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HABLEMOS DEL DIABLO

Capítulo 20 - "Nuestro acusador"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En griego, "diabolos", significa "acusador". Es el papel del diablo: acusar a Dios, para provocar desconfianza en Él, y acusar a los seres humanos para que se sientan culpables y no se atrevan acercarse a Dios. Este papel del diablo se aprecia minuciosamente en el Génesis, en la escena del primer pecado. Primero, el diablo acusa a Dios ante los hombres; les dice: "Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín" (Gn 3,1). Una mentira enorme: Dios sólo les había prohibido comer del "árbol de la ciencia del bien y del mal", símbolo del pecado. También acusó a a Dios, haciéndolo pasar como un engañador: el diablo les aseguró que Dios les había ordenado no comer del fruto del árbol del la ciencia del bien y del mal porque si comían iban a saber lo mismo que Él. Las acusaciones del espíritu del mal surtieron efecto: los primeros seres humanos cayeron en la tentación de la "desconfianza" en Dios.

Una vez que Adán y Eva cayeron en la trampa del pecado, entonces, la acusación fue contra ellos mismos. Los hizo sentirse tan pecadores que tuvieron miedo de Dios; se fueron a esconder de Él. No querían oír su voz, cuando antes gozaban hablando con Él (Gn 1,27-30). El gran triunfo del diablo es hacernos caer en el pecado de la desconfianza en Dios; sabe que si desconfiamos de Dios, todas las puertas del alma están abiertas, de par en par, para cualquier pecado.

La rehabilitación de Adán y Eva se llevó a cabo, cuando aceptaron la insistente invitación de Dios de salir de su escondite, de volver a confiar en Él. Cuando aceptaron la oportunidad de rehabilitarse, sintieron que Dios les echaba encima unas pieles para cubrir su desnudez. Eran las pieles del perdón y la misericordia de Dios, que Él concede al que deja de hablar con el diablo y vuelve a hablar con Él, y se arrepiente.

El caso de Job

La Biblia describe a Dios muy satisfecho por la vida del santo Job. Entonces ingresa en escena el diablo. Acusa despiadadamente a Job. Le arguye a Dios que Job se porta bien porque se le ha concedido ser un millonario. El diablo le apuesta a Dios que si le quita sus cosas a Job, y lo toca en carne viva, con seguridad va a renegar de Dios. Todos conocemos la avalancha de desdichas que se le vienen encima a Job por parte del maligno. Al principio, el santo Job dice: "El Señor me lo dio todo, el Señor me lo quitó". ¡Bendito sea el nombre del Señor!" (Job 1,21). Pero las desdichas en lugar de concluir se multiplican. Por eso Job comienza a desconfiar de la bondad de Dios. Por eso Job afirma que va a llevar a Dios a un juzgado y que está seguro de ganar el pleito. Ante la insistente acusación del diablo, que Job experimenta contra Dios, comienza a desconfiar.

Dios se le manifiesta a Job; para ayudarle le pone una especie de test de unas setenta preguntas. En resumidas cuentas, el Señor le pregunta a Job que dónde estaba, cuando él creaba los cielos, la tierra, los animales, todo. Job comienza a reflexionar. Cae en la cuenta de su pecado. Hunde la frente en el polvo y pide perdón (Job 42, 1-6). En ese momento, Dios sana a Job y le recompensa con muchas más cosas que las que antes tenía. Nada tan terrible como perder la confianza en Dios. Es el tiro de gracia que intenta darnos el diablo.

Todos hemos experimentado la halagadora voz del diablo durante la tentación. De entrada, nos hace desconfiar de Dios. Es su táctica preferida. Una vez que hemos resbalado en el pecado, volvemos a escuchar la voz del diablo. Ahora, ya no tiene nada de dulce el tono de voz. Ahora se ha convertido en un terrible acusador. Su voz nos hace sentir desdichados, malvados. Perdidos irremediablemente.

Por bendición, siempre se repite la historia sagrada: Dios va a buscar al pecador en su escondite de miedo; siempre le tiende un puente de misericordia para que pueda volver al primer amor.

El objetivo del diablo

Lo que más le conviene al diablo es llevarnos a la desesperación para que pensemos que ya no hay solución para nosotros; que ya se nos terminó la cuota del perdón; que Dios nos ha abandonado para siempre. El caso de Judas y de Pedro es muy aleccionador. Los dos habían negado a Jesús; lo habían abandonado. A Judas lo llevó el diablo a pensar que su culpa era imperdonable. El diablo logró que Judas centrara su atención en la gravedad de su pecado y no en la misericordia de Jesús. Judas le dio más importancia a la voz acusadora del diablo. No fue arrepentimiento, sino remordimiento de Judas: la conciencia que lo mordía con rabia. Judas quiso castigarse él mismo. Por eso terminó ahorcándose. El diablo venció a Judas a base de acusaciones terribles con respecto a su traición.

Pedro podía haber seguido el mismo camino de Judas, en su desesperación, si hubiera aceptado las acusaciones terribles, que el demonio aprovecharía para introducirle en su mente y su corazón. Pero Pedro se dejó ver por Jesús. No le esquivó la mirada. Por eso pudo leer en los ojos de Jesús la parábola del hijo pródigo: él mismo se sintió hijo prodigo, que tenía la oportunidad de ser recibido nuevamente en la casa del Padre. Pedro se sintió oveja perdida, buscada por la mirada de Jesús. El diablo no pudo llevar a Pedro al suicidio porque Pedro se atrevió a confiar en la mirada de misericordia de Jesús. Se acordó que Jesús ya le había anticipado que lo iba a negar antes de que cantara el gallo. Cuando cantó el gallo, Pedro lloró amargamente, porque recordaba que Jesús ya le había anticipado que había rezado por él para que, cuando volviera, confirmara a sus hermanos (Lc 22, 32). Pedro confió en la palabra de Jesús, que le había profetizado que volvería para confirmar a sus hermanos.

A Jonás le sucedió algo parecido a lo de Pedro y Judas. Cuando Jonás fue descubierto por los marineros como el culpable de la tormenta, que amenazaba hundir el barco en que viajaban, Jonás, como Judas, se dejó convencer por las acusaciones del espíritu del mal: pensó en un suicidio indirecto. Pidió que lo lanzaran al mar. Dios le dio una oportunidad; dice la Biblia que lo tragó un gran cetáceo. En el vientre del gran pez, Jonás se atrevió a confiar en la misericordia de Dios; se arrepintió de su pecado y clamó a Dios pidiendo misericordia. Dice el salmo 51: "Dios no desprecia un corazón humillado y contrito". Dios no despreció el arrepentimiento ni el clamor de Jonás. El diablo siempre insiste en que ya no hay otra oportunidad. La Biblia presenta a Dios como el Padre de las oportunidades, que siempre tiene abierta la puerta de su corazón, a todas horas, para que el hijo pródigo la encuentre abierta cuando decida retornar.

La obra del Espíritu Santo

La misión del Espíritu Santo es "convencernos de pecado" (Jn 16,8). No para hacernos sentir perdidos, rechazados por Dios, sino para recordarnos que Dios nos invita a regresar a la casa paterna, para ser perdonados y abrazados por nuestro Padre. La misión del diablo, en cambio, es convencernos de que ya no hay nada que hacer; que la puerta de la misericordia se ha cerrado para nosotros. El diablo provoca en nosotros "remordimiento": una conciencia que nos muerde atrozmente y nos lleva a la desesperación. El Espíritu Santo, por el contrario, nos lleva al "arrepentimiento", a pedir perdón y confiar en la misericordia de Dios, que, por medio de la Sangre de Cristo, destruye todo pecado (1 Jn 1,7).

Con toda seguridad, el hijo pródigo, mientras cuidaba los cerdos, en cierta forma, los envidiaba: ellos tenían bellotas inmundas para comer, y él ni siquiera de eso disponía. Ciertamente el demonio trató de llevarlo a la desesperación total. Tal vez habrá pensado en poner fin a su vida. Por otra parte, fue el Espíritu Santo el que comenzó por "convencerlo de pecado" y animarlo a regresar a su casa para pedirle perdón a su papá. Este muchacho tuvo una dura lucha interna: "¿Volver o no volver? Mi padre me va a rechazar después de la mala jugada que le hice. Para mí ya no hay otra solución: debo desaparecer".

Por otra parte, en el fondo del corazón trataba de abrirse camino otra voz: "Regresa... No es la primera vez que tu padre te perdona... Él es bueno... Imposible que no te reciba"... Al fin el hijo pródigo exclamó: "Me levantaré e iré a la casa de mi padre, y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de llamarme tu hijo" (Lc 15, 18). Esa batalla espiritual la conocemos muy bien. La hemos vivido. Conocemos muy bien la voz del acusador y la voz del Ayudador, el Espíritu Santo. Si estamos en la Iglesia es porque pudimos rechazar al acusador y nos dejamos guiar por nuestro Ayudador.

Nuestro Abogado

En el capítulo tercero del profeta Zacarías hay una estampa de la misericordia de Dios, que debemos tener siempre presente. Aparece el sumo sacerdote Josué; tiene las vestiduras manchadas, símbolo del pecado. A la derecha de Josué está un "ángel acusador", el demonio, que le echa en cara sus maldades. A la izquierda está el ángel del Señor, que reprende al ángel acusador y afirma que Josué es "un carbón encendido, sacado de entre las brasas" (Za 3,2). Luego el ángel del Señor manda a otros ángeles que le quiten sus ropas sucias a Josué: "Esto significa que te he quitado tus pecados" (Za 3,4).

Esta escena señala lo que sucede cuando Dios nos perdona. El demonio insiste en acusarnos, en hundirnos y destruirnos. La vestidura blanca indica la gracia, recuperada por la misericordia de Dios. Me tocó atender a una anciana de más de ochenta años, que se estaba muriendo. La pobre anciana con desesperación gritaba: "¡Dios no me va a perdonar! ¡Dios no me va a perdonar!" Esta anciana había sido prostituta en una época de su vida. En este momento crucial de su existencia, el diablo aprovechó para echarle en cara sus pecados. La anciana ya había confesado sus pecados, pero, en el fondo de su corazón, no había aceptado el perdón total de Dios. El motivo era porque se basaba en su propia manera de concebir la justicia de Dios, y no en lo que dice Dios, en la Biblia, acerca de su justicia.

Por medio del profeta Isaías, el Señor nos dice: "Aunque los pecados de ustedes fueran rojos como la grana, yo los dejaré mas blancos que la nieve" (Is 1, 18). También por medio del mismo profeta, el Señor nos dice: "Yo por ser tu Dios, borro tus crímenes; no me acordaré más de tus pecados" (Is 43, 25).

San Juan, nos recuerda algo que nunca debemos olvidar, sobre todo, cuando caemos en pecado. Dice san Juan: "Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros; pero si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios hará lo que es justo: nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad" (1 Jn 1,8-9). Por medio del Sacramento de la Reconciliación, Jesús nos aplica el valor de su Sangre.

Seguramente, a los dos ladrones, crucificados junto a Jesús, el demonio, en ese momento extremo, los quiso llevar a la desesperación: por eso los dos insultaban a Jesús, blasfemaban. Según ellos todo estaba ya perdido. No había otra salida. Se despedían de la vida maldiciendo. Pero el ladrón de la derecha, logró escuchar las siete Palabras de Jesús, que como espadas de doble filo le penetraron en su corazón. Entonces, logró ver la magnitud de su pecado y la infinita misericordia de Jesús, que pedía perdón por sus verdugos. Su corazón se quebrantó. Sintió la urgencia de hacer una confesión en público. Se declaró delincuente. Pero no se quedo allí. Acudió al que podía salvarlo. Lo llamó con su propio nombre: "Jesús", que quiere decir Salvador (Lc 23,42). En ese momento, sus pecados, rojos como la grana, quedaron convertidos en la blanca vestidura de Gracia. Por eso, Jesús le pudo decir: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43).

Cambio de vestiduras

Como el padre del hijo pródigo, Dios, nos entrega la nueva vestidura de su Gracia, nos recibe con los brazos abiertos y, además, nos prepara una fiesta para que olvidemos para siempre el chiquero de los cerdos, y nos atrevamos a vivir en el gozo del Señor. No oigamos la voz del "acusador", que quiere hundirnos en la desesperanza. Estemos siempre atentos a la voz de nuestro Ayudador, el Espíritu Santo que nos quiere regresar a la misericordia de nuestro Padre perdonador.

Fuente: "Hablemos del Diablo" Padre Hugo Estrada, SDB -Editorial Salesiana Guatemala 2012-Nihil Obstat-con licencia eclesiástica.

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