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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA

​CAPÍTULO 25 "PERSECUCIÓN DE LA IGLESIA EN GUATEMALA"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En la década de los ochenta, la Iglesia de Guatemala sufrió una de las persecuciones más duras y sangrientas de su historia. "La Iglesia de Guatemala se volvió a embellecer con la sangre de numerosos mártires. Algunos piensan que es la Iglesia más martirizada de América Latina en toda la historia" (Carta Pastoral "500 años sembrando el Evangelio" 2.4).

1. Causas de la persecución

¿Por qué fue perseguida la Iglesia y quiénes la persiguieron? Como en las persecuciones de la Iglesia primitiva, la causa está en su opción por el Evangelio de Jesús. Ante una situación de injusticia, violación de los derechos humanos, discriminación, represión, la Iglesia (obispos, sacerdotes, catequistas, religiosos...) se puso al lado de las víctimas del sistema. Las Cartas Pastorales, mencionadas en el capítulo anterior, es una expresión de esta opción de la Iglesia por la justicia y la vida del pueblo.

La denuncia profética de la Iglesia ante los hechos de explotación y represión se hacía cada vez más molesta para los militares y sectores poderosos del país. En 1977, el vicepresidente de la República, Sandoval Alarcón, afirmó que la "Iglesia propaga el comunismo". La respuesta más valiente y determinante fue la de monseñor Próspero Penados del Barrio, obispo entonces de San Marcos:

"...¿es comunismo preocuparse por la educación en un pueblo que tiene elevadas tasas de enfermedades endémicas y de mortalidad infantil, o el esfuerzo de la Iglesia por desarrollar programas encaminados a aliviar el hambre y miseria del pueblo. O denunciar el desempleo, bajos e injustos salarios, las condiciones de trabajo inhumano y discriminación racial? ¿Denunciar la tortura, desaparición y muerte de tantos inocentes... que la Iglesia dé su apoyo moral a organizaciones y movimientos que buscan una vida más digna y humana?... Si eso es comunismo, señor Vicepresidente, sí somos comunistas, desde el Papa Pablo VI hasta los obispos de Guatemala que firmamos el documento eclesial Unidos en la Esperanza".

En mayo de 1978 el ejército y los finqueros dispararon contra una manifestación de humildes campesinos indígenas k´elchíes, en Panzón (Alta Verapaz), que reclamaban las tierras que un terrateniente militar les había quitado. El resultado de la masacre fue: 124 muertos entre hombres, mujeres y niños, y multitud de heridos. La Iglesia, con el obispo de las Verapaces al frente, denunció con valor este vil atropello. En la ciudad de Guatemala, más de cien mil cristianos, laicos, sacerdotes y religiosas, denunciaron esta masacre con una gran manifestación. La masacre de Panzós significó para la Iglesia la agudización de la persecución gubernamental.

Al abrigo del poder militar actuaban los escuadrones de la muerte, encargados de secuestros y asesinatos selectivos contra líderes campesinos, sindicales, universitarios y religiosos.

Los catequistas, por el liderazgo que ejercen en sus comunidades, fueron especialmente buscados y perseguidos por el ejército y los escuadrones de la muerte. A comienzos de los años ochenta, centenares de catequistas fueron secuestrados, torturados y asesinados.

En muchas regiones de Guatemala ya no se podía celebrar la Palabra de Dios. La Biblia era considerada como un libro subversivo. El ejército y la policía constantemente realizaban registros en las casas.

La época más dura y cruel fue durante los mandatos de los generales Romeo Lucas García y Efraín Ríos Montt. En el mandato de éste último el terrorismo de Estado alcanzó su más alto nivel.

2. Los mártires de la Iglesia guatemalteca

Más de quince templos parroquiales y conventos fueron convertidos en cuarteles del ejército. El mayor número de mártires entre los agentes de pastoral se encuentra entre los catequistas. Muchos de ellos murieron como Jesús perdonando a los asesinos y ofreciendo sus vidas a Dios por la paz y salvación de Guatemala.

Diecinueve sacerdotes, una religiosa y varios Hermanos misioneros religiosos y laicos, fueron asesinados. La lista de sacerdotes mártires en Guatemala comienza con Guillermo Woods, norteamericano. Le sigue el sacerdote diocesano guatemalteco Hermógenes López, asesinado el 30 de junio de 1978. El 1 de mayo de 1980 secuestran al P. Conrado de La Cruz, de nacionalidad filipina, de la Congregación del Inmaculado Corazón de María, con Herlindo Cifuentes, catequista de la comunidad de Tiquisate (Escuintla). Este mismo mes asesinan al P. Walter Voordeckers, de origen belga y de la Congregación, párroco de Santa Lucía Cotzumalguapa (Escuintla).

El 8 de mayo por la noche, el ejército rodea la parroquia de Uspantán (Quiché) y lanza varias granadas y ametralla el convento. Afortunadamente no hubo víctimas.

El 4 de junio de 1980 los militares asesinan al P. José María Gran Cirera, misionero del Sagrado Corazón, de origen español, cuando venía de celebrar la Eucaristía de una aldea de Chajul (Quiché), con el catequista Domingo Batz. Un mes después, otro sacerdote español de la misma Congregación, Faustino Villanueva, caía asesinado de dos tiros en la cabeza en su despacho parroquial de Joyabal (Quiché). Era el 10 de julio de 1980.

El 14 de mayo de 1981 acribillan en Tecpán (Chimaltenango) al sacerdote diocesano guatemalteco Carlos Gálvez, cuando conversaba con la gente en la puerta del templo parroquial. El 15 de febrero de ese mismo año, los militares interceptan en el camino de Uspantán a Cunén (Quiché) al P. Alonso Fernández, español, de la Congregación del Sagrado Corazón, y después de torturarlo, lo asesinan. En junio de 1981 es secuestrado el Padre jesuita guatemalteco Luis Pellecer. Lo sometieron durante varios meses a una tortura clínica hasta cambiarle la personalidad y utilizarlo, como robot, para señalar a la Iglesia comprometida con los pobres.

En julio de 1981 es asesinado en el camino a Quiriguá (Izabal) el sacerdote franciscano italiano, Tulio Maruzzo, junto con el cursillista de Cristiandad José Obdulio Arroyo. El 25 de julio del mismo año son asesinados en la Capital de Guatemala dos misioneros laicos: el canadiense, Raúl Leger, y otro español, Angel Martinez, quién trabajó en San Miguel Ixtahuacán (San Marcos).

El 28 de julio el ejército asesina al P. Francisco Stanley, de nacionalidad norteamericana, en su casa parroquial de Santiago Atitlán (Sololá). En el mes de septiembre caía asesinado en Chimaltenango otro sacerdote diocesano norteamericano, David Troyer. En agosto del mismo año es secuestrado el P. Carlos Pérez Alonso, jesuita español, cuando salía de celebrar la Eucaristía de un hospital.

En enero de 1982, a plena luz del día cae asesinado en la Capital el dominico guatemalteco fray Carlos Morales. Ese mismo mes, los militares entran violentamente en el convento de las Hermanas Belemitas de Esquipulas y secuestran a la superiora, Victoria de la Roca, y después incendian el convento. También en enero de este año es secuestrado y desaparecido el Hermano Sergio Berten, de origen belga, de la Congregación del Inmaculado Corazón de María.

El 13 de febrero de 1982 asesinan en Huehuetenango al Hermano de La Salle Santiago Miller, norteamericano. En junio, otro jesuita español Fernando Hoyos es asesinado por las patrullas de autodefensa civil (PAC).

El 30 de abril de 1991, durante el mandato presidencial de Vinicio Cerezo, es asesinado el Hermano marista Moisés Cisneros, de origen español, en la Escuela Marista de la zona 6 de la Capital.

En el mismo periodo de Vinicio Cerezo es secuestrada, torturada y violada la Hermana ursulina norteamericana Diana Ortiz; en este hecho participaron policías bajo el mando de militares. Después la dejaron libre, gracias a la intervención de su Embajada.

Y el 19 de diciembre de 1994 asesinan al P. Alfonso Stesset, de la Congregación del Inmaculado Corazón de María, de origen belga, párroco de Tierra Nueva, barriada marginal de la ciudad Capital. Alfonso fue un hombre que supo caminar siempre al lado de los pobres, primero en África, después en Guatemala.

Alrededor de 92 sacerdotes fueron amenazados de muerte o expulsados del país y 64 religiosas igualmente amenazadas o expulsadas. Treinta centros de formación de la Iglesia fueron cerrados. De las seis emisoras católicas de radio que había entonces en el país, una la ocupa el ejército, tres fueron cerradas y dos cateadas. Las fuerzas del gobierno destruyeron parcialmente la estructura eclesial católica, abriendo así espacios para el avance de las sectas protestantes fundamentalistas.

En junio de 1980 trataron de asesinar al obispo del Quiché, monseñor Juan Gerardi. Llegó a tal grado la situación, que el obispo ordenó a todos los agentes de pastoral concentrarse en la Capital para reflexionar, orar, analizar la situación y tomar una decisión. El acuerdo final, difícil y doloroso, fue el cierre temporal de la Diócesis. No había otra alternativa si se quería salvar la vida de multitud de catequistas y sacerdotes, quienes casi todos estaban amenazados de muerte. Se buscaba también denunciar ante el mundo la situación de represión, persecución y martirio que estaba sufriendo el pueblo y la Iglesia por proclamar la verdad y defender la vida.

También la diócesis de San Marcos sufrió persecución. Entre sus catequistas es justo mencionar a Desiderio Roblero Gálvez, de San José Ojetenám, quien era "un evangelio viviente", en palabras de monseñor Próspero Penados. Asimismo, recordamos a Napoleón Bámaca, de San Miguel Ixtahuacán; Carlos Vidal González, Rubén Escalante e Ismael Roblero Hernández, de Sibinal; Guillermo Ortiz González, de Tacaná; Felipe Miranda, Gabino Miranda y Justo Velázquez, de Sacuchúm Dolores (San Pedro Sacatepéquez), quienes murieron por fidelidad al Evangelio de Jesús en el servicio a sus comunidades.

3. Papel de la Iglesia en el Proceso de Paz

La Iglesia rechaza la violencia como medio para la solución de conflictos. El mensaje de la Iglesia, inspirado en el Evangelio, es de paz. Sin embargo, en la realidad de Guatemala, la Iglesia no propone cualquier paz, sino aquella paz que nace de la justicia y la solidaridad.

Las causas que originaron el conflicto armado en Guatemala radican precisamente en la falta de justicia, en la corrupción de los gobernantes y en la brutal represión llevada a cabo por las fuerzas armadas del gobierno (Carta Pastoral "Urge la verdadera paz", n.49.50).

La Iglesia comprende que no puede haber paz sin solucionar las causas del conflicto, y esto solamente se logra a través del diálogo. La Iglesia estuvo siempre dispuesta a ofrecerse como mediadora entre el gobierno y la guerrilla.

Durante muchos años en Guatemala estuvieron cerradas las puertas para un diálogo. Predominaba la intolerancia, la confrontación ideológica y armada. Ninguna de las partes en el conflicto demostraba disposición para conversar y buscar una solución negociada a la guerra. La insurgencia aspiraba a la toma del poder sin conseguirlo; el ejército, por su parte, apoyado por el gobierno norteamericano, buscaba aniquilar a la guerrilla, también sin lograrlo.

Igualmente ocurría en El Salvador y Nicaragüa. Pero gracias a la intervención de algunos países (México, Panamá, Colombia, Venezuela y España), el 6 de agosto de 1987 se llevó a cabo la reunión de Esquipulas II, en la que los presidentes centroamericanos acordaron abrir la vía del diálogo con los grupos armados en armas.

En Guatemala se constituyó ese mismo año de 1987, la Comisión Nacional de Reconciliación (CNR), que fue presidida por monseñor Rodolfo Quezada Toruño, obispo de Zacapa, en representación de la Conferencia Episcopal. La CNR promovió el Diálogo Nacional que permitía la participación de los sectores civiles y facilitaba la negociación entre el Gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).

En octubre de 1987, representantes del gobierno y de la guerrilla, por primera vez, se reunieron en Madrid (España). Después, lo hicieron formalmente en Oslo (Noruega), donde establecieron una agenda para continuar con las conversaciones de paz. Tanto el gobierno como la URNG acordaron designar a la Iglesia como mediadora. Entonces, los obispos delegan en monseñor Rodolfo Quezada. Él estuvo como conciliador durante gran parte de las conversaciones de paz.

En julio de 1985, los obispos publican la Carta Pastoral "Urge la verdadera paz", para orientar y alentar al pueblo en la búsqueda de la paz, que no es sólo la ausencia de guerra sino, sobre todo, la construcción de la justicia, la reconciliación y la práctica de la solidaridad, porque la paz es tarea de todos.

Durante las conversaciones de paz, la Iglesia impulsó el proyecto ecuménico de Jornadas por la Vida y la Paz. Participaron: la Iglesia Episcopal, la Conferencia de Iglesias Evangélicas de Guatemala (CIEDEG), la Conferencia de religiosos y religiosas de Guatemala (CONFREGUA), el sector religioso de base y la Conferencia Episcopal. Los obispos estaban representados por monseñor Alvaro Ramazzini Imeri, obispo de San Marcos. El objetivo de Jornadas por la Vida y la Paz era hacer conciencia en todos los sectores de la población sobre la necesidad de defender y respetar la vida y construir la paz que nace de la justicia, la lucha contra la impunidad y la reconciliación.

La Iglesia se alegró grandemente y celebró una Eucaristía en la catedral metropolitana por la concesión del Premio Nóbel de la Paz 1992 a Rigoberta Menchú Tun, una mujer indígena quiché que ha sufrido la represión militar y se ha destacado en la defensa de los derechos humanos y en la lucha contra la impunidad.

4. Monseñor Juan Gerardi y el REMHI

El obispo Juan Gerardi fue un infatigable defensor de la dignidad de la persona humana, sobre todo de los más pobres. A causa de su compromiso con la verdad y la justicia, siendo obispo de El Quiché, sufrió el exilio. Después de dos años y medio regresa al país y se hace cargo de la conformación de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Coordinó el proyecto de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), para acompañar y ayudar a las víctimas y a los victimarios del conflicto armado a redescubrir su dignidad y sanar sus heridas. Otro de los objetivos del REMHI es dar a conocer la Verdad de lo que pasó durante el conflicto armado, para que NUNCA MÁS se repita esta historia de dolor y muerte.

Dos días antes de ser asesinado, decía monseñor Gerardi en la Catedral de Guatemala:

"Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del reino de Dios tiene riesgos y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos".

En la noche del 26 de abril de 1998 fue brutalmente asesinado cuando entraba a su casa, junto al templo de San Sebastián, en la ciudad de Guatemala. Su muerte, como la muerte de Jesús, el testigo fiel, y del mártir Esteban, es hoy el triunfo de la Verdad y la Justicia.

Monseñor Gerardi fue un profeta, porque llevó a Dios la pasión del pueblo y al pueblo la pasión de Dios, y desde esa experiencia defendió el derecho a la vida de todos. Promovió el rescate de la Verdad, silenciada durante muchos años en Guatemala por los poderes del Estado. La muerte del obispo Gerardi es la más valiente denuncia de un sistema de injusticia institucionalizada que se sustenta a costa de explotar y discriminar a los más pobres.

Fue asesinado porque quiso que se realizara el plan de Dios en Guatemala, porque dio a conocer la verdad de tantas violaciones a los derechos humanos. Él sabía que su vida corría peligro, que algunos sectores poderosos de la nación, civiles y militares, lo estaban acusando. Pero él, no por eso abandonó su compromiso. Como Jesús, siguió hasta el final.

Los enemigos de la Verdad y de la Paz creyeron que con matar al obispo Juan Gerardi acabarían con su obra. Mataron a un obispo, pero resucitaron a un mártir que vivirá siempre en la memoria del pueblo guatemalteco y latinoamericano.

Su muerte alienta hoy la lucha y la esperanza por una nueva Guatemala de paz, justicia y libertad. El testimonio de monseñor Gerardi y el de todos los mártires nos impulsa a continuar el trabajo que aquellos comenzaron nos da fuerza en nuestro compromiso por hacer presente el reino de Dios.

Fuente: "Historia de la Iglesia Católica" -25 Edición- Fernando Bermúdez. Diócesis de San Marcos, Guatemala. Editorial Católica Kyrios. Autorizado por: Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, Obispo de San Marcos.

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