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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA​

CAPÍTULO 1 "ORIGEN DE LA IGLESIA"​

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1. Jesús de Nazaret y su propuesta​​​​

Para entender a Jesús y el movimiento desencadenado por Él, es necesario partir del hecho de que Jesús nace y vive en pueblo oprimido y ocupado militarmente por un pueblo extranjero.

 

Jesús nació "en los días del rey Herodes" (Mt 2,1), "siendo Quirino gobernador de Siria" (Lc 2,2). Esto quiere decir, según la historia, que Jesús nació entre el año 746 y el 750 de la fundación de Roma. Después, los cristianos comenzaron a contar a partir del nacimiento de Jesús.

 

La dominación romana de Palestina y la alianza de una minoría, la aristocracia sacerdotal y laical de Jerusalén, con los poderes opresores, colocaban al país ante una grave crisis.

 

Los enormes impuestos y tributos para el Templo y para Roma empujaban a la mayoría de la población a vivir en la pobreza.

 

En un pueblo como el de Israel, en el que la religión era el centro de su vida, esa situación sirvió de caldo de cultivo para que aparecieran con fuerza en las capas populares diferentes movimientos. En tiempo de Jesús había varios tipos de movimientos populares, siendo los más destacados: los movimientos populares mesiánicos y los movimientos populares profético-apocalípticos.

 

* Movimientos mesiánicos: eran de carácter político, y aun armado. Buscaban restaurar el reino de David. Su principal preocupación era liberar a la nación del yugo imperial (Lc 24,21; Jn 6,15; Hch 1,6). Asociaban reino de Dios con la liberación del pueblo. Eran movimientos muy nacionalistas. A estos grupos pertenecían los zelotas.

 

* Movimientos proféticos-apocalípticos: eran de carácter social y religioso. Surgían de las esperanzas de salvación de los sectores populares marginados. Esperaban un cambio radical de la situación por obra de Dios. Conectaban con la liberación del éxodo y con los profetas de Israel. En esta corriente se sitúan el Benedictus de Zacarías (Lc 1,68-75), el Magníficat de María (Lc 1,46-54), las bienaventuranzas de Jesús (Mt 5, 1-12 y Lc 6,17-26) y la fe de mucha gente sencilla del pueblo (Lc 10,21).

 

Jesús de Nazaret y su movimiento nacen dentro de esta corriente profético-apocalíptica, que estaba enraizada en los ambientes populares. Se presentan como una alternativa a la religión oficial, que estaba centrada en la Ley y en estrecha alianza con los poderes dominantes.

 

Jesús, el humilde carpintero de Nazaret sale por los caminos de Galilea convocando a la gente sencilla, campesinos, pescadores, enfermos, marginados... Les anuncia la gran noticia de que Dios está con ellos y los ama, y que la salvación no viene por el poder y el dinero, sino por el amor gratuito de Dios.​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​

En la sinagoga de Nazaret Jesús proclamó: "El Espíritu del Señor me ha ungido y me envía a anunciar una buena noticia a los pobres" (Lc 4,18). A ellos dirige las bienaventuranzas (Lc 6,20-23). Sale al encuentro de los leprosos (marginados entre los marginados), los toca (cosa que estaba prohibida por la Ley) y los sana. Jesús hizo una opción por los pobres y marginados.

Le preocupa la situación del pueblo: los sufrimientos y las opresiones reales de la gente. La realidad de pobreza y marginación es para Él una evidencia de los obstáculos que se oponen a la venida del Reino de Dios. Ve la necesidad de un cambio radical de esta situación para que el reino venga.

Jesús vivió pobre y libre como las aves del cielo y los lirios del campo. Vivió libre de poderes, riquezas y privilegios. Puso toda su confianza en las manos de Padre Dios. Y a los que le escuchaban los llamó a ser pobres de espíritu, a compartir lo que son y tienen con los demás y a depositar su confianza sólo en Dios.

Se situó en la línea de los profetas de Israel. Denunció con valentía la injusticia y la hipocresía de los poderosos de su tiempo, a quienes llamó "sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muerto y de toda inmundicia" (Mt 23,27).

Jesús fue un hombre de una profunda experiencia de Dios, a quien llamaba "mi Padre". Vivía en íntima y permanente relación con Él. Su pasión fue la pasión de su Padre: el reinado de Dios en el mundo. Para eso vivió y murió. Su constante plegaria fue: "¡Padre, venga tu Reino!". Y el deseo ardiente de su corazón es que el Reino se extendiera como fuego por toda la tierra. "¡Fuego he venido a traer a la tierra y no quiero sino que arda!" (Lc 10,6).

Pasó por el mundo haciendo el bien y anunciando el plan de Dios sobre la humanidad: de que todos los hombres y mujeres vivan como hermanos. Anunció la llegada de un mundo diferente, de una sociedad humana, alternativa. Jesús proclamó la creación de un hombre y mujer nuevos y de una nueva sociedad.

Propone la reconciliación de la persona consigo misma, con los demás, con Dios y con toda la creación. Restablece la comunión con Dios, entre nosotros y con la naturaleza.

A este proyecto lo llamó Reino de Dios, que significa la soberanía de Dios en toda la realidad humana. Representa la alternativa a la sociedad injusta e inhumana. Jesús proclamó la esperanza de una vida nueva, afirmó la posibilidad de un cambio de vida, formuló la utopía. Por eso, este proyecto constituye la mejor noticia que se puede anunciar a la humanidad. Es el Evangelio del Reino.

Jesús no fue predicando la Iglesia; está no era su preocupación, sino el Reino de Dios: "Llegó el tiempo. El reino de Dios está próximo. ¡Cambien de vida! y crean en esta buena noticia" (Mc 1,15). El reino de Dios fue la pasión de su vida y el centro de su predicación.

Comparó el Reino con una pequeña semilla. Él dejó sembrada esta semilla entre los hombres. ¿Pero quién se encargaría de cultivarla y desarrollarla para que dé fruto en la historia?

Para ello, Jesús formó una pequeña comunidad con un grupo de hombres y mujeres de Galilea. "No escogió a sabios ni a ricos". Era gente sencilla y pobre, a quien fue orientando en lo referente al reino de Dios, con el fin de que continúe su misión en la historia. Entre sus discípulos escogió a Doce Apóstoles, símbolo de las Doce tribus de pueblo de Dios. A todos ellos les dijo:

"Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación" (Mc 16,15).

 

"Vayan y proclamen que el reino de Dios se acerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Y den gratis lo que gratis recibieron" (Mt 10,7-8).

"Sean luz del mundo. Sal de la tierra. Fermento en medio de la masa" (Mt 5,13-14).

"Lo más importante de la Ley es la justicia, la misericordia y la buena fe" (Mt 23,23).

Y les insistió: "Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. En esto conocerá el mundo que son mis discípulos" (Jn 13,34-35).

La misión de la comunidad cristiana, es decir la Iglesia, es continuar la misión de Jesús a lo largo de la historia. Y esta misión es la construcción del reino de Dios. Sin embargo, los discípulos y discípulas de Jesús no entendieron todavía su misión.

El grupo de discípulos de Jesús, disperso por el escándalo de su muerte en la cruz, se reúne de nuevo al ver que estaba vivo por el poder de Dios que lo había resucitado.

Después de la resurrección, Jesús se encontró muchas veces con sus discípulos y discípulas. Se apareció también a grandes masas (Mt 28,16-20; Mc 16,15-18; 1 Cor 15,6), para probar "con toda certeza que estaba vivo" (Hch 1,3). Y antes de subir al cielo hizo esta promesa:

"El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán la fuerza y el valor. Ustedes serán mis testigos hasta los lugares más retirados de la tierra" (Hch 1,8).

 

2. Pentecostés​​​​​​​​​​

Los Apóstoles y demás discípulos, por miedo a las autoridades judías, se encerraron en su casa. Allí esperaron la promesa que les hizo Jesús de enviarles el Espíritu Santo (Jn 14,16). Estuvieron nueve días en oración. Este es el origen de los novenarios que se realizan en la Iglesia católica.

El primer acontecimiento que se dio antes de Pentecostés fue la elección de Matías para que sustituyera a Judas. Había allí unas 120 personas, entre las cuales estaba María y otras mujeres (Hch 1,14-26). Los discípulos y discípulas presentaron dos candidatos: José y Matías. El apóstol Pedro era quien coordinaba y tomaba la iniciativa, pero la elección la dejaron al Señor que actúa a través de la comunidad. Por eso oraron antes de la elección. Así fue elegido Matías.

El día de Pentecostés vino el Espíritu de Dios sobre la asamblea de los discípulos y discípulas, que permanecían unidos en oración junto a María, madre de Jesús (Hch 1,14 y 2,1-13).

Pentecostés es una palabra griega que significa "cincuenta días". Porque el Espíritu Santo descendió sobre la comunidad cristiana a los cincuenta días después de la resurrección de Jesús, durante la fiesta judía de Pentecostés.

El Espíritu Santo abrió la mente de los discípulos y discípulas para que comprendan la misión de Jesús y la misión que a ellos y a ellas les encomendó. Los discípulos y discípulas, en primer lugar, vieron en Jesús un profeta; después, a un mesías, finalmente, con la luz del Espíritu, le reconocieron como el Kyrios, "Señor". "Jesús es el Señor", es la confesión de fe de sus discípulos y discípulas después de Pentecostés.

La Iglesia nace de la fuerza del Espíritu y de un pueblo pobre e insignificante que había sido convocado por Jesús.

El Espíritu de Dios descendió en forma de lenguas de fuego. El fuego del Espíritu purifica y destruye lo que división entre los hombres y los une en un solo cuerpo, por el amor (Rm 12,1-15). Pentecostés es una nueva creación, es el Anti-babel, que produce la comunión y la unidad, contraria a la confusión de lenguas y dispersión de Babel.

El Espíritu de Dios les quita el miedo y los llena de sabiduría y fortaleza para proclamar con valor el mensaje de Jesús. El Espíritu arranca a los discípulos del aislamiento y la cobardía y los lanza a "dar testimonio con gran fuerza de la resurrección del Señor Jesús" (Hch 2, 14ss; 4,33).

Acudió mucha gente a escuchar a los apóstoles. Su primer anuncio, el Kerigma, es que al Crucificado Dios lo ha resucitado y constituido el Cristo, el Señor y "nosotros somos testigos de que Dios lo resucitó" (Hch 2,32).

Había allí judíos, árabes, griegos, romanos, gente proveniente de Egipto y de la región de Libia... Todos entendieron el mensaje de Pedro y de los demás apóstoles (Hch 2,5-11). Hombres y mujeres de todas las naciones los oyen hablar en su propia lengua. Se indicaba así la misión de congregar a todos los pueblos en la Iglesia de Cristo (Hch 1,8). Desde ese momento la comunidad de Jesús, que es la Iglesia, se hace universal, es decir, se hace católica. La palabra "Católica" es una palabra griega, que en español significa "universal", esto es, que se encarna en cada cultura.

Después de Pentecostés, los apóstoles destacan en su misión el carácter universal (católico) de la fe cristiana. Salen a todo el mundo a anunciar el Evangelio del reino de Dios, siguiendo el mandato de Jesús (Lc 9,2). El reino de Dios es para todos los pueblos de la tierra.

Los apóstoles fueron creando comunidades cristianas, es decir, iglesias, en Jerusalén, en toda Judea y en Samaria. Después, con la fuerza del Espíritu Santo, los Apóstoles comenzaron a proclamar que Jesús, el que fue crucificado ha resucitado y es el Señor de la historia y Salvador de la humanidad.

Felipe lleva el Evangelio a las regiones y países del sur del Mediterráneo: Gaza, Egipto, Etiopía..., Tomás se va hacia el oriente, llegando hasta la India, Mateo predica el Evangelio en Siria, Judas Tadeo evangeliza el norte de Arabia y la región de Mesopotamia, Juan anuncia el evangelio en Asia Menor, en concreto en la región de Éfeso, Andrés en Grecia, hasta la región del mar Negro, siendo crucificado en Patras, Santiago el Menor y Matías predican en Palestina, siendo Santiago el primer obispo de Jerusalén, Bartolomé evangeliza en Armenia y Persia, Simón recorre el norte de África, Santiago el Mayor predica el Evangelio en España. Más tarde Pablo y sus compañeros recorrerán Asia Menor, Antioquía, Grecia, Roma, España...

El Espíritu Santo es la fuerza de Dios que da fortaleza a los discípulos y discípulas de Jesús para proclamar el Evangelio del Reino, tanto ayer como hoy.

Cada fiesta de Pentecostés es, entonces, el cumpleaños de la Iglesia católica.

3. La Primera comunidad de Jerusalén​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​

Los Apóstoles, con la luz y fuerza del Espíritu Santo, fueron formando comunidades cristianas. Las crearon en la ciudad de Jerusalén y sus alredores. Sus miembros eran judíos convertidos a Cristo.

En un principio no había una estructura definida y única, sino que cada comunidad o grupo de comunidades fueron buscando la organización que mejor respondía a sus necesidades y realidad. Algunas adoptaron el estilo de la religión judía y otras crearon nuevas formas. Lo importante era hacer presente a Jesús resucitado para construir el reino de Dios, que es un reino de amor, de justicia, de gracia, de libertad.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos dice que los primeros cristianos (que eran judíos) seguían tomando parte en la vida religiosa de su pueblo. "Los millares de judíos que habían creído eran celosos de la Ley" (Hch 21,20). Lo cual quiere decir que observaban la Ley de Moisés: la circuncisión, las purificaciones, el sábado y tomaban parte del culto en el Templo de Jerusalén y asistían a las Sinagogas (Hch 2,46; 3,1; 5,21). La fe en Jesús era entendida como perfeccionamiento de los valores judíos y no como separación real del judaísmo (Raymond Brown).

Los cristianos aparecen a los ojos del pueblo como judíos muy fervorosos. Constituyen un grupo particular en el seno de la comunidad de Israel. Pero al mismo tiempo que toman parte en la vida de su pueblo, los cristianos tienen su vida propia. Se reúnen comunitariamente en casas particulares: comenzaron a reunirse en el Cenáculo, que fue la primera comunidad. Después se formaron pequeñas comunidades en las casas. Una de éstas es la de María, madre de Juan Marcos, el que después será el evangelista Marcos (Hch 12,12).

 

4. Estilo de vida de los cristianos de Jerusalén​​​​​​​​​​​​​​

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Las comunidades cristianas tenían un estilo propio de vida, tal como Jesús lo había enseñado: Los creyentes vivían unidos, tenían un solo corazón y una sola alma y ninguno tenía por propia cosa alguna, pues todo lo tenían en común.

No había entre ellos pobres, pues los bienes se distribuían entre todos según las necesidades de cada uno, y celebraban la fracción del pan (la eucaristía) con alegría y sencillez de corazón.

Juntos oraban y alababan a Dios y anunciaban con valor la resurrección del Señor Jesús. (Hch 2,44-47 y 4, 32-37).

Los primeros cristianos y cristianas unían la fe a la vida cotidiana, es decir, fe y obras era inseparable. Sabían muy bien que una fe sin obras, sobre todo de servicio a los pobres, es una fe muerta (Santiago 2,14-26). Se situaron en la línea de los profetas de Israel, pueblo al que ellos pertenecían. La fe en Jesús resucitado los comprometía a compartir con los pobres y buscar una sociedad nueva, en donde se viva la justicia, la fraternidad y la igualdad.

Las comunidades de Jerusalén eran un modelo en la práctica de la caridad y del amor fraterno enseñado por Jesús. Eran comunidades de oración. Sentían la presencia de Jesús resucitado en medio de ellas, recordando aquellas palabras suyas: "Cuando dos o más se reúnan en mi nombre, allí en medio de ustedes estoy yo" (San Mateo 18,20). Eran comunidades ministeriales, donde todos y todas tenían una tarea para servicio de los demás.

Es de señalar cómo la Fracción del Pan, es decir la Eucaristía, era el centro de la comunidad. Los apóstoles y los primeros cristianos entendieron muy bien aquel mandato de Jesús después de la cena de Pascua: "Hagan esto en memoria mía". Por eso, en la iglesia Católica, la Eucaristía es el centro de la vida comunitaria y un compromiso para llevar el estilo de vida de las primeras comunidades de Jerusalén.

Los judíos tenían ya presbíteros o ancianos. Estos, por el peso moral que tenían, eran los que coordinaban la comunidad y presidían la Eucaristía. "En cada Iglesia designaron presbíteros" (Hch 14,23).

Los Apóstoles eligieron a siete personas, entre los que figuraba Esteban, para atender a las viudas y a los pobres. Estos eran los diáconos. Pero también, estos Siete predicaban y bautizaban. De esta manera, los Apóstoles fueron eligiendo colaboradores, a quienes delegaron parte de su ministerio. Y esto lo hacían mediante la imposición de manos (Hch 6,6).

Pedro y Juan, como testigos de Jesús resucitado, aparecen, en un principio, como los coordinadores de las comunidades de Jerusalén. Pero Pedro era la máxima autoridad dentro de las comunidades. Después, las comunidades de Jerusalén serán coordinadas por Santiago, y después por Simeón.

5. Obstáculos que encontraron los seguidores de Jesús​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​

Dentro de la comunidad cristiana surgieron también problemas, a causa del egoísmo humano. Los pecados de cada uno dañan a la comunidad entera, pero sobre todo a quien los comete. Así sucedió un caso muy triste, cuando un señor que se llamaba Ananías y su esposa Safira trataron de engañar a los apóstoles, mintiendo acerca del precio en que habían vendido una propiedad. En ese mismo momento recibieron el castigo (Hch 5,1-11).

Por otra parte, las autoridades judías no veían con buenos ojos a las comunidades cristianas. Les prohibieron hablar en nombre de Jesús. Un día Pedro y Juan fueron al Templo para enseñar al pueblo. Y cuando los Jefes lo supieron, mandaron al capitán y a sus guardias para detenerlos. Los metieron en la cárcel pública. Después, el sumo sacerdote les dijo:

"Les prohibimos estrictamente enseñar en nombre de ese hombre y, sin embargo, ustedes han difundido por toda Jerusalén su doctrina y quieren hacernos culpables de la sangre de ese hombre" (Hch 5,27-28). Es de notar que las autoridades judías no se atrevían a pronunciar el nombre de Jesús. Dicen simplemente "ese hombre".

Entonces, Pedro y los apóstoles respondieron:

"Vean ustedes mismos si está bien delante de Dios que obedezcamos a ustedes antes que a Él. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído... Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero. Dios lo ha puesto en el cielo a su derecha, haciéndolo Jefe y Salvador para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. De esto nosotros somos testigos" (Hch 4,5-20; y 5,29-33).

Cuando las autoridades judías oyeron esto se indignaron mucho y querían matarlos, pero al mismo tiempo estaban maravilladas de que Pedro y Juan, hombres sin estudios, hablaron de esta manera.

Un fariseo, llamado Gamaliel, doctor de la Ley, estimado por todo el pueblo, se levantó, y habiendo retirado a los apóstoles dijo a la Junta, en el Senedrín: "Fíjense bien lo que van a hacer con estos hombres. Yo les aconsejo que se olviden de ellos y los dejen en paz. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres se destruirá por sí sola, pero si viene de Dios no la podrán destruir. Tal vez estén ustedes luchando contra Dios. Y siguieron su consejo" (Hch 5,34-49).

Continuaron los apóstoles sin miedo, anunciando la Buena Nueva de Cristo Jesús, entre las persecuciones y los consuelos de Dios. Más tarde, las autoridades expulsaron a los judío-cristianos de la Sinagoga. Esto lo recogerá el evangelio de Mateo. De esta manera el cristianismo se fue distanciando del judaísmo. Los cristianos comienzan a entenderse a sí mismos como el "nuevo pueblo de Dios", nuevo en contraposición al judaísmo. Pero todavía muchos cristianos seguían practicando la Ley de Moisés.

El hecho de que los miembros de las comunidades cristianas de Jerusalén fueran judíos, los hizo, en cierta manera, intolerantes para con los extranjeros, pensando que la salvación era sólo para los judíos. Cuando supieron que Pedro había bautizado al centurión romano Cornelio y a toda su familia, se enojaron con él y le reclamaron duramente (Hch 11,1-3). Pero Pedro aprovechó para explicarles que todo es obra de Dios, pues habían recibido el Espíritu Santo. Ellos lo aceptaron, pero exigían que se circuncidaran y observaran la ley de Moisés.

 

6. La comunidad de Antioquía (de Siria)

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La Iglesia cristiana nace en Jerusalén. Pero en los quince siguientes años se extiende por otros lugares, fuera de Jerusalén.

Había muchos judíos que vivían en otras partes del Imperio Romano. Uno de estos lugares era la ciudad de Antioquía, de cultura griega y una de las ciudades más importantes del Imperio. La población de Antioquía estaba integrada por sirios, griegos y judíos. Estos judíos eran más abiertos que los de Jerusalén. Muchos de ellos escucharon la predicación de los Apóstoles y se hicieron seguidores de Jesús.

La comunidad de Antioquía estaba bien organizada. Pero no lo hizo al modo judío, sino que, por encima de la "ancianidad", había dado prioridad a la "profecía". Tenía "profetas y maestros" (Hch 13,1), que eran laicos. Entre ellos destaca Bernabé, que era un hombre sencillo y con un espíritu muy amplio. Bernabé llamó a Pablo, que ya se había convertido al cristianismo, "y apenas lo halló, se lo llevo consigo a Antioquía. En esta Iglesia convivieron todo un año y enseñaron el Evangelio de Cristo a mucha gente" (Hch 11,26). En Antioquía es donde, por primera vez, se les llamó "cristianos" a los seguidores de Jesús.

De entre los "profetas y maestros" salieron los misioneros itinerantes a quienes se les llamó "apóstoles" (Hch 14,4 y 14). La palabra "apóstol" va sufriendo un cambio profundo de significado. Mientras al principio los apóstoles son propiamente los Doce (Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Tomás...), ahora se llama "apóstol" a todo misionero. "Apóstol" es una palabra griega popular que significa mensajero.

La comunidad de Antioquía se convierte en un centro de irradiación misionera. Sus miembros se lanzaron a evangelizar a otras ciudades y regiones. Un día, "mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: sepárenme a Bernabé y a Saulo (Pablo) y envíenlos a realizar la misión a que los he llamado. Ayunaron, pues, e hicieron oraciones, les impusieron las manos y los enviaron" (Hch 13,2-3).

Al decir que el Espíritu Santo les habló, no pensemos que fue una voz que vino del cielo, sino que es una forma de expresar que estaban atentos a los signos de los tiempos en todo momento y, de esta manera, comprendieron que a ellos Dios les confiaba la importante misión de llevar la Buena Noticia del Reino a otros pueblos.

La Iglesia de Antioquía era también muy activa en la práctica de la caridad fraterna y la solidaridad. Los cristianos de Antioquía supieron que había hambre en Judea, tal vez a consecuencia de una sequía. Entonces se organizaron y juntaron un montón de cosas y las enviaron a aquellas comunidades por intermedio de Pablo y Bernabé (Hch 11,29-30). Este hecho demuestra que vivían el amor con obras y que tenían conciencia de ser Iglesia universal al sentirse hermanos de la gente necesitada de otros pueblos.

Al igual que la comunidad de Jerusalén, también la comunidad de Antioquía celebraba la fracción del pan o Eucaristía. Esta celebración la vivía como un compromiso de unidad y de búsqueda de la igualdad y solidaridad entre todos los creyentes en Cristo. Decía con Pablo: "Ya no hay diferencia entre quien es judío y quien es griego, entre quien es esclavo y quien es libre, entre hombre y mujer" (Gal 3,28).

 

7. La predicación oral de los Apóstoles​​​​​​​​​​​​​​​​​​​

En este tiempo no había todavía nada escrito sobre la doctrina y hechos de Jesús. Toda la predicación fue oral. Los Apóstoles, testigos oculares de Jesús, eran evangelios vivientes. Las comunidades cristianas tenían como único libro la Biblia de los judíos, es decir, el Antiguo Testamento. Ahí descubrieron que todo lo que habían dicho los profetas era un anuncio y preparación de la venida de Cristo.

Los Apóstoles proclaman que Jesús es el Mesías, el Cristo, anunciado por los profetas. Logran la conversión de muchos. Fueron creando comunidades cristianas para que continúen la misión de Jesús en el mundo. Mientras los Apóstoles estaban vivos no había necesidad de poner por escrito su predicación. Sin embargo, algunas personas y comunidades empezaron a escribir relatos breves sobre la enseñanza y hechos de Jesús, tal como lo escuchaban a los Apóstoles. Pero todavía no había nada escrito sobre el Nuevo Testamento.

Primero se organizó la Iglesia en varias naciones, en base a la predicación de los Apóstoles. Y después, con el tiempo, cuando los Apóstoles fueron muriendo, es cuando se vio necesidad de poner por escrito el Evangelio.

Fuente: "Historia de la Iglesia Católica" - 25 Edición- Fernando Bermúdez, Diócesis de San Marcos, Guatemala. Editorial Católica Kyrios. Autorizado por: Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, Obispo de San Marcos.

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