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HABLEMOS DEL DIABLO

Capítulo 1 - "Hablemos del diablo"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero". (Apocalipsis 12, 7-9)

¿Cómo caíste desde el cielo, estrella brillante, hijo de la Aurora? ¿Cómo tú, el vencedor de las naciones, has sido derribado por tierra? En tu corazón decías: «Subiré hasta el cielo y levantaré mi trono encima de las estrellas de Dios, me sentaré en la montaña donde se reúnen los dioses, allá donde el Norte se termina; subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo.» Mas, ¡ay!, has caído en las honduras del abismo, en el lugar adonde van los muertos. (Isaías 14, 12-15)

"Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos". (San Lucas 10, 18-19)

"La batalla contra el demonio, la cual era la batalla principal de San Miguel, se sigue luchando hoy, porque el demonio sigue vivo y activo en el mundo". (San Juan Pablo II)

En estos tiempos de tanta confusión con respecto al diablo, cuando muchos intelectuales -también algunos eclesiásticos- tienen miedo de abordar este tema, los cristianos, a la luz de la Biblia y del Magisterio de nuestra Iglesia, no debemos tener miedo de hablar abiertamente del diablo, como lo hicieron Jesús, los Apóstoles y los grandes Santos de nuestra Iglesia.

Mi objetivo en este libro es hablar abiertamente del diablo, pero no con curiosidad malsana ni fascinación por lo misterioso. Mi intención es exponer sencillamente lo que nos enseña la Biblia, interpretada por el Magisterio de nuestra Iglesia. Lo que los Padres de la Iglesia y nuestros grandes santos nos han enseñado.

 

En resumidas cuentas, el diablo siempre es signo de contradicción. Unos, niegan su existencia. Otros, sobre todo los intelectuales, dudan de su existencia o no se atreven a hablar abiertamente de este tema. Muchos teólogos y eclesiásticos llevan bastante tiempo de no abordar este tema en la predicación.

Mientras muchos eclesiásticos callan con respecto al tema del diablo, en la sociedad, pululan los temas acerca del espíritu del mal, las misas negras, el ocultismo, las películas sobre el diablo, la música satánica. Muchos de nuestros fieles laicos están desconcertados: en el ambiente en que viven el tema del diablo se ventila con la mayor naturalidad y morbosidad. En cambio, muchos de los pastores de la Iglesia, tienen miedo de abordar abiertamente ese tema: no se sienten seguros al hablar del demonio.

Seguramente ha influido mucho la mala presentación que, repetidamente, se ha hecho del demonio. Se le ha descrito como un medio hombre y medio animal, con barba, con cuernos, con rabo, con tridente. Una figura así, en lugar de suscitar interés de tipo teológico y espiritual, más bien, inclina a desprestigiar un tema tan serio como es el del espíritu del mal.

Inteligencia versus Revelación

Son muchos los que se han dejado fascinar por las brillantes exposiciones de algunos teólogos, que le dan más importancia a su talento humano que a la "revelación bíblica" y a la enseñanza de la Iglesia. El tema del diablo, como enemigo de Dios y de los hombres, es un tema básico en la historia de la salvación. El diablo aparece en el primer libro de la Biblia, en el Génesis, bajo el símbolo de una serpiente. En el libro del Apocalipsis se habla de la derrota definitiva del espíritu del mal. No es posible que el gran Maestro Jesús nos dejara en la ignorancia y en la duda en relación a un tema tan importante en la historia de la salvación. Jesús siempre intervenía ante los discípulos para aclararles los puntos básicos de la historia de la salvación.

El teólogo Ricardo Piñero, que escribió el libro "El olvido del diablo", expone: "La Biblia no pretende hacer un compendio de demonología, sino tan sólo constatar que el diablo es un personaje fundamental, tan relevante que sólo en el Nuevo Testamento -libros históricamente bien probados- las referencias al Adversario superan el medio millar, y son bien conocidas las escenas de lucha que narra el Apocalipsis. Una de las claves de lectura de los Evangelios -no la única, ni la eminente- es, desde luego, el combate de Cristo mismo contra el diablo, una luch que termina con el triunfo soberano de Jesús sobre "el príncipe de este mundo".

El cristianismo se basa en la vida, obra y enseñanza de Jesús. San Juan, contundentemente, escribe: "Para eso apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). Pedro definió la obra de Jesús, cuando dijo: "Jesús pasó haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo" (Hch 10,38). Jesús resucitado, en su aparición a Pablo, lo envió a los paganos, advirtiéndole que lo mandaba para que los paganos "no sigan bajo el poder de Satanás, sino que sigan a Dios" (Hch 26,18). Cuando vuelven los apóstoles y los setenta y dos discípulos de su misión evangelizadora, llegan gritando: "¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!" (Lc 10,17) Jesús les responde: "Yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo" (Lc 10,18). Las palabras "Satanás y diablo" quedan vaciadas de todo sentido, si el diablo es algo mitológico de pueblos primitivos.

Las tácticas de siempre

El teólogo Dámaso Zahringer, escribe: "Más de una vez se ha dicho, y no sin razón, que la primera y mayor argucia del diablo consiste en negarse a si mismo: que el mejor presupuesto para que él logre sus objetivos es poner en duda o negar su existencia". Denis Rougemont comenta que es como que el diablo nos dijera: "No soy nadie". ¿De qué tienes miedo? ¿Vas a ponerte a temblar ante lo que no existe?" Monseñor Alfonso Uribe, muy duramente, llamaba "idiotas útiles" a los teólogos y predicadores que le siguen el juego al diablo, afirmando que no existe, pues de esta manera, el espíritu del mal puede obrar a sus anchas.

El "Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica", al referirse al diablo, apunta: "Con la expresión 'caída de los ángeles' se indica que Satanás y los otros demonios, de los que habla la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, eran inicialmente ángeles creados buenos por Dios, que se transformaron en malvados porque rechazaron a Dios y a su Reino, mediante una libre e irrevocable elección, dando así origen al infierno. Los demonios intentan asociar al hombre a su rebelión contra Dios, pero Dios afirma en Cristo su segura victoria sobre el Maligno" (#74). En el mismo "Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica" se enseña que Jesús en la cruz venció al diablo (#125). Si el diablo es una fábula, según algunos teólogos, ¿a quién venció Jesús en la cruz? Son muchas las inconsecuencias que resultarían en los Evangelios, si el demonio es sólo una fábula y no un ser espiritual y personal, como lo presenta la Biblia y la Tradición de la Iglesia.

Los Padres de la Iglesia

Se llama "Padres de la Iglesia" a los doctos y santos escritores de los primeros tiempos de la Iglesia. Algunos de ellos fueron discípulos de los apóstoles. Sus escritos son muy importantes para la interpretación bíblica, porque transmiten la enseñanza recibida de los apóstoles. Los Padres de la Iglesia no tuvieron temor de hablar del diablo como lo hacían Jesús y los apóstoles. Dice José Antonio Sayés: "No hay ni un solo Padre que haya dudado de la existencia del demonio, así como de su carácter personal".

En los diccionarios modernos de teología, se resume la doctrina de la Iglesia, con respecto al demonio, en estos puntos básicos:

  1. El diablo es un ser espiritual que se opone a Dios.

  2. Es muy poderoso y se manifiesta de muchas formas.

  3. Puede afectar la personalidad misma de todo hombre y mujer, y ha causado estragos a través de toda creación.

  4. Únicamente Cristo pudo vencerlo.

  5. La muerte de Cristo fue esencial para esta victoria.

  6. El diablo será totalmente vencido al final de los tiempos.

Con la valentía, que le caracterizaba, Pablo VI, ante las teorías negativas de algunos teólogos, con respecto a la existencia del demonio, no tuvo miedo de declarar: "El mal no es sólo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica el que se niega a reconocerla como existente , o el que hace de ella un principio subsistente, que no tiene, como toda criatura, su origen en Dios, o incluso la explica como una pseudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas ignoradas de nuestras desgracias" (15 de noviembre de 1972).

Ciertamente en esta catequesis, el Papa no tenía en mente a los fieles laicos, sino a los intelectuales eclesiásticos y a teólogos, que hacían gala de su ingenio oponiéndose a la sana doctrina de la Biblia y de la Tradición de la Iglesia.

Hablemos del diablo

Muy acertadamente el teólogo y novelista Carl Lewis afirma: "Hay dos errores iguales y opuestos, en los cuales el género humano puede caer a propósito de diablos. Uno es no creer en su existencia. El otro es creer en ella y sentir un interés excesivo y malsano por ellos. Por su parte, a ellos les gusta por igual uno y otro error y saludan con idéntico placer al materialista y al mago".

Son muchos los que llegan a Misa el domingo y, al mismo tiempo, a la primera dificultad de su vida, corren a pedir ayuda en centros espiritistas o de adivinación. Se llaman cristianos y, no tienen reparos en ser adictos a los horóscopos y a cuantas "cosas raras" les aconsejan a la vuelta de la esquina de su casa.

Jesús y los apóstoles no tuvieron miedo de hablar abiertamente del diablo. Nuestros se refirieron sin pelos en la lengua a la maléfica acción del demonio. Nuestra Iglesia, en el Concilio IV de Letrán, en el Concilio de Trento, en el Vaticano II, en el Catecismo, de manera especial, ha expuesto sin complejos las directivas para no dejarse sorprender por el espíritu del mal. Un cristiano maduro no puede vivir en la ignorancia con respecto a la personalidad del diablo y de sus tácticas para atacar y confundir a los cristianos. Bien lo inculcó el Papa Pablo VI, cuando escribió: ¿Cuáles son hoy las mayores necesidades de la Iglesia? No les cause extrañeza como algo simplista, e inclusive, como supersticioso e irreal, nuestra respuesta: una de las mayores necesidades es defendernos de aquel mal, que llamamos demonio".

Más adelante, Pablo VI agrega: "El demonio y la influencia que puede ejercer sobre cada persona, así como comunidades, sobre enteras sociedades o sobre diversos acontecimientos, es un capítulo muy importante de la doctrina católica en moda de volver a ser estudiado". Es por eso que no debemos tener miedo de "hablar del diablo" y tomar "toda la armadura de Dios" para no dejarnos sorprender por sus ataques, y para ayudar a los que son confundidos por el espíritu del mal. Un cristiano maduro no le tiene miedo al diablo, como no se lo tuvieron los apóstoles, los Padres de la Iglesia y nuestros grandes santos. Un cristiano instruido es consciente de lo que dice la Palabra de Dios: "El que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo" (1 Jn 4,4). Es muy aleccionadora la imagen del diablo, como un perro, que está amarrado a la cruz de Cristo; con sus insistentes ladridos nos puede asustar; pero hay que tener presente que ese diablo, amarrado a la cruz de Jesús, sólo se puede mover lo que la cadena le permite. Mientras no nos acerquemos con imprudencia a él, nada puede contra nosotros. El cristiano de corazón, más que hablar del diablo y tenerle miedo, busca siempre estar agarrado de la mano de Jesús. Por sus manos divinas sólo podemos ser conducidos por nuestro Buen Pastor a "verdes pastos y a aguas tranquilas" (Sal 23).

Fuente: "Hablemos del Diablo" Padre Hugo Estrada, SDB -Editorial Salesiana Guatemala 2012-Nihil Obstat-con licencia eclesiástica.

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