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LOS 7 SACRAMENTOS 

"La Confirmación"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho.

El Sacramento de la Confirmación es para cada fiel cristiano la plena investidura de una misión a favor de la Iglesia y del mundo.

En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.

El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado – creyendo que todo había sido en balde - se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados - y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”. El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios.

La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para:

“Enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras” (Catecismo, 1316).

Por implicar perfección y consumación de la gracia y el carácter del Bautismo, este sacramento forma parte de la iniciación cristiana. Confirmar significa afirmar o consolidar, y por ello la Confirmación lleva a su plenitud lo que en el Bautismo era sólo inicio.

Particularmente luego de la recepción de este sacramento, la misión del cristiano se vuelve más activa que pasiva, en consideración de dicha plenitud: misión eminentemente apostólica, donde se continúa -de algún modo- la gracia de Pentecostés. Por esta razón, sólo los confirmados pueden ser padrinos de Bautismo, o recibir el sacramento del Orden Sacerdotal.

Institución

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.

Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8, 15-17;19, 5-6).

El Espíritu está presente en la Iglesia; se mueve y comunica su aliento donde quiere. Asimismo, permite que los eventos históricos y culturales formen la práctica y entendimiento de nuestra fe. Un notable ejemplo de esto es la historia y la teología del Sacramento de la Confirmación.

Este sacramento, como todos los otros, fue instituido por Jesucristo, pues sólo Dios puede vincular la gracia a un signo externo. En repetidas predicciones de los profetas relativas a una amplia difusión del Espíritu divino en los tiempos mesiánicos (cf. Isaías 58, 11; Ezequiel 47, 1; Joel 2, 28, etc.), el reiterado anuncio por parte de Cristo de una nueva venida del Espíritu Santo para completar su obra , y la misma acción de los Apóstoles, hacen constar la institución de un sacramento distinto del Bautismo.

En la Última Cena, por ejemplo, dijo a sus Apóstoles: “Les conviene que Yo me vaya, porque si Yo no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes; si me voy, lo enviaré para ustedes” (Juan 16, 7). Después de la Resurrección les anunció: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y me servirán de testigos en Jerusalén y en toda Judea y en Samaria, y hasta el extremo del mundo” (Hechos 1, 8). Santo Tomás de Aquino explica que ciertos sacramentos los instituyó Jesús con su uso, como el Bautismo y la Eucaristía, otros confiriendo directamente una potestad, como la Penitencia y el Orden. La Confirmación, en cambio, la instituyó con la promesa de sus efectos (cf. S. Th. III, q. 72, a. 1, ad. 1).

La forma en que hemos celebrado el sacramento a lo largo de los siglos y la manera en que lo hemos entendido ha tenido cambios muy notables. Es casi universalmente aceptado que es una celebración del Espíritu dentro de nosotros y una ocasión para reafirmar nuestro Bautismo. También es cierto que existen diferentes escuelas de pensamiento en lo relacionado a su significado, finalidad y edad conveniente para recibir este Sacramento.

La Confirmación en la primera Iglesia


Desde los primeros tiempos fue administrado este sacramento en la Iglesia. Así, por ejemplo, los Hechos de los Apóstoles nos refieren que, habiendo sido enviados Pedro y Juan a los samaritanos, “hicieron oración por ellos a fin de que recibiesen el Espíritu Santo porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8, 14).

Cuando san Pablo llega a Éfeso, pregunta a los discípulos: “¿Recibieron el Espíritu Santo cuando abrazaron la fe? Mas ellos respondieron: ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo”. Entonces el Apóstol completó su instrucción y “habiéndoles Pablo impuesto las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo” (Hechos 19, 2-6. Ver también Hebreos 6, 2).

Es claro que, desde el primer momento de la predicación apostólica, se confería este sacramento, instituido por Jesucristo. En la primera Iglesia los tres sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, se celebraban en la misma ceremonia con adultos catecúmenos en la Vigilia Pascual. Los catecúmenos descendían a una fuente en la que eran bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Después de que ascendían, se les vestía de blanco, el obispo les imponía sus manos y les ungía con el óleo. Luego iban en procesión a un lugar de honor en medio de la comunidad donde participaban en la Eucaristía por primera vez. De esta manera, su iniciación consistía en un único evento con varios momentos. El clímax era la celebración de la Eucaristía.

La separación de la unción del obispo del momento del Bautismo ocurrió por muchas razones en la Iglesia en Occidente. La proclamación que hizo el emperador romano Constantino de que el cristianismo era la religión oficial del Estado, en el Siglo IV significó, entre muchas otras cosas, que los bautismos se dieran en grandes cantidades. El cristianismo se extendió desde las ciudades a los campos rurales. Esto hizo que fuera imposible para los obispos, envueltos también en asuntos de gobierno de la Iglesia, el presidir todos y cada uno de los bautismos. Los obispos de Oriente resolvieron el problema al delegar los Sacramentos de Iniciación al presbítero, y se reservaron para ellos la consagración del óleo que se emplea en el rito.

Hasta el día de hoy en las Iglesias de Oriente la iniciación se celebra con los tres sacramentos a la vez. Los obispos en Occidente también delegan el Bautismo a los sacerdotes, no obstante, retienen la función de hacer la unción final y la imposición de las manos. Lo celebran cuando visitan una localidad particular, una parroquia o un pueblo. Así pues, la celebración de la Confirmación en la Iglesia de Occidente se llevó a cabo mucho tiempo después del Bautismo.

En los países de América Latina, especialmente en tiempos anteriores y con diócesis muy extensas, muchos infantes, niños de muy corta edad, eran confirmados cuando el obispo hacia la “visita pastoral”, que era con intervalo de muchos años. Ahora las diócesis son más pequeñas; hay más obispos y se prefiere que este Sacramento sea recibido en edad más avanzada.

Referencias Bíblicas

“Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros”. (San Juan 14, 13-17)

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: «Pero éstos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa. Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia, Panfilia, Egipto y de la parte de Libia que limita con Cirene. Hay forasteros que vienen de Roma, unos judíos y otros extranjeros, que aceptaron sus creencias, cretenses y árabes. Y todos les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios.» Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría significar todo aquello. Pero algunos se reían y decían: «¡Están borrachos!». (Hechos 2, 1-13)

Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. (Hechos 10, 37-38)

Más aún, derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras, y ellos profetizarán. (Hechos 2, 18)

Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo. (Hechos 8, 14-17)

Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos. (San Lucas 22, 32)

“Y ¿Quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?” (Sabiduría 9, 17)

“Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: «Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado.» Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron.” (Hechos 13, 2-3)

“Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso donde encontró algunos discípulos; les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.» Él replicó: «¿Pues qué bautismo habéis recibido?». «El bautismo de Juan», respondieron. Pablo añadió: «Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea en Jesús.» Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.” (Hechos 19, 1-6)

“Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.” (2 Cor. 1, 21-22)

“En Él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa” (Ef. 1,13)

“Por eso, dejando aparte la enseñanza elemental acerca de Cristo, elevémonos a lo perfecto, sin reiterar los temas fundamentales del arrepentimiento de las obras muertas y de la fe en Dios; de la instrucción sobre los bautismos y de la imposición de las manos; de la resurrección de los muertos y del juicio eterno.” (Hebreos 6, 1-2)

Resumen del Sacramento de la Confirmación en el Catecismo de la Iglesia Católica

1315 "Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17).

1316 La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.

1317 La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida.

1318 En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después del Bautismo y es seguido de la participación en la Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón, y su celebración se reserva ordinariamente al obispo, significando así que este sacramento robustece el vínculo eclesial.

1319 El candidato a la Confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comunidad eclesial y en los asuntos temporales.

1320 El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con la imposición de la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum doni Spiritus Sancti" ("Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo"), en el rito romano; "Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello del don del Espíritu Santo"), en el rito bizantino.

1324 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, su conexión con el Bautismo se expresa entre otras cosas por la renovación de los compromisos bautismales. La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.

La teología de la Confirmación

El Bautismo era el sacramento del don inicial del Espíritu, en tanto que la Confirmación era el sacramento de la plenitud del Espíritu con sus siete dones. Cuando en la Edad Media se hizo común la práctica de confirmar cerca de la adolescencia en lugar de celebrarlo en la infancia, los teólogos comenzaron a enseñar que la Confirmación era el sacramento de la madurez. Quienes la recibían eran considerados lo suficientemente mayores y listos como para vivir una vida cristiana activa y responsable.

La persona cristiana era sellada como testigo de Cristo en la Confirmación y recibía la fortaleza en el crecimiento de los dones del Espíritu para luchar, sufrir y morir por la fe. La noción de que el sacramento hace de esa persona un soldado de Cristo prevaleció. El signo de la paz en el rito fue reemplazado por una gentil palmada en la cara en señal de que esa persona estaba lista para las luchas de la vida.

Teología de la Confirmación hoy

Hay personas que aún siguen viendo al sacramento de la Confirmación como el sacramento de la madurez. Sin embargo, este sacramento no implica que el candidato ya esté suficientemente maduro en la fe. Tampoco significa que la unción del crisma produzca instantáneamente esta madurez en esa persona. La conversión a Cristo es un proceso gradual al cual la Confirmación añade más fuerza. Por medio de este sacramento, la persona confirmada se hace más fuerte para el largo caminar por la vida.

El pensamiento actual sobre la Confirmación ha recibido orientación por medio de los documentos de la Iglesia que ven la Confirmación como un sacramento relacionado integralmente con el Bautismo y la Eucaristía. Estos sacramentos juntos constituyen un proceso por el cual el Espíritu conduce al creyente a la plena unión con la comunidad. La Confirmación no completa el Bautismo como si este hubiese quedado incompleto. Más bien, los dos sacramentos están unidos en el proceso de iniciación.

La Constitución sobre la Sagrada Liturgia establece que “Revísese también el rito de la confirmación, para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana” (71). El Catecismo de la Iglesia Católica, citando la Constitución dogmática sobre la Iglesia, dice: “El Sacramento de la Confirmación (a los bautizados) los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo” (1285).

La Confirmación está igualmente asociada con la Eucaristía donde el Pueblo de Dios se une para celebrar la muerte y la Resurrección de Cristo. Cuando la Confirmación precedía a la Primera Comunión, se entendía fácilmente como una preparación hacia la plena participación en la comunidad. Fue hasta 1910, cuando el Papa Pío X aprobó que los niños de siete años recibieran la sagrada comunión, que la Confirmación pasó a ser el último sacramento de la Iniciación Cristiana en celebrarse. Ahora el papel de la Confirmación como un sacramento que lleva a la Eucaristía debe enfatizarse de otras maneras, más allá del orden cronológico. La Iglesia logra este objetivo por medio de la catequesis, las palabras del rito y la celebración de la Confirmación dentro de la misa.

La Confirmación celebra la plenitud del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu de Jesús, el mismo Espíritu que transformó a los apóstoles, viene sobre los miembros de la Iglesia. De acuerdo con la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, por la Confirmación los católicos quedan “más perfectamente insertados en la Iglesia” y están “como verdaderos testigos de Cristo, más estrictamente obligados a difundir la fe por palabras y obras”. La Confirmación sella a los creyentes en el Espíritu al ungirlos y al darles poder de llevar adelante la misión de Cristo.

El Signo Externo de la Confirmación

Al administrar la Confirmación, la Iglesia repite esencialmente la sencilla ceremonia que relatan los Hechos de los Apóstoles (19, 1-6), añadiendo algunos ritos que hacen más comprensible la recepción del Espíritu Santo y los efectos sobrenaturales que produce en el alma.

Así lo expresa, por ejemplo, la siguiente oración que antecede a las palabras de la forma: Así lo expresa, por ejemplo, la siguiente oración que antecede a las palabras de la forma: “Oremos, hermanos, a Dios Padre Todopoderoso, y pidámosle que derrame el Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción, que renacieron ya a la vida eterna en el Bautismo, para que los fortalezca con la abundancia de sus dones, los consagre con su unción espiritual, y haga de ellos imagen perfecta de Jesucristo”.

La materia

La materia de la Confirmación es la unción con el crisma en la frente, a la que se añade la imposición de las manos del Obispo.

Unción con el Crisma

Por crisma se entiende la mezcla de aceite de oliva y de bálsamo, consagrada por el obispo el día de Jueves Santo. Se entiende por bálsamo el líquido aromático que fluye de ciertos árboles y que, después de quedar espesado por la acción del aire, contiene aceite esencial, resina y ácido benzoico o cinámico.

En el Antiguo Testamento tiene una significación importante el gesto de ungir a los reyes (1 Sam 10,1; 16,13; 1 Re 1,39). Mediante la unción, se otorgaba al rey el poder para ejercer su función que estaba estrechamente relacionada con la defensa de la justicia. Que consistía especialmente en la defensa de los pobres y desvalidos, los huérfanos y las viudas, es decir, de los que por si mismos no podían defenderse.

Para el Nuevo Testamento. Jesús es el Ungido por excelencia. Así lo manifiesta el evangelio de San Lucas al narrar el suceso acaecido en la sinagoga de Nazaret, donde se lee el texto del profeta Isaías haciendo referencia a Jesús:

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos a dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18-19).

Así como la materia del Bautismo -el agua- significa su efecto propio -lavado-, la materia de la Confirmación -aceite-, es símbolo de fuerza y plenitud. El confirmado podrá con el sacramento cumplir con valentía su misión apostólica. El bálsamo, que perfuma el aceite y lo libra de la corrupción, denota el buen olor de la virtud y la preservación de los vicios.

Imposición de manos

En este sentido se puede decir que en la Confirmación el obispo, en nombre de la Iglesia, bendice a los bautizados para que el Espíritu Santo los fortalezca y lleve a plenitud la gracia del Bautismo, los haga testigos de Cristo en el mundo extendiendo y defendiendo la fe con sus palabras y sus obras.

Con la imposición de manos se hace la inserción plena de las personas bautizadas en la comunidad apostólica, esta inserción es una verdadera participación en el profetismo de Cristo, que los cristianos tendrán que realizar asumiendo, anunciando y confesando la fe en Cristo, testimoniando con palabras y obras, la verdad evangélica, a través del espacio y del tiempo y siendo fermento de santidad en el mundo.

El cristiano, al recibir la Confirmación, queda ungido y enviado para la misión de anunciar la fe, testimoniar la verdad, comprometerse en la implantación en el mundo de la justicia, la libertad y la paz, para ser fermento de santidad y edificar la iglesia por medio de sus carismas y servicios de caridad.

La forma

La forma de la Confirmación consiste en las palabras que acompañan a la imposición individual de las manos, imposición que va unida a la unción en la frente.

El Ordo Confirmationis (22-VIII-71) indica que las palabras son: “Recibe el signo del Don del Espíritu Santo”.

Lo mismo que al soldado se le dan las armas que debe llevar en la batalla, así al confirmado se le signa con la señal de la cruz en la frente, para significar que el arma con que ha de luchar es la cruz, llevada no sólo en su mano o sobre su pecho, sino sobre todo en su propia vida y conducta.

Efectos de la Confirmación

“De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión plena del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés” (Catecismo, 1302).

El Catecismo continúa así su explicación: “Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal” (Id., n. 1303).

  • Nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15).

  • Nos une más firmemente a Cristo.

  • Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo.

  • Hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG 11).

  • Nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11,12)

“Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu”. (S. Ambrosio, Myst. 7,42)

Además, la Confirmación tiene también otro efecto: “imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el ‘carácter’, que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo (cf. Lucas 24, 48-49)” (Id., n. 1304).

“El ‘carácter’ perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y el confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de un cargo (quasi ex officio)” (Id., n. 1305).

Necesidad de recibir el Sacramento

Como sabemos el Bautismo es el único sacramento absolutamente necesario para la salvación. La Confirmación, pues, será necesaria sólo de modo relativo; es decir, que se requiere no absolutamente para salvarse, sino sólo para llegar a vivir con plenitud la vida cristiana.

El Ministro de la Confirmación

“El ministro ordinario de la Confirmación es el Obispo; también administra válidamente este sacramento el presbítero dotado de facultad por el derecho común o concesión peculiar de la autoridad competente” (CIC, c. 882; 1313; LG 26).

El sujeto de la Confirmación

El sujeto de la Confirmación es todo bautizado que no haya sido confirmado. También los niños pueden recibir válidamente este sacramento y, si se hallan en peligro de muerte, se les debe administrar la Confirmación.

Aunque el niño bautizado -que aún no llega al uso de razón- se salvaría sin confirmarse, la conveniencia de recibir este sacramento resulta de la infusión de un estado más elevado de gracia, al que corresponde un estado más elevado de gloria (cf. S. Th. III, q. 72, a. 8, ad. 4).

Ahora bien, considerando el fin de este sacramento -convertir al bautizado en esforzado testigo de Cristo- es más conveniente administrarlo cuando el niño ha llegado al uso de razón, es decir hacia los siete años de edad: “El sacramento de la Confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la edad de la discreción” (CIC, c. 891).

“La tradición latina, desde hace siglos, indica ‘la edad del uso de razón’ como punto de referencia para recibir la Confirmación. Sin embargo, en peligro de muerte, se debe confirmar a los niños incluso si no han alcanzado todavía la edad del uso de razón” (Catecismo, n. 1307).

“En la Iglesia latina la administración de la Confirmación generalmente se difiere hasta los siete años aproximadamente” (Ordo Confirmationis; Praenotanda). Hasta esa edad no se requieren propiamente los efectos de este sacramento, pero desde que se alcanza el uso de razón resultan necesarios, porque empieza la vida moral y la consiguiente lucha contra los enemigos del alma. Es por ello erróneo retrasar la Confirmación hasta una edad más avanzada, al final de la adolescencia e incluso en la edad adulta.

Para que el confirmado con uso de razón reciba lícitamente el sacramento, ha de estar convenientemente instruido, en estado de gracia, y ha de ser capaz de renovar las promesas del Bautismo.

“La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo” (Catecismo, n. 1309).

“Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero puede darle la Confirmación. En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo” (Catecismo, n. 1314).

Los padrinos de la Confirmación

Aun sin ser imprescindible -sobre todo si se trata de un adulto-, conviene que el confirmado tenga un padrino “a quien corresponde procurar que el sujeto se comporte como verdadero testigo de Cristo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al sacramento” (CIC, c. 892).

Las condiciones que ha de reunir el padrino de la Confirmación son las mismas que se piden para el padrino de Bautismo. Incluso “conviene que sea el mismo que para el Bautismo, a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos” (Catecismo, n. 1311).

A los padrinos les compete -con más razón si son los mismos que en el Bautismo- colaborar en la preparación de los confirmados para recibir el sacramento, y contribuir después con su testimonio y con su palabra a la perseverancia en la fe y en la vida cristiana de sus ahijados.

Su tarea es de suplencia respecto a la obligación primordial de los padres, pero no por eso su misión carece de importancia.

Fuentes: Corazones.org / Catholic.net / ACI Prensa / EWTN / loyolapress.com

encuentra.com (Portal Católico) / Apologética Católica

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