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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA

​CAPÍTULO 27 "DESAFÍOS DE CARA AL FUTURO"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1. Nosotros hacemos la historia

Hemos recorrido la Historia de la Iglesia desde sus orígenes hasta nuestros días. Hemos visto sus luces y sus sombras. Comprobamos que la Iglesia es santa y pecadora. Es santa porque nace de Jesucristo , porque tiene la santa misión de hacer presente el reino de Dios en la historia y porque el Espíritu Santo la conduce hasta el fin de los siglos. Pero también es pecadora, porque está formada por pecadores. Todos somos pecadores.

Cuando la Iglesia ha atravesado los momentos más difíciles de su historia: persecuciones por parte de los judíos y de los romanos que pretendían eliminarla, pero sobre todo, la alianza que hizo posteriormente con los poderosos, cayendo incluso, algunos de sus dirigentes en la corrupción, entonces el Espíritu Santo fue suscitando grandes santos, santas y profetas para iluminar el camino. Ahí se cumple la promesa de Jesús de no abandonar a su Iglesia: Cuando la Iglesia ha atravesado los momentos más difíciles de su historia: persecuciones por parte de los judíos y de los romanos que pretendían eliminarla, pero sobre todo, la alianza que hizo posteriormente con los poderosos, cayendo incluso, algunos de sus dirigentes en la corrupción, entonces el Espíritu Santo fue suscitando grandes santos, santas y profetas para iluminar el camino. Ahí se cumple la promesa de Jesús de no abandonar a su Iglesia: "Los poderes del infierno no podrán contra ella" (Mt 16, 18) y y "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los siglos" (Mt 28, 20).

La Historia de la Iglesia no ha terminado. Todos somos Iglesia y su historia la hacemos día a día con nuestras vidas. Ahora queremos escribir una historia hermosa, creadora, nueva en la presentación del mensaje del Evangelio.

Queremos hacer una Iglesia-comunidad, que refleje la práctica de las primeras comunidades cristianas.

Queremos hacer una Iglesia fraterna, donde los laicos y laicas, religiosas, sacerdotes y obispos formemos un solo cuerpo, "una Iglesia entendida y vivida como Pueblo de Dios" (Mons. Ramazzini).

Queremos una Iglesia, como dice el Concilio Vaticano II, no identificada con el clero, sino como Pueblo de Dios, donde todos los cristianos gozan de la misma dignidad y participan de la misma misión.

Queremos una Iglesia de responsabilidad compartida en el ejercicio de sus ministerios, descentrada de sí misma y centrada en el reino de Dios.

Queremos hacer una Iglesia solidaria con los sufrimientos, luchas y esperanzas de los sectores oprimidos, marginados y excluidos.

Queremos hacer una Iglesia profética, libre de poderes y de riquezas, que desde su experiencia del Dios de la vida, anuncie con alegría y pasión el Evangelio de Jesús y denuncie con firmeza y valentía todo aquello que se opone al proyecto de Dios.

Queremos hacer una Iglesia fiel al Evangelio, que busque responder al desarrollo integral de la persona.

Queremos una Iglesia que valore el amor matrimonial y la sexualidad como una dimensión más del ser humano.

Queremos una Iglesia inculturada en nuestros pueblos. "Una Iglesia que impulse una evangelización desde las raíces de nuestra identidad cultural, desde nuestros signos y símbolos".

Queremos una Iglesia que haga memoria de sus mártires y retome el testimonio de fidelidad y esperanza que ellos nos dejaron, como un compromiso de hacer presente en la historia la utopía del reino de Dios.

Queremos una Iglesia comprometida con el ecumenismo, abierta al diálogo, dispuesta a trabajar codo a codo con personas, iglesias y grupos sociales que también buscan un mundo más justo y humano.

Queremos una Iglesia orante, abierta al Espíritu, que sea signo y anticipo del reino de Dios en nuestra tierra.

2. El ecumenismo

La misión de la Iglesia es continuar en la historia la misión de Jesús: construir el reino de Dios, que es hacer un mundo nuevo y alternativo, basado en la justicia, el amor y el servicio (Mt 23,23; Jn 13,12-17 y Jn 13, 34-35).

Frente a esta misión tan noble de Jesús ha confiado a sus seguidores, resulta absurdo y escandaloso que los cristianos andemos divididos y peleándonos unos contra otros.

El deseo de Jesucristo es que todos los que creemos en Él caminemos unidos, trabajando en la misma misión. Esta unidad es tan importante para Jesús que la noche antes de morir oró así al Padre:

"Te ruego no solamente por estos (los apóstoles), sino también por todos los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que TODOS SEAN UNO, como Tú, oh Padre, estás en mí y yo en tí, que también ELLOS SEAN UNO en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn 17, 20-22).

Jesús quiso una Iglesia unida. Este es el deseo ardiente de su corazón. Pero la realidad es que estamos divididos. Hay muchas iglesias y sectas que utilizan el nombre cristiano. Por eso, aquellos católicos, protestantes o hermanos de las sectas, que en vez de buscar la unidad, van creando más división entre los cristianos, no están cumpliendo la voluntad de Cristo.

No obstante, desde hace varios años existe un movimiento de unidad que busca juntar a católicos y protestantes. Este movimiento se llama Ecumenismo. El papa San Juan XXIII, en el año 1960 creó el Secretariado para la Unión de los Cristianos. Decía el Papa: "Los que creemos en Cristo no podemos vivir divididos. Pensemos en lo que nos une, no en lo que nos separa".

También muchos hermanos protestantes están trabajando por la unidad de los cristianos, por ejemplo la Comunidad protestante de Taizé, (Francia) y el Consejo Mundial de Iglesias.

Recordamos, asimismo, con admiración y cariño a aquel gran profeta y mártir, el pastor bautista Martin Luther King, quien tanto luchó por la unidad de los cristianos y por los derechos de los negros de Estados Unidos. Fue asesinado por los poderosos de ese país. Su sangre es una fuerza y un compromiso para seguir luchando sin desfallecer por la unidad y por la justicia.

Muchas iglesias protestantes están dispuestas a una "communio cum Petro", pero no a una "communio sub Petro", es decir, están dispuestas a caminar unidas en comunión con el Papa, pero no subordinadas ni sumisas al Papa. En este sentido, el beato Pablo VI dijo: "somos conscientes de que el papado es uno de los mayores obstáculos en el camino hacia el ecumenismo" (Revista Concilium, 261, 1967).

No obstante, cuando católicos y protestantes nos unimos para trabajar juntos en proyectos comunitarios o en actividades en favor de la justicia y solidaridad con la gente necesitada, estamos haciendo ecumenismo. Tal vez, por ahí hemos de empezar.

3. La defensa de la vida

Una vez más insistimos que la misión fundamental de la Iglesia es construir el reino de Dios en la historia. Esta es su razón de ser. Toda su actividad (programación pastoral, evangelización, catequesis, sacramentos, acción social, celebraciones, predicaciones, administración parroquial...) está en función del reino de Dios.

El reino de Dios es un reino de Vida. Jesús vino a la tierra para que haya vida y vida en abundancia (Jn 10, 10). Sin embargo, en la realidad de Centroamérica y de Guatemala en concreto, impera la muerte: hambre, desnutrición, mortalidad infantil, egoísmos, ambición económica, explotación y abusos sexuales en las fincas, corrupción, narcotráfico, secuestros, asesinatos, pena de muerte, linchamientos...

A todo esto se suma el sistema de muerte que se nos ha impuesto: el capitalismo neoliberal, que agudiza la brecha entre naciones ricas y naciones pobres. Este sistema lo valora todo en función del mercado. Para él vale más el capital que la vida de las personas y de la naturaleza. Las compañias transnacionales actúan como un cáncer que se desarrolla sin corazón enriqueciendo a unas minorías y excluyendo a las mayorías. El sistema capitalista neoliberal concibe a la persona como un ser que produce y consume, que compra y vende. Por lo tanto, la persona que no compra ni vende, que no produce ni consume, no cuenta, no existe, es ignorada y excluida de la sociedad. Por eso decimos que es un sistema de muerte.

En esta realidad de muerte, los cristianos tenemos como misión fundamental la defensa y promoción de la vida, ofreciendo resistencia al sistema neoliberal, proponiendo nuevas alternativas de vida y reconstruyendo la esperanza de los pobres. Toda la actividad de la Iglesia debe estar encaminada, como la de Jesús, a la construcción de la Vida del pueblo.

Si la ética del sistema capitalista neoliberal es la máxima ganancia, la producción y el consumo, la ética del cristiano es la verdad, el amor, el servicio y la vida de la comunidad.

4. La promoción de la justicia, la solidaridad y la paz

La justicia, la solidaridad y la paz son valores esenciales del reino de Dios. No puede desarrollarse una sin las otras. La justicia exige la práctica de la solidaridad y es fuente de paz.

La realidad de Guatemala está marcada por la injusticia, la discriminación étnica y social, el individualismo, la insolidaridad, el armamentismo, el militarismo, la corrupción y la violencia. El auténtico cristiano no puede aceptar la sociedad como está. Por eso se compromete a cambiarla. Su misión es ser luz en el mundo, sal de la tierra y fermento en la masa de la sociedad, como proclama Jesús.

El mínimo vital que es comer, tener tierra para cultivar, trabajo y salario digno, vivienda, educación y salud es condición necesaria para que haya paz. Pero no basta ese mínimo vital, pues "no sólo de pan vive el hombre". Es necesaria también una revolución moral, es decir, una revolución de la conciencia, para reemplazar la cultura de la violencia por una nueva ética de justicia, respeto, tolerancia, diálogo y solidaridad.

La nueva evangelización que impulsa la Iglesia católica está llamando a todos los cristianos a comprometerse seriamente en la transformación de esta realidad de pecado. El cristiano no puede quedarse satisfecho mientras el mundo sufre. Dice monseñor Álvaro Ramazzini: "Mucha gente en Guatemala ha reducido su vida religiosa a buscar una tranquilidad interior, aunque todo a su alrededor esté cayéndose y desmoronándose".

La falta de justicia, la corrupción de los poderes del Estado, el abuso de poder y la represión militar es lo que generó el conflicto armado que hemos sufrido durante más de tres décadas. Los Acuerdos de Paz sientan las bases para una nueva Guatemala.

La Paz verdadera exige el conocimiento de la Verdad y la práctica del perdón y la reconciliación. Las víctimas de la represión están exigiendo justicia y sus familiares necesitan saber a quiénes tienen que perdonar. Para ello, los responsables de secuestros, torturas, asesinatos y masacres deben reconocer su error y pedir perdón al pueblo de Guatemala. Este es el único camino para que la paz se consolide.

Como consecuencia de nuestro compromiso por la paz, estamos llamados a luchar contra la impunidad, a reconstruir el tejido social roto por tanta injusticia y a combatir todo tipo de armamentismo. Queremos que el dinero que se gasta en armas y en ejércitos se invierta en el desarrollo de nuestros pueblos.

"Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantos hogares sufren la miseria, cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas dignas, todo derroche público o privado, toda carrera de armamentos se convierte en un escándalo intolerable" (Pablo VI, Populorum Progressio, n°53).

Hoy más que nunca, en un mundo globalizado por el neoliberalismo, los cristianos estamos llamados a globalizar la solidaridad, que es el nuevo nombre de la caridad. Estamos llamados a romper las cadenas del egoísmo colectivo y sustituir, asimismo, el nacionalismo etnocentrista por una conciencia de ciudadanía universal.

5. La ecología

El reino de Dios abarca toda la realidad humana: la persona y la naturaleza. Vivimos en una época desastrosa para la naturaleza. Algunos hablan de la agonía del planeta. Los arroyos se secan, los ríos, lagos y mares se contaminan, los humos tóxicos envenenan el aire, los bosques se acaban, la capa de ozono se destruye, la acumulación de basura contamina y afea el bello paisaje guatemalteco...

Tarea es también de la Iglesia, de todos los cristianos, salvar la obra de Dios, mediante la denuncia y la acción de rescate de la naturaleza. Quien ama a Dios ama a su obra y trata de reconstruirla cuando los seres humanos la hemos destruido y profanado.

Los hombres y mujeres de hoy estamos escribiendo la historia de la humanidad, como también los cristianos de hoy estamos escribiendo la historia de la Iglesia. ¿Qué pensarán las generaciones futuras de nosotros? ¿Qué sociedad estamos dejando a las generaciones venideras?, ¿Qué medio ambiente y qué tierra les estamos dejando?

Hoy más que nunca, ante la pérdida de valores éticos, la agudización de la brecha entre ricos y pobres y el alarmante deterioro ecológico, urge llevar a la práctica la solidaridad intergeneracional. Se trata de ser también solidarios con aquellos hombres y mujeres que todavía no han nacido. Somos parte de la humanidad, de una historia, de la única historia que hay. Y esta historia está integrada por los que ya pasaron por ella, por los que hoy vivimos y por los que vendrán.

6. La inculturación

Otro de los grandes retos de la Iglesia en la actualidad es la inculturación del Evangelio. Para que la Iglesia sea verdaderamente "católica" debe ser una Iglesia inculturada. Porque una Iglesia "universal" significa que se hace africana con los africanos, europea con los europeos, quechua con los quechuas, maya con los mayas... Esto nos lleva a reconocer los valores existentes en las culturas de nuestros pueblos mayas, mestizos y garífunas, para asumirlos en nuestra vivencia y práctica de la fe.

El documento de Santo Domingo hace un llamado a los católicos para incorporar en la liturgia los símbolos, ritos y expresiones de nuestros pueblos.

7. Recuperación de la memoria viva de los mártires

"La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires. Sanguis martyrum, semen christianorum. Los hechos históricos ligados a la figura de Constantino nunca habrían podido garantizar un desarrollo de la Iglesia, si no hubiera sido por aquella siembra de mártires y por aquel patrimonio de santidad que caracterizaron a las primeras generaciones cristianas. Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes (obispos, sacerdotes, religiosos y laicos) han supuesto una siembra de mártires... 

 

La Iglesia de los primeros siglos se dedicó a fijar en martirologios el testimonio de los mártires... El martirologio de los primeros siglos constituyó la base del culto de los santos... En los mártires veneraban a Cristo, que estaba en el origen de su martirio y de su santidad. En nuestro siglo han vuelto los mártires de la gran causa de Dios. No debe perderse en la Iglesia su testimonio. Es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio" (Juan Pablo II, Tertio Millennio Adveniente, n.37).

Guatemala, como toda América Latina, está llena de mártires. Su memoria es para los cristianos de hoy un signo de esperanza y un llamado a continuar con la causa por la que ellos derramaron su sangre: seguir al Señor Jesús en el compromiso de construir una sociedad nueva donde florezca la vida, la justicia y la paz, signo de la presencia del reino de Dios. "Los mártires viven animando el caminar de nuestros pueblos".

La memoria de nuestros mártires nos recuerda que la Iglesia de Guatemala es una "Iglesia martirial".

Estos son algunos desafíos, entre otros muchos, para continuar la Historia de la Iglesia.

Fuente: "Historia de la Iglesia Católica" -25 Edición- Fernando Bermúdez. Diócesis de San Marcos, Guatemala. Editorial Católica Kyrios. Autorizado por: Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, Obispo de San Marcos.

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