencer a los primeros seres humanos que Dios les está jugando sucio. Les prohíbe comer de ese árbol misterioso porque tiene temor de que lleguen a ser como Él. Si comen de ese árbol, no sólo no morirán, como Dios afirma, sino que se les “abrirán los ojos” y “serán como Dios”.

Jesús llamó a Satanás “Padre de la mentira” (Jn 8,44). Su especialidad es mentir, pero de una manera muy solapada. Su método es sembrar la duda, la desconfianza con respecto a Dios. Una vez que el hombre desconfía de Dios, ya el camino está preparado para que el mal encuentre abiertas las puertas del corazón para depositarse allí. La táctica de siempre de la “serpiente antigua” es ridiculizar la Palabra de Dios. Restarle importancia. El que no confía en la Palabra de Dios, ya no tiene una “lámpara para sus pies” (Sal 119). Se ha apagado para él la luz de la Palabra. Va en tinieblas. El padre de las tinieblas domina en la oscuridad. En la confusión.

“La mujer vio que el árbol era apetitoso… Tomó del fruto, lo comió y lo ofreció a su marido, el cual comió” (v.6). Una vez con la duda en el corazón, la mujer ya no está parada sobre la roca de la Palabra de Dios. Ahora, comienza a fijarse en el fruto prohibido. Le parece fascinante. Toda tentación comienza con la mente. Todo pecado tiene su origen en la desconfianza en la Palabra de Dios. El primer bocado del fruto prohibido fue muy agradable. Por eso quiso que su marido también lo probara.

“Se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos” (v.7). El diablo, en medio de tantas mentiras, siempre afirma algunas verdades. A los tentados les había asegurado que “se les abrirían los ojos” ¡Y se les abrieron para darse cuenta de su pecado! De que habían perdido la inocencia. Ahora estaban “experimentando” en carne propia lo que era el pecado. El fruto prohibido era sabroso, pero “indigestaba”. ¡Ahora, lo sabían! Sentían que había muerto su gozo, la armonía con Dios, con el universo. El Señor les había advertido: “Si comen, morirán”. ¡Era cierto! La muerte se había metido en sus corazones. Nunca antes habían tenido esa experiencia.

“Entrelazaron hojas de higuera y se taparon con ellas” (v.7b.) El hombre cree que con sus propios medios puede solucionar su problema del pecado. Se vale de todos los recursos para acallar el remordimiento de su conciencia. Las “hojas de higuera” representan el afán del hombre de solucionar sus problemas sin Dios. Pero por más hojas de higuera que se ciña, continúa sintiéndose pecador, angustiado. Desnudo ante Dios.

“Se escondieron de la vista del Señor” (v.8). Una de las salidas del hombre para acallar la voz de su conciencia pecadora, es huir de Dios, esconderse. Pero eso es imposible. Bien escribió el salmista: “¿Adónde escaparé de tu presencia? Si subo hasta los cielos, allí estás Tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro” (Sal 139,7). ¡Vana ilusión pretender huir de Dios, esconderse de su presencia! El hombre escondido, temblando, huyendo de Dios, es el retrato perfecto del alma del pecador. Pecado y armonía no pueden convivir. Pecado y angustia van de la mano.

Ésta es la historia de la primera tentación y de la primera caída. Ésta es nuestra historia personal, tantas veces repetida. En este cuadro, tan sugestivo, cada uno nos encontramos. Todos hemos pasado por allí. Por eso lo comprendemos y sabemos que, con su lenguaje metafórico, el autor no está contando algo de ciencia ficción, sino la historia de cada uno de nosotros.

La voz de Dios

Una revelación infaltable en la Biblia: Dios siempre le habla al hombre. A los buenos y a los malos. Por medio de su voz los bendice, los dirige o los llama a la conversión.

La Biblia continúa la narración:

Oyeron después los pasos del Señor Dios que se paseaba por el jardín, al fresco de la tarde, y el hombre y su mujer se escondieron de su vista entre los árboles del jardín. Pero el Señor Dios llamó al hombre diciendo: “¿Dónde estás?” El hombre respondió: “Oí tus pasos en el jardín, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo”. El Señor Dios le preguntó: ¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer? Respondió el hombre: “La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí”. Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: “¿Qué es lo que has hecho?” Y ella respondió: “La serpiente me engaño, y comí”. Entonces el Señor dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya: ella te aplastará la cabeza, pero tu sólo herirás su talón” (Gn 3,8-15).

“¿Dónde estás?” (v.9). Muy bien sabía el Señor dónde estaban sus hijos rebeldes. Les hablaba para ayudarlos a ver su realidad. Para que se arrepintieran y recibieran su perdón. La voz del Señor no era la de un verdugo, que busca a su víctima para destruirla. Era como el padre que busca con cariño a su hijo que se ha escondido debajo de la cama después de haber cometido alguna travesura.

“Estaba desnudo, por eso me escondí” (v.10). Ésa fue la respuesta del hombre. El Señor le hizo ver que se había cumplido lo que les había advertido: habían comido del fruto prohibido, por eso estaban experimentando la muerte de su gozo, la perdida de la armonía, el pecado.

“La mujer que me diste me ofreció del fruto” (v.12). Una de las cosas más difíciles es reconocerse culpable. Siempre buscamos echarles a los demás la culpa de nuestros errores. Adán le echa la culpa a su mujer. Pero, en el fondo, Adán está culpando al mismo Dios: “La mujer que me diste…”. Es como que dijera: “Tu tienes la culpa porque tú me diste a esta compañera”. Eva tampoco quiere aceptar su culpa. Acusa a la serpiente: ella la indujo a comer del fruto prohibido.

“Pondré enemistad entre ti y la mujer entre tu descendencia y la suya: ella te aplastará la cabeza, pero tú sólo herirás su talón” (Gn 3,15). Al mismo tiempo que resuena la maldición sobre la serpiente, se promete la redención al hombre. De la descendencia de la mujer saldrá el que aplastará la cabeza de la serpiente, del diablo. A esta promesa se le ha llamado “Proto-evangelio”, que significa “adelanto del Evangelio”, adelanto de la buena noticia de un Salvador, que vendrá a rescatarnos de la esclavitud del pecado, de la muerte y del diablo. Literalmente, la mujer de la que va a salir el que aplastará al diablo es el pueblo de Dios. En la Biblia, con frecuencia, se presenta al pueblo de Dios como la esposa de Dios. La Virgen María es la principal representante del pueblo de Dios: ella fue escogida para ser la Madre del Salvador. La Virgen María es la puerta por la que ingresó la salvación al mundo.

En la vida de Jesús se aprecia cómo Satanás, desde que Jesús nace, busca eliminarlo. Luego le pone tentaciones para apartarlo del camino de la cruz. En la misma cruz, llega el ataque más terrible: quiere destruir a Jesús. Pero es, precisamente, en la cruz en donde Jesús aplasta la cabeza de Satanás. Lo vence definitivamente.

Como el espíritu del mal “hirió el talón” de Jesús, así intenta también herirnos a nosotros. Como serpiente tentadora intenta sembrar en nosotros desconfianza en la Palabra de Dios. Como Jesús también nosotros podemos aplastar la cabeza de la serpiente, cuando junto a la cruz de Jesús recibimos la salvación y el poder contra el pecado y la muerte eterna. Por eso afirma San Pablo que en Jesús somos más que vencedores (Rm 8,37).

“Darás a luz a tus hijos con dolor” (v.16). A la mujer se le anuncia que la maternidad será para ella un don y un sufrimiento. Ser madre es llevar la propia cruz y las de los hijos. Aquí no hay nada que vaya contra el “parto sin dolor”. Aquí, se habla del dolor propio de la maternidad y de la violencia que sufre la mujer por parte del hombre.

“Te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (v.19). Debido a su pecado, el hombre experimentará dificultades al tener que ser la cabeza de su hogar. Le costará ganar el pan de cada día para su familia.

El paraíso perdido

Dice el libro del Génesis: El hombre puso a su mujer el nombre de Eva – es decir, Vida-, porque ella sería madre de todos los vivientes. El Señor Dios hizo para Adán y su mujer unas túnicas de piel, y los vistió. Después el Señor Dios pensó: “Ahora que el hombre es como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal, sólo le falta echar mano al árbol de la vida, comer su fruto y vivir para siempre”.

Así el Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que trabajara la tierra de la que había sido sacado. Expulsó al hombre y, en la parte oriental del jardín de Edén, puso a los querubines y la espada de fuego para custodiar el camino que lleva al árbol de la vida (Gn 3,20-24).

“Hizo para Adán y su mujer unas túnicas de piel” (v.21). Dios no aniquila a los primeros seres humanos, que se han rebelado contra Él, que han intentado ser como Dios. Los va a buscar, los ayuda a salir de su escondite, a reconocer su pecado. Al verlos tan indefensos, siente compasión y les fabrica unas túnicas para vestirlos. La misericordia del Señor triunfa sobre su indignación. El padre del hijo pródigo, al ver a su hijo casi desnudo, inmediatamente, mandó que le trajeran una túnica limpia, y sandalias para sus pies. El Señor, al ver a sus hijos desnudos, les echó encima unas pieles, los cubrió con las pieles de la misericordia.

“Puso querubines y la espada llameante” (v.24). El hombre, al pecar, ha perdido el derecho de comer del “árbol de la vida”: la vida eterna. Por eso el Señor coloca unos querubines con espadas de fuego para que cierren la entrada del jardín al hombre. La puerta queda cerrada, pero no para siempre. Por encima de todo resuena la promesa del Señor: de la “simiente de la mujer” saldrá el que aplastará definitivamente la cabeza de la serpiente engañadora –el diablo- y abrirá de nuevo la puerta del paraíso para todos los que acepten ser redimidos con la Sangre de Jesús. Así concluye el capítulo más triste de la Biblia. El capítulo del pecado. El capítulo de la aparición del maligno, de la mezquindad del hombre y de la misericordia de Dios.

Fuente: "Hablemos del Diablo" Padre Hugo Estrada, SDB-Editorial Salesiana Guatemala 2012-Nihil Obstat-con licencia eclesiástica.

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