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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA

​CAPÍTULO 14 "LA IGLESIA EN LA ÉPOCA FEUDAL (450-1450)"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Edad Media se caracteriza por la consolidación de un régimen de cristiandad, cuyos orígenes se remontan a Constantino (Edicto de Milán, año 313). Se refuerza la unión entre el poder "espiritual" (papa) y el "temporal" (emperador), dando lugar a lo que se conoce como el cesaropapismo. La Iglesia ocupa un lugar destacado dentro de la sociedad con una posición altamente privilegiada. Es ella quien dicta las normas éticas para los pueblos y sus gobernantes. Se unen "la cruz y la espada" por un mundo para Cristo. Un fenómeno típico de este régimen de cristiandad son las Cruzadas, que veremos más adelante. La Edad Media está atravesada por varios fenómenos, entre ellos el aparecimiento del Islam, la lucha de los reinos cristianos contra esta nueva religión a través de las Cruzadas, la fundación del Sacro Imperio Romano-Germánico, la consolidación del sistema feudal, la corrupción y crisis del papado y la separación de la Iglesia Oriental, más conocido como el Cisma de Oriente.

1. El Islam

En la ciudad de la Meca, en Arabia, nace Mahoma. Era el año 570. Su padre era un hombre que practicaba la idolatría, en cambio su madre adoraba al Dios de Abraham, pues era judía. Mahoma creció en medio de profundas crisis e inquietudes religiosas. A los 40 años de edad, después de un retiro en la montaña, comenzó a declararse profeta, diciendo que Dios se le había revelado y lo enviaba a fundar una religión destinada a sustituir a todas las demás.

Esta nueva religión se llamó Islam, que quiere decir abandono en Dios. Los seguidores del Islam se llaman musulmanes. La palabra musulmán (en árabe muslin) quiere decir creyente. Creen en un solo Dios verdadero: Alá.

Sus relevaciones están recogidas en un libro sagrado llamado El Corán, que “es para los musulmanes como la Biblia para los cristianos”. El Corán es un manual de oración, un tratado doctrinal, un código de derecho y un conjunto de normas éticas. El Islam tiene seis pilares: la profesión de fe, la oración, el ayuno en el mes de Ramadán, la limosna a los pobres, la peregrinación a la Meca (Arabia) y la Guerra Santa, la Jihá, que no es necesariamente una guerra violenta contra los pueblos que no son musulmanes, sino una guerra contra el mal, comenzando por uno mismo, y contra todo tipo de idolatría.

Aunque lamentablemente muchos musulmanes radicales lo ven como un ataque a todos los que no piensan igual que ellos, en pocas palabras, son fundamentalistas y deben acabar con quienes no son musulmanes, y se aprovechan de esto por intereses propios y económicos en nombre de Alá.

En el año 622 el Islam empezó a extenderse por otras naciones. Invadió y capturo por asalto las ciudades cristianas de Persia, Egipto, Siria y Palestina. En el año 695 invadió el Norte de África, de cultura romana. Y en el año 711 pasaron el Estrecho de Gibraltar y comenzaron la invasión de España y sur de Francia. Con esto, el cristianismo perdió terreno. Sin embargo, en España, los reyes cristianos de Castilla y Aragón sostuvieron durante 800 años una guerra contra los musulmanes, hasta que en 1492, tras la conquista de Granada, fueron vencidos por los llamados "Reyes Católicos". Los musulmanes que no quisieron hacerse cristianos, fueron expulsados.

2. Las Cruzadas

Los musulmanes turcos habían invadido, asaltado, atacado y conquistado Palestina, llamada por los cristianos "Tierra Santa". Estos eran más fanáticos y violentos que los musulmanes almohades y bereberes de España, los turcos persiguieron a los cristianos de palestina y no permitieron peregrinaciones a los santos lugares, que siempre habían pertenecido a los cristianos.

Entonces el papa Urbano II, en el Concilio de Clermont (año 1095) convoca las Cruzadas, que eran expediciones armadas de los cristianos para frenar la invasión de los musulmanes y reconquistar Tierra Santa. Hubo siete cruzadas. Una de las más famosas fue la tercera, dirigida por Federico Barbarroja y Ricardo Corazón de León. La última fue dirigida por San Luis, rey de Francia.

Los guerreros que tomaban parte de estas expediciones recibieron el nombre de cruzados porque portaban, como distintivo, una cruz en el pecho, cosida en su uniforme. Las cruzadas fueron apoyadas con mucho entusiasmo por obispos, sacerdotes, monjes y el pueblo cristiano.

Estas guerras o cruzadas duraron casi 200 años. Los cruzados conquistaban y perdían Jerusalén. De hecho el islamismo estaba más extendido al final de las cruzadas que al principio, pero se contuvo el ataque de los musulmanes y estos no pudieron extenderse más, gracias a la defensa del cristianismo, en las cruzadas.

3. El cisma de Oriente

La Iglesia de Oriente es la "gran desconocida" en medio de nosotros. Nos faltan conocimientos más objetivos para comprender y valorar su modo de vivir el Evangelio de Jesús en un contexto cultural, religioso y político diferente al nuestro. Cuando se habla de Oriente nos estamos refiriendo a la región oriental del mar Mediterráneo, donde actualmente se encuentran Grecia, Bulgaria, Bosnia, Serbia, Albania, Turquía, Siria, Líbano, Palestina y Egipto. Conviene aclarar que con esos mismos nombres hay iglesias católicas menos numerosas, que mantienen la unidad con Roma. Por ejemplo, hay católicos malankares, coptos, armenios, caldeos (Irak), etc. Los maronitas (Líbano) son católicos en plena comunión con la Santa Sede.

¿Cómo y por qué se separaron aquellas regiones de la Iglesia Católica? Cuando el emperador Constantino, en el año 330, pasó la capital del Imperio de Roma a Bizancio bautizándola con el nombre de Constantinopla, inconscientemente puso las bases de la futura separación. Al pasar el tiempo, Constantinopla y Roma se convirtieron en rivales. Por otra parte, la caída de la sede patriarcal de Alejandría (Egipto), Antioquía (Siria) y Jerusalén (Palestina) por la invasión musulmana, favoreció el prestigio de Constantinopla. A esto se añadió la coronación de Carlomagno, rey de los francos (bárbaros), en el año 800, por parte del papa. El patriarca de Constantinopla no vio con buenos ojos esta coronación.

Más aún las diferencias entre Oriente (Constantinopla) y Occidente (Roma) se agravaron con la fundación del Sacro Imperio Romano-Germánico, en el año 962. Fue en está época que el papado entró en una profunda crisis. La sede de Pedro se convirtió en objeto de ambición por parte de algunas familias poderosas de Roma. Cada vez se agudizaban más las diferencias entre Oriente y Occidente. Eran diferencias culturales, políticas y religiosas. En el Oriente se hablaba griego y en Occidente se hablaba latín. Además, Grecia tenía su propio rito litúrgico y Roma otro diferente. A esto se sumó el problema de las imágenes: la jerarquía de la Iglesia griega se opuso a ellas, en cambio Roma las defendía como signo de veneración a los santos.

El papa Nicolás I no veía con buenos ojos la toma de posesión del nuevo patriarca de Constantinopla, que se llamaba Focio, un fanático antirromano (año 858). Éste acusó a la Iglesia de Roma de haber añadido una frase al Credo, con el fin de aclarar una doctrina contra los arrianos. Donde decía que el Espíritu Santo "procede del Padre", Roma añadió: "y del Hijo", (Filioque, se dice en latín). Esa diferencia será el pretexto que utilizó el patriarca Focio para distanciarse de la Iglesia de Roma. Pero aún no se había consumado la ruptura. Era natural que los grandes cismas, que son directamente responsables del actual estado de cosas, fueran pleitos locales de Constantinopla. Ninguno fue en algún sentido un agravio general del Oriente. No hubo tiempo ni razón por la cual otros obispos se unieran a Constantinopla en la querella con Roma, excepto que ya habían aprendido a mirar hacia la ciudad imperial esperando órdenes.

La querella de Focio fue un grosero desafío al orden legal de la Iglesia. Ignacio era el legítimo obispo fuera de toda duda; lo había sido pacíficamente durante once años. Entonces él negó la comunión a un hombre culpable de evidente incesto (857). Pero ese hombre era el regente Bardas, así el gobierno se propuso deponer a Ignacio y colocó a Focio en su sede. El Papa Nicolás I no tenía querella alguna contra la Iglesia de Oriente, ni contra la sede bizantina. Él apoyó los derechos del obispo legítimo. Tanto Ignacio como Focio habían apelado formalmente al Papa. (Oriente siempre fue obediente a la sede de Roma y la última decisión la tomaba el Papa). Fue únicamente hasta que Focio vio que había perdido su alegato, que él y el gobierno prefirieron ir al cisma que someterse (867). Es aun dudoso durante cuánto tiempo esta vez hubiese un cisma general en Oriente. En el concilio que restituyó a Ignacio (869) los otros patriarcas declararon que ellos habían aceptado de inmediato el anterior veredicto del Papa.

Pero Focio había formado un partido antirromano, el cuál de allí en adelante nunca se disolvió. El efecto de su querella, aunque era puramente personal, aunque se terminó a la muerte de Ignacio, y de nuevo cuando Focio cayó, fue juntar en una cabeza todo la antigua envidia de Constantinopla hacia Roma. Vemos esto a través de todo el cisma fociano. La mera cuestión de los pretendidos derechos del usurpador no explican el estallido de animosidad contra el Papa, contra todo lo occidental y latino que notamos en los documentos gubernamentales, en las cartas de Focio, en las actas de su sínodo del 879, en toda la actitud de su partido. Es más bien el rencor de siglos estallando con un pobre pretexto; este fiero resentimiento contra la interferencia romana proviene de hombres que sabían de antiguo que Roma era el único obstáculo para sus planes y ambiciones.

Después de Focio, [el patriarca] Juan IX Bekkos dice que hubo “paz perfecta” entre Oriente y Occidente. Pero esa paz era sólo en la superficie. La causa de Focio no murió. Permaneció latente en el partido que él dejó, el partido que aun odiaba a Occidente, que estaba listo para romper nuevamente la unión al primer pretexto, que recordaba y que estaba listo a revivir la acusación de herejía contra los latinos. Ciertamente desde el tiempo de Focio el ocio y el desprecio hacia los latinos fue una herencia en el grueso del clero bizantino. Cuán profundamente enraizado y difundido estaba, es mostrado por el estallido absolutamente gratuito 150 años más tarde bajo Miguel Cerulario (1043-1058).

Porque esta ocasión no hubo ni siquiera la sombra de un pretexto. Nadie había disputado el derecho de Cerulario como patriarca; el Papa no había interferido con él en manera alguna. Y repentinamente en 1053 envía una declaración de guerra, luego cierra las iglesias latinas en Constantinopla, lanza una sarta de disparatadas acusaciones y muestra de todas las maneras posibles que él desea un cisma, aparentemente por el mero placer de no estar en comunión con Occidente. Y obtuvo lo que quería. Después de una serie de maliciosas agresiones, sin paralelo en la historia de la Iglesia, después de que él hubo comenzado a atacar el nombre del Papa en sus dípticos, los legados romanos lo excomulgaron (16 de Julio de 1054).

Esto sucedio 150 años después de Focio, cuando el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, quiso imponer el rito griego a las iglesias y monasterios latinos que habían en Oriente. El papa León IX envió una delegación para dialogar. Pero ésta llegó a Constantinopla con una actitud rígida y autoritaria. Se produjo una fuerte confrontación entre los delegados del papa y el patriarca de Constantinopla, Miguel Celulario. Allí se excomulgaron mutuamente. Desde luego que al papa nadie puede excomulgarlo. Este lamentable acontecimiento tuvo lugar en julio del año 1054. Así se separó Oriente de Occidente. Desde entonces persiste esta división entre la Iglesia Católica, de Occidente, y la Iglesia Ortodoxa, de Oriente.

Esta división, vista a diez siglos de distancia, nos enseña que la intransigencia, la lucha de poder, el fanatismo y la falta de flexibilidad y de diálogo por ambas partes, no responden al camino que nos propone Jesús en su Evangelio. El reino de Dios debe prevalecer por encima de estas diferencias. La Iglesia griega era muy dada a discusiones filosóficas y le daba mucha importancia a los ritos y, en cambio, la Iglesia romana le daba más importancia a lo jurídico e institucional. Desde América Latina pensamos que la religión debe ser menos "ontológico-culturalista" (es decir, menos de discusiones filosóficas y de ritos) y también menos legalista y más ético-profética, es decir, más comprometida en la construcción de un mundo más justo, solidario y humano, como mediación del reino de Dios.

Para la Iglesia Ortodoxa u oriental toda la verdad de la fe está comprendida en los primeros Concilios Ecuménicos (Nicea, Constantinopla I y II, Éfeso y Calcedonia) y en los escritos de los Santos Padres griegos. Según la teología oriental, el mundo ya está definitivamente redimido y consagrado a causa de la presencia de Cristo y de su Espíritu. Su cristología es de arriba para abajo: Cristo es visto y comprendido como el Verbo, Señor del Universo, que se "abaja", tomando la naturaleza humana para santificarla. La figura de Cristo Resucitado ocupa un lugar de especial importancia. Es el Cristo triunfante. La imagen preferida es el Pantocrator: el Cristo victorioso y omnipotente. Por eso la Iglesia ortodoxa apenas representa la imagen de Cristo crucificado. Sin embargo, la Iglesia latina u occidental enfatiza la humanidad de Cristo: su pasión y su muerte. De ahí, la cantidad de imágenes de Cristo crucificado o crucifijos que hay entre nosotros.

La Iglesia Ortodoxa practica todos los sacramentos. Tiene el orden sacerdotal, con la diferencia que los sacerdotes son casados. En vez de papa, tiene un patriarca que ejerce la máxima autoridad. En su liturgia le concede mucha importancia a los símbolos. Nueve siglos después, Roma y Constantinopla se levantaron la excomunión mutua que había coronado la división entre Oriente y Occidente. El papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras de Constantinopla se pusieron de acuerdo para encontrase en Jerusalén en el año 1965. Allí, los dos líderes de ambas Iglesias se abrazaron como un signo de reconciliación. El papa Pablo VI dijo:

"Deseamos remover y borrar de la memoria de la Iglesia, y considerar totalmente sepultada en el olvido, la sentencia de excomunión en aquella época pronunciada, para continuar progresando en los caminos del amor fraterno que nos conduzcan a la perfecta unidad" (Ambulate in delectione, 7, 12. 1965).

Esto fue ya un gran paso importante. Pero todavía queda mucho camino que recorrer para lograr la "perfecta unidad".

4. El sistema feudal. El poder y la riqueza invaden la Iglesia

La Edad Media fue el periodo de la Europa feudal: las tierras no pertenecían a los campesinos sino a los señores feudales (los ricos). Los campesinos eran súbditos, casi en propiedad, de los señores. Algo parecido a lo que ocurre todavía en las grandes fincas de la Costa, en Guatemala y El Salvador.

Las clases sociales estaban diferenciadas: por una parte, la nobleza, que la integraban los señores feudales, príncipes, condes, duques, marqueses..., que disponían de todos los privilegios económicos, sociales y políticos. Vivían en castillos, que eran majestuosos palacios construidos, comúnmente, en la cumbre de los cerros, protegidos por grandes muros. Por otra parte, los siervos, que eran campesinos y vivían casi como esclavos; y los villanos, que así se llamaban a los habitantes de las villas o pueblecitos, eran artesanos. Ambos, siervos y villanos, llevaban una vida mísera, en un régimen de semi-esclavitud, sin ningún derecho y con todos los deberes. Los siervos y villanos no podían abandonar la tierra sin autorización de su señor y, si se vendía o traspasaba una finca, los siervos quedaban incluidos en el traspaso o venta.

El sistema feudal fue corrupto, brutal y violento. Nadie se consideraba seguro. Los castillos eran focos de intrigas, rebeldías y venganzas. En este tiempo, muchos obispos eran también señores feudales y los papas eran dueños de grandes territorios, a los que se les llamó "Estados Pontificios". El rey Carlomagno de Francia reconoció y protegió estos territorios de la Iglesia. El papa y muchos obispos pensaban que si Dios es más grande que cualquier emperador o rey, había que construirle un templo más grande que cualquier palacio real. Y por eso comenzaron a construir grandes catedrales. Pero además, vivían más preocupados por mantener y ampliar sus territorios, riquezas y poderes, que en anunciar el Evangelio del Reino y socorrer a los pobres. Al mismo tiempo, a los obispos les gustaba tener títulos honoríficos. Por ejemplo, desde el siglo V los obispos venían aplicándose el título de "summus pontifex", sumo pontífice, que en el siglo XII este título quedó reservado sólo al papa. Contrasta todo esto con el mensaje y la práctica de sencillez, pobreza y servicio a los pobres que nos propone Jesús.

Los reyes y los señores feudales nombraban obispos y ponían y deponían papas según sus intereses. Este hecho es conocido con el nombre de las Investiduras. El abuso de poder que había en la sociedad feudal afectó a la vida de la Iglesia, porque los señores feudales y reyes escogían para obispos, abades e incluso papas a gente sin espíritu. Por lo tanto, bastantes obispos, abades y papas eran más caciques, terratenientes y señores feudales que religiosos.

Todo esto corrompió a la Iglesia. La alta jerarquía estaba en su más bajo momento espiritual. Los siglos X y XI son considerados como los "siglos de hierro" y de oscuridad para la Iglesia. Se llegó a dar el caso de haber dos o tres papas al mismo tiempo, enfrentados entre ellos. La sede de San Pedro se convirtió en objeto de codicia de las grandes familias romanas. Hubo laicos que fueron elegidos papas de la noche a la mañana sin ningún criterio evangélico. Tal es el caso de Juan XII (955-964), Benedicto VIII (1012-1024), Juan XIX (1024-1032) y Benedicto IX (1032-1048). También el clero estaba bastante corrompido. Esta era la triste situación que vivía Europa y la Iglesia al final del primer milenio de haber sido anunciada la Buena Noticia de Jesús a los pobres (Lc 4,18). Pero mientras la alta jerarquía estaba envuelta en luchas de poder político y preocupada por la riqueza, el Espíritu Santo suscitaba grandes santos y profetas en la base de la Iglesia, tanto entre los laicos como entre los monjes de los monasterios.

El pueblo creyente se mantuvo fiel a Jesucristo, aun en los momentos de mayor escándalo. Sabía que la Iglesia no es sólo la jerarquía sino todo el pueblo de Dios. Y en este pueblo había grandes santos y santas, que son la señal de la presencia de Cristo en su Iglesia.

En el año 910, en el monasterio de Cluny (Francia), se inicia una reforma religiosa. Y poco más tarde, en el año 928, en el monasterio del Cister, el monje San Bernardo predica la renovación de la vida de la Iglesia. Los nuevos monjes reflejaron la austeridad y espiritualidad en toda su forma de vida, incluso en la arquitectura de sus conventos. Así nació el arte románico, que es sumamente austero e invita al silencio, recogimiento y oración.

En esta época nacen las lenguas románicas o romances entre los siervos y villanos. Después de la fragmentación del Imperio Romano, el latín, que era la lengua del Imperio, fue decayendo en cada nación hasta formar nuevas lenguas: en las Galias (Francia) se desarrolló el francés; en Castilla y León, se desarrolló el castellano o español; en Italia el italiano, en Rumanía el rumano, en Portugal el portugués...

5. Estilo de vida del pueblo cristiano

Mientras los reyes y príncipes de las naciones "cristianas" trataban de controlar y manipular a la Iglesia y gran parte de la alta jerarquía eclesiástica se desgastaba en luchas internas por el poder, el pueblo cristiano, en gran medida, se sentía abandonado y marginado. En la Edad Media la Iglesia había entrado en un proceso fuerte de clericalización. Los ministros sagrados monopolizaban la actividad litúrgica, mientras los laicos quedaron reducidos a meros espectadores. Sin embargo, mientras en Oriente todavía se conservaba el espíritu comunitario de la celebración litúrgica, en Occidente se difundía las "misas privadas" y se desarrollaban las devociones individualistas.

Por otra parte, había un ritualismo generalizado que dejaba poco espacio para el anuncio de la palabra de Dios, la evangelización y la catequesis. Se desarrollaba cada vez más la afición por las devociones particulares a santos, festividades y reliquias. El pueblo redujo su fe en tocar, ver, sentir estos objetos sagrados. En muchos casos se llegó a una verdadera superstición.

La fe del pueblo cristiano se centró en la "salvación del alma". Se colocó en primer plano el problema del más allá. En este asunto el cristianismo cuenta con la ayuda de las indulgencias y de las misas por los difuntos, que alcanzan cada vez mayor importancia. Se desarrolla la espiritualidad de las postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria. Sin embargo, la práctica de la justicia y la misericordia quedó marginada, si no totalmente ignorada. La piedad popular de la época se inspiraba en lo novelesco, lo fantástico y espectacular. El espíritu devoto tendía cada vez más al sentimentalismo y la emotividad. Se hablaba mucho de apariciones y milagros..., y casi nada del reino de Dios. Muchas de estas expresiones religiosas estaban muy cercanas al antiguo "paganismo" de las religiones pre-cristianas.

En los primeros siglos del cristianismo predominaban la imagen de Cristo glorioso. Los griegos difundieron el Cristo "Pantocrator", Señor del universo y Rey glorioso. Sin embargo, en la Edad Media y, sobre todo, al comienzo del segundo milenio, en Occidente, la imagen de Cristo se representa de una forma más cercana a la condición humana, a sus alegrías y sufrimiento. La imagen de Cristo Crucificado se difunde por todas las Iglesias, representado muchas veces con un cruel realismo. Al pueblo le gustaba mucho la representación del Señor caído, el Señor muerto en los brazos de su madre María, Nuestra Señora de la Piedad... El pueblo revive la pasión de Cristo en la semana santa y en el vía crucis.

Por otra parte, en esta época hubo una crisis generalizada debido a muchos factores: la invasión islámica, el cisma de Oriente, la pérdida de muchas naciones para la Iglesia, guerras, epidemias y, sobre todo el paso al segundo milenio. Se hablaba del fin del mundo. La agitación social con que se inicia el segundo milenio, provocó nuevas formas de pobreza. La mendicidad se convirtió casi en una costumbre, en una forma de vida, hasta el punto que mendigaban también los estudiantes de las nacientes universidades para poder costearse los estudios.

En este tiempo se crearon una gran cantidad de instituciones, cofradías y hermandades, dedicadas en gran medida a la asistencia social, promoviendo distintas formas de servicio a los necesitados, enfermos y marginados. En medio de esta situación adquieren especial importancia los monasterios benedictinos. Desarrollan la asistencia a los pobres y peregrinos y son focos de cultura entre el pueblo. Al mismo tiempo los monasterios se convirtieron en centros de irradiación de la vida cristiana: una muestra de cómo podría ser la Iglesia cuando existe una verdadera comunidad fraterna alrededor de la persona viva de Jesús.

6. La reforma gregoriana

En el monasterio de Cluny había un monje llamado Hildebrando al que, después de muchas tensiones, los obispos y los abades lograron elegirlo papa. Tomó el nombre de Gregorio VII. Era el año 1073. Fue un hombre valiente y firme. Hizo una reforma en el procedimiento de la elección de obispos y papas. Él se reservó el derecho de todos los nombramientos eclesiásticos. El pueblo sencillo comprendió que se trataba de una depuración, para sacar al clan de ricos aristócratas y reyes que habían usurpado los ministerios de la Iglesia, y apoyó a sus pastores, que ahora sí estaban defendiendo la libertad de la Iglesia.

El Emperador Enrique IV se burló de esta disposición, entonces el papa lo excomulgó y lo destituyó como rey de Alemania. La reacción de Enrique IV fue vengarse del papa y, apoyado por los señores feudales, invadió Italia y se apoderó de Roma. Allí se hizo coronar emperador por un obispo rebelde. El Papa Gregorio VII tuvo que huir y refugiarse en Palermo, donde murió. Sus últimas palabras fueron: El Emperador Enrique IV se burló de esta disposición, entonces el papa lo excomulgó y lo destituyó como rey de Alemania. La reacción de Enrique IV fue vengarse del papa y, apoyado por los señores feudales, invadió Italia y se apoderó de Roma. Allí se hizo coronar emperador por un obispo rebelde. El Papa Gregorio VII tuvo que huir y refugiarse en Palermo, donde murió. Sus últimas palabras fueron: "He amado la justicia y he aborrecido la maldad, por eso muero en el destierro".

Desde la reforma gregoriana, los obispos y los papas serán elegidos por la misma Iglesia, sin intromisión de los reyes y familias poderosas. Esta actitud centralizadora del papa era necesaria en aquel momento. Sin embargo, siguiendo la tradición de la Iglesia en la que los obispos eran elegidos por el clero y el pueblo cristiano, pensamos que, superada aquella situación, se debería volver a la tradición primitiva. Pero no fue así, al contrario. El centralismo de Roma se fortaleció y el clericalismo se afianzó más aún. Así se perdió el concepto de "Iglesia-Comunidad" y "Pueblo de Dios".

El Papa, los obispos y el clero se convierten en el sujeto de la Iglesia, mientras que los laicos pasaron a ser miembros pasivos y receptivos, como cristianos de segunda clase. La Iglesia que presentó Gregorio VII se entiende como una pirámide, en cuya cúpula está el papa "al que nadie puede juzgar y él puede juzgar a todos", y que ejerce no sólo el poder espiritual sino también el poder sobre los reyes y príncipes de la tierra. Después, debajo del papa, le siguen la Curia Romana, Cardenales, Arzobispos, Obispos y Clero. Y en la base, como cristianos de segunda clase, quedó el pueblo fiel. La Iglesia se ha centralizado, romanizado y uniformado hasta el extremo de suprimir la liturgia de otras iglesia locales, para sustituirla por la liturgia romana. Por ejemplo, fue suprimida la liturgia hispánica: visigótica y mozárabe, que tenían una gran riqueza cultural y religiosa. El centralismo romano anuló toda posibilidad de inculturación.

Los papas de estos siglos concentraron más aún su poder espiritual y temporal (político), que llegó a su culmen con Inocencio III y Bonifacio VIII. Esto provocó una fuerte reacción por parte de movimientos laicales y populares, que insistían en volver a la pobreza evangélica, a la vida de comunidad fraterna y a la meditación de la palabra de Dios. Algunos de estos movimientos derivaron en herejías como los cátaros, valdenses, albigenses, los humillados, los pobres de Dios. Entre estos movimientos aparecieron también los mendicantes, pero con la diferencia de que se mantuvieron en comunión con Roma, es decir con la Iglesia Católica. También en este tiempo (año 1139), en el segundo concilio de Letrán, el papa Inocencio II impuso el celibato obligatorio para los sacerdotes de rito latino. "El celibato fue impuesto por una extensión indebida de la espiritualidad de los religiosos a los sacerdotes seculares" señala el teólogo José María Castillo (Para comprender los ministerios en la Iglesia, Verbo Divino, Estella).

7. Movimientos de protesta y el profetismo de las órdenes mendicantes

La Edad Media fue un periodo oscuro y triste para la Iglesia. Sin embargo, brillaron grandes luces de sabiduría y santidad. En los momentos más críticos nunca faltaron los profetas que, con su estilo de vida sencilla y evangélica y con su palabra, fueron iluminando el camino. En la base de la Iglesia surgieron diversos movimientos de laicos y presbíteros, que trataron de vivir y anunciar el Evangelio, llevando una vida pobre y sencilla, al servicio de los pobres. En primer lugar, aparecen los valdenses, que deriva su nombre de Pedro Valdo, cuya conversión se sitúa  por el año 1173, cuando se presenta como "predicador del Reino". Le sigue un grupo de discípulos, todos laicos, llamados Los pobres de Lión. Peregrinaban de dos en dos, descalzos, usando ropa tosca de lana, poniéndolo todo en común y "siguiendo desnudos a Cristo desnudo".

Era un movimiento laico de carácter misionero y apostólico. El aparecimiento de Los pobres de Lion produjo una fuerte conmoción. Unos los admiraban, otros los condenaban. El grupo fue asumiendo cada vez más una actitud de protesta y rebeldía, criticando con dureza el mal ejemplo dado por la jerarquía eclesiástica y acusando al clero de privar al pueblo del contacto vivo y directo con el Evangelio. Atribuían los males de la Iglesia a su alianza con los poderosos y ricos, y proponían un retorno al cristianismo primitivo. Su teología y espiritualidad la fundamentan en la Biblia, los Padres del desierto y los Santos Padres de la Iglesia (Alberto Antoniazzi).

Llama notablemente la atención de este movimiento de laicos su deseo de renovar la vida cristiana, asumiendo el estilo de vida de Jesús y de los primeros cristianos. Buscaban liberar a la Iglesia de su dependencia del poder mundano, declarando la pobreza evangélica como condición indispensable para la autenticidad del anuncio de la Buena Nueva de Jesús. Pero el rechazo mutuo y falta de diálogo entre los valdenses o pobres de Lion y la jerarquía, condujo a una condena por parte de ésta del movimiento. Casi por el mismo tiempo, alrededor del año 1175, aparece en Lombardía (Italia) otro movimiento en contra del lujo eclesiástico y adoptando un estilo de vida austero inspirado en el Evangelio. Sus miembros vivían junto con su modo de vivir, pero prohibió la predicación pública a algunos de sus miembros, quienes se llamaban a sí mismos "Los humillados".

En este ambiente que invade la Iglesia de base del siglo XII y XIII, surge el movimiento de los mendicantes, sobresaliendo:

* San Francisco de Asís.

Nacido en Asís (Italia) en el año 1180. En plena juventud sintió la llamada de Cristo para "reparar su Iglesia". Renunció a la vida cómoda, llena de lujos y a la riqueza familiar, para vivir pobre al estilo de Jesús al servicio de los pobres. Dedicó su vida a predicar el Evangelio en pobreza. Su protesta al lujo de la Iglesia lo realiza desde su propia vida. Se trata de cambiarse a sí mismo para después transformar la Iglesia y la sociedad. Lo hace con humildad y alegría, sin resentimiento hacia nadie. Francisco de Asís tuvo el mérito de recordar a los cristianos el estilo de vida pobre y humilde de Jesús. Y lo hizo esencialmente con el testimonio de su vida.

Francisco nos introduce de lleno en la esencia del Evangelio. De su unión íntima con Cristo emanaba la fraternidad universal. Todos somos hermanos y hermanas. Todos somos iguales. Esta fraternidad se prolonga a todas las criaturas de la naturaleza. Francisco se acercaba a ellas con respeto y devoción, con compasión y ternura, porque todos salimos de las manos bondadosas de Dios. Como medio para vivir la fraternidad universal Francisco presenta el camino del desprendimiento de toda posesión, esto es, vivir plenamente libres de propiedades, riquezas, privilegios, recomendaciones, deseos, pasiones... Su vida fue una alternativa evangélica al afán de posesión, lujo y poder que se había introducido en la Iglesia. Muchos jóvenes, arrastrados por su testimonio, se unieron a él y crearon la orden de "Frailes menores" o Franciscanos.

* Santa Clara de Asís.

Amiga de Francisco, motivada por él, renuncia también a la vida aristocrática de su familia y, junto con un grupo de jovencitas, crea una comunidad de mujeres dedicadas a vivir en pobreza, fraternidad, castidad, oración y trabajo.

*Santo Domingo de Guzmán.

Nació en Caleruega, provincia de Burgos (España) en el año 1170. Era hijo de una familia rica de Castilla. En 1194 fue ordenado sacerdote y queda como profesor de la Universidad de Palencia y vicario de la diócesis de Osma. A Domingo le preocupaba los problemas de su tiempo, sobre todo la situación de la Iglesia y la falta de formación del pueblo. Era un hombre de inquietudes sociales y religiosas y de infatigable celo apostólico. Un día Domingo toma la decisión radical de vender todo lo que él tenía: casa, mobiliario, libros... y con ello ayuda a los pobres y hambrientos. Este testimonio tan evangélico y humano arrastró a varios amigos y profesores de la Universidad palentina. Es la fuerza de la verdad hecha vida y testimonio de amor. Seguido por varios sacerdotes fundó la Orden de Predicadores o Dominicos, para evangelizar pueblos y aldeas. Su lema era la "Verdad y la Vida".

Tanto Francisco de Asís, como Clara y Domingo de Guzmán exigían que no hubiera nada superfluo en las vestiduras, en el alimento y en la casa. También las iglesias y los objetos sagrados deben ser de extrema simplicidad. Entre los seguidores de Jesús no deben existir los lujos.

En este tiempo surgen otras grandes lumbreras en la teología de la Iglesia, tales como Santo Tomás de Aquino (dominico) y San Buenaventura (franciscano), entre otros.

Fuente: "Historia de la Iglesia Católica" - 25 Edición- Fernando Bermúdez, Diócesis de San Marcos, Guatemala. Editorial Católica Kyrios. Autorizado por: Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, Obispo de San Marcos.

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