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HABLEMOS DEL DIABLO

Capítulo 21 (Final) - "Satanás ¡Fuera de mi casa!"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay un cuadro en el que aparece Jesús resucitado tocando a la puerta de una casa para llevar su bendición. Esta estampa está tomada del libro del Apocalipsis en donde Jesús promete llevar bendición si se le abre la puerta. Así como Jesús toca a la puerta de la familia, también el diablo hace lo mismo: ofrece cosas fabulosas, si se le deja entrar. El primer hogar del mundo le abrió con ilusión su puerta al diablo; pero una vez que lo tuvieron dentro de la casa, experimentaron la presencia de la maldición en sus vidas. Cuando dejamos ingresar a Jesús en nuestra familia, nos lleva su bendición. Cuando dejamos que ingrese el diablo, sufrimos las consecuencias de la maldición.

La contaminación del pecado

Dice el Salmo 127: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles". Si en el hogar no reina Jesús, el que reina es el diablo. No hay término intermedio. Cuando reinaba Dios en la vida de los primeros seres humanos, cuando bajaba para platicar con ellos, reinaba la armonía, la bendición del Dios. Cuando le abrieron la puerta al espíritu del mal, ingresó la maldición. Se rompió la armonía en el hogar. Adán lleno de ira dijo: "La mujer que me diste tiene la culpa" (Gn 3,12). Ya no hablaba de su esposa como una bendición de Dios, sino como un regalo de mal gusto. Se había ido la bendición. Ahora, ya no reinaba Dios. Ahora, reinaba el diablo.

La consecuencia de ese primer pecado se proyecta en la primera tragedia familiar. Caín, lleno de envidia hacia su inocente hermano Abel, no se detuvo hasta descargar todo su odio sobre su hermano, golpeándolo sin piedad. En ese momento, tuvieron la primera experiencia de muerte. Abel no se levantó más del suelo. Podemos imaginar los gritos desesperados de la madre; el dolor del padre; el complejo de culpa que el "acusador" habrá depositado en el corazón de Caín. Aquel primer hogar estaba sufriendo las consecuencias de haber dejado que el diablo ingresara en su casa.

Muy bien decía Jesús, en el Sermón de la montaña, que un hogar se puede construir de dos maneras: como lo construye el tonto: sobre arena; o como lo construye el sabio: sobre la roca de la Palabra de Dios (Mt 6, 24-28). Construir sobre la arena, significa, construir según los criterios del mundo, que son contrarios a los de Dios. El hogar cimentado sobre los criterios del mundo (poder, dinero, fama, placer), se derrumbará al primer temblor que azote el hogar.

Construir sobre la roca de la Palabra de Dios, es vivir según los Mandamientos del Señor. Una familia que cumple los Mandamientos del Señor, está cimentada sobre una roca. Habrá tormentas, huracanes y terremotos; pero esa familia no se derrumbará porque tiene como base la roca de la Palabra del Señor. Es promesa de Dios.

Hogares Light

Las encuestas acerca de la infidelidad y del alcoholismo en los hogares son alarmantes. En lugar de disminuir los altos porcentajes de infidelidad conyugal, de alcoholismo y de violencia familiar, más bien, aumentan cada vez más. La causa profunda habría que buscarla en la filosofía de la Nueva Era, que se está viviendo en muchas familias. Vivimos en un mundo postmoderno. Prevalece el "relativismo": todo puede ser malo o bueno, según mi manera de pensar. Lo importante es gozar del momento presente. Con tal de conseguir dinero fácil, todo es permitido. Se han perdido los valores absolutos.

Ahora, se estila estar un poco con Dios, pero, al mismo tiempo, con el diablo, con la mayor naturalidad. Un refrán popular define muy bien al hombre postmoderno: "Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no le alumbre". Esta filosofía de la Nueva Era, es la que ha creado al "hombre light", a su imagen y semejanza. El hombre "light" es una persona sin valores absolutos, pues no le convienen. El hombre postmoderno es religioso "ocasional" y pagano al mismo tiempo. Una vida sin el poder de la Gracia de Dios, lleva irremediablemente a la infidelidad conyugal, al alcoholismo, a la violencia en el hogar, porque no se cuenta para nada con el poder de Dios con la Gracia, para aplastar a la serpiente del pecado, que se ha introducido en los hogares y está bien escondida en los armarios de la indiferencia.

Una vida sin la Gracia de Dios, es fácil presa de la infidelidad conyugal, del alcoholismo, de la violencia en la familia. Son plagas que destruyen la armonía del hogar, que siembran pobreza y causan terribles traumas en los niños y jóvenes. Traumas que los acompañan, muchas veces, durante toda su existencia.

En muchos hogares sucede como la noche de Navidad. En la sala hay un gran árbol con luces de colores, con adornos, con regalos. En un rincón, está la imagen del Niño Jesús. En esos hogares no han eliminado del todo al Niño Jesús, el protagonista de la Navidad; pero lo han refundido en un rincón de la sala. En otros hogares, por desgracia, ya sólo queda el árbol de Navidad. El señor del hogar es Santa Claus, con su mensaje consumista. Se podría decir que Santa Claus (no el San Nicolás de la tradición cristiana), es el antagonista de Jesús. En todo el sentido de la palabra, es Satanás, con disfraz de Santa Claus. Con sus carcajadas estereofónicas, se constituye en el centro de la navidad, el centro del hogar. De esta manera, desplaza a Jesús como el Señor del hogar.

En una época de crisis espiritual, en el pueblo de Dios, Josué desafió al pueblo, diciéndole: "Decidan hoy a quién van a servir: si a los dioses a quienes sus antepasados servían a orillas del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos que viven en esta tierra. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor" (Jos 24, 15). Mientras los padres de familia no cierren filas ante esta avalancha de paganismo, que ha ingresado en tantos hogares, no hay duda que el señor del hogar, no es Jesús, sino su antagonista, el diablo.

La puerta abierta del rencor

Con el tiempo, como sacerdote, me he convencido que el hogar es donde, muchas veces, abunda más el rencor, sobre todo entre esposo y esposa; entre padres e hijos. Lo malo del caso es que "ya se acostumbraron" a vivir así. Cada uno asegura que ya perdonó; pero en el fondo de su corazón no ha roto las facturas por las ofensas que le han inferido. Las heridas no se han cerrado: están sangrando. Dice san Pablo: "Si se enojan, no pequen. Que la puesta del sol no los sorprenda en su enojo, dando así ocasión al pecado" (Ef 4, 26-27).

Es casi imposible no enojarse en el hogar ante tantas situaciones conflictivas. Pero, lo que la Biblia recalca, es que al irse a dormir sin perdonar, es como concederle espacio al diablo en nuestro corazón, en el hogar. Durante la noche, en la subconsciencia, el diablo se encarga de poner más leña al enojo hasta convertirlo en odio.

Producto del rencor, del odio, muchas veces, es el castigo sexual, sobre todo de parte de la mujer. A la luz de la Biblia, es una trampa del demonio. San Pablo, al hablar de las relaciones íntimas entre los cónyuges, advierte: "No se nieguen el uno al otro, a no ser que se pongan de acuerdo en no juntarse por algún tiempo para dedicarse a la oración. Después deben volver a juntarse; no sea que, por no poder dominarse, Satanás los haga pecar" (Ef 4, 26). La indicación de san Pablo es muy específica. El castigo sexual, con frecuencia, en una insinuación del diablo para hacer caer en la infidelidad a los esposos. La oración diaria, en Espíritu y en Verdad, es una ocasión maravillosa para recibir el perdón de Dios y para que ese perdón siga fluyendo hacia el esposo o esposa.

La pornografía

La pornografía no es algo nuevo. Siempre ha sido una tentación para adultos y jóvenes. Pero nunca como ahora, la pornografía ha invadido el hogar. Ahora, la pornografía nos la sirven a domicilio. Casi parece imposible controlar lo que ven los hijos, me contaba un papá que había bloqueado un canal pornográfico en su casa. Un día, llegó de pronto a su casa. Su desagradable sorpresa, fue que sus hijos, niños, estaban viendo el canal pornográfico, que él había bloqueado. Los niños, más expertos que el papá en bloquear y desbloquear los canales del televisor, clandestinamente, habían activado el canal prohibido.

Un señor de avanzada edad, que caía continuamente en el vicio de la pornografía, al fin, decidió ir a la compañía de cable y pidió que en su casa suprimieran el canal pornográfico. Al día siguiente, se le ocurrió comprobar si la compañía había eliminado el canal pornográfico. Conectó el aparato: allí estaba todavía el canal inconveniente. Contaba el señor de avanzada edad, que, nuevamente, se quedó prendido del canal pornográfico. La pornografía es una de las más sutiles artimañas que el diablo ha esgrimido para infectar los hogares. Para pudrir la mente de niños y adultos. Bien sabe el espíritu del mal que todo pecado comienza en la mente. Una vez que la mente ha sido corrompida, todo lo demás viene sólo como por arte de magia.

La gran tragedia de nuestra sociedad permisiva es que muchísimos tienen la mente "podrida" por la pornografía. Jesús decía: "Del corazón del hombre bueno, salen cosas buenas. Del corazón del hombre malo salen cosas malas" (Mt 12, 35). Lo que dejemos ingresar en nuestra mente, eso es lo que va a salir y nos va a dominar. De los que han dejado que su mente se pudra, por la pornografía, de allí saldrán, mañana, tarde y noche, más adulterios, violaciones y pensamientos lujuriosos. Ciertamente no soñaran con ángeles. Sus sueños serán reflejo de lo que han almacenado en su subconsciencia.

Una manera fácil y exitosa por la que el diablo se mete a los hogares, es la pornografía. Es un flagelo para la familia. Los medios de comunicación, en porcentajes muy elevados, en lugar de sembrar el trigo puro de los grandes valores, siembran a mano llena, la cizaña de pornografía, que envenena mentes y conciencias. Por medio de la pornografía, el diablo tiene entrada libre a los hogares para zarandear a niños, jóvenes y adultos. Nadie está protegido contra este ataque despiadado de Satanás.

El ocultismo

"El retorno de los brujos" es el título de un libro que describe la situación del hombre que, al abandonar a Dios, tiene que buscar apoyo en la adivinación, en los brujos, en el espiritismo, en el ocultismo y hasta en sectas satánicas, donde, expresamente, se le rinde culto a Satanás.

Es frecuente, que lleguen personas o familias que aseguran que escuchan ruidos raros en su casa; que oyen voces insistentes al oído y miran sombras. También son varios los que ven cómo, repetidamente, caen objetos, que no saben de dónde vienen. Todo esto provoca miedo, angustia, desesperación. Ya no logran dormir. Tienen miedo de todo. Cuando una persona o una familia llegan con esta clase de problemas, inmediatamente, les pregunto si han ido a centros espiritistas, de adivinación, o si han jugado güija. Casi la totalidad afirma que ha frecuentado esos lugares. También les pregunto si van semanalmente a la Misa y si comulgan. De antemano conozco la respuesta: No.

A estas familias, les hago ver que no deben extrañarse de lo que les está sucediendo, ya que ellos mismos le han abierto la puerta al diablo. Le dieron entrada libre a su hogar. Son culpables de lo que les sucede. Por algo el Señor, en la Biblia, nos prohíbe frecuentar esos centros de ocultismo. Dice el libro del Deuteronomio: "Que nadie de ustedes ofrezca en sacrificio a su hijo, haciéndolo pasar por el fuego, ni practique la adivinación, ni pretenda predecir el futuro, ni se dedique a la hechicería, ni a los encantamientos, ni consulte a los adivinos y a los que invocan a los espíritus, ni consulte a los muertos. Porque al Señor le repugnan los que hacen estas cosas" (Dt 18, 10-12).

Si nuestro Padre Dios nos prohíbe el ocultismo, es porque quiere librarnos de algo maligno. La frase de la Biblia es muy clara: "A Dios le repugnan los que hacen estas cosas". ¿Por qué? Acudir a estos centros, prohibidos por Dios, es como una especie de "adulterio espiritual". La esposa se siente indignada de que su esposo frecuente pecaminosamente la compañía de otra mujer. En este caso, es su contrincante. Es la que le roba el amor y el dinero de su marido. Es la que hace que en su hogar ingrese la maldición del adulterio. El que va a un centro de ocultismo, en el fondo de su corazón, es como que aceptara que hay alguien más poderoso que Dios, que le puede solucionar su problema o iluminarlo en determinada situación. Es un "adulterio espiritual". Por eso: "A Dios le repugna los que hacen estas cosas".

Algunos se defienden diciendo que siguen amando a Dios. Es como que el marido le dijera a su esposa: "Te amo, pero también amo a la otra". O que la esposa le dijera lo mismo a su marido.

La gente, por lo general, quiere soluciones fáciles para problemas complicados. Cuando suceden estos fenómenos misteriosos, que desconciertan a las personas y a las familias, algunos, alarmados, llegan a pedir que vaya un sacerdote para echar agua bendita en su casa. Yo les digo a esas personas que las paredes de su casa no tienen la culpa de lo que está sucediendo. Son ellos los que deben hacer una buena confesión y comunión, y renunciar a ir a esos centros de ocultismo, que son puerta abierta para que el demonio se meta en la vida de las personas y los vaya dominando más y más. Mientras no se expulse de esas casas el pecado, la relación con el ocultismo o con objetos adquiridos en esos lugares, el espíritu del mal permanecerá allí turbando y martirizando a los que le han dado entrada libre a sus hogares.

La oración en familia

En nuestro mundo, turbado y contaminado por malas presencias, se impone una constante limpieza espiritual en nuestras familias. Tenía razón san Pablo, cuando, en su Carta a los Efesios, decía que estamos rodeados por malas presencias que contaminan el ambiente (Ef 6,12). Así como se echa un repelente contra las cucarachas e insectos peligrosos, así también hay que purificar el hogar con frecuencia de contaminaciones, que ingresan por descuido de los moradores de esos hogares.

Dice Jesús: "El varón fuerte y armado que custodia su casa, tiene paz en todas sus cosas" (Lc 11, 21). Una familia de oración, de sacramentos, es una familia protegida por la presencia de Jesús y la oración de la Virgen María. Jesús anticipó que cuando un demonio es expulsado de un individuo, va a buscar otros siete espíritus peores que él para dar un nuevo asalto. Encuentra la casa barrida y arreglada. Dan un nuevo asalto y todo queda peor que antes (Lc 11, 24-26).

Donde están Jesús y la Virgen María, el diablo sabe que no se puede ingresar. En la casa, que ha abierto su puerta a Jesús resucitado, ha ingresado la bendición; no hay maleza de ansiedad y miedo, no existen barrotes oxidados de resentimiento y pecado, y no revolotea por su entorno el cuervo, símbolo de Satanás. Lo dice muy claro el Salmo 128: "Feliz tú que temes al Señor y sigues sus caminos, comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y te irá bien".

Familias que tienen a Jesús como el Señor de su casa, y que cumplen con amor sus mandamientos, tienen la mejor alarma y el mejor seguro de vida. Cuentan con la protección del Señor. No sólo no van a ser vencidos por el diablo, sino que podrán ayudar a los vecinos, que, por descuidar la presencia de Dios, han sido atacados y vencidos por el príncipe de este mundo. Familia donde reina Jesús es la dichosa familia, que describe el Salmo 128, la familia donde el diablo no puede ingresar con libertad, porque su puerta está marcada con la Sangre de Jesús.

No hay mejor purificador del hogar que la oración diaria. La oración de fe es incienso oloroso ante Dios, que ahuyenta las malas presencias. Tobías y su joven esposa Sara, enfrentaban un delicado problema con una presencia maléfica, que afectaba a Sara. En la noche de su boda, Tobías propuso que se pusieran de rodillas para enfrentar el problema. Los recién casados hicieron una poderosa oración de fe que terminó con la influencia maléfica, que padecía Sara (Tb 8,1-8). Esposos, que oran juntos con fe, son un poder grandísimo de protección de su familia y de su vida personal.

La Eucaristía del domingo en familia, es la mayor bendición semanal para la familia. En la Eucaristía hay abundante oración, proclamación de la Palabra de Dios, vida de comunidad, y, sobre todo, presencia sacramental de Jesús en la Santa Comunión. Una familia, que inicia su semana con la Eucaristía, no debe temer a las presencias malignas, pues están protegidos con la Sangre de Cristo. Y la oración de la Virgen María.

Pero, por otro lado, familias, que se llaman cristianas, pero viven paganamente: donde no hay oración y donde se asiste a la Eucaristía, sólo alguna vez, para algún evento familiar, son familias totalmente desprotegidas. La puerta de su hogar está abierta de par en par para que ingrese, campante, el demonio o cualquier maleficio, que les quieran hacer. Los maleficios no son "cosas de la fantasía". Los expertos en demonología dan fe de su terrible existencia. Pero esos maleficios, se topan con la puerta donde está la marca del Cordero: la Sangre de Jesús. Así como en Egipto, la plaga de muerte no pudo ingresar en las casas marcadas con la Sangre del Cordero, así en los hogares cristianos, no puede ingresar el maleficio, cuando la familia, por medio de la oración y la Eucaristía, ha marcado su puerta con la Sangre de Jesús, que ahuyenta la presencia de todo mal espíritu.

En mi experiencia sacerdotal, he comprobado cómo las familias de oración, de sacramentos, no sufren esta clase de perturbaciones maléficas. En cambio, las familias, cristianas de nombre, pero no de corazón, son las que son atacadas y vencidas por misteriosas fuerzas del mal, sobre todo en estos tiempos de confusión, de ocultismo y maleficios. Bien decía el Papa Pío XII: "Familia que reza unida, permanece unida". Podríamos añadir: "Familia que reza unida es una familia defendida contra las presencias maléficas".

FIN

Fuente: "Hablemos del Diablo" Padre Hugo Estrada, SDB-Editorial Salesiana Guatemala 2012-Nihil Obstat-con licencia eclesiástica.

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