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HABLEMOS DEL DIABLO

Capítulo 17 - "La armadura contra el diablo"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El día de nuestro Bautismo, se nos entregaron dos regalos simbólicos: una vestidura blanca y una candela encendida. La vestidura blanca simboliza la Gracia de Dios, el estado de salvación. La candela encendida es la Luz del Espíritu Santo, que se nos regala para que nos alumbremos en el peregrinaje de nuestra vida.

Al mismo tiempo que comenzamos a tener experiencia de Dios, se inicia en nosotros la experiencia de una fuerza mala: el espíritu del mal que quiere manchar nuestra vestidura; sabe que sin la vestidura blanca no podemos ingresar en el reino de Dios. El espíritu del mal busca apagarnos la Luz del Espíritu Santo para que no caminemos en la Luz, sino en las tinieblas. Al espíritu del mal, la Biblia lo llama Satanás, que significa enemigo. Jesús lo llamó "Príncipe de este mundo" ya que tiene un poder sobrenatural.

Jesús nunca nos enseña a estar angustiados por la presencia del diablo, más bien nos instruye para saberle "resistir" sin temor, cuando vamos con el poder de Dios. Dice Jesús: "El varón fuerte y armado que custodia su atrio, tiene paz en todas sus cosas" (Lc 11, 21). Si permanecemos vigilantes y armados, no hay qué tenerle miedo al diablo. Sabemos que la victoria está de nuestra parte, pues el Señor va con nosotros.

San Pablo se imagina a un soldado romano con su respectiva armadura. Le da un significado espiritual a cada una de las seis piezas de la armadura del soldado romano, y nos invita a ponernos toda la armadura de Dios. Dice Pablo: "¡Pónganse en pie!, ceñida la cintura con la Verdad y revestidos con la coraza de la Justicia, calzados los pies con el celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que puedan apagar con Él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomen también el yelmo de la Salvación y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia..." (Ef 6, 14-18).

El casco de la Salvación

El soldado romano protegía muy bien su cabeza con un casco de acero. Nuestro enemigo, el diablo, comienza por atacar nuestra mente. Todo pecado nace primero en la mente. El diablo busca confundirnos, acomplejarnos, acusarnos, hacernos sentir débiles y malos, para atemorizarnos y podernos derrotar fácilmente. La Carta a los Corintios se refiere a "la mente de Cristo" (1 Co 2,16), que nos recuerda su salvación, su plan de amor para nosotros. El diablo procura incubar en nosotros "su mente", que infunde acusación, miedo, desconfianza en Dios.

Además de ser hijos de Dios, tenemos al Espíritu Santo, que Jesús nos dejó como nuestro "paráclito", que quiere decir, nuestro "defensor" contra las insidias del espíritu del mal. Contamos también con la presencia de la Madre de Jesús a quien el mismo Señor le encomendó el cuidado de cada uno de nosotros, cuando le dijo: "Mujer, he ahí a tu hijo" (San Juan 19,26). San Juan, junto a la cruz, estaba representando a toda la Iglesia: el Cuerpo místico de Jesús, que somos nosotros.

Cuando nos sentimos hijos amados de Dios, cuando somos conscientes de que en nosotros está nuestro defensor, el Espíritu Santo; cuando sabemos que la Virgen María cuida de nosotros como cuidó de Jesús, entonces, tenemos bien puesto el "casco de la salvación", y el enemigo no puede derrotarnos. Nosotros lo derrotamos a él.

Al apropiarnos de estos conceptos y al vivirlos, nuestra mente está protegida por el casco de la salvación. En enemigo no puede turbar nuestra mente. No puede sembrar en nosotros la cizaña de la duda y del pecado.

La coraza de la Justicia

Por medio de la coraza, el soldado protegía su corazón. Justicia, en la Biblia, significa la justificación, que nos pone en buena relación con Dios por medio de la Sangre de Jesús. El que tiene una conciencia manchada se siente inseguro: no está en buena relación con Dios, no tiene poder en la oración, no tiene hambre de la Palabra de Dios; no se siente con la unción del Espíritu para evangelizar. Esta situación anímica es detectada por el espíritu del mal, que "acusa" a la persona, que se da cuenta del estado de pecado en que se encuentra y más fácilmente la derrota.

En el libro del profeta Zacarías (3, 1-7), se muestra al sacerdote Josué entre dos ángeles: el ángel acusador y el ángel de Dios. El sacerdote Josué se da cuenta de que sus vestiduras están sucias y eso lo acompleja ante las acusaciones del ángel acusador. Pero el ángel de Dios manda que le cambien las vestiduras sucias por unas limpias. Sólo entonces le encomienda, de parte de Dios, el cuidado del templo. Las vestiduras sucias del sacerdote Josué, simbolizan nuestra "propia justicia", que según el profeta Isaías, ante Dios sólo es un "trapo de inmundicia" (Is 64,6). Cuando hemos sido limpiados por la Sangre de Jesús, ya no nos encontramos "acobardados" ante el ángel acusador; todo lo contrario: nos sentimos hijos amados de Dios, y con todo el poder de Dios para vencer al enemigo de nuestra alma. El que se ha puesto la coraza de la justicia, se siente "justificado", es decir, en buena relación con Dios.

El cinturón de la Verdad

Por medio de un grueso cinturón de cuero, el soldado romano defendía partes vitales de su cuerpo. A Satanás, Jesús lo llamó "padre de la mentira": su especialidad es mentir. Hacer pasar la mentira como que fuera una verdad atrayente, que nos conviene. El diablo fascinó a Adán y Eva con su propuesta tentadora. Vieron que se les prometía algo fabuloso. Cuando se dieron cuenta, ya habían caído en el pecado. Al instante, estaban experimentando la falsedad de la serpiente.

Jesús dijo: "Yo soy la Verdad" (Jn 14,6). La Verdad absoluta. El único que tiene la Verdad completa. Para poder llevar el cinturón de la Verdad, hay que conocer cada día más la Palabra de Dios. Asimilarla. Vivirla. En cierta oportunidad, la multitud abandonó a Jesús porque les decía que debían comer su carne y beber su sangre. Jesús les advirtió a los apóstoles que estaban en libertad para marcharse, si querían. Pedro respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). En el evangelio de san Juan, "Vida Eterna" significa "Vida de Dios". Los demás podrán tener palabras sabias, geniales, pero sólo Jesús tiene palabras de vida eterna, Palabras de Dios. Sólo Él es la Verdad.

Jesús les prometió a los apóstoles: "Cuando venga el Espíritu de la Verdad, los llevará a toda la Verdad" (Jn 16,13). Bien decía san Pedro: "La Escritura no es de interpretación privada" (2 Pe 1,20). Es el Magisterio de la Iglesia, asistido por el Espíritu Santo, el que nos impide interpretaciones privadas y erróneas de la Biblia. Cuando conocemos la Palabra de Dios; cuando la memorizamos; cuando la vivimos, y nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y la Santa Madre Iglesia, tenemos puesto el cinturón de la Verdad, que nos libra de ser fascinados por el padre de la mentira, Satanás.

El Escudo de la Fe

El escudo, que empleaba el soldado romano, cubría todo su cuerpo. No podía dejar al descubierto alguna parte del mismo: bastaba una flecha envenenada que lo tocara y le llevaba la muerte. Para Pablo el escudo de la fe es la confianza en Dios, que es Padre bondadoso, sabio y providente. Ésta es la mayor defensa contra el espíritu del mal, que quiere provocar en nosotros desconfianza en Dios. El primer pecado de la humanidad fue la desconfianza en Dios.

De allí la importancia de tener constantemente el escudo de la fe. Dice la carta a los Romanos: "La fe viene como resultado de oír la Palabra que nos habla del mensaje de Jesús" (Rm 10,17). Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios o la leemos en la Biblia, nuestra fe aumenta, se consolida. En ese momento estamos protegidos por el escudo de la fe, contra la desconfianza en Dios, que nos abre la puerta para todos los pecados.

En la antigüedad, cuando el enemigo atacaba una ciudad amurallada, lanzaba flechas con fuego. Los habitantes de la ciudad, por estar apagando incendios, descuidaban al enemigo, que aprovechaba para escalar las murallas e introducirse en la ciudad. El diablo nos lanza sus dardos encendidos, de dudas, de turbación, de desconfianza en Dios. Quiere distraernos, debilitarnos. Si en todo momento nos defendemos con el escudo de la fe, de la confianza constante en Dios, el enemigo no puede ingresar en nuestro corazón.

La espada del Espíritu Santo

La Carta a los Hebreos define la Palabra de Dios como "espada de doble filo" (Hb 4,12). Nos sirve para explorar nuestro interior y limpiarlo de toda contaminación que el espíritu del mal haya introducido. También está a nuestra disposición para defendernos contra los ataques del maligno.

Cuando el diablo se le acercó a Jesús en el desierto para proponerle proyectos espectaculares para la evangelización, Jesús lo rechazó diciendo: "Está escrito", que equivalía a decir: "Dios dice". A cada tentación, que el diablo le puso a Jesús, el Señor le contestó con una frase de la Escritura. De esa manera, Jesús nos enseño a esgrimir la Palabra de Dios como espada que el Espíritu Santo nos da contra las insinuaciones del maligno.

La persona, que conoce la Palabra de Dios, sabe cuál es el pensamiento de Dios. Su voluntad. Su camino. El espíritu de la mentira no puede hacer resbalar a la persona que conoce la Palabra de Dios, que la sabe esgrimir contra las tentaciones, como lo hizo Jesús en el desierto.

Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68). Para nosotros, sólo Jesús tiene Palabras de Dios. Es muy conveniente "memorizar" pasajes clave de la Biblia para que estén "dentro" de nosotros., sobre todo, en circunstancias difíciles de la vida. En su "noche oscura" de la cruz, Jesús, al sentirse abandonado por Dios Padre, comenzó a rezar el salmo 22, que lo fortaleció en su angustia. En nuestras noches oscuras, es cuando Satanás se esfuerza en confundirnos. Con la Palabra de Dios en nuestro corazón lo derrotamos como Jesús lo derrotó en desierto.

El calzado del Evangelio

Cuando el soldado romano tenía que enfrentarse al enemigo, se ponía unas botas claveteadas: necesitaba estar bien clavado al suelo para no retroceder en la batalla cuerpo a cuerpo. El que vive el Evangelio, tiene paz con Dios, con los demás y consigo mismo. Esa paz que nos da la vivencia del Evangelio nos trae seguridad, nos impide retroceder ante el embate del enemigo.

Jesús quiere que confiemos en Él, en sus muchas y preciosas promesas. Eso nos da seguridad, confianza en Dios y en nosotros mismos. Un soldado temeroso se turba en el momento de la batalla: se le olvidan las tácticas militares de su general y es un estorbo para todo el batallón de soldados. Un cristiano asustado es presa fácil del enemigo espiritual. El Evangelio de la paz nos trae la paz que Jesús quiere para nosotros. Nos da seguridad, confianza en la victoria. Saldremos más que vencedores en Jesús.

Antes de la batalla crucial de la pasión, Jesús, les dijo a los apóstoles: "No se turbe el corazón de ustedes; confíen en Dios: confíen en mi". (Jn 14,1). Les pedía paz, confianza para que no fueran enredados por el maligno con los lazos de la turbación, del escándalo de la cruz. Turbarse, en el contexto bíblico, significa: "No se dejen llevar de un lado a otro como las olas de mar". Los apóstoles perdieron la paz, se dejaron llevar de un lado para otro por la tentación: el espíritu del mal los zarandeó, los llevó a desconfiar de Jesús, los hizo perder la fe.

El guerrero

San Pablo habla de las "artimañas" del demonio. Su táctica es la guerrilla: la sorpresa, la perseverancia en la emboscada. Y, por eso, el cristiano nunca se quita la armadura de Dios. Ni cuando duerme. San Pablo, al concluir de enumerar las seis piezas de la armadura romana, añade que hay que "permanecer siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión, en el Espíritu" (Ef 6,18). Fue lo mismo que Jesús indicó a sus apóstoles antes de iniciar la terrible batalla de la pasión; les dijo Jesús: "Y oren para no caer en la tentación" (Mt 26,41). Jesús no nos oculta la presencia malévola del "príncipe de este mundo", del "padre de la mentira"; pero nos señala la táctica para vencerlo. Dice Jesús: "El varón fuerte y armado, que custodia su casa, tiene en paz todas sus cosas" (Lc 11,21). Dios no nos manda a pelear contra Satanás, que es muy poderoso. Dios lo que nos ordena es que tengamos siempre puesta la armadura de Dios. Ésa debe ser constantemente nuestra actitud: estar siempre revestidos con la armadura de Dios que nos proporciona para la batalla. Sólo en el cielo ya no tendremos necesidad de llevar armadura. Allí, según el Apocalipsis, sólo vestiremos túnicas blancas, lavadas en la Sangre del Cordero, y levantaremos palmas en las manos para alabar a Dios que nos ayudó a vencer a la serpiente antigua y a tomar parte en la asamblea de los bienaventurados del cielo.

Fuente: "Hablemos del Diablo" Padre Hugo Estrada, SDB -Editorial Salesiana Guatemala 2012-Nihil Obstat-con licencia eclesiástica.

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